Ejercí la abogacía primero en Cáceres, luego en Madrid, y terminé siendo asesor jurídico en la Dirección General de un banco industrial, y secretario de dos consejos de administración de sociedades de inversión mobiliaria. Ello me permitió conocer por dentro el funcionamiento del sistema financiero capitalista y cambió mi modo de percibir la realidad social.

 Fue un cambio guiado por el sentido común y la empatía, pero sin más conocimientos que los que se imparten en una Facultad de Derecho. Echando otros en falta, me matriculé en la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid.

 Al terminar la licenciatura dejé el banco y las sociedades de inversión y fui a trabajar en la Universidad de La Laguna.

 Por buena o mala suerte, según se mire, al hacer mi tesis doctoral caí de lleno en la heterodoxia, y la culpa no fue mía, sino de autores como Mead, Vigotski, Bajtin o Bertalanffy. El caso es que llegué a la conclusión de que, siendo el conocimiento, la acción y la política los temas típicos de la filosofía, y estando estos temas ya colonizados por las disciplinas sociales, no cabe una filosofía presentable que no tenga en cuenta lo que esas disciplinas van aportando.

 Como marxista llegué también a la conclusión de que esas aportaciones son imprescindibles para poner al día la teoría marxista, así que dediqué cuarenta años de vida profesional a recorrer al mismo tiempo el campo de los textos filosóficos y el de las disciplinas sociales, en especial las tres nucleares (lingüística, psicología y sociología) y sus híbridas (psicolingüística, sociolingüística y psicología social). Los resultados se han publicado en tres libros y sirven de fundamento a lo que vengo exponiendo en este blog.