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FASCISMO PSICOLÓGICO Y FASCISMO POLÍTICO

Se discute si el nombre adecuado para ciertas formaciones políticas es “ultraderecha”, “extrema derecha”, “postfascismo”, “neofascismo” o simplemente “fascismo”. Pero la cuestión no es de nombres, sino de definiciones. No hay razones de peso para decir que la palabra “fascismo” debe quedar limitada a un periodo histórico, salvo que fascismo se defina de una manera restrictiva.

Desde la tendencia errónea a considerar que las ideas socio-políticas forman un sistema independiente, se tiene por fascista al que habla a favor del fascismo como fuerza política, al que asiente a valoraciones típicamente fascistas (racistas, xenófobas), al que vota a un partido fascista, milita en él o ataca violentamente a enemigos políticos.

Ahora bien, creo que al definir este término no sólo hay que tener en cuenta su sentido político, hay primero que aclarar su sentido psicológico. Pues sólo comprendiendo qué es el fascismo psicológico se puede entender el político.

Antonio Elorza (que militó en el partido comunista, participó en la fundación de Izquierda Unida y acabó declarándose un «simpatizante legitimador» de la UPyD de Rosa Díez) afirma que los ingredientes que dan forma a la mentalidad totalitaria son: a) una ideología simple y maniquea que permite la designación del otro como enemigo; b) la formación de un grupo altamente cohesionado, en torno a unos signos identitarios; c) la existencia de un líder carismático, que fija los objetivos de la acción y detenta los mecanismos de control y vigilancia; d) la pretensión de ser reconocidos como únicos representantes legítimos de su colectivo; y e) el recurso a la violencia -física, verbal- para eliminar a opositores y disidentes.

Esta descripción, salvo por el primer ingrediente, no designa tanto los rasgos de una mentalidad como los de una militancia. Es por otra parte tramposa.

¿ADVERSARIOS O ENEMIGOS?

Vayamos al ingrediente de ideología simple y maniquea que permite la designación del otro como enemigo.

El pensamiento conservador ve muy mal que se considere enemigo al adversario político. Se cita peyorativamente a Carl Schmitt porque sólo concibía la política en términos de amigos y enemigos, y dado que era filonazi, queda demostrado que concebir así la política implica una mentalidad totalitaria. De lo que se sigue que el marxismo es una teoría totalitaria, puesto que concibe la política en términos de amigos y enemigos en lucha (lucha de clases).

De esta manera, de un plumazo, con una mera frase valorativa, se condena a quien habla de lucha de clases y se ensalza la “democracia” burguesa, que no concibe intereses irreconciliables, sino diferentes, a los que el diálogo racional y la negociación pueden hacer relativamente compatibles.

Ahora bien, quien no esté al servicio de la tergiversación y se mantenga mentalmente libre, constatará una y otra vez que la izquierda anticapitalista que demuestre alguna eficacia tiene como enemigo irreconciliable al Poder económico y su legión de servidores académicos, burocráticos, mediáticos y políticos.

Es razonable que los pro-sistema no se consideren entre ellos enemigos, sino adversarios, pero ellos mismos no consideran adversarios a los antisistema, sino enemigos. Quienes explotan y dominan a las mayorías son enemigos (y si llega el caso enemigos a muerte) de quienes se oponen con alguna fuerza a la explotación y dominación.

Esta visión realista e incontestable molesta naturalmente a todos aquellos que comenzaron en la izquierda y acabaron en la socialdemocracia o más a la derecha. Están muy interesados en difundir, desde cátedras y medios, que la democracia ha sustituido a los intereses de clase irreconciliables.

FASCISMO PSICOLÓGICO

Volviendo a la descripción de Elorza. Para caracterizar la mentalidad fascista no vale hablar de maniqueísmo, ya que, por lo que acabo de decir, un maniqueismo realista es muy razonable. Hay que dotar a ese maniqueísmo de un carácter sacro.

Según yo lo entiendo, son tres los rasgos que definen el fascismo psicológico: maniqueísmo teológico, un grado suficiente de resentimiento y ausencia de empatía.

Maniqueísmo teológico

1. Con este término me refiero a la concepción del mundo que define un Bien Absoluto amenazado y un Mal Absoluto amenazante.

