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¡Qué ganas de encontrar algo agradable de que hablar, algo que alimente el optimismo! Pero no.

Voy leyendo y oyendo sobre algunas de las cosas que ocupan el primer plano informativo. Las elecciones vascas, catalanas y europeas, Ayuso y su hermano, Sánchez y su mujer, el barrizal de la política española, el declive de Yolanda, la taberna de Iglesias, las encuestas, nuevos escándalos, Rubiales, la amnistía, etc. Cosas todas importantes, no lo discuto. Pero sin embargo debería asombrar que no ocupe espacio (no digo ya un primer plano) el GRAN PROBLEMA del mundo occidental, del que España forma parte dentro de la Europa súbdita de EE. UU. Sin embargo ese descuido es psicológicamente explicable. No es grato reconocer una situación a la que van bien dos metáforas inquietantes: barco que se hunde o enfermedad terminal.

Nuestra situación queda bien representada en el tratamiento de la guerra de Ucrania y del genocidio israelí.

La llamada guerra de Putin

Frente a la propaganda occidental, tanto en declaraciones oficiales como en los medios controlados (casi todos), que condenan histéricamente cualquier atisbo de verdad, hay que repetir lo obvio, que la guerra de Ucrania no es la guerra de Putin, que ha sido provocada por EE. UU. (y Europa a sus órdenes) pensando en debilitar a Rusia (a la que veían perdedora) y fortalecer a la OTAN (a la que veían ganadora), como parte de una estrategia para seguir dominando el mundo frente al ascenso de China. Me remito sobre esto a los datos y argumentos expuestos aquí.

Cuando se apela, incluso por gentes de izquierda, al derecho internacional para condenar la invasión de Ucrania se está aceptando que existe un derecho internacional que rige las relaciones entre países. Pero no hay un orden internacional derivado del derecho, sino de la fuerza.

¿Apoyaba el derecho internacional la provocación militar de EE. UU. a Rusia cuando quiso integrar a Ucrania en la OTAN? Olvidando por cierto que, cuando en 1962, EE. UU. descubrió que había misiles nucleares soviéticos de alcance medio en Cuba, exigió su retirada y la URSS los retiró. ¿Apoyó el derecho internacional la expulsión de palestinos de su territorio para que los judíos crearan el Estado de Israel? ¿Acaso no fue la fuerza y no el derecho lo que empleó EE. UU. en Yugoslavia, y lo mismo en Argelia, en Irak y en tantos otros países cuando le convino?

Ucrania existe como Estado porque decidió independizarse cuando la URSS, meses antes de su disolución, carecía de fuerza para evitarlo. Esa independencia recibió el placet de países que ahora en cambio no aceptan que tenga valor la declaración de independencia de las provincias del Dombás y de la península de Crimea, cuyas poblaciones se sienten rusas y quieren unirse a Rusia. Si Rusia se anexiona esas provincias no será en virtud de un derecho internacional inefectivo, sino en virtud de la fuerza, si la tiene. Y eso es todo, dejemos de hacer invocaciones hipócritas a un derecho internacional que sólo existe para ser invocado cuando conviene y olvidado cuando interesa.

Tiene gracia que algunos expliquen la guerra de Ucrania como efecto del imperialismo ruso olvidando que el imperialismo estadounidense tiene por el mundo en torno a 800 bases militares, dos de ellas en España, y un presupuesto militar que duplica al de China, Rusia e India juntos.

El momento actual de la guerra de Ucrania parece evidenciar que el imperialismo americano ha calculado mal, como suele. Las cosas no van saliendo como se esperaba y los dirigentes europeos no pueden soportar la perspectiva de acabar con el rabo entre las piernas. Por ello, ante las vacilaciones que empieza a mostrar EE. UU., Europa quiere seguir apoyando económica y militarmente a Ucrania mientras quede alguna esperanza de vencer a Rusia o, al menos, de evitar la debacle. Pero esto supone un gasto que va a perjudicar a las poblaciones europeas, ya bien perjudicadas por la ruptura de relaciones políticas y económicas con Rusia y el desacople de China (declarada enemigo sistémico por la OTAN, es decir, por EE. UU).

