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DESIGUALDADES E IGUALDAD (12 de marzo de 2014)

Un artículo de M. Rajoy

En el pasado debate sobre el estado de la nación Alfredo Rubalcaba leyó un párrafo del artículo de M. Rajoy Igualdad humana y modelos de sociedad, publicado en 1983 en el Faro de Vigo, cuando Rajoy era diputado de Alianza Popular en el Parlamento de Galicia. No resisto la tentación de transcribir el artículo entero:

“Uno de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban cualesquiera normas y sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos -cada vez mayores y más progresivos- igualdad de retribuciones… En ellas no se atiende a criterios de eficacia, responsabilidad, capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo permite hacer, es el fin al que se subordinan todos los medios.

Recientemente, Luis Moure Mariño ha publicado un excelente libro, sobre la igualdad humana que paradójicamente lleva por título ‘La desigualdad humana’. Y tal vez por ser un libro “desigual” y no sumarse al coro general, no ha tenido en lo que ahora llaman “medios intelectuales” el eco que merece. Creo que estamos ante uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales, de las doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que son consecuencia de ellas.

Ya en épocas remotas -existen en ese sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de “buena estirpe”, superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas ‘Leyes’ nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual. No sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación.

Cuando en la fecundación se funde el espermatozoide masculino y el óvulo femenino, cada uno de ellos aporta al huevo fecundado -punto de arranque de un nuevo ser humano- sus veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando se producen las biparticiones celulares, se dividen de forma matemática de suerte que las células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la madre: por cada par de cromosomas contenido en las células del cuerpo, uno sólo pasará a la célula generatriz, el paterno o el materno de ahí el mayor o el menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural de hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en el se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas, salud, color de ojos, pelo, corpulencia… hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. Y buena prueba de esa desigualdad originaria es que salvo el supuesto excepcional de los gemelos univitelinos, nunca ha habido dos personas iguales, ni siquiera dos seres que tuvieran la misma figura o la misma voz.

Esta búsqueda de la desigualdad, tiene múltiples manifestaciones: en la afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia de ganar -es ciertamente revelador en este sentido la referencia que hace Moure Mariño al afán del hombre por vencer en una Olimpiada, por batir marcas, récords…-, en la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de premios, honores, condecoraciones, títulos nobiliarios desprovistos de cualquier contrapartida económica… Todo ello constituye demostración matemática de que el hombre no se conforma con su realidad, de que aspira a más, de que busca un mayor bienestar y además un mejor bien ser, de que en definitiva, lucha por desigualarse.

Por eso, todos los modelos desde el comunismo radical hasta el socialismo atenuado, que predican la igualdad de riqueza -porque como con tanta razón apunta Moure Mariño, la de inteligencia, carácter o la física no se pueden “decretar”- y establecen para ello normas como las más arriba citadas, cuya filosofía última, aunque se les quieran dar otro revestimiento, es la de la imposición de la igualdad, son radicalmente contrarias a la esencia misma del hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por ello, aunque se llamen a sí mismos “modelos progresistas”, constituyen un claro atentado al progreso, porque contrarían y suprimen el natural instinto del hombre a desigualarse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a cotas mínimas al privar a los más habituales, a los más capaces, a los más emprendedores… de esta iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria, que es la única igualdad que hasta la fecha de hoy han logrado imponer”.

Hasta aquí el artículo de Rajoy.

Clases bajas, mujeres, negros

La apelación a los genes vale para justificar la pobreza de los de abajo, pero también el sometimiento de las mujeres (que por su naturaleza necesitan ser gobernadas) y de los negros.

La idea de la inferioridad genética de los negros fue esgrimida por quienes se oponían en Estados Unidos al cese de la esclavitud. Más tarde volvió a airearse cuando las revueltas de Harlem de 1965 dejaron al descubierto la América de la pobreza. Fueron entonces sociólogos y psicólogos conservadores quienes montaron la hipótesis del déficit para explicar el fracaso escolar de los negros. C. Bereiter y S. Engelmann dictaminaron que los negros hablan un lenguaje no estructurado, consistente en gritos emocionales reveladores de un comportamiento expresivo, pero no lógico, y apoyándose en esta tesis A. Jensen y sus colaboradores propusieron en 1969 a la National Academy of Sciences un plan de eugenesia racista: la esterilización de las mujeres negras que fracasaran en ciertos tests de inteligencia.

