Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

LA VALIDEZ ACTUAL DE UN MARXISMO REFORMULADO. II CARENCIAS REMEDIABLES

Los fallos y defectos de la teoría marxista analizados en la entrada anterior tienen como causa común la carencia de conceptos que no estaban disponibles en tiempos de Marx, pero ya sí, aunque no han atraído suficiente atención de los teóricos marxistas.

Me refiero por una parte a la teoría de sistemas y por otra a la actual psicología mentalista.

Sistemas sociales e individuos

1. El carácter sistémico de la sociedad fue captado por Marx y Engels, pero su formulación fue la posible en el siglo XIX, todavía tosca. Lo más parecido al actual sistemismo emergentista eran algunas intuiciones hegelianas que Marx hace suyas, representables por la expresión “el todo es más que la suma de las partes” y por la lógica dialéctica. Una formulación precisa sólo es posible desde que, en los años 40 del siglo XX, L. Bertalanffy formuló la teoría de sistemas, que permite teorizar sistemas de interacción (por ejemplo, la sociedad, el mercado) y sistemas de acción que se autorregulan (por ejemplo organizaciones y personas).

Si la sociedad no es una mera suma de individuos, sino un sistema en cuya estructura interactúan los individuos, es evidente que la teoría de la sociedad ha de contar con conceptos sociológicos y psicológicos.

Una teoría del sujeto humano ha de tener carácter sociológico, pues si el niño se convierte en persona conforme aprende la lengua materna, no cabe hablar de personas previas al grupo social, no existen individuos que, según el mito conservador, producirían la sociedad al organizarse mediante un pacto.

Pero de la misma manera que no cabe psicología sin sociología, no cabe sociología sin psicología. No se puede hablar del sistema social sin involucrar al psiquismo de sus miembros. Dicho de otra forma, en una teoría de la sociedad hay que tomar en cuenta no sólo las estructuras políticas económicas y culturales, sino además la eficacia causal de las configuraciones mentales.

Marx dio un paso de gran envergadura al concebir la conciencia subjetiva como fabricada y controlada socialmente, pero no pudo desarrollar esta idea porque en su tiempo no estaban disponibles los conceptos indispensables de psicología científica.

Marx estudió la historia y la única disciplina social eentonces existente, la economía clásica. No había sociología (Marx es uno de sus iniciadores), ni psicología, ni lingüística teórica, ni cibernética. Las investigaciones en lingüística se limitaban a las intuiciones de Humbold y a las líneas de las gramáticas comparada e histórica del XIX. Los conceptos psicológicos eran los del asociacionismo expuestos en teorías filosóficas del conocimiento y hay que esperar a la década del 1860 para que G. Fechner y E.H. Weber comiencen sus investigaciones acerca de las percepciones sensibles y sus leyes, y a la década siguiente para que W. James y W. Wund funden laboratorios para el estudio experimental de los procesos de la conciencia. Pero incluso todo esto quedaba muy lejos de una teoría del sujeto que pudiera funcionar como núcleo de una teoría general de la sociedad, que es lo que la concepción marxista requiere.

2. La carencia de un modelo psicológico de individuo ha tenido consecuencias gravosas en la teoría marxista, algunas ya comentadas: una concepción del materialismo imperfecta; dificultades para relacionar estructura y superestructura; conceptos confusos, como los de alienación, fetichismo, autorrrealización o falsa conciencia; error en el criterio de pertenencia a clase y por tanto en el número de clases relevantes; error al determinar la aparición del llamado “hombre nuevo”; escaso desarrollo del concepto de ideología; error al considerar que una revolución violenta acelera la entrada al socialismo; incapacidad para teorizar los procesos de liderazgo y de ejercicio del poder.

Por ello esta teoría ha sido ineficaz para organizar una acción política de transformación ideológica en la URSS, cuando se trataba de administrar la dictadura del proletariado, y lo es más aún en la situación presente, cuando pasan a primer plano, como palanca del cambio, procesos ideológicos de curso lento.

Una concepción del materialismo imperfecta

Alabé en la entrada anterior la concepción materialista del marxismo, pero hay que añadir que para que esa concepción sea fértil hay que llevarla adelante con coherencia. Y hago esta matización porque, a causa de la carencia de conceptos psicológicos, Marx y Engels no pudieron desarrollar su materialismo con tanto rigor como podemos hoy.

Tras el acierto de decir que no es la conciencia la que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia, da la impresión de que Marx no sabe muy bien qué hacer teóricamente con esa conciencia que tradicionalmente se ha considerado espiritual. A veces distingue entre un concreto material y un concreto intelectual (de pensamiento o conocimiento); a veces utiliza “social” y no “espiritual” como antónimo de “material”, y a veces, cuando se inspira en los conceptos de materia y forma aristotélicos, opone lo material a lo formal, como si la forma no fuera tan material como la sustancia. Para Marx el pensamiento y el ser se hallan ligados, pero al mismo tiempo son distintos el uno del otro. Se puede decir que es dualista la creencia de que junto a la materia (el ser) hay espíritu (la conciencia), no importa si se añade que el ser (la estructura de trabajo y producción) determina la conciencia.