Jens Stoltenberg, Secretario General de la OTAN, ha propuesto dotar con 100.000 millones de euros un fondo de asistencia militar a Ucrania para los próximos cinco años a lo que hay que añadir la promesa de la Unión Europea de otros 50.000 millones de euros hasta 2027.

¿Cómo conseguir que los votantes acepten ese gasto que los perjudica? Imaginemos que a alguien se le ocurre una campaña de propaganda para hacer creer a la gente que está en peligro, que es necesario defenderse de Putin, que Putin nos está amenazando y llevará a cabo sus amenazas. Es una mentira tan burda e increíble que sería en seguida rechazada por todo dirigente sensato. ¿Quién va a creer que Rusia atacará a cualquier país europeo sabiendo que eso sería enfrentarse a la OTAN en una nueva guerra mundial que la destruiría?

Pues bien, esta mentira tan burda, que no sería aceptada por ningún dirigente sensato, es la estrategia que ha elegido la cúpula política europea (con algunas excepciones, como las de Pedro Sánchez y Josep Borrell, que no niegan el peligro, pero no lo hacen inminente). Nuestra ministra de Defensa Margarita Robles ha afirmado que la amenaza de Putin a la Unión Europea es “total y absoluta” ¡alegando que “un misil balístico puede llegar perfectamente desde Rusia a España”! ¡Pues claro! Y el comisario europeo de Mercado Interior y encargado de la industria de defensa, Thierry Breton, ha planteado el asunto de esta manera retorcida: la industria europea de defensa «debe asumir más riesgos, con nuestro apoyo dándole mayor visibilidad», apuesta militarista de la cúpula de la UE que cuenta con el respaldo del Banco Europeo de Inversiones (BEI), cuya nueva presidenta, la española Nadia Calviño, está conforme con que se incremente el poder de disuasión de la UE mediante una mayor capacidad militar. Se lo agradecerán de alguna forma las empresas armamentísticas, grandes beneficiarias de una situación de empobrecimiento europeo que pagarán como siempre los más débiles y las clases medias.

Esta vergonzosa manera de engañar es apoyada por la legión de periodistas, tertulianos y medios que están a “hacer lo que se debe”, es decir, a mantener el puesto.

Se trata de ocultar que esa guerra, provocada por Occidente, está acelerando nuestra inevitable decadencia económica, como muestra la grave crisis en que ha entrado la industria alemana, a la que se refiere Stefan Klebert, director ejecutivo de GEA Group AG, empresa de maquinaria industrial nacida en el siglo XIX, diciendo: «Para ser honesto, no hay esperanza. No creo que se pueda alterar este descenso a los infiernos porque se deberían hacer muchas cosas y muy rápidamente». ¿Qué cosas? Aquellas que se pueden hacer en una economía planificada y centralmente dirigida, pero no en una economía de mercado neoliberal.

En esta situación ¿qué significa que los líderes europeos crean que una mentira burda les sirve para justificar que Europa pase al modo de economía de guerra, es decir, que en medio de nubarrones económicos parte del dinero que debería ir destinado a resolver graves problemas sociales se entregue a empresas armamentísticas? Significa, sencillamente, que esos líderes saben que a sus poblaciones se las engaña tan fácilmente como se engaña a un tonto, es decir, que apenas abundan ciudadanos con suficiente autonomía intelectual y política. Pero la población occidental es como es no porque haya nacido imbécil, sino porque ha sido fabricada así. La gente no nace, se fabrica socialmente. Y el sistema capitalista tiene dos propiedades que lo condenan: una es su irracionalidad e injusticia económica, que aumenta progresivamente las desigualdades entregando a unos pocos la mayor parte de la riqueza social, lo que les da poder absoluto de control y hace inviable la democracia. Y otra es la que acabo de indicar: que fabrica la población que le va bien, una población mayoritariamente ignorante, egoísta y anestesiada.

¿Qué futuro tiene Occidente con ese sistema económico y esas poblaciones? Ningún futuro.