No consiste en ver a otros como enemigos, algo muy natural cuando tienes enfrente a enemigos. Es el carácter absoluto del Bien (siempre propio) y del Mal amenazante (siempre ajeno) lo que justifica y exige destruir a los partidarios del Mal y causarles el mayor de los daños a tenor de su infinita culpa.

El maniqueísmo teológico es muy natural en los pueblos monoteístas educados en los valores de la Biblia. Este “libro sagrado” sigue sirviendo hoy para socializar a nuevos fieles, que aprenden la exaltación del poder absoluto y arbitrario, la venganza y el aniquilamiento del enemigo. Del dios terrible de la biblia (ejemplo ideal para el fascista ideal) festejan sus fieles no sólo el racismo a favor del pueblo elegido, sino la facilidad con que produce los mayores genocidios imaginables (acabar con toda la humanidad salvo la familia de Noé, destruir Sodoma y Gomorra, matar a todos los primogénitos de Egipto para hacer una demostración de poder, ordenar a Saúl que mate a los amalecitas “sin compasión, hombres y mujeres, niños y recién nacidos”, y que destruya por completo todo lo que les pertenezca, toros y ovejas, camellos y asnos). Con estos antecedentes es natural que las religiones del Libro Sagrado (judíos, musulmanes, cristianos) dispongan de suficientes argumentos para justificar cualquier acción exterminadora.

La historia está llena de terribles ejemplos y ahora basta el de los judíos integristas, convencidos de que los palestinos son usurpadores de la tierra que dios donó a Israel y por tanto merecedores del trato que reciben. O el fanatismo de esos católicos que, creyendo a pies juntillas la afirmación eclesiástica de que un óvulo recién fecundado es una persona, llaman asesinos a quienes defienden la despenalización del aborto y lo hacen con tanta santa indignación que cabría esperar lo peor si lo peor estuviera en sus manos (de hecho en EE UU ha habido atentados con bombas a clínicas abortivas).

Hay que añadir que esta concepción religiosa ha llegado a conformar a tal punto la cultura occidental que no hace falta tener creencias religiosas para participar del maniqueísmo teológico. La religiosidad adquiere un estilo laico en algunos nacionalistas, ecologistas o revolucionarios, y está presente en los más variados discursos de la vida cotidiana, sobre todo en los morales y políticos. Cabe ser ateo y aplicar el maniqueísmo teológico a temas de raza, etnia, nación, ideología, incluso deportivos.

2. La diferencia entre el fascismo político y el psicológico se aprecia en el hecho de que se puede ser antinazi político y fascista psicológico. Dado que en EE UU el nazismo se relaciona con el antisemitismo, con los horrores de la política hitleriana y con el enemigo vencido en la guerra, muchos americanos se sienten antifascistas porque son antinazis, pero repiten pautas fascistas respecto a colectivos que no son judíos y pueden hacerlo sin estar afiliados a partido político alguno. Simplemente, están convencidos de que EE UU es un abnegado y desinteresado defensor del Bien, haga lo que haga contra los perversos representantes del Mal.

Alto nivel de resentimiento

El segundo rasgo es un alto nivel de resentimiento, que puede derivar de diferentes causas:

1. Una es el fracaso social que viven las muchas personas que no despegan del paro, la precariedad laboral o los salarios bajos, incapaces por ello de encarar el futuro con optimismo.

2. Otra causa depende del primer rasgo, es decir de la percepción de cómo el Mal se extiende y predomina sobre el Bien. Quienes creen que su religión, su etnia o su nación están siendo objeto de un ataque insoportable es natural que experimenten un resentimiento fuerte contra los perversos. Dado que esta causa no depende del fracaso social, puede afectar a personas de éxito.

3. Finalmente, puede generar frustración y resentimiento una inadecuada teoría del «yo» generadora de expectativas excesivas.

Estas dos últimas causas explican que se pueda conciliar fascismo y racionalidad, como ocurrió en los casos de Nietzsche, Frege, Heidegger o Peirce. Dummet experimentó una amarga decepción al haber descubierto en un fragmento inédito de un diario de Frege que éste, ejemplo de teórico “absolutamente racional”, era un hombre de extrema derecha, violentamente antidemocrático y antisemita, una especie de precursor del hitlerismo; y confesó que este descubrimiento le hizo aprender algo más “sobre los seres humanos… y acaso también sobre Europa”.

