¡Hay que ver la que le está cayendo a Podemos por su éxito electoral! Incluso en un periódico comedido como El País se han publicado dos artículos que revelan mala intención, uno de Francisco Mercado, que nos informa de que la fundación “sin ánimo de lucro” Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), en cuyo consejo ejecutivo han figurado los tres principales dirigentes de Podemos (Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Luis Alegre), ha recibido desde 2002 al menos 3,7 millones de euros del Gobierno de Hugo Chávez por distintos asesoramientos. Se añade que el Gobierno español y la Generalitat valenciana son también clientes de esta fundación, pero que en algunos ejercicios las retribuciones del Gobierno venezolano superaron el 80% de sus ingresos. Va uno leyendo luego el detalle de las cifras y termina preguntándose a dónde demonios quiere llegar el autor. No llega a ninguna parte: lo que nos cuenta es todo muy normal, pero deja en el aire la insinuación de que Podemos está financiado por el chavismo. También Antonio Elorza relaciona en otro artículo a Podemos con el chavismo, que como todos sabemos es una cosa muy mala. Y lo hace para acabar acusando a Podemos de populista, antisistema y totalitario.
POPULISMOS
La palabra “populismo” se puede utilizar en forma encomiástica, frecuente en Estados Unidos y América latina, para caracterizar al político que intenta actuar a favor del pueblo. Y en forma peyorativa, la frecuente entre nosotros, que es la que elige Antonio Elorza al definir el populismo como la idea de que cabe todo para atraer votos, sin estimación de costes. Y la aplica así:
Para atraer votos, hará falta diluir la propia mentalidad chavista, según hace el interminable programa electoral de Podemos, dando prioridad a necesidades bien reales (desahucios, pensiones, corrupción). Ahí cabe todo, sin estimación de costes; por eso es justa la calificación de populismo. Lejos de la lengua de palo de IU, resulta preciso multiplicar anzuelos, “convertir el descontento social en una tendencia electoral”.
¡Anda demonios! ¿Y qué cabe hacer entonces? ¿Se es populista, en el mal sentido de la palabra, si se da prioridad a necesidades bien reales? Tal vez no, salvo que se sea simpatizante de Chávez.
Como la definición de Elorza nos lleva a pensar que todos los partidos acreditados son populistas, creo que es preferible relacionar el populismo, en sentido peyorativo, con promesas o medidas que al pueblo le parecen beneficiosas, pero que en realidad encubren una política diseñada en su perjuicio.
Casos de populismo malo
Se me ocurren los siguientes: el gobierno ofrece al pueblo una rebaja en impuestos directos que se compensa bajo cuerda con peores servicios y con subidas en otros impuestos y tasas. O hace una campaña publicitaria para que el contribuyente medio se sienta responsable de los servicios sociales y se abstenga de defraudar, y al mismo tiempo el partido en el poder defrauda mediante cuentas B y proporciona formas legales de defraudación a los contribuyentes ricos.
Más casos: se culpa a una minoría de las penalidades de la población y se carga contra esa minoría para que el resto se sienta vengado y protegido. O se utilizan símbolos enaltecedores de la nación o etnia a fin de que los de abajo se sientan unidos con los de arriba en una empresa que interesa a estos. O se apela a los valores de la democracia o a los derechos humanos al tiempo que se defiende el capitalismo. O se da a los de abajo ventajas que los integran mejor en un sistema que a la postre los perjudica.
En este último caso encaja, ¡oh sorpresa!, nada menos que el Estado del Bienestar, que sería el populismo más inteligente (y por ello mismo el más insidioso). Se concede a la población cuidados sanitarios, una enseñanza de baja calidad, pensiones de jubilación y subsidios de paro mezquinos, y se la tiene así tranquila y medio satisfecha en un sistema que la domina y explota.
Según esto la derecha procapitalista (incluyendo en ella a la socialdemocracia) es por su propia naturaleza populista en el sentido peyorativo. Pero resulta que se ha lanzado a descalificar por populista a todo el que propone alguna medida que beneficia a la mayoría.
El populismo de Podemos
Cabe tachar de populismo a Podemos, pero por la razón contraria a la que se alega: porque en su programa no llega a sobrepasar el nivel de la socialdemocracia. Pues en realidad, aunque se quiere presentar a ese partido como si estuviera a la izquierda de la izquierda, sus propuestas no llegan a rozar la raíz del capitalismo.
