Sucesos, análisis y comentarios recientes, relacionados con las pasadas y las futuras elecciones, me llevan de nuevo al tema de la última entrada (que en cierto modo es el Tema).
Lo que políticos, medios y analistas tienen muy claro
Parece que nadie duda de que todo lo que está a la derecha del PSOE es derecha y que todo lo que está a su izquierda es izquierda. Respecto al PSOE hay dudas, pero en todo caso los términos “derecha” e “izquierda” se usan sin una definición previa, acogiéndose al significado tradicional.
Hace un siglo, cuando el PSOE era un partido marxista, fue natural considerarlo de izquierdas, lo mismo que al partido comunista que se escindió de él, y desde entonces se ha mantenido esa inicial adscripción.
Pero todo ha ido cambiando y ahora el encasillamiento tradicional no vale, porque coloca el mismo rótulo a ideologías no sólo distintas, sino incompatibles.
Monedero ha venido a decir que la izquierda se caracteriza porque sus objetivos comunes, a través de un trabajo colectivo, consisten en acabar con algún tipo de injusticia. Con este criterio (“acabar con algún tipo de injusticia”) cualquier partido puede considerarse de izquierdas. Cuando los términos no están definidos es imposible salir de la confusión.
Salimos de ella volviendo al criterio olvidado para diferenciar derecha e izquierda: la aceptación o la oposición al sistema capitalista. Si miramos alrededor con objetividad hemos de concluir que el capitalismo es un sistema basado en la dominación y explotación de las mayorías por una minoría depredadora de ilimitada codicia, cuya lógica, apoyada en la permanente mentira, contradice e impide la justicia, la racionalidad colectiva y la verdad.
Por tanto la aceptación o el rechazo del capitalismo debe ser el criterio para diferenciar en lo sustancial a los distintos partidos, lo que obliga a colocar en el amplio espacio de la derecha a Vox, al PP y también al PSOE.
¿Qué decir de los partidos que están a su izquierda? Podemos, IU y Sumar ¿son de izquierdas con ese criterio?
Podemos
1. Los anticapitalistas se marcharon de Podemos por razones ideológicas, pero la mayoría de los fundadores por desavenencias con el grupo dominante. Algunos de ellos afirman (no sé si con razón o por resentimiento) que una camarilla en torno a Pablo Iglesias se ha adueñado del partido. Lo cierto es que los actuales dirigentes parecen muy convencidos de que son la verdadera izquierda y muy dispuestos a descalificar a sus oponentes.
Sin embargo se los puede describir como indigentes de teoría, muy dispuestos a participar en las instituciones sin descalificarlas, muy prudentes al proponer políticas socialdemócratas. Cabría decir que se han convertido en casta salvo porque no están controlados por la banca y por eso resultan insoportables a los medios que dependen de ella.
La deriva electoralista y conservadora en Podemos se aprecia bien en la forma en que han negociado su inclusión en Sumar. No querían ser considerados un partido en decadencia, sin preeminencia sobre otros, pero tampoco querían quedar fuera y sufrir el previsible desacalabro en las elecciones de julio, y al final han entrado en Sumar, pero teniendo que someterse a una negociación a muchas bandas que ha dejado fuera de las listas a Irene Montero.
Ante este hecho Ione Belarra ha declarado que le entristece profundamente que Yolanda construya el acuerdo electoral de coalición entre Podemos y Sumar sobre la exclusión a una compañera que ha llevado las transformaciones feministas más lejos que nadie antes en nuestro país. “Se nos ha pedido, una vez más, sacrificar a nuestro principal activo político”.
Por su parte Pablo Iglesias ha instado a Díaz a rectificar el veto a Montero diciendo que “para ganar el poder en la izquierda no hacía falta golpear así a una figura crucial de la izquierda y del feminismo que ha demostrado algo poco frecuente en política y necesario para la izquierda: valentía”.
2. Que se hable de izquierda sin tomar en cuenta el criterio de anticapitalismo ya es significativo, y considerar que una persona es el principal “activo político” de un partido deja claro en qué nivel ideológico nos movemos. Significa que el principal activo político no son las ideas, los planes, la gente dispuesta a colaborar, la estructura organizativa, los esfuerzos ya hechos en los barrios y en la sociedad civil, sino una ministra. Con el agravante de que ese “activo político” sigue en el partido, y por tanto no ha sido sacrificado, salvo que se piense que sólo puede actuar desde el Congreso o desde algún ministerio. Electoralismo bien patente.
