Ahora que la teoría marxista ha sido desacreditada por quienes deseaban su descrédito, ahora que esa teoría ni se defiende ni se utiliza por los teóricos y políticos que se consideran anticapitalistas, hay más razones que nunca para afirmar que sigue siendo válida, que sus aciertos son impresionantes y que hoy por hoy no tiene otra alternativa que la sumisión a viejos mitos.
Quienes no utilizan la teoría marxista en el análisis social y en la actividad política viven una oscuridad teórica que no es mala para la derecha, a la que le basta usar el sentido común para engañar a favor de corriente, pero que es fatal para la izquierda, cuya tarea es más compleja y se enfrenta además a fuerzas poderosas. Perdida esa izquierda en un caos conceptual y en acciones engañosas, sus dirigentes deliran creyéndose en el cielo cuando ganan votos y creyéndose en el infierno cuando los pierden.
Creo por ello que vale la pena recordar ciertos conceptos olvidados o mal aprovechados, y defender que la teoría marxista sigue siendo válida si se la descarga de sus errores y se la reformula mediante la asimilación de las contribuciones teóricas que han venido haciendo las disciplinas sociales desde la segunda mitad del pasado siglo, sobre todo la lingüística, la psicología y la sociología, así como la metodología contemporánea que incorpora la concepción sistémica y la cibernética, todo lo cual, siendo pertinente, no existía cuando Marx teorizó.
Voy a resumir esta idea en cuatro entradas, dedicada la primera a exponer lo que a mi juicio sigue vivo de la teoría marxista y también sus principales errores, dedicada la segunda a examinar la carencia de la que derivan esos errores, dedicada la tercera a analizar el significado de “batalla ideológica”, y la cuarta a aplicar al tema de la izquierda y de su “qué hacer” lo expuesto en las anteriores.
Las tres partes del marxismo
El marxismo es una teoría general de la sociedad y sus procesos, pero no llamaríamos marxista a quien utilizara esa teoría para afianzar la explotación de unos por otros. Ello obliga a definir el marxismo como un compuesto de tres partes: (a) una actitud moral a favor de la igualdad y la fraternidad, condiciones imprescindibles para la libertad y la democracia; (b) una teoría de la sociedad y sus procesos que pretende ser científica (o al menos tan próxima al estándar científico vigente como en cada momento sea posible); y (c) la actividad política que se sigue de esa actitud y de ese conocimiento.
Elster, uno de los filósofos analíticos más discutidos, afirma que el valor moral constituye el sine qua non del marxismo, su parte más importante, la que mejor lo caracteriza, la que justifica que pretendamos ser marxistas todavía, valor moral que a su juicio se expresa en las siguientes creencias:
-la alienación y la explotación impiden a los hombres vivir bien;
-no se puede vivir bien si no hay posibilidad de autorrealizarse;
-la supresión de la alienación y la explotación es no sólo deseable sino factible.
Pero Elster, al ponderar casi en exclusiva la parte moral, parece no apreciar hasta qué punto está ligada a la parte teórica, pues es asunto teórico definir que son la alienación y la explotación, en qué consiste vivir bien y qué es autorrealizarse. Por otra parte la teoría es imprescindible para concluir que es factible suprimir la alienación y la explotación, y para iluminar la acción política que lleve a suprimirlas.
Lo que sí podemos decir es que la parte moral (la evaluación negativa de la dominación y la explotación) es fija a través del tiempo, mientras la parte teórica es mudable (al menos si no la concebimos como un dogma sino como una aproximación científica, es decir, dependiente de los resultados de una investigación que debe ser constante). De lo que se sigue que también ha de ser mudable el diseño de la acción política.
Los grandes aciertos de la teoría
La teoría marxista anticipó avances teóricos posteriores y, en los aspectos fundamentales, sigue muy por delante de las teorías ordinarias que son, hoy por hoy, sus únicas anternativas. En efecto:
a) Es una teoría general que concibe a la sociedad como un sistema.
b) Es una teoría materialista, y por ello abierta al rigor científico.
c) Describe los mecanismos por los que en la sociedad capitalista una minoría domina y explota a la mayoría.
d) Presta atención al proceso por el que las personas son fabricadas socialmente, y más en particular a la forma en que la clase dominante fabrica la ideología dominante.
e) Afirma que el socialismo requiere una clase de población que se le adapte, lo que quiere decir que una sociedad igualitaria no es posible con el tipo de población mayoritaria que ha venido siendo fabricada por los sistemas elitistas a través de milenios, justamente la población que resulta funcional para la estabilidad y reproducción del sistema capitalista.
Examinemos brevemente estos aciertos.