En efecto, proponer la prohibición de los despidos en empresas con beneficios, o la derogación de las reformas laborales implantadas desde el estallido de la crisis, o un incremento significativo del salario mínimo interprofesional y el establecimiento de un salario máximo proporcional, o una auditoría de las deudas pública y privada para delimitar qué partes de éstas pueden ser consideradas ilegítimas, o la derogación del artículo 135 de la Constitución española modificado alevosamente por Zapatero-Rajoy, todo ello es algo obligado si se tiene un mínimo de sensibilidad social. Y qué menos que exigir la conversión del BCE en una institución democrática dotándole de nuevas funciones para el desarrollo económico de los países. El programa propone también impuestos a las grandes fortunas y una fiscalidad progresiva sobre la renta, un aumento de los tipos en el Impuesto de Sociedades, recuperación del Impuesto de Patrimonio, supresión de mecanismos de elusión fiscal como las SICAV y eliminación de los privilegios fiscales del capital financiero.
Todo ello está muy bien, pero no es suficiente. En concreto: no se propone un límite a la riqueza privada, ni la nacionalización de la banca y de los medios de comunicación privados para dotar a una y otros de un funcionamiento democrático.
Así que ese programa no llega a la raíz (seguramente porque la gente no está para medidas radicales). En definitiva, aunque se realizaran todas sus propuestas, nos mantendríamos en un sistema capitalista: la oligarquía que nos domina seguiría ahí con todo su poder haciendo imposible el funcionamiento democrático. Quiere ello decir que, desde la izquierda, a Podemos se le puede criticar por quedarse corto, no por pasarse cuatro pueblos.
El odio a Podemos
Entonces ¿por qué Podemos despierta más animadversión que IU, por qué ese afán de presentar a los dirigentes de Podemos como diablos dotados de los mismos cuernos y rabos con que previamente se ha dibujado a los dirigentes izquierdistas latinoamericanos?
Ha ocurrido que nuestros partidos políticos se han ido corriendo hacia su derecha y de esta forma los que estaban a la izquierda ya no dan miedo. Los poderosos los ven como animalitos bien domesticados. El PSOE renunció primero al marxismo (porque así lo decidió su líder en solitario) y luego ha abandonado la identidad socialdemócrata, que fue recogida por IU para sustituir al innombrable comunismo de cara al electorado. Esto, añadido a su escaso éxito electoral y a su dependencia de los bancos, ha hecho a IU respetable. Pero resulta que llega ahora Podemos, que no depende de los bancos, que conecta mucho mejor que IU con los movimientos sociales y que, al actuar con más garra y con más gancho mediático, ha tenido tal éxito electoral que amenaza con alcanzar el poder si no se lo para. Y hay que pararlo no importa con qué medios. Uno de esos medios es relacionarlo con Chávez, con Irán, con todo lo que se han ido encargando de hacernos ver que es malísimo.
En algunos de los más rabiosos opositores a lo “bolivariano” vemos el odio tradicional a todo lo que huela a izquierdismo, pero también el resentimiento de quienes presencian que otros han hecho lo que ellos, como socialdemócratas, deberían estar haciendo, pero no se atreven: decir a los poderes parasitarios exteriores “hasta aquí hemos llegado, esto se acabó” y meter en vereda a los poderes parasitarios internos. Eso es lo más significativo que hizo Chávez, y trajo como consecuencia una gran mejora en las condiciones de vida de la mayoría de la población venezolana. ¿Por qué se empeñan tantos en no recordar lo que era Cuba antes de Castro o Venezuela antes de Chávez?
¿QUÉ ES SER ANTISISTEMA?
Elorza nos dice que, gracias a la relación de Monedero con Chávez, la Facultad de Políticas de la Complutense se ha convertido en plataforma para la izquierda chavista del Cono Sur. Y comenta irónicamente que, tras la lección de democracia latinoamericana a Europa, el balance es: demócratas españoles, fuera; bienvenida en cambio la izquierda abertzale y autorizada Corea del Norte.
El proyecto de Podemos –añade Elorza- no es como el de Alexis Tsipras, revolucionario, de cambio radical en la Europa realmente existente, sino antisistémico. Al otro lado de la ruptura total con el régimen representativo, esclavo de “los mercados”, y de esa siniestra transición de 1977 que borró la memoria histórica y sancionó el dominio de los poderosos, estará “el pueblo”, reunido en sus asambleas para formar un nuevo poder constituyente (otra vez Chávez), léase minorías activas controladas desde Internet por el líder (como Grillo). ¿Democracia? Para Iglesias carece de sentido si es la que conocemos, como “procedimiento”, y entonces es democracia usar violencia contra ella para derribarla; no obstante como procedimiento se recupera si sirve para descalificar a sus adversarios —siempre “antidemócratas”— o si puntualmente erosiona el sistema (referéndum). Todo vale para acabar con “la casta”, con una “Constitución caduca”. Claro que como ocurriera con Chávez, no fue él quien montó el caos que le hizo posible.