Por otra parte no es cierto que Irene Montero sea una figura crucial de la izquierda y del feminismo, ni que haya demostrado valentía.
Aunque fue conmovedora aquella primera intervención suya en el Parlamento (una larguísima relación de delitos del PP pronunciada de manera emocionante), y también la entereza con que ha soportado una inicua persecución incesante, injusta, cruel y llena de odio, esto no puede evitar un análisis crítico.
Examinando sus batallas políticas encontramos, por el lado negativo, la no abolición de la prostitución, y por el positivo la ley del “sólo sí es sí” y, según muchos creen, la Ley Trans.
Pero respecto a la primera Montero no ha tenido ni el conocimiento ni el valor necesarios para defenderla aceptando la posibilidad de ocasionales reducciones de penas. Y ha incurrido en su soberbia habitual cuando sus socios de gobierno, tan asustados como ella, intentaron poner remedio a las excarcelaciones con un cambio legal pactado con el PP: desahogó su contrariedad acusándolos de defender “el código penal de la manada”, de “traicionar el feminismo” o incluso los equiparó al “puñado de fascistas que pretenden volver al silencio y a la culpa”, muestra de soberbia infantil que explica el rechazo que Montero ha sufrido por parte de muchos de los integrados en Sumar.
Respecto a la ley Trans, la indigencia teórica hace creer a muchos “progres” que esa ley forma parte del movimiento feminista. La finalidad de una ley Trans bien entendida consiste en defender los derechos humanos de una minoría discriminada, pero esto queda al margen del feminismo.
Es molesto estar mal acompañado en la condena de la ley Trans de Montero, pues nada tienen que ver mis razones con las de quienes la condenan desde la derecha (PSOE) o desde la extrema derecha (PP y Vox). Por eso me alegra que Barbijaputa, seudónimo de una feminista radical y libre que demuestra inteligencia cuando escribe, haya dicho: “…la ley que más daño ha causado al movimiento feminista en España y el extranjero: la ley trans que niega el mismo significado de mujer.” (Público de 20 pasado). En efecto, la ley Trans de Montero es conocida no tanto por defender los derechos legítimos de las personas trans como por sacralizar una redefinición de hombre y mujer al margen de la ciencia y del sentido común, redefinición que, tomada en serio, destruye el fundamento fáctico de las reivindicaciones feministas. ¿Feminismo moderno y transformador o antifeminismo inconsciente?
En este tema Irene Montero ha vuelto a exhibir no sólo la ignorancia que comparte con muchas personas que se creen de izquierdas, sino ese matiz de fanatismo desagradable presente en la forma en que afirmó tajante que “una mujer trans es una mujer y ya está”, sustituyendo las argumentaciones (no las tiene) con acusaciones de transfobia a todo el que no piense como ella, actitud que siguen muchas personas de la progresía conservadora (sin ir más lejos, Sandra Sabatés en una reciente intervención apasionada en El Intermedio que arrancó una ovación del público).
¿Qué es IU?
Era grande el capital acumulado durante la etapa franquista por el Partido Comunista de España (PCE) y el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Basta recordar el nivel de reconocimiento popular que se puso de manifiesto en el entierro de los abogados de Atocha asesinados por la extrema derecha en 1977. Pero ambos partidos se adhirieron al eurocomunismo y, al aceptar que la democracia burguesa es una verdadera democracia, abandonaron de hecho la teoría marxista, lo que ya de entrada les costó las respectivas escisiones del PCPE y el PCC.
Convertido el PCE en un mecanismo electoralista fue perdiendo la adhesión de muchos y acabó finalmente ocultando su condición comunista bajo el disfraz de Izquierda Unida.
Ahora Alberto Garzón se presenta a sí mismo como ecosocialista, no como comunista. Es de suponer que son comunistas quienes pertenecen al PCE, pero no encontraremos el menor indicio de que lo sean y, por supuesto, no confiesan en los medios que lo son. Sin embargo deberían estarlo proclamando y defendiendo a cada paso. Hay más de mil razones para hacerlo y es muy importante que esas razones sean escuchadas por la población, al menos con la misma reiteración y énfasis con que se escuchan los dogmas de la derecha, por ejemplo cuando utiliza la palabra “comunista” como el peor de los insultos y contrapone comunismo a libertad. Ni siquiera se han atrevido a defender el comunismo amparándose en el papa, que ha sabido reconocer que comunismo y cristianismo son muy parecidos.