El plan no tuvo éxito porque W. Labov y otros lingüistas, interesados por la descripción de lenguas no-standard y por la enseñanza en los ghettos, demostraron que el lenguaje de los negros (su vernacular) tenía la misma capacidad lógica que el de los blancos, y que si aquellos fracasaban en la escuela era porque se les enseñaba en un vernacular ajeno (el inglés estándar) y no en el propio. Demostraron también que el método elegido para la aplicación de tests de inteligencia a mujeres negras (entrevista en laboratorio) predeterminaba resultados erróneos. Las mujeres negras podían fracasar en esas pruebas de inteligencia no porque carecieran de ella, sino porque su vernacular dominado se desintegraba en presencia del vernacular dominante propio de los investigadores. Esas mismas mujeres podían ser perfectamente inteligentes en su medio social.

Pero el prejuicio interesado no cesa: recordemos que en 2007 el premio nobel de fisiología J. D. Watson volvió al mismo argumento cuando dijo que África no saldrá de su pobreza porque los negros son genéticamente inferiores a los blancos en punto a inteligencia. Está claro que se puede ser premio Nobel de una especialidad y ser un zote cuando se sale de ella. Pues los que creen que los negros son genéticamente inferiores en inteligencia ¿cómo explican el hecho de que los blancos incultos sean inferiores en inteligencia a los negros cultos?

El mismo argumento se ha aplicado a las mujeres. Primero se les cierra el camino de actividades científicas y artísticas y luego se alega la falta de realizaciones como prueba de una inferioridad genética que legitima su posición inferior. Pero quienes creen en la inferioridad de las mujeres ¿cómo explican que las que han recibido una adecuada preparación sean superiores en ciencia y artes a los hombres que no la han recibido?

Lo que ya se sabe

1. Los hay que creen que dios introduce un alma al óvulo fecundado, y por eso afirman que un óvulo fecundado es una persona. Creer en almas inmateriales es algo muy consolador, pues asegura la inmortalidad en una vida eterna, pero carece de cualquier fundamento. Ni siquiera se puede decir que el recién nacido tiene la capacidad racional que se atribuye al alma. En el momento del nacimiento el cerebro humano carece de conceptos. Las conexiones sinápticas son pocas, de forma que las neuronas se pueden observar en laboratorio sin necesidad de las tinturas especiales que son necesarias meses más tarde a causa de la espesura sináptica que han ido fabricando los aprendizajes posteriores al nacimiento.

2. Lo que hace del cachorro humano algo muy diferente del chimpancé es su capacidad para el aprendizaje de la lengua de su grupo, y por ello la denominación “lengua materna” no es metafórica. Los casos investigados de los llamados “niños-lobo” o niños ferales (Pedro de Hamelin, la niña de Songui, Víctor de Aveiron, que inspiró la película El niño salvaje de Truffaut, o Genie Wiley, que inspiró la película The Mockingbird Don´t Sing) han probado que si el nacido de humanos no aprende una lengua natural no va a manifestar en su comportamiento síntomas de que en él funcione una mente humana, esto es, no va a tener comportamiento de persona y en consecuencia (al menos si hablamos desde un punto de vista empírico y libre de creencias dogmáticas) no va a ser persona. Su mente será semejante a la del chimpancé. Podemos entonces decir que el humano tiene alma, y los restantes animales no, siempre que identifiquemos alma y lenguaje. Se trata de un alma material que se adquiere a partir del nacimiento y que también se pierde (por enfermedad o muerte).

3. Ello quiere decir literalmente que el humano es efecto de dos gestaciones, una intrauterina (biológica) y otra extrauterina (social), siendo ésta segunda la verdaderamente fundamental respecto a las propiedades típicamente humanas, las que no compartimos con otros primates. La interacción comunicativa es el útero social que nos gesta como personas, en un proceso que va introduciendo y sistematizando en nuestra memoria estructura semántica de origen social.