¿De qué sistema hablamos?
El sistema social comprende aspectos políticos, económicos e ideológicos, todos ellos establecidos y relacionados mediante una legislación defendida por un poder coactivo. El capitalismo es el último en la serie histórica de sistemas elitistas, de manera que ser antisistema no puede ser ahora otra cosa que ser anticapitalista.
Parece que Elorza piensa que ser revolucionario y proponer un cambio radical no es ser antisistema si ello se hace “en la Europa realmente existente” y sin poner en duda nuestra democracia. En cambio es antisistema quien desprecia nuestros procedimientos democráticos y nuestra transición, y pretende devolver al pueblo el poder constituyente.
Pero veamos: todos hemos tenido ocasión de aprender que esta democracia no lo es, que quienes deciden son (los controladores de) los mercados junto a instituciones no democráticas (FMI, Troika, BCE). Una de las causas de la indignación de muchos es que los políticos se lo guisan y se lo comen y a la gente sólo le preguntan cada cuatro años qué partido “prosistema” prefiere que gobierne. Recordemos un caso muy significativo: el PP se presenta con un programa electoral y cuando consigue el poder recibe órdenes de fuera que le obligan a sustituir ese programa por otro en muchos puntos contrario. Y nuestra democracia es tal que en ella es posible que Rajoy no convoque nuevas elecciones ni someta a referéndum la política que le han dictado, sino que se ponga a ejecutarla como si estuviera avalada por la mayoría de votantes.
También hemos tenido todos ocasión de aprender que la llamada transición fue efectivamente siniestra, como prueba que los restos de los asesinados sigan todavía en las cunetas mientras los criminales no han sido juzgados y muchos de ellos han conservado fortunas y honores, incluso han sido actores principales de esa misma transición.
Si es antisistema un programa que sólo pretende que nuestra (ya ni siquiera aparente) democracia se acerque algo a lo que debe ser una democracia, y que se revisen los desafueros de la transición, eso quiere decir que el sistema político no sólo no es democrático, sino que ni siquiera admite un retoque cosmético.
Elorza se escandaliza de que Podemos, al tiempo que denigra esta democracia, pretenda ejercer algunos de los derechos que ella otorga. Pero quien rechaza esta democracia y al mismo tiempo pide un referéndum constituyente no entra en contradicción. Está tratando de cambiar el sistema político utilizando algún elemento aprovechable de ese mismo sistema. Todo ello es irreprochable, sólo que insuficiente. Si el sistema político está integrado en un sistema más amplio, cuyos aspectos básicos son económicos e ideológicos, un cambio cosmético en la forma política no cambia significativamente al sistema como tal. Es por esto por lo que yo no veo que Podemossea antisistema. Y sin embargo creo que desde el conocimiento y la decencia no hay más remedio que serlo.
La democracia por ahora imposible
Teniendo eso en cuenta, una crítica a Podemos desde la izquierda iría por otro lado y ligaría con lo antes dicho: si los dueños del dinero y los magnates de las finanzas siguen ahí, si la banca privada sigue ahí, si los medios de comunicación privados siguen ahí… abandonad toda esperanza. Cualquier democracia a la que se llegue será el disfraz de una oligarquía.
En cuanto a la capacidad para acabar con todo ello soy menos optimista que los teóricos de Podemos y no creo que “el pueblo” pueda funcionar como un poder constituyente inspirador de un cambio realmente radical. El problema no está en que las minorías activas sean controladas desde Internet por el líder. Las minorías activas han sido siempre controladas por sus líderes, no importa el medio, y tal vez sean menos controlables las que sostienen a Podemos. El problema es que el pueblo lleva encima muchos siglos de pobre y mala educación elitista. Las revoluciones políticas, violentas o pacíficas, pueden significar algún paso adelante, incluso significativo, pero por ahora no pueden llevar a un mundo en que la democracia sea al fin posible.
Me parece que el cambio real hacia una sociedad racional y justa ha de ser lento, y que hemos de empujar no sólo en el espacio directamente político, sino en otros por desgracia muy olvidados por la izquierda. Me refiero sobre todo a la creación y divulgación de conocimiento y a la educación, asuntos tratados en el programa de Podemos de una manera superficial.