Los miembros del PCE no sólo ocultan su ideología comunista, sino que proponen políticas que no se diferencian de las de una socialdemocracia aguada.
Es triste llegar a esta conclusión, pero qué se le va a hacer: la antigua izquierda se ha ido corriendo hacia la derecha, ha dejado de ser izquierda y se ha escondido debajo de las piedras.
Sumar
Ninguno de los partidos integrados en Sumar se presenta como anticapitalista, pese a que todo defensor de los principios de libertad, igualdad y fraternidad ha de serlo. Esos partidos aspiran a dulcificar en lo que puedan (muy poco) la triste situación de la mayoría, lo cual sería aceptable como propósito a corto plazo, pero siempre que explicaran bien qué tipo de sociedad quieren conseguir a largo plazo y cuál es la estrategia que van a emplear para ir aproximándose a la meta final. Y siempre que no desaprovecharan ocasión de explicar a la población por qué el capitalismo es un sistema criminal e irracional del que hay que salir en interés de la inmensa mayoría (y de todos si se mira la cosa a mayor profundidad).
En principio Sumar parece un proyecto electoralista surgido de la necesidad de unificar las llamadas “fuerzas del cambio” para ganar votos y hacer políticas tan poco transformadoras que la propia derecha estadounidense las empieza a proponer para evitar que el exceso de explotación se vuelva contra el Sistema. En cualquier caso habrá que esperar a conocer el programa de Sumar, pero por lo que van diciendo sus líneas básicas son el feminismo, el ecologismo y la lucha contra la llamada pobreza de tiempo. Nada incompatible con el conservadurismo en el tema principal.
Efectos del abandono de la teoría marxista
Se puede concluir que, aunque los partidos que se encuentran a la izquierda del PSOE son distintos del PP, de Vox y del mismo PSOE en algunos rasgos sustantivos, no pasan de ser distintas variantes de una ideología conservadora: apuestan por conservar, con leves retoques, nada menos que el Sistema capitalista.
Además todos ellos se asemejan en que carecen de teoría. Han tirado por la borda la teoría marxista y han sustituido los análisis lúcidos por “ocurrencias” tuiteadas y retuiteadas.
El abandono de la teoría marxista hace estragos en numerosos espacios, dos de los cuales son la concepción de la democracia y la del feminismo.
Los votos como disfraz democrático
Aunque Marx dejó claro que la democracia burguesa es una mera forma (o disfraz) con que se enmascara la plutocracia, hemos de soportar la incesante afirmación conservadora de que vivimos en una democracia plena. Y mientras oye esto, la izquierda acobardada y teóricamente arruinada no se atreve a contradecir.
En un escrito en que IU analiza el resultado de las últimas elecciones se puede leer: “Si decimos ‘la verdad’ y si aprobamos políticas en beneficio de la mayoría, pero luego resulta que no nos votan como esperamos, existe el riesgo de acabar echándole la culpa al votante. Un error infantil”.
A ver, no se trata de echar la culpa a nadie. Un enfoque científico no puede utilizar el concepto de culpa a la hora de explicar. El tema es analizar por qué la gente vota como vota y también si es verdad ese pilar de la ideología conservadora que consiste en proclamar que los votos, por ser libres y por valer todos lo mismo, convierten en democracia nuestro régimen político.
Una democracia sólo se legitima si cada votante puede ejercer su derecho con libertad y con conocimiento, es decir, con previsión racional de los efectos de su voto.
Según esto sólo pueden ser votos legitimadores los de los explotadores que votan a los partidos pro-explotación y los de los explotados que votan a partidos anti-explotación. No en cambio los de esa mayoría de explotados que, por ignorancia inducida, votan a la derecha. Una supuesta democracia queda deslegitimada si las élites dominantes disponen de medios para manipular las mentes a fin de que las víctimas de sus políticas voten a favor de los partidos encargados de realizarlas.
