Sobre el tema de la ideología apenas si podemos encontrar en la literatura de la izquierda un eco de lo que dijo Gramsci, que por otra parte no fue realista según los hechos han demostrado.
E. Laclau y Ch. Mouffe siguen la estela de Gramsci desde el pensamiento posmoderno, y hablan de significantes y significados, pero sin una teoría solvente del lenguaje, y hablan del sujeto del cambio, pero sin una teoría solvente sobre sujetos y clases. La falta de teoría les hace recaer en el uso de conceptos retóricos (“articulación”, “elementos”, “momentos”, “tránsito de elementos a momentos”, “puntos nodales”, “posiciones”) que se definen unos por otros en un círculo cerrado carente de contacto con lo empírico. Llaman “nodales” a aquellos “puntos discursivos” que son privilegiados por su capacidad para generar sentido y cuyo crédito generalizado los hace portadores de una supuesta legitimidad. Se trata de significantes a los que la derecha ha cargado de significados conservadores muy efectivos, como “democracia”, “patria” o “libertad”.
Su conclusión es que la izquierda tiene como tarea dotar a esos significantes de significados opuestos a fin de conseguir la hegemonía en la «guerra de posiciones» en que consiste la batalla ideológica. A partir de la idea posmoderna de que es el discurso el que crea la realidad, imponer el relato propio es el movimiento clave para lograr la meta de toda política: la conquista de la «fortificación más avanzada», el Estado.
SIGNIFICANTES Y SIGNIFICADOS
Son significantes las señales producidas por el emisor y son significados los efectos de esas señales en las mentes de los receptores. Cada mensaje va unido a señales del contexto y además a otra señal con frecuencia más decisiva, la que constituye el propio emisor.
Una mente es un sistema de conceptos en los que interactúan elementos cognitivos con asignaciones de afecto (valores) y con pautas de acción. Podemos llamar ideología a ese sistema de conceptos. Ocurre que las mentes, tanto la del emisor como las de los receptores, no son idénticas, sino que pertenecen a clases distintas tanto por los componentes cognitivos como por los afectivos. Es por tanto posible que un significante no produzca en ningún receptor el significado que tiene en la mente del emisor y es muy probable que no produzca en todos los receptores el mismo significado, o también que el significante, por mucho valor de verdad que tenga en sí mismo, sea recibido como inaceptable si cuestiona los valores del receptor o si le llega de un emisor para él desprestigiado u odioso.
No es, pues, el emisor el que dispone de potestad para cambiar el significado de unos significantes (por ejemplo, “democracia”, “patria” o “libertad”). Sólo puede propiciar el cambio si, por una parte, gana fiabilidad generalizada como emisor. Y si por otra parte dispone de una teoría adecuada para investigar las distintas clases de sistemas mentales (ideologías), a fin de saber cuáles son las estrategias comunicativas y de otra índole que alteran algunos de sus aspectos cognitivos y afectivos.
Basta esta aclaración para ver que la batalla ideológica no consiste en oponer mensajes a mensajes, pues no está el problema en los mensajes de la derecha, que serían inútiles y dejarían en mal lugar al emisor si la población tuviera autonomía cognitiva y suficiente empatía. La batalla ideológica no es algo reductible a estrategias electorales, políticas de imagen, desarrollo de campañas de comunicación y de publicidad, acierto en los eslóganes, relatos, símbolos, etc. Todo esto son meros significantes y lo que interesa son sus efectos en unas y otras mentes. Es decir, lo que interesa es conocer las estructuras semánticas de las mentes, sus ideologías.
¿CÓMO SE FABRICAN LAS IDEOLOGÍAS?
La investigación de esas estructuras debe partir de hipótesis razonables. Sabemos de entrada que el ambiente semiótico de la sociedad es herencia de milenios de sistemas sociales elitistas. En ese ambiente los nacidos se van convirtiendo en personas de unas u otras clases modelados por el efecto que en ellos producen las personas con que interactúan y los demás elementos de su medio social.