4. Los mecanismos básicos de la inteligencia son innatos, y relativamente simples; consisten en una tendencia a la empatía y la imitación junto a capacidades más específicas, como abstraer, generalizar y discriminar, inducir y deducir, y también tomar a una cosa por signo de otra. Que estos mecanismos lleven a resultados mediocres o a resultados brillantes no depende de ellos, sino del sistema mental en que se aplican. Contando con capacidades genéticas normales (esto es, dejando aparte los casos de discapacidades o minusvalías), si el sistema mental contiene contradicciones, lagunas o errores en su núcleo básico, el resultado irá siempre de mediocre a pésimo (véase como prueba el artículo antes transcrito). En cambio, si el sistema mental está bien fabricado, los resultados serán excelentes.

5. No olvidemos que los cerebros humanos están subutilizados, esto es, que no suelen agotar su capacidad para asimilar conocimientos y destrezas. Sometida a aprendizajes adecuados desde el nacimiento cualquier persona puede alcanzar altas cotas en todos los dominios. Puede, por ejemplo, hablar numerosas lenguas, dominar el lenguaje musical y el matemático, asimilar el aparato conceptual básico de las distintas ciencias y poseer diversas destrezas (artísticas, lúdicas, corporales, etc.). Para esto no hay que tener genes especiales, sino una adecuada historia de aprendizajes. El método Suzuki ha demostrado que cualquier niño, sin selección previa, puede aprender a tocar el violín satisfactoriamente, y el método del venezolano José Antonio Abreu ha demostrado que chicos “de mala estirpe”, que diría Rajoy, pueden acabar formando parte de excelentes orquestas sinfónicas.

6. En sentido contrario, con especiales capacidades innatas se puede no llegar lejos. Quien tiene un gran chorro de voz puede cantar peor que quien tiene menores facultades fisiológicas, pero mejor educadas, y es de suponer, por razones meramente estadísticas, que a lo largo de la historia de la humanidad miles de personas nacieron con las capacidades musicales que se suelen otorgar a Bach o a Mozart, pero educadas de forma que nada relevante hicieron en el campo musical. Hablando de su propia experiencia, el judio A. Schaff comenta que los judíos que vivían en países donde estaban segregados, y por ello se les exigía más que a los demás, llegaron tan lejos en los campos del arte y del conocimiento que se diría que son un pueblo genéticamente superior. Pero esta idea queda desmentida cuando se observa cómo son los judíos que crecen en el Estado de Israel sin trabas especiales: son como los jóvenes de cualquier otra parte equivalente.

7. Una conclusión: a partir de una dotación genética normal, la propia de la especie, las propiedades y capacidades que cada cual acabe manifestando derivan de su sistema mental de conceptos, intereses y pautas, que es aprendido y que, por ello, depende en gran medida de la cultura en la que se nace y de la clase social a que se pertenece. Rajoy tiene razón al ponderar la importancia de la estirpe, incluso a nivel psíquico. Se equivoca, ya lo hemos visto, al identificar la estirpe con los genes, cuando en realidad la estirpe es la posición social y la fortuna de los padres. Así entendida, predetermina mucho de lo que va a ser la persona, y esto no deja de ser una injusticia a remediar.

8. Un comentario final: algunos, para quitar importancia al medio social, alegan que hermanos que viven en la misma familia pueden llegar a ser muy diferentes. No tienen en cuenta que, dentro de la misma familia, son diferentes las experiencias de unos y otros (por ejemplo, las de primogénito, segundón y benjamín). Sin embargo suele ocurrir que los hermanos, aunque diferentes como personas, disfrutan de las mismas oportunidades sociales (mismo ambiente lingüístico, misma alimentación, misma escuela, mismas relaciones sociales), que es de lo que ahora venimos hablando.