La necesidad de una teoría general de la sociedad
Un mérito indiscutible del marxismo es ser la única teoría general de la sociedad y de sus procesos que no se apoya en mitos y que es por ello capaz de asimilar los conocimientos parciales que las disciplinas científicas van consolidando.
No voy a entrar en los análisis epistemológicos que muestran que es imprescindible una teoría general del campo psicosocial. Me limitaré a argumentar que si se admite que la sociedad no es una mera suma de individuos, sino un sistema (algo que el marxismo anticipó mucho antes de que hubiera sido expuesta la teoría de sistemas), hay que concluir que no cabe explicar ningún elemento si se lo aisla de la estructura que lo relaciona con los restantes elementos.
Frente a esta obviedad, quienes no utilizan la teoría marxista abordan cada tema como si fuera autónomo, desgajable del sistema social en que se da y separable de los restantes (sea el fracaso escolar, las redes sociales, el acoso en las escuelas, el suicidio infantil, la publicidad en determinados horarios, la violencia machista, el paro, el racismo, la creciente desigualdad, las puertas giratorias, la financiación de los partidos políticos, los lobbies que influyen sobre parlamentos y gobiernos, la crisis climática y el medio ambiente, las pensiones, el terrorismo, la inmigración, la marginación, el tercer mundo, la democracia, la globalización, la libertad de prensa, la cultura patriarcal, la violencia juvenil, etc., etc.).
En cada caso sólo el problema elegido está a debate, y sobre él disertan sesudos expertos académicos. Y siempre encuentran, claro está, algún remedio que, caso de que se realice, resulta ineficaz. Y es que no vale hablar de cada una de esas cosas como si fuera un problema que se agota en sí mismo, que se puede abordar y resolver sin tener en cuenta todos los restantes con los que liga a través de conexiones abiertas por la estructura (económica, legal, política, ideológica) del capitalismo. De ahí que podamos asistir a muchas de estas discusiones sin que la palabra “capitalismo” se pronuncie.
Por poner un ejemplo, vemos que cuando se plantea el problema del fracaso escolar se habla de mejorar el profesorado, dedicar más recursos a la escuela, mejorar la ratio profesor-alumnos, más dotaciones de medios tecnológicos, introducir o eliminar tales o cuales asignaturas, encarecer la importancia de temas transversales, etc. y el problema ahí sigue desde tiempo inmemorial, se haga lo que se haga en la escuela. Y es que no cabe una buena educación si no se resuelven numerosos temas conexos, como el control que sobre la información y la opinión públicas ejercen los medios de comunicación privados, los modelos creados por la publicidad, el mercado que hace ricos y pobres y que necesita aumentar ilimitadamente producción y consumo, la fiscalidad que no redistribuye con equidad, la colonización de los partidos políticos por el capital, y sobre todo los tipos de lenguaje en que se socializan los miembros de las distintas clases. De ahí que, siendo posible un tipo de educación que produzca de manera generalizada personas ilustradas y solidarias, ese resultado es imposible en la sociedad capitalista.
Por seguir con otro ejemplo, si se analizan las puertas giratorias se llega a la conclusión de que pervierten la democracia y que por ello hay que regular mejor el paso de la política a la empresa. Pero la trama de relaciones entre el capital y la clase política ahí sigue intacto, se haga lo que se haga en el terreno normativo directamente relacionado con este problema. Pues su raíz está en la legislación que permite tal concentración de capital en manos privadas que hace ilusoria cualquier pretensión de eliminar la corrupción (y que por tanto hace ilusoria la democracia).
Ocurre en consecuencia que mientras los expertos conservadores proponen soluciones consoladoras, pero falsas, la teoría marxista no encuentra soluciones parciales a problemas concretos, sino por el contrario, llega siempre a una conclusión muy descorazonadora: el problema no tiene solución si no se alteran aspectos fundamentales de la estructura capitalista.
¿No es esto suficiente para que esta teoría sea odiada por la legión de teóricos conservadores bien pagados?
La campaña conservadora contra la teoría marxista
1. Como es natural los teóricos conservadores intentaron primero elaborar una teoría general que compitiera con el marxismo y que no fuera acusadora, sino legitimadora del sistema capitalista.
Dejando aparte la propuesta parcial de Max Weber, lo intentó de una manera completa T. Parsons y recientemente lo ha intentado J. Habermas.
Parsons elaboró en los años 50 del pasado siglo una teoría general a la que denominó estructural-funcionalista, con la que pretendía explicar el funcionamiento de la sociedad sustituyendo los conceptos de explotación, dominación y lucha de clases por el de armonía funcional, visión idílica que demostró en seguida que no podía competir con el marxismo a la hora de explicar los procesos sociales. Fue al percibir el fracaso de la teoría conservadora cuando Robert K. Merton, discípulo de Parsons, defendió que en el campo social las teorías generales son pura metafísica, y que sólo deben elaborarse teorías de alcance corto o medio.