Cuando se habla de socialización o de educación se suele pensar en la escuela, pero lo cierto es que hay agencias más efectivas. Aparte las vivencias directas (que tienen que ver con el espacio familiar, las personas conocidas, los objetos que se usan, el trabajo, el ocio), hay otras indirectas, que tienen que ver con los relatos que se reciben a través de iglesias, medios de comunicación, películas, series, publicidad y personas “influyentes” (sea por su conocimiento social, sea por su éxito en las redes).
Los medios de comunicación
1. Los medios de comunicación privados están en manos del capital y aparentemente actúan como negocio, pero su principal misión es ejercer influencia. No importa que en muchas cuestiones los intereses rivales y el deseo de aumentar las ventas introduzcan cierta pluralidad y un ocasional afán fiscalizador: todo ello ocurrirá dentro del pensamiento único, es decir, sin constituir una alternativa cognitiva e informacional a la actitud pro sistema. Al contrario, reafirmándola, sea directamente o mediante el desprestigio de cualquier posición crítica, a la que se intentará expulsar del espacio de la racionalidad. Lo mismo se puede decir de los medios públicos controlados por los partidos en el poder, todos conservadores. No es por tanto de esperar que medio alguno critique la economía de mercado, afirme que la democracia no existe y que las llamadas “democracias” son en realidad plutocracias disfrazadas, o denuncie a Estados Unidos como principal violador de los derechos humanos en el mundo.
El resultado es que el votante está condenado a formar su opinión asimilando la del medio de comunicación en el que confíe, pero siempre dentro de un registro conservador. Y de esto se sigue que la gran influencia de los medios es incompatible con lo que debería ser la libertad de expresión en un sistema democrático.
Ocurre además que, dado que los beneficios llegan a la empresa en gran medida a través de la publicidad, y dado que los espacios publicitarios se valoran tanto más cuanto mayor sea el número de receptores, es la necesidad de aumentar ese número la que orienta el diseño de los programadores.
En consecuencia, mucho del esfuerzo que realizan los “creadores” (autores de seriales, canciones y programas rediofónicos o televisivos, películas, suplementos dominicales, etc.) trata de explorar el gusto colectivo imperante para adaptarse a él. Y puesto que la mayoría social tiene un nivel cultural bajo, el espacio mediático rebosa de objetos de baja calidad que no sólo tienen audiencia y lectores, sino que acaban prestigiados por su mismo éxito. El gusto típico de la audiencia mayoritaria es reforzado por el producto cultural que recibe y a su vez impone ese producto. De él está ausente la buena literatura, el buen cine y la información científica y veraz.
2. La eficacia socializadora de la televisión y de las redes radica en que los niños encuentran en ellas un sustituto de la antigua relación con los adultos de la familia y de la escuela.
Televisión y redes arrancan más y más espacio a esa relación, pero son sustitutos carentes de reglas de secuencia y de pertinencia. No tienen en cuenta qué hay que enseñar, con qué ritmo y con qué orden (de forma que algo ha de ir antes y algo después) sino que, junto con información adecuada, ofrecen información impertinente e información dañina, y todo ello en un desorden significativo.
Más concretamente, la televisión se caracteriza por la oferta caótica y contradictoria de contenidos, la trivialización que proporciona la continua irrupción de la publicidad en cualquier contenido y, finalmente, los modelos que propone, incitadores de móviles egoístas superficiales, en especial los relacionados con la vanidad y el consumo, todo ello dentro de un ambiente machista que caracteriza a la mujer como “bello sexo” y al hombre como “sexo fuerte”.
La familia y el grupo de iguales
1. Inmersas en este ambiente numerosas familias están condenadas a contribuir destacadamente a la mala fábrica ideológica de los miembros jóvenes.
Si educar correctamente consiste en aportar valores que favorezcan la cooperación con los otros, transmitir conocimientos objetivos y enseñar destrezas útiles, ¿cuántas familias pueden contribuir a esta tarea, o siquiera representársela como deseable?