Puesto que los explotados son una gran mayoría, el hecho de que no gane siempre la izquierda anticapitalista deja claro que esta “democracia” está trucada. En su momento astutos especialistas diseñaron un sistema electoral e institucional que, unido a la capacidad de la élite económica para financiar y controlar, dejaba descartado que esa izquierda consiga el poder.
Valga insistir en que, si el control jurídico, económico e ideológico falla, el Poder arregla el entuerto con un golpe de estado de extrema derecha o un chantaje brutal como el sufrido por la Grecia que intentó desafiar a la Comisión Europea y a la Troika.
Que haya gente que se dice de izquierdas y que siga dando por supuesto que vivimos en democracia demuestra qué caro sale abandonar el marxismo.
Dos feminismos
1. Ha sido muy elogiada en las redes una intervención de Zapatero sobre la violencia machista (a la que llama “de género”, como tanta gente progre que acepta hablar como le dicen sin saber con qué fundamento). En ella afirma muy apasionado que el marxismo y el liberalismo han coincidido en despreciar históricamente los derechos de las mujeres, para añadir que el gran cambio histórico de la Modernidad es el feminismo. De estas palabras se puede deducir que, según Zapatero, el marxismo erró y el feminismo es su gran sustituto.
Pero veamos, la idea de que el marxismo ha despreciado los derechos de las mujeres es falsa. Pocos teóricos han denunciado con tanta pasión y eficacia como Marx la explotación brutal de mujeres y niños, a lo que añadir las reflexiones de Engels en El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, o las de August Bebel, teórico del marxismo inicial, que en La mujer y el socialismo describe la historia de la mujer como la historia de su opresión. Feministas influenciadas por el marxismo (Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa, Leopoldina Fortunati, Selma James, Maria Mies), lamentan que Marx no analizara la forma específica de explotación de las mujeres en la sociedad capitalista moderna, pero ese defecto sólo debe motivar a su corrección.
2. En su segunda afirmación Zapatero habla del feminismo como si fuera una ideología unitaria y válida para sustituir al marxismo, ignorando que hay dos feminismos muy distintos entre sí. Ya Bebel y Lenin distinguieron entre el feminismo burgués y el integrado en la lucha obrera, distinción que podemos expresar diciendo que hay un feminismo de derechas, que se conforma con que mujeres y hombres sean iguales en derechos, pero dentro del sometimiento a la explotación capitalista. Y un feminismo de izquierdas que quiere igualdad entre hombres y mujeres, pero dentro de la igualdad entre clases sociales. Este segundo feminismo es una derivación lógica de la teoría marxista. Desafortunadamente hay muchas feministas de derechas y pocas de izquierdas si se utiliza el criterio que vengo defendiendo. Todas tienen razón en sus reivindicaciones básicas (por ejemplo en la lucha contra la violencia machista), pero no confundamos el alcance de las respectivas reivindicaciones. Me remito sobre esto a lo escrito aquí.
La unidad de la llamada izquierda
Usando los conceptos habituales de derecha e izquierda se suele decir que la derecha aparece siempre unida y en cambio la izquierda está siempre desunida. En cambio con el criterio que estoy utilizando la izquierda no existe y la que aparece desunida es la derecha.
Para explicar el comportamiento de los partidos que se integran en el juego electoral vale más este principio: todos ellos tienen tendencia a la desunión cuando sus líderes quieren una cuota de protagonismo incompatible con la unidad. Las peleas y escisiones que vemos en la llamada izquierda (salvo la salida de los “anticapis” de Podemos) no se deben a diferencias programáticas, sino a rebeldías de aspirantes a líderes, frustrados al quedar en segundo plano.
La cuestión es que, al no existir la izquierda, su desunión es una entelequia sólo importante para las elucubraciones de los medios, para los votantes ingenuos que leen esos medios y para los políticos: todo se reduce a que, si los partidos a la izquierda del PSOE van unidos a las elecciones, tal vez puedan formar un nuevo gobierno de coalición con el PSOE, mientras que, si van desunidos, seguramente formarán gobierno PP y Vox.
Ni lo conseguido es tan grande…
Si UP se hubiera limitado a un pacto de legislatura habría evitado un grave error: formar gobierno de coalición con el PSOE.
