23 noviembre 2013
Son varios los estudios que comparan los logros conseguidos por distintos países en algunos de los cometidos escolares.
La Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA), realiza el PIRLS (Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora) y el TIMSS (Estudio Internacional de Tendencias en Matemáticas y Ciencias) con estudiantes de cuarto y octavo grado. Con el actual diseño, el PIRS se ha llevado a cabo en 2001, 2006 y 2011, consolidando así una secuencia de ciclos de cinco años. El TIMSS comenzó en 1995 y se viene realizando cada cuatro años.
En el año 2000 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) inició el Informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación de los Estudiantes), que examina a estudiantes de 15 años (no importa su nivel escolar específico) respecto a tres áreas: competencia de lectura, matemáticas y ciencias naturales. En cada estudio PISA se revisa una de esas tres áreas con mayor profundidad (en 2000 fue la competencia de lectura, en 2003 las matemáticas y en 2006 las ciencias naturales, volviendo a empezar el ciclo en 2009). Con cada prueba se revisa igualmente otro tema relacionado con la educación: en 2000 las estrategias de estudio, en 2003 la solución de problemas, en 2006 la formación básica de técnicas de información, en 2009 las capacidades de comprensión lectora en formato electrónico en un módulo llamado PISA-ERA (Electronic Reading Assesment) y en 2012 una prueba digital de resolución de problemas y otra de competencia financiera.
Hay también a cargo de la CEOE una prueba para adultos de 16 a 65 años, el PIAAC (Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia en Adultos).
A la vista de los análisis de estas pruebas se me ocurren las siguientes reflexiones:
Coinciden los expertos en el importante papel que juegan los factores socioeconómicos en la explicación de los resultados, tanto a nivel individual como de forma agregada, esto es, contando con el denominado efecto compañeros. Pero hablar de factores socioeconómicos es una forma eufemística de hablar de clases sociales. Pues no obtienen peores resultados los países pobres que los ricos, sino en cada país, aunque sea rico, los alumnos de las clases bajas (las formadas por familias con bajo nivel económico y cultural). Los países de Europa del Este (de bajos ingresos) quedan mejor en los exámenes TIMSS que muchos países ricos. Es decir, no es tanto cuestión de capacidad económica como de posición social dentro de cada país.
Ante este problema hay dos opciones políticas: la selectiva y la inclusiva. Se puede buscar la excelencia mediante la selección de estudiantes, por ejemplo midiendo con exámenes las capacidades respectivas para concentrar en unas escuelas o aulas a los alumnos excelentes, en otras a los alumnos intermedios y en otras a los rezagados. En Estados Unidos George Bush hijo inauguró en 2002 la red de mediciones mediante el programa NCLB (Que ningún niño se quede atrás), con el que se preveía conseguir la excelencia en 2014, pero no se están dando los resultados esperados. El esfuerzo para reemplazar la enseñanza pública por un sistema de mercado y la obsesión por los exámenes han tenido como efecto reducir los currículos a las materias más fácilmente evaluables, excluyendo del temario las artes y la cultura general y fomentando lo que los estadounidenses llaman la triple T: Teach to the test (enseñar para el examen). Y ni siquiera así obtiene Estados Unidos buenas puntuaciones en los informes de evaluación internacionales. Naturalmente, el eslogan “Que ningún niño se quede atrás” es una fantasía. Con este sistema selectivo las diferencias iniciales se van agrandando inevitablemente cada curso y son por tanto muchos los niños que se quedan atrás. La Lomce del PP está inspirada en esta estrategia.
Otra solución es la integración, que puede hacerse al modo español o al modo finlandés. En España se ha venido mezclando en las mismas aulas a estudiantes excelentes, intermedios y rezagados, pero sin medios para atender adecuadamente a estos últimos. Los efectos no han sido los que se pretendían, sino en cierto modo los contrarios. Los alumnos rezagados se desmotivan y dan lugar a continuos problemas de disciplina, en tanto que los intermedios necesitan explicaciones que aburren a los excelentes y les impiden progresar lo que podrían. Por eso en España el número de alumnos excelentes es más bajo que en los países de nuestro entorno. Ejecutada al modo español la solución integradora lleva al mismo resultado que la selectiva (aumentan las diferencias), sólo que con menores competencias y conocimientos del alumnado.
En Finlandia el sistema integrador funciona mejor. Primero porque allí no hay tantas diferencias sociales como en España. Luego porque el profesorado está bien seleccionado y bien valorado socialmente. Y también porque los alumnos rezagados tienen un tutor personal y clases de apoyo según los diferentes niveles de necesidad.