En muchas familias hay mal ambiente y valores fabricados por la ambición de dinero y por el miedo. Se transmite además desinterés por todo lo culturalmente valioso, no hay hábito de lectura, se emplea un lenguaje pobre y no se discute razonadamente. En otras muchas hay tendencia a la represión agresiva y a malos tratos físicos y psíquicos infligidos con impunidad a los más débiles.
En el caso español hay que añadir la herencia de la época franquista, que eliminó (mandando al exilio, torturando y asesinando) a quienes habían defendido ideas progresistas, sustituidas por los conceptos de dios, patria, caudillo invicto y cruzada contra el comunismo, exaltadas sin oposición o crítica y avaladas por una iglesia católica integrista. No olvidemos que, en nombre de una reconciliación falsa, los franquistas siguieron controlando los significados cuando nuestro simulacro de democracia cubrió de silencio el pasado reciente.
De manera que muchas familias transmitieron y siguen transmitiendo la moral católica integrista y una ideología política conservadora. Es inevitable, por tanto, que un número grande de niños sea tendente a adquirir pautas de cariz xenófobo, racista o machista.
2. El grupo de iguales en que se inserta cada niño está formado por otros niños que pertenecen a familias semejantes a la suya, y ahora hay que sumar al antiguo grupo de iguales, de trato directo, otros grupos formados en redes sociales que suministran significados carentes de control y con mucha frecuencia perniciosos. Youtubers e influyentes aleccionan a sus seguidores con más fuerza que maestros y medios tradicionales.
Incluso si algún niño ha tenido la suerte de ir creciendo en un ambiente familiar propicio, tropezará con un fuerte impulso antieducativo en el grupo de iguales. Ni siquiera importaría que los bien constituidos fueran mayoría. A esas edades se impone lo que viene avalado por los significados que están en la calle, encarnados en los mitos mediáticos. La imitación de los modelos promovidos por la televisión y por los youtubers e influyentes de las redes es irresistible, el consumo impuesto por la publicidad y la moda también. Los niños se sumergen en seguida en su propia cultura de grupo, cuyos significados no llegan a los adultos que los cuidan. Y esos significados dan valor a unas cosas u otras según conviene al mercado, no a un armónico desarrollo del conocimiento, las destrezas y el afecto.
3. No se tiene en cuenta todo esto cuando se supone gratuitamente que una buena educación depende de una buena ley de educación. Ni siquiera un capitalismo corregido por fuertes medidas socialdemócratas podría poner remedio al problema de la educación, pues lo que sostiene al capitalismo es el valor funcional de una socialización como la que ahora existe. Buena escuela y sociedad igualitaria se complementan y se exigen una a la otra, pero una adecuada socialización es incompatible con la lógica del sistema capitalista y ello es una explicación funcionalista de por qué en nuestra sociedad la buena escuela pública no es posible. Los partidos conservadores están interesados en mantener a la población en la situación heredada, y lo hacen bajo la apariencia de que hacen lo contrario.
De ahí que no se dote a la escuela pública de los recursos imprescindibles y además se la discrimine respecto a la privada financiada con dinero público. A la escuela privada se le concede el derecho a adoctrinar, mientras que a la escuela pública se le niega incluso el de contar la verdad, algo que sería interpretado por la derecha como el peor de los adoctrinamientos. Pues la derecha está presta a acusar de adoctrinamiento a quien intente oponer verdades al brutal adoctrinamiento conservador que ella realiza.