A esta idea, que al descalificar las teorías generales lo que pretendía en realidad era descalificar al marxismo, se sumaron autores conservadores, aunque, claro está, sin ofrecer argumentos racionales. Foucault, por ejemplo, criticó la teoría general afirmando que construir sistemas teóricos globalizadores es una tendencia iluminista. Y otros ¡han llegado a calificar de arrogante y totalitaria la pretensión de hacer teorías generales!
2. El caso es que la concepción mertoniana se impuso dentro del espacio académico con el resultado de que los investigadores de ciencia social carecen de teoría general que les sirva de marco o punto de referencia y ello ha ocasionado que, tras varias décadas en que han proliferado teorías de alcance corto y medio, el panorama es desordenado, confuso y, en una medida mayor de lo esperable, estéril.
A falta de teoría general, las teorías de corto y medio alcance no conectan entre sí, ni comparten lenguaje, y no está clara la relación que guardan las investigaciones de psicolingüistas, economistas, psicólogos, sociólogos y politólogos. En consecuencia, las distintas líneas de investigación no entran en relación operativa ni se integran en un diseño teórico común. Si se creía que de la mera acumulación acabaría surgiendo una síntesis progresiva, esa esperanza ya ha sido abandonada.
No es de extrañar por ello que algunos hayan vuelto a echar en falta una teoría que sirva de marco o lenguaje general en el que integrar los resultados de investigaciones particulares. Y ahí tenemos a Habermas intentando legitimar la socialdemocracia con su teoría de la acción comunicativa, basada en ideas de sentido común que parten del mito de que los humanos tenemos almas semejantes y que por tanto compartimos los mismos significados. Su conclusión es que gracias a ello podemos resolver los conflictos sociales mediante una discusión irrestricta que nos permite llegar a transacciones beneficiosas para todos.
Claro está que Habermas no ha expuesto su idea con esta sencillez, que entonces revelaría a las claras su inanidad, sino mediante farragosas elaboraciones llenas de erudiciones con que trata de dar una impresión de fundamento sólido. Pero naturalmente, el academicismo no dota a su teoría de capacidad para explicar lo que está ocurriendo ante nuestros ojos. ¿Cree realmente Habermas que los problemas sociales se pueden resolver mediante una discusión irrestricta entre explotadores y explotados? ¿Cree que los intereses básicos de explotadores y explotados son negociables? ¿No sabe que está demostrado en investigaciones de sociolingüística (por si hiciera falta) que es falso que todos los miembros de una sociedad compartamos los mismos significados? ¿Cree Haberrmas lo que dice cuando afirma que la propiedad privada de los medios de comunicación no es relevante porque se neutralizan unos a otros? ¿No sabe que todos coinciden en la defensa del capitalismo y en el ataque a cualquier alternativa? Naturalmente, Habermas no ha recibido la merecida crítica por su chapuza teórica, sino grandes elogios cimentadores de su prestigio como filósofo actual más citado.
Por su parte, la teoría que intenta legitimar el neoliberalismo se limita a decir que el egoísmo de cada agente económico produce en el mercado, como por ensalmo, la mejor solución para todos, ocurrencia aderezada con distintas salsas, todas ellas elaboradas con el término libertad nunca definido. Al mismo tiempo dicha teoría apela a leyes económicas inexistentes para alertar de que cualquier alternativa sería funesta: “Eso sería muy bonito -se dice a cada paso-, a todos nos gustaría mucho que fuera posible, pero las leyes económicas no se pueden ignorar si no se quiere empeorar la situación.” Y ya está, y todo va a peor. ¿Capacidad explicativa? Ninguna.
No hay en el panorama teórico actual alternativa al marxismo.
El mérito de ser una teoría materialista
Un segundo acierto del marxismo es su carácter materialista, que permite un enfoque científico de las personas, y por tanto de la sociedad. En los mitos habituales se concibe a la persona como un compuesto de cuerpo y alma, y al lenguaje como un mero medio de comunicación al servicio de la persona. Quienes creen en las almas espirituales no pueden hacer ciencia sobre las personas ni, por tanto, sobre la sociedad, dado que las almas espirituales no son sistemas materiales y la ciencia sólo se ocupa de sistemas materiales.