Se nos ofrece un balance que parece positivo, pero en cuestiones marginales. Una subida del salario mínimo acordada con la patronal (es decir, aceptable por el sistema), unas medidas para defender a los de abajo de algunos efectos de las sucesivas crisis, una “reforma de la reforma laboral” de Rajoy que incluso a Feijó le parece aceptable, unos pequeños impuestos extraordinarios a la banca y las eléctricas por los beneficios caídos del cielo, pero no la exigencia de que esos beneficios desaparezcan ni de que la banca devuelva los 60.000 millones que recibió del Estado… Las cuestiones básicas no han sido acometidas. Ni la derogación de la reforma laboral de Rajoy, ni la derogación de la ley mordaza, ni la creación de una banca pública y una empresa pública de energía, ni la liquidación del Concordato con el Vaticano, ni someter a discusión el cierre de las bases militares en España, ni acometer la reforma democrática de los sistemas judicial, policial y militar, ni una ley fiscal razonable, ni una ley de la vivienda efectiva, ni una humanización de la política migratoria, ni la eliminación de las condiciones de esclavitud en que viven trabajadores inmigrantes en Almería y Huelva denunciadas por organismos internacionales, ni la utilización de la televisión pública para compensar la trayectoria fascistoide de la mayoría de los medios privados, ni una exigencia de transparencia a la Casa Real como medida previa a un referendum sobre la monarquía, ni un impulso a colegios concertados progresistas, ni una reforma de la enseñanza de la historia del siglo XX español en colegios e institutos, ni un impulso a la creación de algún medio de comunicación en que se pueda explicar y defender una concepción anticapitalista.
Se han limitado a la fórmula vacua “resolver los problemas de la gente” o “favorecer a los de abajo”y a presumir de haber arrancado algunas migajas de la mesa del banquete. En Los santos inocentes la marquesa también favorecía a los de abajo cuando les iba llamando para darles unas monedas. Y los de abajo quedaban agradecidos pese a la cruel explotación a que los sometía la familia de la marquesa. Aquí ni siquiera agradecidos, como prueba el pasado fracaso electoral.
…ni lo que se teme es tan grave
Si forman gobierno PP y Vox es porque los demás partidos no han conseguido atraer a una mayoría de votantes. Si decimos que PP y Vox son malos para la mayoría, habría que preguntarse por qué la mayoría los vota. El PP, con Vox dentro, ya ha gobernado este país y, pese a ello, la mayoría no ha aprendido que el PP sea peor que el PSOE.
Si en la presente situación llega Vox al gobierno no podrá hacer lo que quiera, y si consigue hacerlo he ahí un buen aprendizaje para la población, salvo que a la mayoría de la población no le parezca mal lo que Vox vaya haciendo. En cuyo caso volvemos a la casilla de salida.
Vox será realmente peligroso cuando el Poder considere que el disfraz democrático no sirve para defender el Sistema y decida echar mano de la violencia, de los puños y las pistolas. Pero si ese día llega de poco valdrá apelar a votos.
Lo que debería darnos miedo no es Vox, sino la población española
Dice Santiago Alba que hay algo muy enigmático en el hecho de que tantos madrileños despolitizados voten a Ayuso a pesar de los 7000 ancianos muertos en las residencias, la destrucción de la sanidad pública y las sospechas fundadas de corrupción, y que hay algo fundamentalmente paradójico en el hecho de que jóvenes politizados se abstengan a pesar de todo ello.
Sin duda lo paradójico desaparece si se atiende al anterior balance del gobierno llamado progresista. Y lo enigmático deja de serlo si se sabe cómo ha sido fabricada una gran parte de la población española. Su ideología subyacente fue fabricada por la iglesia y las escuelas y medios franquistas durante cuarenta años en los que dejaron impreso a fuego el amor a la patria como nacionalismo español excluyente, el odio a los nacionalismos periféricos, el odio de éstos al nacionalismo español, la ignorancia de la historia reciente del país, la aversión irracional al comunismo, el machismo como hábito legalmente protegido, la moral sexual hipócrita, la homofobia, etc.