La derecha está poniendo las cosas en su sitio

Volvamos al artículo antes transcrito. Lo primero que salta a la vista es que en España se requiere poca capacidad intelectual para ocupar los más altos puestos de la política. Cierto que en defensa de Rajoy se puede alegar que es un registrador de la propiedad no acostumbrado a las exigencias intelectuales del teórico. Pero entonces ¿quién le manda meterse a escribir artículos en que pretende teorizar con fundamento científico? A Rajoy no le sonroja la ocurrencia de citar como apoyo un libro escrito por Luis Moure Mariño, cuyo historial se limita a ser notario, militante franquista y cronista oficial de la ciudad de Monforte de Lemos. No le sonroja citar textos del siglo VI antes de cristo sin concretar cuáles, y se queda tan fresco al aseverar que esos textos están confirmados por las leyes de Méndel. ¡Qué pintan en este tema las leyes de Méndel! Lo mismo que no vienen a cuento las confusas descripciones de lo que ocurre a nivel celular tras la fecundación del óvulo. ¿Qué tiene que ver todo ello con la igualdad y la desigualdad social? Los que luchamos por la igualdad ya nos habíamos percatado de que Pau Gasol es alto y Xabi es bajo, o de que hay personas rubias y las hay morenas. Y no es eso lo que queremos cambiar.

El desaliño intelectual de Rajoy no se debe a sus genes, sino a su conservadurismo. Si incluso las mentes más capaces (desde Aristóteles hasta Bentham, Russell o Habermas) cuando abordan ciertos temas desde el conservadurismo están condenadas a una torpeza sorprendente, calculen lo que puede ocurrir a una mente como la de Rajoy, que ha demostrado capacidad para aprender temas de memoria, pero no para ver por debajo de las apariencias.

Lo significativo es que las ideas que expone en su artículo son las propias del pensamiento conservador de siempre. Los conservadores observan que quienes han adquirido un lenguaje pobre y ninguna destreza sofisticada tienen realizaciones menos brillantes que los que recibieron mejor educación. Y entonces dicen: ¿Ven ustedes? Esto prueba que son genéticamente inferiores. Se tranquiliza así su ánimo, porque la injusticia social se convierte en justicia: dar a cada uno según sus méritos.

Vale la pena insistir en que tras la segunda guerra mundial el poder de atracción de la URSS obligó a disimular este ideario y a establecer el llamado Estado del Bienestar, que suponía hacer concesiones a los de abajo. Pero caída la URSS, los de arriba han acordado que ha llegado el momento de recuperar todo lo que hubo que conceder, y han encontrado una ocasión estupenda en la crisis, que les permite decir: no nos gusta hacer estos recortes, pero son inevitables, no hay opción. De nuevo los de abajo tienen que acostumbrarse a la precariedad laboral, a los salarios miserables, a una sanidad y educación que no pase de los mínimos imprescindibles para mantenerlos en el mercado laboral, sea como empleados sumisos, sea como ejército de reserva. El triunfo de las ideas que Rajoy defiende en su artículo de 1983, y que son las de la derecha mundial ahora dominante, lo estamos viendo en su reforma laboral, en la ley Wert, en la política fiscal, con una subida escandalosa de los impuestos indirectos y nada que pueda molestar a los de arriba (ya dijo Rajoy que la progresividad fiscal es algo malo a evitar). Y por si todo esto genera resistencias, en la política de orden público. Dicho con una sinceridad a la que ahora Rajoy no se atrevería: los de buena estirpe a la universidad y a vivir como merecen; los de mala estirpe a la FP y a ser explotados como merecen.

Así las cosas, quienes defendemos la igualdad no nos proponemos la caricatura que Rajoy dibuja. Sólo pretendemos igualdad de derechos y oportunidades. Esto segundo quiere decir que se eliminen las consecuencias de la estirpe, esto es, que los nacidos en clases bajas no estén condenados por ello a las posiciones sociales inferiores. Es lo mismo que decir que todos los niños reciban desde el nacimiento un tipo de educación igual para todos y eficiente (algo posible si se dedican los recursos necesarios) y que el orden social les garantice luego las mismas oportunidades para desarrollar sus capacidades y aficiones, lo que implica que haya un reparto justo de la riqueza que la sociedad genera. El artículo de Rajoy nos muestra hasta qué punto este proyecto de igualdad es insoportable para el conservador, porque amenaza a la sociedad que ama, la de las grandes diferencias sociales que le benefician.



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