Marx se alejó de esa mitología e, inspirándose en la teoría evolutiva recién expuesta por Darwin, tuvo el acierto de situar la emergencia de la especie humana en el momento en que, para conservarse y reproducirse, nuestros antepasados necesitaron objetos que, por no estar disponibles en la naturaleza, debían ser producidos. Pues fue en ese proceso productivo donde los individuos establecieron vínculos y relaciones, entre sí y con la naturaleza, cuya principal consecuencia fue la fabricación de un lenguaje que los fue humanizando progresivamente.
Si pasamos de la especie a la persona encontramos el mismo proceso, pues cada humano tiene dos gestaciones, una intrauterina (biológica), que da de sí un animal no muy diferente a la cría de cualquier primate, salvo porque su sistema neurofisiológico está preparado para la segunda gestación, la extrauterina (social) que es la que lo convierte en persona mediante la adquisición del lenguaje de su grupo.
Los casos investigados de los llamados “niños lobo” o niños ferales han probado que si el nacido de humanos no aprende una lengua natural no va a manifestar en su comportamiento síntomas de que en él funcione una mente humana, y en consecuencia carecerá del potencial de la conducta humana en todos los aspectos relevantes. No manifestará en su comportamiento síntoma alguno de que en él funcione un sistema conceptual diferente y superior al del chimpancé.
La deslumbrante consecuencia de este punto de partida es que, puesto que el lenguaje es un producto social, la conciencia de cada individuo también lo es. Como bien vio Marx, no es la conciencia de los hombres la que determina su ser social, sino por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia.
Dicho de otro modo, cada cual nace en una familia y en una clase y ese es su punto de anclaje a la estructura social, y de ese punto de anclaje dependen las experiencias que se suceden desde el nacimiento, y por tanto los conocimientos, valores y pautas de acción que componen la mente del sujeto. Señaladamente, como han puesto de manifiesto investigaciones de sociolingüística que se hicieron el pasado siglo, de él dependen las habilidades lingüísticas que permiten o impiden acomodarse a los códigos escolares y que, por tanto, facilitan a unos el acceso a la universidad y condenan a otros al fracaso escolar.
2. La idea de que la conciencia individual es fabricada socialmente es revolucionaria en el campo de la filosofía (que nunca la ha tenido en cuenta), y muy fértil en ciencia social si se desarrolla adecuadamente. Y es preciso desarrollarla porque fue expuesta por Marx de una manera tan esquemática que casi todos sus seguidores la simplificaron en la caricatura de que el pensamiento y los productos culturales son una consecuencia mecánica de la estructura económica.
Así se ha entendido muchas veces lo que escribió Marx en el prefacio a su Contribución a la crítica de la economía política: «El proceso de la vida social, política e intelectual está determinado en general por el modo de producción de la vida material». Y así entendido es en parte una simplificación y en parte no hace justicia al verdadero alcance de este enfoque.
Marx tenía presente el efecto de las ideas sobre aspectos estructurales, pero le faltó una teoría sobre las complejas relaciones entre estructura y superestructura y puso poco énfasis en la larga vida que pueden tener ideas influyentes mucho después de que hayan desaparecido las circunstancias estructurales que las hicieron nacer o que determinaron su predominancia. Engels situó el problema en dos puntos: en primer lugar, faltaba determinar el proceso por el cual se producen las ideas a partir de la «base». En segundo lugar, las creencias están condicionadas también por otros factores que no forman parte de la base económica y existe además una acción de unas creencias sobre otras creencias y sobre la base material.
Pero ni Marx ni Engels disponían entonces de conceptos para resolver el problema.
Teóricos marxistas como Vigotsky y Bajtin intentaron solucionarlo bien pronto, pero luego sus trabajos no fueron desarrollados.
Explotación y lucha de clases: los mecanismos de la dominación
1. El tema recurrente de la teoría marxista gira en torno al dominio explotador de unos sobre otros que surgió cuando los grupos humanos llegaron a producir más de lo que necesitaban para conservarse y reproducirse, porque entonces unos pocos, los más fuertes, pudieron apropiarse del excedente con el resultado de que obtenían niveles más altos de bienestar y de poder a costa del resto.
La explotación económica ha tomado diversas formas históricas, siendo el capitalismo la presente, sometido, como todas las anteriores, a una inevitable evolución.
Marx utilizó un criterio estructural (la posición respecto a la estructura económica) para definir las clases sociales relevantes, y por ello sólo resultaron dos en cada modo de produccion, la de los explotados y la de los explotadores. En el sistema capitalista la de los proletarios (obligados a vender su fuerza de trabajo) y la de los burgueses (dueños de los medios de producción).
Esto fue un error de la teoría que ha tenido muchas consecuencias. Si el criterio estructural se hubiera cruzado con otros (sexo, raza, tipos de configuración cognitivo-afectiva) hubieran aparecido numerosas clases relevantes respecto a la estabilidad y cambio del sistema social, a cuyo estudio debió atender la teoría.
