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CINCO REFLEXIONES EN TORNO A LA RIQUEZA PRIVADA (20 de febrero de 2014)

DATOS

Según el informe de Oxfam Intermón publicado el 20 de enero, 210 personas se incorporaron durante el pasado año  al club de los que superan los mil millones de fortuna. Este grupo está formado por 1.426 personas en el mundo, cuya riqueza conjunta asciende a 5,4 billones de dólares.

Las 85 personas más ricas del mundo suman tanto dinero como los 3.570 millones de pobres del mundo. El 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta, mientras que el 70% más pobre (más de 3.000 millones de adultos) sólo cuenta con el 3%. La fortuna conjunta de las 10 personas más ricas de Europa supera el coste total de las medidas de estímulo aplicadas en la Unión Europea entre 2008 y 2010 (217.000 millones de euros frente a 200.000 millones de euros). En Estados Unidos el 10% de los más ricos concentran el 54,4 % de la renta del país (más de la mitad, el porcentaje más elevado desde la Primera Guerra Mundial). El mexicano Carlos Slim, considerado el más rico del mundo, podría pagar los salarios anuales de 440.000 mexicanos con los ingresos que genera su riqueza.

Se puede decir que la riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. Pero según el premio nobel de economía Paul Krugman el “1%” abarca a demasiada gente: la mayoría de los beneficios del 1% superior van a parar de hecho a una élite aún más reducida, el 0,1% en lo más alto. Para mayor escándalo: una gran parte de la riqueza de los ricos (se calcula que 18,5 billones de dólares) está no registrada y en paraísos fiscales.

La crisis, que ha perjudicado a tantos millones de personas, ha favorecido a los ricos. Siete de cada diez personas en todo el mundo viven en países donde la desigualdad se ha incrementado. Las 300 personas más ricas del mundo añadieron durante 2013 un total de 524.000 millones de dólares a sus fortunas. Prácticamente en todos los países (excepto Colombia y los Países Bajos) el porcentaje del total de ingresos que está en manos del percentil más rico ha aumentado. En Estados Unidos el 1% más rico ha acaparado el 95% del crecimiento económico entre 2009 y 2011, mientras que el 90% con menos recursos se ha empobrecido en este período. E incluso en países más igualitarios como Suecia y Noruega, la participación en la renta del 1% más rico de la población se ha incrementado en más del 50%.

Recordemos que hay una relación causal entre riqueza y pobreza: si una minoría se lleva una parte desproporcionadamente grande de la tarta, para la mayoría sólo queda una parte desproporcionadamente pequeña (y eso es lo que revelan los datos citados).

A cualquier persona razonable le sorprenderá que a estas alturas se atreva alguien a defender esta distribución de la riqueza. Pero los defensores existen.

¿ODIAMOS A LOS RICOS?

Voy a fijarme en un argumento indirecto (defender deslegitimando a quienes atacan) expuesto por Jesús Andreu en El País de 23 de noviembre pasado bajo el título ¿Por qué odiamos a los ricos?

“Aunque resulte chocante decirlo en tiempos de crisis –comienza diciendo-, en las sociedades libres la riqueza se ha democratizado y el número de grandes fortunas, antaño reservadas a unos pocos, es cada vez mayor; lejos quedan los tiempos en que figuras como la de Howard Hughes se contaban con los dedos de una mano. Además, pese a que a menudo no sea suficiente con el tesón, en la actualidad el origen social no resulta tan determinante para, como dicen los anglosajones, “hacer dinero”. Menos aún en un mundo en constante mutación en el que hay que actualizarse continuamente en cualquier ámbito: innovar o morir.”

¿Verdad que resulta impresionante leer esto cuando se conocen datos como los publicados por Oxfam Intermón? Seguramente el señor Andreu considera que el aumento de milmillonarios (¡1426 personas en el mundo!) es una democratización de la riqueza.

“Pero no por ello –sigue diciendo- ha desaparecido la animadversión que despiertan los ricos y que ha repuntado en un ambiente de recesión. Para explicar este sentimiento hay quien apunta al recurso fácil de la envidia como gran vicio nacional, como una pulsión inherente al ser humano y casi un aliento vital en el “ser humano español”. Sin embargo, me parece mucho más racional utilizar un enfoque histórico-cultural y acudir a factores ideológicos y religiosos para entender el fenómeno.”