Añádase que una guerra mundial es posible, pero no porque la inicien China o Rusia, sino porque nos lleve a ella un error de cálculo o una acción desesperada de EE. UU. y su OTAN.

El genocidio israelí

Poblaciones anestesiadas, acabo de decir. Su conformismo, su estructura afectiva ensimismada y egoísta queda patente en la forma en que presencian día a día el exterminio calculado de la población gazatí sin llenar las calles de protestas contra la pasividad de sus gobiernos.

En nuestros medios se habla de la guerra de Israel cuando no hay un ejército palestino que se enfrente al israelí. De manera que algunos se atreven a acusar a Israel de crímenes de guerra, cuando es un genocidio lo que está cometiendo, un genocidio convertido en espectáculo al que las poblaciones europeas se han acostumbrado. La Europa oficial comenzó justificando a Israel bajo el eslogan “derecho a la legítima defensa” (Ursula von der Leyen viajando a Tel Aviv para abrazar a Netanyahu), y ahora se siente incómoda, pero Alemania, igual que EE. UU., envía a Israel las armas con que comete el genocidio. Puesto que lo que presenciamos es por completo insoportable (asesinato de miles de niños y mujeres, destrucción de hospitales, negativa a que entre ayuda humanitaria, propósito de matar de hambre a la población), algunos se alivian haciendo responsable a Netanyahu. Todo es muy sencillo: Netanyahu por un lado, por el otro Putin.

Evidentemente el responsable no es Netanyahu, sino el Estado de Israel y la población que lo apoya. Pero ¿es ese Estado el único responsable?

Incluso quienes se atreven a hablar de genocidio tienen buen cuidado de no mencionar a EE. UU. como coautor. Muchos dicen, como si lo creyeran, que EE. UU. se está cansando de Netanyahu, pero lo cierto es que sigue apoyando a Israel económica y militarmente, ha llevado parte de su flota de guerra a las inmediaciones para dejar claro que no va a tolerar que se haga daño a su policía en Oriente Medio y le envía las armas con las que ataca a una población desamparada. Sólo cuando el presidente Biden ha percibido que su connivencia con Netanyahu puede perjudicarle electoralmente (además de dañar la imagen de EE. UU. ante el mundo más de lo que ya está) ha fingido hacer algo. Se abstiene en el Consejo de Seguridad y pide a Israel que se modere, pero Israel no hace caso porque sabe que la petición no va en serio. Si EE. UU. quisiera, el genocidio terminaba en un día.

Israel es intocable porque es la garantía del control occidental de una zona clave. Por eso son muchos los comentaristas que reconocen que Israel se está pasando, que está cruzando líneas rojas, pero sin perder ocasión de mencionar que es la única democracia de la zona, que es de los nuestros, a diferencia de los países que lo rodean, que son enemigos potenciales y nido de posibles terroristas. El cuento de siempre, el del jardín cuidado en medio de la jungla. Por mentira que parezca, no hay mucha gente entre nosotros consciente de que el terrorismo que a veces nos golpea es consecuencia del mucho mal que hemos hecho creyendo que éramos impunes. ¿Es que nadie percibe que el tremendo daño que se está haciendo a los gazatíes es la semilla de la que brotará un terrorismo futuro, que no será condenable, porque será mero efecto necesario de lo verdaderamente condenable, nuestra conducta actual?

Mientras la Corte Penal Internacional, respaldada por la ONU, se apresuró a emitir una orden de detención contra el presidente de Rusia, Vladimir Putin, por deportación y «traslado ilegal» de niños de la Ucrania ocupada, ahora el asesinato de miles de niños y mujeres no es suficiente para que esa Corte Penal Internacional dicte una orden de detención contra Netanyahu. Estados Unidos no lo permitiría. ¿Derecho internacional?

No es de extrañar que ya no engañemos a nadie fuera de nuestro entorno. Cuando nuestros dirigentes hablan de derechos humanos y de democracia, todo el mundo ríe más allá de nuestras fronteras.

Conclusión: no tenemos futuro, estamos en caída libre.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

info@jmchamorro.es 

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