La sola finalidad de la escuela en el capitalismo es ir preparando a la gente para su inserción en el mercado laboral a diferentes niveles de destrezas, que suelen estar predeterminados por el origen social de los estudiantes. Y esto hasta tal punto que no sólo fracasa la escuela por lo que respecta a una buena educación de los alumnos integrados, sino sobre todo porque un número grande de escolares no consigue el título académico mínimo obligatorio. El lenguaje oficial oculta que existe una correlación clara entre ese fracaso y la clase social, y habla de meros porcentajes de población escolar para ocultar que hay dos porcentajes muy distintos, el referido a clases de bajo nivel económico y cultural y el referido a las clases restantes. El primero es desproporcionadamente alto y viene a destruir el mito de la igualdad de oportunidades, una de las mentiras sobre las que se sostiene la legitimación del sistema. La escuela selecciona a los alumnos de las clases bajas para la FP mientras a los restantes les facilita el camino hacia la universidad. Ello ocasiona que los niños de las clases pobres estén aún por debajo del deprimido nivel intelectual de las clases medias. No es de extrañar que entre aquellas tenga éxito el pensamiento fascista.
EL SENTIDO DE LA VIDA
El tipo de socialización descrito se realimenta, porque las masas explotadas han de apañarse para no desesperar y sólo pueden hacerlo revalorizando los significados que recibieron.
El sentido de la vida auténtico (es decir, el que puede resistir el acoso de la realidad en sus innumerables formas) exige la cooperación amistosa en un ambiente de conocimientos y valores compartidos, justa reciprocidad, toma democrática de decisiones y amplias posibilidades para los placeres de la amistad, la investigación, el juego, el sexo y el arte.
Esa es la trascendencia que todo individuo necesita, y cualquiera otra puede muy bien interpretarse como un sucedáneo. Pero como la fuente de trascendencia realista está cegada en la sociedad capitalista para la mayoría de la población, esa necesidad hay que satisfacerla en otras fuentes, algunas de trascendencia espuria, otras de corte individualista.
Fuentes de falsa trascendencia
Las principales son la religión, el amor-salvación, el nacionalismo y el forofismo.
1. La idea de Dios como bien absoluto ha sido tan predominante en la cultura occidental que sirve de baremo comparativo inconsciente. La pregunta por el sentido sugiere que la vida carece de sentido si se niega su persistencia eterna. De ahí que para mucha gente la mera duda en el más allá prive de sentido a la vida terrenal. ¿Qué clase de consuelo tendrían los que acaban de perder a un ser querido si no creyeran que sigue vivo en alguna parte, los que sufren mil padecimientos si no esperaran que serán resarcidos en el cielo?
Esto es lo que da valor ideológico a las religiones, que ellas utilizan en connivencia con el poder político. Pues para éste es funcional que la gente acepte el código moral religioso, que pone en boca de dios la condena del robo y la violencia, y sacraliza así el derecho de propiedad en la forma que las leyes acuerden. El dios de la biblia manda no robar, sin distinciones, y por tanto manda al pobre que no robe al rico, no importa cuánta sea su riqueza.
Dado ese papel legitimador, es natural que en nuestra sociedad la religión goce de amplia protección oficial y mediática y tenga a su cargo una buena parte de la enseñanza privada y de la predicación moral.
2. No se enseña a nuestros jóvenes una teoría realista sobre el enamoramiento y el sexo, algo que podrían aprender en la buena literatura, pero claro está, no la leen. Por el contrario, la exaltación de este apego biológico-temporal bajo el rótulo “amor-romántico-eterno” es profusamente alentada por canciones, películas, medios de comunicación y publicidad.
Este mito es muy rentable políticamente, ya que coloca la felicidad en el ámbito privado de la pareja, y por eso tiene indudable funcionalidad en una sociedad como la nuestra. Por una parte la persona amada representa y sustituye al grupo acogedor que cada cual necesita y casi nadie encuentra, y así colma la necesidad insatisfecha de trascendencia, incluso de manera más directa, natural y emotiva que la religión. La sensación enajenada aísla del mundo en un paraíso de felicidad no amenazada, ajena a cuanto ocurra en el espacio público.