Nos anuncia el señor Andreu que, para rastrear las posibles causas del odio a quienes labran su fortuna con esfuerzo, va a hacer un análisis histórico desde el antiguo Régimen a la Modernidad. Lo hace rapidito, en pocas líneas, y lo que saca en limpio es que en países de tradición católica, como el nuestro, pesa aún la moral que se desprende de la doctrina de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

Apela luego a una investigación de la Fundación BBVA, según la cual el 78% de los españoles piensan que el Estado debe controlar los beneficios bancarios y el 65% creen que ha de mantener los precios bajo control. El hecho de que esos porcentajes sean mayores que en el resto de Europa le da pie para denunciar la pervivencia en España de un fuerte “estatismo” a derecha e izquierda del espectro ideológico y una especie de miedo a la libertad.

Conclusión: en España se odia al rico a causa de la moral católica, la pervivencia del estatismo y el miedo a la libertad.

Este artículo sorprende no sólo por su desinhibición, sino porque la Fundación Carolina, de la que el señor Andreu es director, es una institución mixta público-privada española que se dice creada para promover las relaciones culturales y la cooperación en materia educativa y científica entre España y otros países. En contradicción con estos propósitos el señor Andreu sustituye el análisis científico por lugares comunes, y lo hace para llegar a una conclusión antisocial y por tanto antieducativa. ¡Madre mía, en qué manos está todo!

MÁS ARGUMENTOS CONSERVADORES

Hay otra forma indirecta de defender el actual reparto de la riqueza, que consiste en acusar de demagogia y populismo a quien lo critica (fingiendo al mismo tiempo escándalo, como si se estuviera oyendo algo insoportable). Pero hay también formas más directas:

Una de las más empleadas consiste en aquello de que la riqueza motiva a los más emprendedores y ello hace que la economía sea más eficaz y que termine así beneficiando a todos. Pero, como el sentido común indica y los hechos corroboran una y otra vez, no es cierto que una distribución injusta redunde en beneficio colectivo, y sí es en cambio cierto (está cada vez más claro, no podía ser de otra forma) que redunda en perjuicio de la mayoría. Además ¿por qué se supone que el sistema sería menos eficaz si hubiera un reparto más equitativo? Por todo lo que sabemos se puede afirmar justamente lo contrario: con un reparto más equitativo no sólo aumentaría el beneficio de la mayoría sino también su motivación y por tanto la eficacia económica. Algunos niegan esto apelando, como prueba definitiva, a lo que ocurrió en la URSS. Al parecer imaginan que un reparto más equitativo obligaría a repetir lo que allí se hizo. Pobreza de imaginación.

Otro argumento (este muy ramplón) dice que el que obtiene riquezas es por su mérito y que el pobre lo es por su culpa. Aceptemos el mérito de quien hereda una inmensa fortuna, o del que obtiene ganancias excepcionales especulando en bolsa, y reconozcamos la mucha culpa de quien busca trabajo y no lo encuentra. Pero esto aparte ¿dónde colocar la relación entre mérito y premio económico? Si nos encontramos con una profesora de música, un investigador o una médica de familia que son profesionales ejemplares y de gran mérito, ¿qué parte de la riqueza social les damos? Supongamos que alguien tiene mucho mérito vendiendo por todo el mundo la mercancía superflua que produce. ¿Le da ello derecho a obtener miles de millones de euros mientras la profesora de música, el investigador o la médica de familia reciben lo que vienen recibiendo?

¡Claro que sí!, dirán los que apelan a otro argumento torpe, pero defendido al más alto nivel académico por el ético recientemente fallecido Robert Nozick y sus seguidores: cada cual es dueño de lo que ha ganado honradamente, es decir, sin infringir las leyes. Y las leyes, para que sean justas, para que no sean expropiatorias, tienen que respetar el resultado del mercado. Es propio de cada sujeto económico lo que el mercado le otorga, y tratar de disminuirlo mediante impuestos es un robo. En el mercado vendedores y compradores ejercen su voluntad libre. Si yo, vendiendo lo que produzco, o comprando y vendiendo en bolsa, obtengo 50.000 millones de euros, son míos y nadie tiene derecho a tocarlos. A esto se añade que cada cual puede hacer con lo suyo lo que quiera. De manera que los grandes emolumentos del sector privado son un asunto en el que no debe meter las narices el Estado, pues sólo compete a los propietarios de las empresas, o sea, a los accionistas.