Falta de empatía o empatía selectiva

La falta de empatía se sigue de la profusión en nuestras sociedades de estructuras afectivas introvertidas o mal dispuestas hacia los otros. En muchos casos hay en el sujeto una empatía selectiva que se agota en el entorno próximo, o que se interrumpe respecto a ciertos colectivos.

Ocurre esto último como efecto del maniqueísmo teológico, pues el sujeto capaz de empatía puede suspenderla respecto a los “otros” deshumanizados, a los practicantes del Mal. Puede alguien sentir simpatía o compasión por los humanos en general, pero no sentirla hacia aquellos que se le presentan como carentes de todo rasgo de humanidad.

El odio como consecuencia

Podemos distinguir entre un odio empírico y un odio conceptual. El primero se sigue de la experiencia propia. Se odia a quien está haciendo daño y precisamente porque está haciendo daño. Es natural que odie a otros el que conoció desde niño el sufrimiento infligido por los que trataban con él.

En cambio el odio conceptual requiere la mediación de una teoría. En este sentido el maniqueísmo teológico es, en el fondo, un ingrediente básico del odio conceptual.

Impulsa a odiar a un colectivo sin motivos empíricos que lo justifiquen, bastando una cobertura ideológica que está disponible en formas variadas y contra muy diversas clases de “otros”.

La necesidad de un chivo espiatorio (inmigrante, comunista, separatista, judío, homosexual, da igual) aparece facilitada por la ignorancia. No sólo es fácil hacer creer al ignorante que la gente que inmigra de otros países viene a empeorar las condiciones laborales, a apoderarse de parte de lo que nos corresponde y, encima, a desvirtuar nuestras costumbres (nuestra manera nacional de ser), sino que incluso es fácil conseguir que muchos explotados odien al comunista que intenta beneficiarlos, una vez convencidos de que el comunismo es el Mal.

EL CAPITALISMO COMO GENERADOR DE FASCISMO PSICOLÓGICO

No deberíamos confundir el fascismo psicológico con el político: no sólo el primero sustenta al segundo, sino que un votante de partido de extrema derecha es menos peligroso, si no es fascista psicológico, que uno que lo sea aun cuando vote a un partido no fascista. Alguien benévolo que siente indignación por la injusticia puede, por ignorancia, dejarse seducir por el discurso de un partido de extrema derecha.

Desgraciadamente, los ingredientes del fascismo psicológico proliferan en las sociedades capitalistas.

El maniqueísmo teológico está generosamente servido allí donde la Biblia ha sido un libro educador, sea directa sea indirectamente.

Cierto que este ingrediente no es un producto del capitalismo y cierto también que nuestra tradición cultural ha producido antídotos como el relativismo, el igualitarismo que amplía el «nosotros» a los límites de la humanidad, la crítica basada en el conocimiento científico y el sentido del humor reflexivo. Pero, por una parte, en las sociedades capitalistas, en las que el Poder utiliza la religión como elemento legitimador, no se va a hacer nada por ir reduciendo aquel maniqueísmo, por el contrario se promueve. Y por otra parte los valores culturales antidogmáticos exigen un desarrollo intelectual y vital que el capitalismo impide. Cuando en nuestra sociedad se propaga el relativismo no es como actitud antidogmática, sino como dogma, el dogma posmoderno del “todo vale lo mismo”, que se utiliza para tachar de dogmática a toda pretensión de descripción objetiva de la realidad.

En cuanto al resentimiento recordemos que la lógica capitalista, basada en la competencia, otorga a unos pocos riqueza (y por tanto poder) y a muchos pobreza (y por tanto sumisión). Culmina por tanto en el éxito de pocos y el fracaso (relativo) de casi todos, pues todos desean pertenecer a una élite cuyos privilegios no son generalizables y a la que, en consecuencia, casi ninguno llegará.

Esto se agrava merced a una globalización hecha a la medida de los intereses del capital, que crea paro e inseguridad laboral en los países ricos por deslocalización de empresas y aumenta la pobreza de países pobres, cuyas poblaciones emigran hacia la UE y América del Norte despertando el miedo en los los trabajadores blancos varones.