Esto aparte, Marx creyó, en coherencia con su teoría del valor, que la explotación se lleva a cabo mediante la apropiación por el capitalista de la plusvalía creada por el trabajo del proletario. El hecho de que no toda explotación tenga esta fuente ha sido aprovechado por los teóricos conservadores para interpretar que el error de Marx viene a suponer que la explotación no existe, algo tan audaz como si alguien dedujera, del error ocasional de un epidemiólogo, que la actual pandemia no existe.
Pero en todo caso la teoría marxista ha sido mejorada en este punto con la contribución del marxista analítico J. Roemer, que elaboró en 1982 (Una teoría general de la explotación y la clase) una definición de explotación cuya ventaja es que no la liga a los conceptos de producción y plusvalía, sino al de mercado.
Parte Roemer de la idea de que la riqueza de una sociedad es la que es y si en el reparto unos pocos se llevan la mayor parte a muchos otros les ha de quedar la parte menor, lo que quiere decir que hay una relación causal entre riqueza y pobreza, relación que habitualmente se ignora.
Diremos que el rico explota al pobre cuando pueden establecerse dos condiciones: que el bienestar del rico depende causalmente de las privaciones del pobre (los ricos son ricos porque los pobres son pobres y al contrario); y que el bienestar del rico depende del esfuerzo del pobre (el rico, a través de un mecanismo u otro, se apropia de parte de los frutos del trabajo del pobre). El primero de estos criterios define por sí mismo la opresión económica, pero no la explotación. Obreros sin trabajo son, en esos términos, económicamente oprimidos pero no explotados.
Roemer demuestra mediante una serie de modelos matemáticos que la explotación basada en el mercado es estrictamente una consecuencia de la desigual distribución de los derechos de propiedad sobre los medios de producción. Dada esa desigualdad el intercambio mercantil tiene como resultado una transferencia explotadora de trabajo desde los pobres en propiedad a los ricos en propiedad, todo ello al margen de la naturaleza de las relaciones de producción.
La explotación requiere que la clase explotada sea dominada por la explotadora, y ese dominio se puede conseguir por la fuerza o mediante otros mecanismos (aunque conservando siempre el recurso a la violencia si fuere necesario).
2. El señalamiento de esos mecanismos constituye otro acierto indispensable del marxismo.
Por una parte el Estado se presenta como representante de la comunidad o de lo público frente a los intereses privados, pero la propia lógica del mercado le impide la neutralidad. Si quiere evitar perjuicios colectivos se ve obligado a defender por encima de todo los intereses de la oligarquía. Baste recordar cómo se justifica la ayuda pública a las empresas sistémicas, aquellas cuya caída llevaría a la caída al sistema económico entero. Y esto es independiente de los deseos o preferencias que tengan los gobernantes.
Pero es que además la propiedad privada del capital permite mil formas de control de las instituciones, que ponen la legislación, la judicatura y el monopolio de la fuerza al servicio de los intereses de la clase dominante.
De ahí que los marxistas hablaran de democracia formal para significar que las llamadas democracias son en realidad plutocracias disfrazadas.
“Hoy el Poder público -se dice con sencilla lucidez en el Manifiesto- viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.”
3. Ahora bien, para que la población explotada acepte las instituciones que la explotan es preciso que no se sienta explotada y a tal fin es imprescindible otro mecanismo de dominio, menos visible pero igualmente efectivo: la ideología. Su valor funcional es grande. En la medida en que facilita la pacífica adaptación de los explotados, ahorra a la clase dominante el empleo de la fuerza para reducirlos a su condición.
Marx captó que los significados del lenguaje, aparentemente neutrales, vienen a incorporar los valores derivados de las relaciones sociales, propagando así una mezcla de conocimiento falso y de encubrimiento que facilita que las clases dominadas vean la dominación como algo legítimo.
En este sentido peyorativo puede definirse la ideología como un estado de conciencia a través del cual los hombres son ignorantes del origen social de sus valores y creencias, de la conexión de todo ello con intereses de clase y del papel que esos valores y creencias juegan en el mantenimiento y reproducción del orden social, un orden social de hecho injusto y modificable, pero presentado como natural, inevitable y justo.