Este argumento presupone que el mercado es un decisor divino cuyos efectos deben respetarse así sean irracionales e injustos. Pero lo cierto es que el mercado es un simple mecanismo regulador de las actividades económicas, y no el único posible. Si la sociedad, a través de sus leyes, opta por este mecanismo, ha de tener en cuenta sus disfunciones y corregirlas. Son las leyes reguladoras de la propiedad las que deciden cuánto de la riqueza social pasa a unos y otros, cuánto queda en manos privadas y cuánto pasa a manos públicas. Hay leyes razonables y leyes injustas, y son injustas aquellas de las que se sigue un reparto injusto de la riqueza social (por ejemplo, las leyes que ahora nos rigen, las que dan lugar a un reparto como el que reflejan los datos citados al principio). Es cierto que, lamentablemente, los altos emolumentos del sector privado son un tema que sólo compete a los propietarios de las empresas, pero sólo porque nuestras leyes injustas así lo deciden.

Que se argumente con tanta debilidad a favor de una riqueza privada sin límites revela que no hay argumentos mejores, y también hasta qué punto la población está mentalmente inerme, pero lo peor es que si se cambiaran argumentos por silencio no pasaría nada. Da la impresión de que un reparto de la riqueza tan brutalmente injusto no necesita razonamientos que lo justifiquen. La gente acepta como algo muy natural que haya personas riquísimas y al lado pobres de solemnidad. “Es lo que hubo siempre”, parecen pensar, como si se tratara de una ley de la Naturaleza. No es cierto que odiemos a los ricos. La inmensa mayoría los admira y envidia y sueña con llegar a la riqueza. Basta examinar la publicidad de la ONCE, La Primitiva y otras loterías, o lo enternecedoras que resultan esas películas en que chico riquísimo acaba casado con chica afortunadísima.

PROPUESTAS INGENUAS

A raíz del escándalo por el pago de bonus millonarios a directivos del banco UBS, que había sido rescatado por el Estado suizo en 2009, el dirigente de las Juventudes del Partido Socialista David Roth impulsó el pasado año la propuesta denominada 1:12, que pretendía que ningún directivo pueda ganar en un mes más de lo que gana en un año el más modesto de sus empleados (los consejeros delegados de algunas multinacionales y entidades financieras cobran más de 200 veces el salario del trabajador peor pagado según datos recopilados por la organización sindical Travail Suisse). Esta propuesta 1:12 fue apoyada por el Partido Socialista y el Partido Verde, a los que se sumaron algunas formaciones minoritarias de izquierda.

Oxfam Intermón ha aprovechado por su parte el Foro Económico Mundial de Davos para (además de denunciar el secuestro de la democracia en beneficio de las élites económicas) exigir a los asistentes que no utilicen los paraísos fiscales para eludir el pago de impuestos ni en sus propios países ni en otros países en los que invierten y operan; que no utilicen su riqueza para obtener favores políticos que supongan un menoscabo de la voluntad política de sus conciudadanos; que hagan públicas todas las inversiones en empresas y fondos de las que sean titulares efectivos y finales; que respalden una fiscalidad progresiva; que exijan que los gobiernos utilicen su recaudación fiscal para proporcionar a los ciudadanos asistencia sanitaria, educación, protección social universales, así como que aseguren la cooperación y la solidaridad con los más pobres; que todas las empresas que poseen o controlan ofrezcan un salario digno a sus trabajadores; y que los países legislen en esta dirección, fortaleciendo umbrales salariales y derechos laborales; y que exijan a otras élites económicas que también se adhieran a estos compromisos.

Unificación Comunista de España ha hecho una propuesta sobre ingresos referida no a las empresas, sino a toda la sociedad: Nadie con un sueldo inferior a 1.000 euros al mes y nadie con un sueldo por encima de 10.000. Ha añadido a esto medidas contra los recortes y además aumentar los impuestos sobre beneficios de bancos, monopolios y multinacionales; recuperar el impuesto sobre patrimonio y sucesiones; atajar el fraude fiscal de monopolios y multinacionales; e implantar una reforma fiscal progresiva: quien más tiene, que pague más.