Un efecto es la búsqueda de chivos expiatorios para explicar y vengar las múltiples inseguridades inscritas en sociedades que no pueden proporcionar una vida moralmente confortable a sus poblaciones.

El odio contra esos chivos espiatorios se ve facilitado por una ausencia de empatía muy extendida en una sociedad que ensalza el egoísmo individualista, la banalidad (tanto se es como se tiene y consume) y el miedo al otro.

En Socialismo para una época de escepticismo comentaba Miliband que muchos conflictos que parecen de raza, sexo, etnia o religión tienen su origen en el antagonismo de capital/trabajo, aunque no lo parece.

Añadase a esto que en nuestros países se dan dos procesos complementarios: un exceso de información falsa e interesada, promovida por los medios que actúan como instrumento del capital, y una incapacidad generalizada para procesarla de manera crítica.

La ignorancia de las masas occidentales no es una característica innata e inevitable, sino causada por el sistema social. Se debe a que la educación está limitada a preparar a la mayoría para el mercado y a una minoría para el control técnico e ideológico de la población.

En realidad cualquier versión del capitalismo (no solo la neoliberal, también la socialdemócrata) tiene dos funciones principales, una muy aparente, el reparto desigual de la riqueza, y otra más profunda, la interesada fabricación de las mentes tanto en su estructura afectiva como en sus capacidades intelectuales. Ambas funciones se complementan: no podría sobrevivir un sistema que explota a la mayoría si esa mayoría tuviera un alto desarrollo mental y afectivo.

De manera que en nuestras sociedades hay masas sometidas a una forma de vida que genera un nivel de frustración y resentimiento muy alto, y muy susceptibles, por su ignorancia, de dejarse engañar cuando se les señala a los culpables.

Esta es la relación entre capitalismo y fascismo más peligrosa y amenazadora.

Lo dicho no significa que el capitalismo sea una condición necesaria para el fascismo, sino sólo, y no es poco, que es una condición suficiente. El capitalismo está fatalmente abocado a fabricar grandes masas de fascistas psicológicos, potenciales fascistas políticos.

FASCISMO PSICOLÓGICO E IZQUIERDA

Aunque el fascismo psicológico es propenso a cristalizar en la extrema derecha, puede darse también en la izquierda según la caracterización que acabo de hacer.

Si alguien de izquierda tiene muy claro quién es el enemigo de clase, y con buen sentido no lo considera adversario político, sino enemigo, ¿puede al mismo tiempo librarse del fascismo psicológico?

Sí, siempre que sustituya el odio al pecador por la comprensión del enemigo basada en el análisis científico. No tiene sentido insultar ni despreciar al fascista, sino comprender la lógica social que reparte los distintos papeles.

Si alguien tiene la suerte de estar ejecutando un papel caracterizado por la racionalidad y la empatía debe sentirse contento y comprender que no es un mérito propio, sino una consecuencia de procesos sociales. Y que han tenido peor suerte aquellos a quienes han correspondido papeles de irracionalidad y odio.

A éstos se los debe tratar como posibles interlocutores, explicándoles (con datos, buena teoría y apelaciones a la bonhomía y a la compasión) por qué es beneficioso para todos el programa político de la izquierda anticapitalista. Claro que la interlocución es imposible con quienes se niegan al diálogo racional, pero eso no quiere decir que el esfuerzo sea estéril. Pues la tarea principal e imprescindible no es tanto convencer a los enemigos irreductibles como abrir los ojos a otros muchos que tal vez, sin esa amable pedagogía, estarían condenados a engrosar las filas fascistas.

Sustituir los razonamientos por desprecios e insultos sólo produce autodegradación. Menos aún es aceptable la violencia contra el enemigo, salvo que sea meramente defensiva y proporcionada. Esperemos que nunca nos sea necesaria.

Nada hay tan lejano al fascismo picológico como el intento marxista de explicar científicamente los procesos sociales desde una actitud de compasión por los dominados y explotados y de comprensión científica de los procesos sociales, y por tanto del papel de los explotadores y dominadores.

Ni que decir tiene que la explicación de estos procesos debe además llevar a la acción sobre las raíces sociales que nutren la planta del fascismo.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

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