Por otra parte este mito sirve a la publicidad de innumerables productos asociándolos visualmente a instantes de felicidad erótico-amorosa. El erotismo se convierte en una mercancía que irrumpe con la brutal fuerza que la biología le otorga y la publicidad insiste incesantemente en el ideal que mejor entra por los ojos: sexo libre ejemplificado en imágenes de juventud narcisista. Los valores de la juventud, la belleza y el sexo se institucionalizan en el espacio comercial (que, en el capitalismo, equivale a decir en el espacio social) como valores máximos.
El mercado, naturalmente, no se ocupa del atractivo interno, pues aumentarlo no es negocio, de manera que la publicidad se dedica a ignorar que ese atractivo existe, y promueve intensamente el corporal sugiriendo así que no hay otro. En numerosos espacios televisivos se presenta a insustanciales personajes masculinos y femeninos como ejemplos de belleza y glamour, al tiempo que se sugiere a millones de personas ingenuas que ellas también pueden adquirir un atractivo comparable comprando las mil mercancías que esos personajes exhiben o anuncian.
3. Resulta también muy útil al poder económico transformar los conflictos sociales de clase en una orientación hacia la conciencia y la lucha nacional. El nacionalismo sirve para ofrecer un “nosotros” en el seno de cuya identidad se desdibujan las diferencias, se disuelven ideológicamente los intereses enfrentados e incompatibles, los explotados se consideran hermanados con los explotadores y llegan incluso a dar su vida por defender los intereses de éstos.
Similar al nacionalismo, el forofismo es también una fuente de sentido colectivo muy estable. A muchos la liga de fútbol les permite vivir vicariamente, en la compañía ideal y entrañable de los demás forofos, la epopeya de la lucha contra el destino, que entrelaza victoria y derrota con el esfuerzo, la capacidad y la suerte.
Fuentes de sentido individualistas
Si pasamos del sentido absoluto a los sentidos relativos encontramos ante todo el anhelo de éxito personal. La cultura occidental concibe al individuo como propietario de un “sí mismo” (el alma) independiente de la sociedad, incluso estorbado por ésta cuando pretende su libre desarrollo.
La realidad es que, necesitados de la trascendencia en los otros, todos queremos gustar, y hablar de autoestima es lo mismo, en general, que hablar de los grados en que se consigue gustar, porque la autoestima es sobre todo interiorización de estima ajena.
Sin embargo en una sociedad en la que impera el individualismo posesivo, gustar a los demás y recibir su aprecio se convierte en ser visto como teniendo más que los otros, o en recibir de ellos admiración u obediencia merced al éxito social o erótico, a la fama y, de manera más general, al dinero. Son por ello muchas las personas que sueñan con un momento de fama televisiva o que intentan relacionarse con personas famosas para que se hable de ellas, son muchos los niños empujados por sus padres hacia el éxito deportivo, son muchos los que alardean de éxito erótico.
Dinero, fama y poder están unidos por múltiples relaciones, pero en todo caso el dinero es un medio universal con el que se espera conseguir sexo y otros placeres, e incluso fama y poder. De ahí que sean irresistibles los impulsos a conseguir dinero para consumir, para gustar y para dominar.
Esto genera una gran mayoría de perdedores alejados de la riqueza, pero para ellos queda una última esperanza, queda la lotería, que no indaga cualidades y es la última trinchera, sobre todo una vez que la cuantía de los premios es muy grande.
El papel de la lotería en nuestra sociedad es crucial porque mantiene la esperanza en quienes carecen de cualquier otra expectativa de ascenso, es decir, en la mayoría de la población. Si desapareciera, nuestro orden social se vería afectado por una oleada de frustración que podría hacerse destructora a corto plazo. Puede afirmarse que la lotería es uno de los dos puntales fundamentales del sistema capitalista. El otro es la publicidad, que acelera la rueda de producción y consumo.
EL RESULTADO INEVITABLE
1. Desafortunadamente estas fuentes de sentido tienen severas contraindicaciones.
Las religiones monoteístas llevan dentro la idea de un Bien absoluto (dios) enfrentado a un Mal absoluto (el pecado), maniqueísmo teológico que es, en el fondo, un ingrediente del fascismo psicológico tan presente en la Biblia.