Nótese que las propuestas 1:12 y 1:10, aunque aparentemente loables dado el escándalo de los grandes sueldos en los tiempos que corren, son en realidad inocuas, porque aunque esos sueldos se limitaran, quienes acumulan capital no dependen de ellos. Y además quienes los cobran seguirán cobrándolos aunque se limiten por ley. La parte eliminada se añadirá a las generosas gratificaciones en sobres de dinero negro.

Nótese también que las restantes propuestas van en la dirección de eliminar los excesos más desvergonzados del neocapitalismo. Si todas ellas se cumplieran no por ello se habría acabado con la injusticia del capitalismo ni se habría hecho posible el funcionamiento democrático. Seguiría habiendo un cenáculo de poderosos controladores de la riqueza mundial y por tanto de las actividades ideológicas, legislativas y políticas.

LA LIMITACIÓN DE LA RIQUEZA PRIVADA, DERECHO HUMANO BÁSICO

Nunca se insistirá bastante en que es andarse por las ramas no afirmar, una y otra vez, la verdad más elemental de todas, justo aquella que no se menciona y de la que dependen las medias verdades y las medias mentiras con las que se trapichea a diario. Esa verdad es que no podremos llegar a una sociedad sana y democrática si no conseguimos:

1)   Que se ponga un límite razonable a la riqueza privada (ingresos y patrimonio), y un límite equivalente a la pobreza.

2)  Que queden prohibidas las operaciones financieras especulativas y que sean de propiedad pública las empresas llamadas sistémicas (esas, como la gran banca, que se quedan con sus enormes  beneficios cuando los tienen, y cuando entran en quiebra deben ser salvadas con dinero público, porque su caída arrastaría al sistema económico entero).

3)   Que una buena parte de los enormes recursos liberados se dedique a una educación pública, igual para todos, gratuita y obligatoria de los 0 a los 16 años como mínimo, dedicando a la infantil (de 0 a seis años) la mayor atención, única forma de que nos aproximemos a hacer real la igualdad de oportunidades.

4)  Que los medios de comunicación sean de propiedad pública y estén bajo control social. 

Dónde colocar los límites a riqueza y pobreza es discutible, pero para conectar inicialmente con la sensibilidad social se podría establecer, por ejemplo, que nadie ingrese más de 30.000 euros mensuales por todos los conceptos, ni tenga un patrimonio cuyo valor supere los 5 millones de euros. Y que, en correspondencia con ello, ningún trabajador gane menos de 3.000 euros mensuales. Todo lo cual es perfectamente hacedero desde el punto de vista económico si se impone a nivel mundial, que es lo que hay que exigir una y otra vez.

Cierto que el establecimiento de los límites propuestos no eliminaría las desigualdades económicas, pero al menos las disminuiría grandemente (y ello sin que perdieran motivación quienes se mueven sólo por interés económico). Pero sobre todo: la vida pública quedaría libre del poder no democrático que ahora la atenaza y que es incompatible con la democracia. Parte de ese poder es secreto, otra parte ni siquiera se oculta. En Estados Unidos es típica la actividad de los lobbies y en Europa podemos hablar de las intromisiones de la troika en los países en que ha intervenido. Si todo esto se hace a la luz del día, imaginemos qué ocurre en la sombra cuando andan en manos privadas centenares de miles de millones, con los cuales, entre otras cosas, se chantajea a Estados, se controlan mercados, se corrompe a jueces, políticos y legisladores y se financian los medios de comunicación privados.

¿UTOPÍA?

No estoy suponiendo que esta propuesta se pueda realizar ya, más bien creo que, si se intentara, se enfrentaría a una oposición por ahora insalvable. Ni siquiera propuestas más inocuas pueden verse libres de una oposición muy efectiva. Hemos visto que tanto el Ejecutivo suizo (el Consejo Federal) como la patronal y los partidos de centro y derecha pidieron a los ciudadanos que rechazaran la iniciativa 1:12 y que, como anticipaban los sondeos, en el referéndum celebrado el 24 de noviembre pasado sólo el 35% de los votantes suizos estuvo a favor, votando en contra el 65%. Sin duda ha influido en el rechazo que los datos globales de empleo y economía son en Suiza mejores que los de otros países europeos, pero también que algunas grandes empresas habían amenazado con irse del país si la consulta salía adelante. Lo cierto es que la población suiza ha votado mayoritariamente a favor de la actual desigualdad de los sueldos.