Parecería entonces que la buena solución está en Finlandia. Ciertamente guarda mejor las apariencias y logra mejores resultados en los aspectos medibles por los informes internacionales, pero no consigue la pretendida integración. En Finlandia los alumnos de clases bajas y de minorías están condenados, como en cualquier otra parte, a llenar el espacio de relativamente rezagados, por mucho que la especial dedicación que se les dispensa los eleve sobre el nivel de los de clase baja española. En Finlandia, por ejemplo, la minoría sueca (aproximadamente un 5% de la población) aparece en los informes PISA de 10 a 35 puntos por debajo de la población finlandesa.
Si examinamos la distribución entre estudios superiores y FP encontramos que en España la tasa de la formación profesional es sólo de un 24%, pero no porque haya mayor afluencia a los estudios superiores, sino porque antes de la crisis actual muchos jóvenes dejaron los estudios para emplearse en la construcción, en puestos que no requerían otra formación profesional que la que conseguían en el tajo. En Finlandia la tasa de formación profesional supera el 60% (supera el 70% en los Países Bajos). ¿Tiene algo de malo esta distribución?
Los hay que ensalzan la formación profesional y desmitifican los estudios universitarios. Hay que adaptarse a las exigencias del mercado, nos dicen, y en muchos casos esto se consigue mejor con una buena formación profesional que con títulos universitarios devaluados. Lo cierto es que los estudios superiores facilitan mayores ingresos y un superior estatus social, y que quienes dicen que la formación profesional es tan digna como la universitaria quieren que sus hijos sean médicos y no auxiliares de enfermería. Pero además omiten que la distribución entre FP y estudios superiores no se hace en atención a los gustos, cualidades o esfuerzo de los estudiantes, sino que estadísticamente viene decidida por su pertenencia a una u otra clase social.
Quiere ello decir que en las sociedades clasistas la escuela no puede ofrecer solución al problema de la integración de las clases bajas. No le demos vueltas: no se ha conseguido en ningún país, nunca. Sólo podemos cubrir las apariencias. Si así quedamos contentos, hagamos lo que los países que obtienen mejor puntuación en los informes internacionales, y para ello hay que mirar no sólo a Finlandia, sino también a Corea del Sur, Singapur, Japón, Rusia, Hong Kong o Taiwán. Pero no se nos ocurra pensar que tendremos un buen sistema de educación si conseguimos igualarnos con ellos. Vuelvo a lo que ya he dicho en otras ocasiones: en las sociedades actuales las políticas educativas pueden ser más o menos despiadadas, pero incluso la mejor dejará claro, para quien quiera verlo, hasta qué punto el capitalismo es incompatible con el pilar básico de la democracia, esto es, la igualdad de derechos y oportunidades.
Pasando a otro tema relacionado: estamos habituados a oír hablar del informe PISA como si valiera para detectar la calidad del sistema educativo del país, pero conviene tener en cuenta que ni este ni los otros estudios marcan valores absolutos, sino sólo comparativos. Ello quiere decir que no valen para determinar si el país que queda primero tiene un buen sistema de educación. Puede que sea malo, pero el menos malo de los examinados.
Se puede añadir que la puntuación viene predeterminada por la elección de las pruebas y esa elección es discutible. Por ejemplo, en los PIRLS y los TIMSS los países de Europa del Este quedan mucho mejor que en PISA, mejor por ejemplo que Finlandia, que quedó en el puesto 14 en los TIMSS de matemáticas de 1999 y en el puesto 8 en los de 2011 (no participó en los de 2003 y 2007). Los exámenes PISA son muy parecidos a exámenes de inteligencia, porque la gran mayoría de los ítems son muy deducibles y se pueden responder correctamente sin tener ningún conocimiento del currículo escolar.
Por otra parte estos estudios se limitan a capacidades en lectura, matemáticas y ciencias naturales, dejando fuera de consideración el conocimiento de ciencia social, precisamente el más influyente en las actitudes sociales. Todos los ciudadanos son aleccionados de mil formas en la teoría conservadora sobre el individuo y la sociedad (la que dice que el grado más alto de desarrollo social conseguible es el de nuestras democracias occidentales, en las que, por tener todos los ciudadanos iguales derechos y oportunidades, el puesto que terminan ocupando en la escala social depende de sus cualidades y de su libre esfuerzo). Si los estudiantes no reciben en la escuela información adecuada sobre las teorías alternativas (me refiero a una concepción materialista del sujeto y una concepción marxista de la sociedad) no podrán ejercer el sentido crítico respecto a asuntos cruciales, no importa cuánta física o biología sepan. Pero las pruebas internacionales citadas son ciegas respecto a la ciencia social y las llamadas Humanidades.
Para terminar: difícilmente pueden estas pruebas detectar la calidad de un sistema de educación puesto que sólo miden conocimientos o competencias, no atienden al aspecto básico: la influencia de la escuela en las cualidades de carácter. Estas pruebas están orientadas a medir en qué grado facilita la educación una inserción ordenada y eficaz del alumnado en el sistema productivo. ¿Por qué tomarlas tan en serio?