2. La publicidad sobre el sexo y el amor es insidiosa con todos, pero especialmente con las mujeres, a quienes seduce para que acepten más intensamente su papel de objeto sexual, pero ahora ya saltando por encima de edades y condiciones personales, o incluso disfrazado tal papel de eso que llaman empoderamiento. La consecuencia es una inevitable frustración que ha de ir creciendo al paso de los años.
Igual de perverso es que, en nombre de la libertad de mercado, una pornografía burda, disponible en Internet para cualquier edad, se haya convertido en una escuela de machismo agresivo en la que se inician los jóvenes de ambos sexos a edad temprana.
3. El consumismo compulsivo, que alivia con frecuencia la ansiedad, es una especie de fetichismo que beneficia a fabricantes y vendedores, pero que no refleja necesidades y utilidades sociales, más bien insatisfacciones que no pueden ser resueltas por esta vía, tan sólo momentáneamente aplacadas. Y cuando no hay suficiente dinero el consumismo se convierte en deseo frustrado de consumo.
4. La esperanza de salir de la pobreza mediante un golpe de suerte va decayendo conforme pasan los años y el gran premio no aparece.
El fracaso de estos remedios no puede tener otro efecto que un alto grado de frustración y de resentimiento, y como consecuencia una violencia que se cuela por donde puede. Resulta por otra parte muy fácil conseguir que gentes ignorantes, resentidas y escasas de empatía identifiquen el Mal (merecedor de todo castigo) con ateos, feministas, comunistas, homosexuales, inmigrantes, separatistas, musulmanes, etc. Es decir, resulta muy fácil convertir el fascismo psicológico en fascismo político, y eso es algo que realizan las oligarquías dominantes cuando les conviene, mediante el apoyo económico y mediático a partidos fascistas, que ahí están por si en algún momento hiciera falta pasar de la dominación consentida a la dominación violenta.
Este es el ambiente en que vive, se reproduce y se socializa la mayoría de la población y en el que hay que librar la batalla ideológica.
EL EJÉRCITO CONSERVADOR
En las sociedades capitalistas hay dos poderes, uno privado, el Poder económico, y otro público, el poder político.
Las leyes que regulan la economía de mercado, decididas inicialmente por las burguesías del momento, han venido determinando un continuo trasvase de dinero de la mayoría a una minoría de potentados. Esta minoría sigue controlando el poder político y sigue inspirando leyes que mantienen y aumentan ese trasvase, pues su riqueza permite no sólo poner en pie medios de comunicación influyentes (periódicos, televisiones, radios), sino atraer a su servicio a los más efectivos comunicadores, tertulianos, teóricos y expertos. Y además contribuir decisivamente a la financiación y apoyo mediático de los partidos encargados de defender los intereses capitalistas. Y destruir o neutralizar a cualquier medio, partido o instrumento progresista que intente defender el interés popular.
Los partidos conservadores pugnan entre sí por conseguir un poder político que se traduce en preeminencias, cargos, sueldos, honores e importancia social, pero que exige un compromiso: actuar dentro de la lógica del sistema, que es rígida por lo que respecta a dos cuestiones:
la legislación económica (bajo la que se realiza el citado trasvase de dinero) y la legitimación ideológica del sistema explotador.
Por lo que respecta a otras cuestiones las exigencias del Poder económico son en cambio mínimas: el laicismo del Estado, la forma monárquica o republicana, y también cuestiones de moral social, como el respeto a los colectivos LGTBI, la condena a la xenofobia, etc., son espacios en los que el Poder económico permite a los partidos que se diferencien cuanto quieran (tanto, por ejemplo, como se diferencian PSOE y Vox).
He aquí el juego de la democracia.