Por su parte ni Oxfam Intermón ni Unificación Comunista deben esperar que sus peticiones sean atendidas. Para animarse, Oxfam dice que la “peligrosa tendencia” actual es reversible y que existen ejemplos de ello. Fue el caso de Estados Unidos o Europa tras la II Guerra Mundial, cuando el crecimiento económico se compatibilizó con la reducción de la desigualdad, o el caso de América Latina, donde la brecha ha disminuido significativamente durante la última década gracias a una fiscalidad más progresiva, los servicios públicos, la protección oficial y el empleo digno. Pero un caso se explica porque enfrente estaba la URSS, que ya no está, y el otro porque las diferencias sociales eran en América Latina tan grandes que amenazaban con volverse contra los explotadores. Ahora también puede ocurrir que los poderosos lleguen a la conclusión de que el aumento de desigualdad es peligroso para sus intereses y entonces  tratarán de reducirla a los niveles que tenía antes de la crisis.

Así que, si no pueden salir adelante propuestas inofensivas, hay buenas razones para pensar que propuestas más radicales son utópicas, y ya sabemos que para mucha gente “utópico” es equivalente de “inútil”.

Sin embargo el fracaso cantado no nos debe llevar a creer que la publicación de los datos, la denuncia de la injusticia y la exigencia de reformas verdaderamente sustantivas son una tarea inútil. Se me ocurren estas reflexiones:

Si nos enfrentamos a los problemas del presente, ¿qué razón podemos alegar para callar u ocultar dónde está su causa, o para fingir que está donde no está? Muchos problemas acuciantes (en educación, en economía, en funcionamiento democrático, en cultura) vienen debatiéndose con toda clase de pormenores y a veces con aparente sabiduría, pero siempre sin aludir a la causa última, que no es otra que un orden social que no pone límites sensatos a la riqueza privada. ¿Quién puede decir que no tiene sentido aludir públicamente una y otra vez a esa causa última?

Por otra parte, si los poderosos van a resistir con todas sus fuerzas tanto ante las propuestas débiles de cambio como ante las fuertes, ¿por qué no optar por estas si son las únicas que producirían verdaderos efectos transformadores y por tanto las únicas sensatas? Tema nuestro es exigir lo justo y razonable, oponerse a ello es tema de los otros.

Pero sobre todo: aun cuando nuestra exigencia no sea atendida, su defensa y exposición adecuada puede hacer efectos en la población, al punto que vaya siendo más y más difícil la injusticia extrema en el reparto de la riqueza social. Precisamente la tarea de la izquierda anticapitalista debería consistir en lograr que más y más personas vayan accediendo a un conocimiento que les haga rebeldes a la injusticia. Lástima que por no tener esta tarea entre sus prioridades carezca esa izquierda de medios de comunicación prestigiosos, desde los que difundir conocimiento y oponerse eficazmente a la ideología procapitalista. Por esa desidia el monopolio de la comunicación está en manos de los medios conservadores, dedicados todos ellos a escamotear la cuestión básica, de la que dependen las restantes.

Lo cierto es que a la izquierda anticapitalista con presencia institucional no se la oye, ni siquiera en los momentos que le son más favorables, cuando los hechos vienen a confirmar su teoría de manera muy fuerte. Está callada y metida en su agujero, midiéndolo todo por su calculado éxito o fracaso electoral. Y por lo visto cree que denunciar el capitalismo (y no sólo sus más llamativos excesos) es electoralmente perjudicial. O tal vez no confía en su teoría, salvo para consumo interno. Sin embargo la denuncia del capitalismo, debidamente actualizada, no sólo sigue tan vigente como en tiempos de Marx, sino que es el único discurso políticamente razonable.

A los dirigentes de Izquierda Unida hay que decirles: allá ustedes. Los vientos electorales les son favorables y puede que consigan algunos nuevos cargos para hacer con ellos lo mismo que vienen haciendo con los que ahora tienen. ¿Habrá que darles la enhorabuena?

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

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