No es entonces de extrañar que algunos crean que el carácter materialista de la teoría marxista radica en situar en el modo de producción el principio que rige la sucesión de etapas históricas, o que crean que si en la teoría de clases se introducen elementos mentales la teoría deja de ser materialista.

Lo cierto es que la ambigüedad del materialismo marxista ha favorecido derivas claras hacia el dualismo en algunos marxistas posteriores.

Afortunadamente la actual psicología con sus modelos de organización de memoria, y la cibernética con su concepto de realimentación, nos permiten explicar la acción humana desde una concepción materialista, sin echar mano del alma que valora y decide.

Error en el criterio de pertenencia a clase

La carencia de conceptos psicológicos y sistémicos ha tenido también una influencia negativa al teorizar las clases sociales.

Una clase social es un conjunto de personas que se caracterizan por compartir una o más propiedades. Por tanto el número de clases es ilimitado y depende de los criterios que elijamos para clasificar.

Según el criterio estructural utilizado por Marx hay en nuestras sociedades dos clases protagonistas de la historia, una de proletarios (explotados) y otra de capitalistas (explotadores). Marx sabía, claro está, que hay personas que no son una cosa ni otra (las llamadas clases medias), pero argumentó que terminarían desapareciendo absorbidas por la burguesía o por el proletariado.

Esta tesis ha fracasado, dado que el desarrollo capitalista ha comportado una disminución del proletariado clásico, un aumento de las clases medias y una modificación del lugar y papel de la clase capitalista. Por este error, comenta A. Schaff, los marxistas se han limitado a diseñar el socialismo proletario sin revisar el papel de la clase obrera y no han tratado suficientemente el socialismo en una sociedad de clases medias.

Pero resulta además que el criterio estructural se invalida por su escasa eficacia predictiva (eficacia que es precisamente la que acredita el valor científico de una hipótesis). No ocurre que la posición en la estructura económica dote a los miembros de cada clase de una concepción del mundo, unos valores y unas pautas de conducta equivalentes.

Más concretamente, de la pertenencia al proletariado no cabe predecir un comportamiento anticapitalista, e incluso se ha ido constatando que en momentos cruciales el concepto de nación o patria ha jugado con más fuerza que el de “proletarios del mundo, uníos”. En caso de guerra los proletarios de un país se sienten en mayor medida solidarios con la burguesía que los explota que con los proletarios de la nación enemiga.

Para explicar esta anomalía Marx y Engels distinguieron en el Manifiesto Comunista la “clase en sí” (el proletariado) y la “clase para sí” (el proletariado con conciencia de clase), siendo esta conciencia la motivación para la acción revolucionaria. El paso de la “clase en sí” a la “clase para sí” puede entenderse como un proceso histórico que afectaría a todo el proletariado (lo cual no es realista), pero también como una diferencia entre la parte del proletariado que termina adquiriendo conciencia de clase y el resto. Esto segundo significa que no hay una clase obrera, sino dos, la engañada y la lúcida.

Además el criterio puramente estructural queda contaminado con la referencia a aspectos ideológicos, con el agravante de que, al no ser torizados esos aspectos por carencia de psicología, tampoco mejora la capacidad predictiva de la teoría. En efecto, los hay que tienen conciencia de clase y son pasivos y los hay que, sin esa conciencia, por mera indignación, actúan llegada la ocasión sin que se pueda predecir su orientación futura. Hay muchos proletarios que en países de capitalismo neoliberal no votan a la izquierda anticapitalista, sino a la extrema derecha.

Todavía hay que añadir otro fallo del criterio estructural y es que en los países de economía socialista, dado que todos los ciudadanos son trabajadores y al mismo tiempo copropietarios de los bienes públicos, no puede haber clases. Pero en los países socialistas hubo dos clases, la de burócratas y la de dominados, clases que no se pueden deducir de la estructura de producción, sino de la estructura de poder.

La réplica weberiana a la teoría de clases marxista

Estas deficiencias de la teoría de clases marxista dejaron espacio a Max Weber para redefinir el concepto desde una óptica conservadora.