Luego, a causa de la malhadada Transición, esa ideología no fue modificada, sino blanqueada con un “pacto de silencio” en nombre de una supuesta reconciliación. No sólo quedaba descartado enseñar en la enseñanza pública el “Manifiesto comunista” (que debería ser de obligada lectura), sino incluso las causas de la guerra civil y sus efectos, entre ellos los crímenes de la dictadura franquista. En cambio se promovía enseñar la doctrina de la Iglesia Católica y la historia falsificada de España, o cantar las loas a nuestra inclusión en la Europa de la democracia y los derechos humanos, o ponderar las virtudes de la Transición, o convertir al delincuente campechano en el salvador de la patria.
A esta situación específicamente española hay que añadir el alto nivel de ignorancia, de egoísmo y de frustración que fabrica el capitalismo en todas partes y que facilita que un odio colectivo sea dirigido a cualquier chivo expiatorio.
Estos son los elementos que entran en juego cuando muchos españoles van a votar, y con estos elementos saben jugar la derecha y sus medios, y contra ellos no ha hecho nada efectivo la izquierda.
Pues lo relevante no es la influencia de los medios en los votos “erróneos”, sino que la población haga posible esa influencia, pues si la gente hubiera recibido una adecuada educación en los aspectos cognitivo y afectivo, nada podrían conseguir los medios controlados por el capital. Sencillamente, no tendrían audiencia.
La población española es el problema y ese problema persiste aunque no consigan formar gobierno PP y Vox, aunque lo formen PSOE y Sumar. Volverá a ocurrir lo ya ocurrido. Recordemos que UP ha tenido que tragar continuos sapos en silencio (impunidad por los muertos en el asalto a la valla de Melilla, traición al pueblo Saharaui, sumisión a EE UU vía Otan en la guerra de Ucrania y en la política contra China, sumisión al antidemocrático BCE en la política monetaria que aumenta el precio de las hipotecas para tragedia de los hipotecados y gran negocio de la banca, la inacción del PSOE frente a las subidas insoportables de los precios del alquiler de viviendas, etc.). Si Sumar forma gobierno de coalición con el PSOE estará condenada a tragar sapos semejantes en silencio y a la inacción en el espacio básico, el de la batalla ideológica.
Sobre las pasadas y las próximas elecciones
Con estas consideraciones no estoy queriendo decir que un partido anticapitalista (y por tanto antisistema) no deba acudir al simulacro de las elecciones, sólo digo que ha de ser como objetivo secundario y no para legitimar el timo electoral, sino para ponerlo en evidencia sin miedo a perder votos. Y sin entrar en matrimonio de conveniencia con el PSOE, sino limitándose a un pacto de legislatura que no disminuya la imprescindible libertad para decir cosas.
No me convencen las razones de quienes afirman (por ejemplo Juan Torres López, Quique Peinado, Alba Rico) que no votar siendo de izquierdas es una irresponsabilidad. Yo no me atrevería a defender la abstención porque creo que hay razones para votar y para abstenerse.
Hace años una lectora de este blog me pidió mi opinión sobre a qué partido votar y, pese a creer que las elecciones son una ceremonia falsa, recomendé por pragmatismo el voto a Podemos con el argumento de que era el único partido que no estaba controlado por la banca. Ha ido pasando el tiempo y, por lo ocurrido desde entonces, vivo ahora una contradicción entre el sentimiento y la razón. Si en las próximas elecciones consiguen el gobierno PP y Vox no podré evitar un disgusto, por más que haya llegado a tener claro que, como votante de izquierdas, debo abstenerme hasta que se presente a las elecciones un partido de izquierdas, es decir, un partido anticapitalista que no sacrifique las verdades necesarias a conveniencias electorales y que ponga en primer plano un programa a largo plazo para transformar el corazón y la mente de la población enseñando a la mayoría lo que no sabe y le conviene saber. Lo demás, a sus correspondientes plazos, vendrá por añadidura.
Si me abstengo es por mi convicción, cada vez más sólida, de que el peor servicio que se puede hacer a esos partidos que están a la izquierda del PSOE es darles el voto, porque el éxito electoral los mantendrá en la actual deriva, jugando al juego diseñado para que sean perdedores, y con ellos la mayoría de la población. Sólo el fracaso electoral puede conseguir que la gente de izquierdas reflexione, se deje de cositas y atienda a lo fundamental.
Sin ir más lejos, ahí tenemos a Podemos, que impulsado por su gran fracaso electoral está ya pensando en una refundación que tenga en cuenta el corto, el medio y el largo plazo. Bienvenido al largo plazo.