INGREDIENTES DEL TOTALITARISMO
Elorza no se contenta con llamar a Podemos populista y antisistema. Le acusa también de totalitario. Precisamente su artículo toma el título (La ola) de un película de Dennis Gansel en la que un profesor (“ególatra y autoritario”, puntualiza Elorza) plantea un experimento con sus alumnos para mostrar en el ámbito de una clase cómo surge “la autocracia”, experimento que termina de muy mala manera.
Los ingredientes que dan forma a una mentalidad totalitaria –dice Elorza- son cuidadosamente individualizados en La ola: a) una ideología simple y maniquea que permite la designación del otro como enemigo; b) la formación de un grupo altamente cohesionado, en torno a unos signos identitarios; c) la existencia de un líder carismático, que fija los objetivos de la acción y detenta los mecanismos de control y vigilancia; d) la pretensión de ser reconocidos como únicos representantes legítimos de su colectivo; y e) el recurso a la violencia —física, verbal— para eliminar a opositores y disidentes.
Cree Elorza que estos ingredientes están presentes en Podemos, pues (1) también aquí hay profesores y aulas, como en la película. En la Facultad de Políticas de la Complutense existe una larga tradición de izquierdas, vigente desde la lucha democrática antifranquista, pero más cohesionada desde 2008 por influencia doctrinal de algunos profesores (precisamente Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón). (2) También aquí tenemos una ideología simple y maniquea que permite la designación del otro como enemigo: según Elorza la elaboración doctrinal de Monedero e Iglesias, por debajo de la verborrea, es bien escasa y se limita a vestir de mil maneras el “pobres contra ricos”, la lucha entre la igualdad y el capitalismo. (3) Tenemos el uso de signos identitarios para forjar la cohesión grupal: en diciembre 2008, en un boicot a una conferencia de Josep Piqué, unos estudiantes seguidores de los profesores citados se disfrazaron de presos de Guantánamo. (4) Tenemos un líder carismático que controla y vigila. Y (5) Tenemos el recurso a la violencia: además de boicotear una conferencia de Piqué se ha intentado boicotear dos conferencias de Rosa Díaz.
Todo ello, concluye Elorza, anuncia un ascenso de totalitarismo irresistible, como en la Italia de 1920. No puedo creer que este hombre, al fin y al cabo catedrático de ciencias políticas, esté escribiendo en serio.
¿Acaso son totalitarios todos nuestros partidos?
La caracterización que hace Elorza de la mentalidad totalitaria es aplicable a todos los partidos. Todos ellos desean y buscan líderes carismáticos (y hay que ver hasta qué punto los líderes fijan en todos los partidos los objetivos, y controlan y vigilan, más de lo que por ahora puede hacer el líder de Podemos). Por otra parte todos los partidos manejan una ideología simple y maniquea; todos disponen de grupos altamente cohesionados en torno a signos identitarios, sean banderas nacionalistas, sean símbolos partidarios (vestirse de presos de Guantánamo es una forma de denuncia muy parecida a otras muchas que nadie critica); todos tienen tendencia a ser reconocidos como únicos representantes legítimos de su colectivo y a considerar al disidente como un enemigo; y todos emplean la violencia verbal para eliminar a opositores y disidentes. Los estudiantes de Económicas emplearon la violencia verbal para silenciar a unos conferenciantes, pero esto es algo que se ha hecho muchas veces por jóvenes de todas las ideologías.
Cierto que la izquierda debe ser muy respetuosa con el derecho que todos tienen a expresar y defender sus ideas. Hay razones de principio y además una razón pragmática: cuando los procapitalistas dicen lo que quieren, sus propias palabras los delatan, y más los argumentos que puede utilizar contra ellos quien habla en nombre de la razón. En cambio si son boicoteados se convierten en víctimas y los boicoteadores se comportan como intolerantes violentos. Pero los jóvenes no son muy dados a dejarse influir por estas ideas cuando están muy indignados. Y ahora tienen motivos para la gran indignación. Boicotear conferencias no está bien, pero ver en ello un síntoma de totalitarismo en Podemos es sucumbir a un deseo, señor Elorza. La violencia perversa es la que lleva a eliminar al contrario físicamente, encarcelándolo, torturándolo o asesinándolo (todo eso que tapó cuidadosamente la transición) y también la violencia que consiste en marginar, denigrar, emprender campañas tendenciosas como la actual contra Podemos, impedir el acceso a medios de comunicación y de financiación controlados sin que parezca que se ha hecho nada. ¡Afortunadamente esta elegante forma de silenciar se ha devaluado con Internet y las redes sociales!