Marx se refirió a algunas de las ilusiones que la economía capitalista fabrica sobre sí misma (como que el obrero es libre de vender su fuerza de trabajo, que los capitalistas tienen derecho a la propiedad de los medios de producción y que las mercancías, el dinero y el capital tienen propiedades y poderes propios, independientes del proceso de trabajo y demás relaciones sociales en que se insertan). Acabamos de ver que Marx se refirió también a la ilusión insistentemente proclamada de que nuestras plutocracias son democracias. Podemos añadir otras ideas que se han ido incorporando a la ideología conservadora, como que marxismo y comunismo son sinónimos de crimen, pobreza y falta de libertad; que todos pueden aspirar a la riqueza en el sistema capitalista (en última instancia mediante un golpe de suerte, y de ahí la importancia que se da a las loterías); que en la sociedad capitalista todos somos libres y tenemos derechos garantizados; que un derecho básico de cada cual es que los demás respeten sus propiedades (sean lo cuantiosas que sean); que el empresario es un benefactor porque crea puestos de trabajo; que toda política se justifica si crea puestos de trabajo; que la patria es la madre de todos y que por tanto el Estado actúa en beneficio de todos, etc.
Una de las instituciones más empleadas por las oligarquías para adormecer a la población y hacerle respetar la riqueza y el poder ajenos es la religión organizada. Marx la llamó opio del pueblo, expresión que se ha querido matizar o incluso condenar, pero que tiene plena vigencia. La actitud combativa del marxismo respecto a la religión organizada no consiste en negar a cada cual el derecho a sus creencias religiosas, sino en oponerse a las iglesias como fuerzas sociales reaccionarias y muy influyentes en la ideología popular, que pretenden monopolizar el espacio de la verdad y la moral con escasos méritos, aprovechando necesidades subjetivas para controlar las conciencias individuales en contra de sus intereses.
4. Marx pensaba que, puesto que la ideología fabricada por la clase dominante controla al obrero desde dentro, conocer su carácter falso es un paso necesario para una verdadera emancipación. Para que los obreros se liberen del poder externo es necesario que se liberen antes de los prejuicios ideológicos que les han sido inculcados y que los someten desde dentro.
La explicación funcional y el papel de la inacción
Aunque a veces los poderosos deciden instituciones, leyes o acciones políticas favorables a sus intereses (siendo con frecuencia esa voluntad no explícita, sino conspiratoria), en otras ocasiones hay instituciones, leyes o costumbres que persisten aunque no haya un sujeto que lo decida ni expresa ni conspiratoriamente. Y la explicación de este hecho es que persisten porque son funcionales respecto a la conservación de la estructura social elitista.
Esta explicación funcional es uno de los grandes aciertos del marxismo, aunque ha recibido críticas apresuradas (Althusser, Elster), en parte debidas a que su formulación no fue impecable.
Es indudable que a lo largo de siglos de control (realizado por los poderosos a base de alentar o perseguir) se han ido configurando instituciones, creencias, valores y pautas (como la de la propiedad privada sin límites) que son funcionales al sistema elitista. No es necesaria una conspiración para mantenerlas. Es también indudable que las instituciones pueden ser confirmadas o revocadas por aquellos miembros de la sociedad que tienen poder suficiente para hacerlo.
Podemos entonces reformular la explicación funcional mediante el siguiente principio básico: siempre que instituciones, normas, costumbres o conductas tienen consecuencias desfavorables a los intereses de la clase dominante, se produce una reacción para modificarlas o eliminarlas.
De esta manera la inacción tiene relevancia causal cuando es inacción de sujetos con poder suficiente.
Ello permite explicar, por ejemplo, por qué tenemos la educación que tenemos en los países capitalistas. Es el tipo de mala educación que interesa a los poderosos, y en consecuencia no hacen lo necesario para conseguir algo que es sin embargo posible: que el sistema educativo produzca de manera generalizada personas ilustradas y solidarias.
La explicación funcional da para más, pues se puede aplicar no sólo a instituciones y a conductas, sino también a rasgos de carácter. Es un ejemplo el que ofrece T. Veblen cuando dice que en la cultura bárbara o depredadora (y eso es cualquier sociedad elitista) los dones de bondad de carácter no favorecen de modo apreciable la vida del individuo, mientras que sí la favorecen otras propiedades de tipo egoísta que, por ello, se han fijado como condición de éxito. Otro ejemplo es la explicación del carácter social ofrecida por Fromm.
El paso de capitalismo a comunismo.
Pensaba Marx, sin duda con excesivo optimismo, que el capitalismo está necesariamente condenado a dar paso a una sociedad por fin justa, y ello en virtud de las leyes de la historia. Tal optimismo peca de simplificación al apelar a leyes de la historia que sin duda existen, pero que no podemos conocer por su complejidad no menor que infinita. No podemos saber con certeza qué nos depara el futuro.
Sin embargo Márx acertó al señalar que la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas, por una parte, y las relaciones sociales de producción propias del capitalismo por otra, produce inevitablemente crisis comerciales cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Tales crisis destruyen una gran parte de los productos elaborados y aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. Se trata de una especie de epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción.