EL DOMINIO DE LA MENTIRA
1. Puesto que los partidos conservadores están obligados a políticas que perjudican a la mayoría de la población, y puesto que la moral pública considera que explotar al prójimo es algo malo, los líderes conservadores han de tener, además de gancho electoral, capacidad sobre todo para, mientras mienten, hacer creer que mueren por la verdad, mientras actúan a favor de los poderosos hacer creer que luchan por el pueblo. Es decir, las dos cualidades que garantizan el éxito del político conservador son la de atraer el voto de la gente y la de mentir sin pestañear. La mentira es necesariamente el estado de naturaleza de la derecha conservadora, único medio de disimular que el móvil de sus acciones es favorecer la dominación y explotación de una mayoría por una minoría.
Se miente por acción, afirmando algo a sabiendas de que es falso, y por omisión, callando algo que debería ser dicho por exigencia de la lógica de la situación. En definitiva, callando todo aquello que, si fuera dicho, invalidaría las mentiras activas.
2. Las mentiras básicas son éstas:
Que la economía capitalista es la única compatible con la libertad, la democracia y el crecimiento, mentira reiterada en muchos de los tratados de economía que se presentan como científicos, y luego repetida por infinitos voceros.
Que tenemos la suerte y podemos enorgullecernos de vivir en la parte del mundo en que impera la democracia plena que respeta los derechos humanos y da igualdad de oportunidades a todos, y en la que quien se esfuerza puede llegar tan lejos como las circunstancias y la suerte (que son neutrales) le permitan.
Que la riqueza es algo muy deseable y que si se ha conseguido con respeto a las leyes sólo es criticable por envidiosos y resentidos.
Que la riqueza de unos pocos, así sea enorme, no hace mal a nadie, pues, por el contrario, los ricos crean riqueza y puestos de trabajo mediante sus inversiones, y con ello favorecen a todos los demás; o dicho de otro modo: que la vida de los pobres sería mucho peor si no hubiera ricos o si los ricos fueran menos ricos.
Que la privatización de empresas públicas, o al menos la cooperación público-privado, es más beneficiosa que la actividad meramente pública.
Que reducir los impuestos es algo bueno y subirlos es algo malo.
Que quien se opone a estas ideas es un antisistema, populista y extremista, del que sólo se pueden esperar males sociales.
Que el comunismo equivale a falta de libertad, crimen, transgresión de los derechos humanos, totalitarismo y pobreza.
Estas ideas se afirman expresamente, pero están con mayor frecuencia implícitas en otras ideas que se dan por indiscutibles, y configuran lo que podríamos llamar La Gran Mentira para diferenciarla de mentiras locales y bulos.
La Gran Mentira se defiende como pensamiento único de distintas formas, ya que, puesto que la población no es ideológicamente uniforme, los argumentos engañosos tampoco deben serlo, han de adquirir formas distintas, desde los niveles más altos de teoría a los más bajos de cotilleo. Ello requiere medios adecuados a los distintos tipos de población, desde las gentes más rudas e ignorantes a las que exigen argumentos de aparente racionalidad, medios panfletarios que acuden a bulos sin siquiera disculparse cuando son desmentidos, y medios para las gentes de exquisita moral socialdemócrata. Para estas últimas funcionan, por ejemplo, El País y la SER con sus comunicadores estrella, cuyos servicios son pagados generosamente por haber conseguido imagen pública de honradez y sentido crítico. Su valor ideológico radica en que nunca dirigirán sus críticas hacia objetos prohibidos, lo que significa que, si tales objetos no son criticados, es que son respetables.
En cuanto a los partidos, no son lo mismo las mentiras del PP y Vox (muchas veces consistentes en negar hechos ciertos o en inventar y propalar falsedades), que las del PSOE, consistentes con mayor frecuencia en omisiones, silencios o disimulos.