Un maniqueísmo inevitable
Pero digamos algo más sobre uno de los rasgos de totalitarismo citados por Elorza. Cuando está en juego igualitarismo frente a capitalismo la ideología maniquea es inevitable, porque lo que se opone al maniqueísmo es la indiferencia o la confusión. Tanto igualitaristas como procapitalistas ven enfrente al enemigo político (en otro caso estarían ciegos) y todos creen que el bien está de su parte y el mal en contra. Hay, eso sí, una diferencia, y es que el maniqueísmo de los igualitaristas es racional, pero no el otro. Y esto por una razón elemental: el igualitarista puede mantener coherencia entre su ideología general y sus ideas políticas. El procapitalista no, a menos que sea nietzscheano. No, desde luego si es adicto al pensamiento políticamente correcto, esto es, si al tiempo que defiende el capitalismo se empeña en defender la democracia, la justicia, la igualdad y la solidaridad. No digamos si además es cristiano.
Puede parecer simple el maniqueísmo de los igualitaristas que conciben la lucha política como una lucha de pobres contra ricos. Los pobres no luchan por ahora. La mayoría no sabe contra qué luchar y todos andan con miedo. Los ricos no necesitan luchar, lo tienen todo bajo control. Pero también es pobre la idea de que esa lucha es cosa del pasado. Parece preferible entender el asunto como incompatibilidad entre los intereses de una oligarquía y los intereses de la mayoría de la sociedad, en cuyo caso la lucha política de la izquierda pretende eliminar esa oligarquía, claro está que no físicamente, sino en el sentido de que toda la población pueda integrarse en una sociedad cuyos intereses básicos sean compartidos. A este maniqueísmo inevitable lo podemos llamar laico, y no es condenable.
El maniqueísmo peligroso
El peligro está en el Maniqueísmo Teológico, el que define un Bien Absoluto amenazado y un Mal Absoluto amenazante. Pues el carácter absoluto del Bien (siempre propio) y del Mal (siempre ajeno) autoriza a destruir a los partidarios del Mal y a causarles el mayor de los daños a tenor de su infinita culpa. Un ejemplo de este maniqueísmo es el integrismo católico: vean a esos fanáticos que creen a pies juntillas la demencial afirmación eclesiástica de que un óvulo recién fecundado es una persona, vean la santa indignación con que llaman asesinos a quienes defienden la despenalización del aborto. ¿Acaso no librarían al mundo de tales asesinos si pudieran, incluso anticipándoles en esta vida los interminables sufrimientos que les esperan en la otra? Este maniqueísmo teológico no se limita a la sensibilidad religiosa, puede ser dirigido a temas de raza, de etnia, de nación, incluso deportivos. Y se hace especialmente peligroso cuando va unido al odio al otro, tan frecuente en nuestra sociedad. Y más aún si se añade el resentimiento, tercero de los ingredientes del fascismo psicológico, también muy frecuente en nuestra sociedad por razones obvias.
Estos tres rasgos se complementan muy bien. El maniqueísmo teológico justifica la violencia sin límite contra los portadores del Mal, y quien siente odio por el otro y está lleno de resentimiento puede descargarlo en el otro convencido de estar cumpliendo un deber sagrado.
Bajo esta consideración no parece arriesgada la hipótesis de que en Europa hay masas que pueden ser arrastradas a actitudes de fascismo político en un momento propicio y sin que importe que algo antes hayan estado votando a partidos liberales, socialdemócratas o comunistas. Quien tiene propensión psíquica al comportamiento fascista se entregará a él tan pronto la situación lo autorice. Para algunos, educados en la violencia, cualquier situación es buena. Otros irán entrando en el juego si la situación se degrada hasta el punto de crispar a las distintas clases medias.
En sentido contrario, se pueden dar los rasgos descritos por Elorza en alguien benévolo, que, al ver cómo están las cosas en el mundo y precisamente porque se solidariza con el sufrimiento de los pobres, siente indignación no precisamente santa, sino laica de toda laicidad. Y entonces esos rasgos no producen una tendencia totalitaria. Ni siquiera aunque se afilie a Podemos y grite para silenciar a una conferenciante (pecado este de juventud, y muy venial por comparación con los que cometen muchos procapitalistas adultos).