También captó Marx con acierto que la burguesía se sobrepone a las crisis destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistando nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos y acudiendo al saqueo colonial de otros pueblos o de los campesinos, indígenas y artesanos mediante guerras, maniobras políticas, conquistas e inversiones en países o zonas «atrasadas», donde la tasa de ganancia es más alta, etc..
Es decir, remedia cada crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.
De ahí dedujo Marx que el sistema capitalista está condenado a desaparecer por su propia lógica y a dejar paso a la única sociedad concebible como un progreso, la sociedad comunista.
Hasta ahora hemos podido comprobar, sin embargo, que el sistema capitalista ha ido aprendiendo a resolver sus crisis sin derrumbarse, lo que no quiere decir que no pueda derrumbarse mañana por circunstancias que Marx no pudo prever, como por ejemplo la emergencia de China.
Tampoco pudo prever una de las principales contradicciones del sistema, la que se da entre el aumento incesante de producción y consumo (que es una exigencia de la economía de mercado) y el sostenimiento ecológico del planeta. La contradicción entre el capitalismo y la armonía medioambiental puede obligar a cambios drásticos, a los que las élites llevan mucho tiempo resistiéndose.
La lucha de clases y los partidos comunistas
Aunque Marx veía como necesario el paso a una sociedad comunista, pensaba que ese parto puede ser abreviado (y sus dolores aliviados) si la sujeción del proletariado a la dominación y la explotación lo lleva a desarrollar una «conciencia de clase» y por tanto a la revolución.
Para ello debía apartarse de las tradiciones anarquistas y constituirse en partido político independiente que dé preponderancia a la lucha política (toma del poder) sobre la lucha económica (sindical). La conquista del poder político centralizará los medios de producción en manos del Estado, lo que hará posible en una primera etapa que a cada uno se le dé según su trabajo y luego, tras la instauración del comunismo en una segunda etapa, que cada uno aporte según sus capacidades y a cada uno se le dé según sus necesidades.
En el Manifiesto dicen Marx y Engels que mientras todos los movimientos sociales precedentes han sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría, el movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. “El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.”
Fue así como el marxismo se convirtió en programa de acción, pero con dos errores que el curso de la historia reciente nos permite apreciar.
Uno fue el papel que la teoría marxista da a la clase obrera, derivado de considerar sólo dos clases, la explotadora y la explotada. Ya sabemos por experiencia que no es precisamente la clase obrera la que se echará sobre su espalda la liberación de la humanidad. E incluso en tiempos de Marx ya estaba claro que el proletariado no podía por sí solo superar la lucha sindical: la mayor parte de los dirigentes comunistas no eran proletarios típicos, sino personas con alto nivel intelectual.
Otro error fue concebir la dictadura del proletariado como el medio de acelerar y hacer menos doloroso el parto de la sociedad comunista, es decir, la idea de que una revolución proletaria es la puerta de entrada más cercana al socialismo. Esta idea ha inspirado acciones políticas cuyo efecto no ha sido el predicho por la teoría.
De ahí que una necesidad del marxismo actual sea enmendar estos errores.
En el terreno de la utopía
La sociedad comunista concebida por Marx tiene dos efectos:
Por una parte hará surgir un nuevo tipo de persona.
Por otra parte hará posible al fin la democracia.
El “hombre nuevo”
1. Marx captó bien que, mientras en la sociedad capitalista la mayoría de los individuos no puede encontrar las condiciones de desarrollo personal y autonomía moral necesarias para una vida buena, en el comunismo esa mayoría podrá hacer realidad sus «capacidades específicas», esto es, sus potencialidades creativas, una vez que tanto el conocimiento como los bienes materiales se repartan con equidad y el libre desarrollo de cada uno sea condición para el libre desarrollo de todos.
Ello hará surgir un “hombre nuevo”, que será “brillante, sumamente racional, socializado, humano” y además multidimensional. Conocerá la ciencia y practicará las artes (y aunque no todos serán capaces de pintar como Rafael, todos serán capaces de pintar sumamente bien).
Al estar esta persona nueva libre de egoísmo, codicia y competitividad, no existirán conflictos entre el interés personal y el general, y habrán desaparecido los problemas de la disciplina y la motivación.
Desde el pensamiento conservador se considera que la descripción que hace Marx de esa “persona nueva” no es realista, es utópica en el sentido de irrealizable. ¿Por qué? Conocemos el argumento: evidentemente porque la gente es como es, egoísta, ambiciosa, perezosa. Sin embargo no hay prueba alguna de esa falta de realismo y, por el contrario, hay numerosas pruebas aportadas por la ciencia de que una adecuada educación puede generalizar ese tipo de persona nueva si se dan determinadas condiciones. El problema es que esas condiciones no se pueden dar en la sociedad capitalista.