3. En principio parece evidente que cualquier partido que quiera luchar por una sociedad igualitaria y democrática tiene como tarea imprescindible criticar las ideas que constituyen la Gran Mentira y defender verdades contrarias, básicamente éstas:
-Que la riqueza del país es la que es, y que si una minoría se lleva la mayor parte sólo queda la parte menor para todos los demás. Es decir, que hay una relación causal entre riqueza y pobreza, que hay ricos porque hay pobres y hay pobres porque hay ricos.
-Que no existe fundamento racional o ético que justifique la riqueza privada sin límites. El mercado como mecanismo distribuidor de la riqueza social queda desacreditado por el continuo espectáculo de sus efectos criminales.
-Que la riqueza de los ricos no beneficia a los demás. Gran parte de ella se dedica a la especulación, al chantaje y a la corrupción, y otra parte a inversiones que facilitan una mayor explotación a favor del rico. Crear puestos de trabajo no es algo que agradecer al rico, pues esos puestos forman parte de la trama explotadora. Si el dinero del rico estuviera en manos del Estado podría emplearse de mejor manera y crearía más puestos de trabajo, mejor pagados y más favorables al bien colectivo. Por ejemplo en educación, sanidad y servicios sociales. Y serían públicas las empresas que se ocupan de cosas necesarias para todos: energía, agua, banca, comunicaciones, plataformas digitales, etc.
-Que para que la democracia sea posible es necesario poner un límite a la riqueza privada, única forma de evitar que ésta suplante al pueblo en la toma decisiones políticas. De lo que se sigue que ni existe ni ha existido país democrático, y que nosotros vivimos en una plutocracia disfrazada.
-Que la Declaración Universal de Derechos Humanos fue redactada por gobiernos capitalistas como forma de blanquear los intereses de las oligarquías, y que por tanto no es respetable. No considera el derecho humano básico y fundamento de los restantes: la justa distribución de la riqueza social, y ampara supuestos derechos (el derecho a una riqueza a la que no se pone límite, el derecho a levantar imperios mediáticos y el derecho a una enseñanza privada de élite) que garantizan la persistencia del poder de los ricos.
4. Sin duda la ventaja de la derecha en la tarea de imponer ideas es que tiene ya el trabajo casi hecho, pues se trata de afianzar a la mayoría de la población en la ideología con la que ha sido fabricada.
La tarea de la izquierda es más difícil, sí, pero sorprende que ni siquiera se intente acometer. ¿Han oído ustedes a los partidos de izquierdas defender las anteriores verdades con el requerido énfasis y con la necesaria insistencia? El miedo los paraliza. Cierto que a veces se aventura que España no es una democracia plena, pero sólo se alegan defectos puntuales, lo que da a entender que si se resolvieran esos defectos sí sería democracia. Cierto que a veces se dice algo contra la propiedad privada de los medios de comunicación, pero se hace hincapié en lo mucho que mienten algunos, lo que da a entender que quedarían legitimados si abandonaran la mentira activa. Y respecto a los ricos, sólo se ve mal que no paguen religiosamente los escasos impuestos a que les obligan las leyes que ellos mismos inspiran.
Supongamos que hubiera una izquierda valiente, dispuesta a no eludir la verdad. En tal caso se encontraría con las acometidas brutales que recibiría de los medios amaestrados. Con eso hay que contar.
Pero es que además divulgar ciertas verdades ofrece dificultades, porque son contrarias al “sentido común” y a los afectos con que ha sido fabricada una gran parte de la población de damnificados, que tienen razones para rebelarse, pero que no lo hacen por falta de conciencia de su situación y del entorno político que los condena.
No cabe mucho éxito si no se tienen en cuenta los procesos que se ponen en marcha en las distintas clases de destinatarios cuando la información es disonante respecto a sus estructuras cognitivas y afectivas, problemas que no se solucionan poniéndose en manos de gurús de la mercadotecnia como el Iván Redondo al que Pablo Iglesias echaba de menos.
Este es el punto de partida para una reflexión sobre el qué hacer de la izquierda, que aplazo a la próxima entrada.