2. De la descripción del “hombre nuevo” como requisito para la sociedad comunista se sigue la acertada conclusión de que con la población actual no se puede llegar a una sociedad democrática e igualitaria.
No tienen en cuenta esta lúcida conclusión quienes pretenden la conquista de los cielos con la población actual. Los indignados pueden levantar adoquines, como en el Mayo francés, pero más pronto que tarde los adoquines volverán a su sitio y los indignados se tornarán desencantados o acomodados.
Quiere todo esto decir que para Marx el proletariado servía como mera fuerza para arrebatar el poder a la burguesía y establecer un modo de producción socialista, no para instaurar el comunismo.
El comunismo (o sea, la igualdad, la libertad y la fraternidad) exige además otro tipo de población.
El error de Marx fue suponer que la persona nueva surgiría rápidamente como consecuencia del cambio de modo de producción realizado por la revolución. Ya hemos aprendido que la imposición de un modo de producción socialista no transforma a la población en la dirección necesaria para el advenimiento de la democracia.
La concepción marxista de la democracia
En el Manifiesto Comunista se dice que una vez que “hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad”, la hegemonía política del proletariado dejará de ser necesaria y los ciudadanos estarán a la par en el ejercicio del control político. El poder político se convertirá en un poder público y perderá así su carácter opresor. Engels insistía en que la única tarea del Estado democrático deberá ser la administración de las cosas, no el gobierno de los hombres.
De manera que no sólo desaparecerá el Estado burgués, sino que el Estado socialista se debilitará progresivamente hasta su extinción final (o si se prefiere, hasta su total democratización).
Mars y Engels percibieron el peligro de la apropiación del poder por una burocracia que mantenga el desposeimiento de los trabajadores, y aunque no retomaron el concepto de “democracia directa” rousseauniano, su sentido de la democracia participativa implicaba la introducción de formas de democracia directa allí donde fuera posible. Marx propugnaba una “constitución comunal” en la que hay democracia directa en la base y luego hay delegación, pero corregida en sus defectos por los procedimientos información y de control (control permanente de los representantes por los representados y régimen de asamblea, es decir, sin separación entre el ejecutivo y el legislativo).
Por lo que afecta a la concepción moral de la actividad partidaria, Marx había previsto la destitución de los representantes indignos y Lenin estableció que ningún miembro del partido debería ganar más que un obrero cualificado, cualquiera que fuese su cargo. Este «máximo de partido» estaba específicamente pensado para evitar que alguien se beneficiase de su posición indebidamente (y, en consecuencia, que alguien se diera a la actividad política pensando en beneficiarse).
Como se ve poco tiene que ver esta teoría con la dictadura estalinista, pero en todo caso no está libre de los errores antes señalados.
Preguntas abiertas
Surgen entonces cuestiones decisivas para la actividad política revolucionaria:
La persona nueva necesaria ¿debe surgir antes de la revolución o sólo puede surgir después? ¿De qué depende su aparición, si no depende sólo del cambio de modo de producción? Si la revolución se hace con las “personas viejas” ¿qué recorrido puede tener?
Responder a estas preguntas tiene gran importancia para determinar cuál debe ser el papel de los partidos comunistas, si limitarse a dotar de conciencia de clase al proletariado para llevarlo a la revolución como una mera fuerza de choque, o más bien si ir convirtiendo previamente a las clases dominadas en ciudadanía ilustrada y empática, en cuyo caso no será necesaria una revolución violenta, sino que una revolución pacífica se irá realizando paulatinamente conforme aumente esa ciudadanía nueva.
En el primer caso ¿qué hacer si la revolución violenta se hace muy improbable en los países de capitalismo avanzado? Y si se consiguiera la revolución, y dado que la persona nueva no surge del mero cambio de modo de producción, ¿qué hacer a continuación para no seguir caminos que ya conocemos y que no llegan adonde se esperaba? En otro caso, ¿cuáles pueden ser las estrategias que sustituyan a la revolución violenta? La diferencia de fines conlleva naturalmente una gran diferencia de medios.
En la próxima entrada trataré de exponer que los errores de la teoría marxista aludidos se deben a la carencia de un modelo psicológico en el núcleo de la teoría, carencia explicable cuando Marx teorizó, pero no ahora. Esos errores tienen por tanto enmienda, aunque no por el camino que ha llevado al electoralismo, sino completando la teoría marxista con el conocimiento acumulado en las disciplinas sociales al principio mencionadas. Y entonces puede aclararse la respuesta a esas preguntas.