Contrario a la tesis de que las ideas son un efecto de la estructura económica, y también a la tesis de que el capitalismo es un sistema de explotación, Weber consideró que las clases se caracterizan porque sus miembros comparten las mismas «oportunidades de vida» basadas en sus comunes capacidades de mercado (capacidades económicas) y, por tanto, en sus comunes expectativas. Entrecruzó además este criterio con otros que pueden tener primacía, como raza, etnia o religión, a los que añadió el estatus y el partido. Hay una multiplicidad de ejes en torno a los cuales los grupos organizan su lucha por conseguir un acceso privilegiado al mercado y a posiciones de mayor dominio sobre otros.

El aspecto positivo de la teoría weberiana es que introdujo significados culturales o ideológicos, pero pese a ello no solucionó los problemas de la teoría de clases por dos razones: Weber no valora adecuadamente los factores estructurales, y por ello minimiza el interés del concepto de explotación a favor del de dominación, siendo así que en el sistema capitalista la explotación es la base de la dominación. Dominan, sobre todo y de la manera más efectiva, quienes se han hecho dueños del capital. Y dominan para mantener o aumentar la explotación que los beneficia y que aumenta su capacidad de dominio.

La segunda razón es que Weber carece también de una teoría del sujeto y por ello no se encuentra en mejor situación que Marx respecto a la dosis de psicología que es necesaria en una teoría sociológica.

El criterio ideológico para superar la estéril discusión reciente sobre clases sociales

1. Se ha dicho que el núcleo de la sociología de Weber es un prolongado diálogo con el fantasma de Marx, y también que el núcleo de la literatura marxista actual (sobre el Estado, la burocracia, la legitimación y la estructura de clases) es un prolongado diálogo con el fantasma de Weber. De hecho autores weberianos como P. Bourdieu y A. Giddens han recibido influencias del marxismo y algunos teóricos marxistas pretenden por su parte unificar los paradigmas marxista y weberiano, por ejemplo proponiendo que el concepto de experiencias vitales comunes sea el contenido central y abstracto de pertenencia a clase. La cuestión es cómo teorizar esas experiencias vitales.

La larga discusión sólo ha valido para que proliferen clases sociales sin un aumento de eficacia teórica. Entre todas ellas podemos mencionar la élite en el poder formada por los dueños o controladores del capital industrial y financiero, las élites formadas por los detentadores del poder político, los altos funcionarios y los controladores de los medios de comunicación influyentes, a las que añadir las tres categorías que más polémica despiertan: los expertos, los profesionales no directivos y los empleados estatales. Estos últimos (lo mismo que los empleados de iglesias, organizaciones no lucrativas, asociaciones voluntarias, sindicatos, partidos políticos, etc.) han sido siempre un problema para el marxista, dado que escapan a las relaciones sociales de producción.

Finalmente, hay otras clases de personas que no están insertas en las relaciones de producción, como los niños, los estudiantes, los pensionistas, los desempleados, las amas de casa, las minorías étnicas, etc. Las mujeres amas de casa de la clase obrera no venden su fuerza de trabajo ni están controladas en el punto de producción. ¿A qué clase las asignamos?

El interés de esta discusión no ha estado tanto en encontrar clases relevantes como clases rebeldes al criterio estructural, de manera que ha llegado a grados exagerados de un casuismo al final estéril por la razón que vengo considerando: la ausencia de una teoría de las ideologías dotada de conceptos psicológicos.

2. “Ideología” es un término confuso que es necesario redefinir. Gurvitch dice haber encontrado en Marx trece significados diversos, de los que se han mantenido dos fundamentales, uno amplio, referido a todas las formas intelectuales de una sociedad. Y otro restringido, referido a un modo de pensar falso promovido por la clase dominante para facilitar su dominio explotador.

Conviene de entrada aclarar que las ideologías no se encuentran en otra parte que en la estructura mental de las personas. De forma que cuando hablamos de la ideología de una clase o de una sociedad nos estamos refiriendo a aquellos elementos mentales que comparten los miembros de esa clase o de esa sociedad.

Toda ideología personal es un sistema de conceptos organizados en torno al concepto central “yo”, y en ese sistema interaccionan no sólo aspectos cognitivos y comportamentales, sino además, y sobre todo, aspectos afectivos.

a) Los aspectos cognitivos de cada mente se caracterizan por tres rasgos: su amplitud (cuántos temas relevantes abarcan), su grado de objetividad (en qué medida se fundan en la ciencia, en la superstición o en el mero sentido común), su grado de coherencia (número e importancia de elementos contradictorios) y la capacidad de imaginación (de la que depende la posibilidad de integrar en el “aquí-y-ahora” escenarios futuros y escenarios distantes).

Desde el punto de vista de la actividad política en el estudio de las ideologías importan sobre todo las creencias sobre la riqueza y su reparto, el papel del Estado y del mercado, la justificación de la desigualdad, las relaciones causales entre riqueza y pobreza, las entidades espirituales, las iglesias y la confesionalidad o aconfesionalidad del Estado, la democracia y la dictadura, la patria y la libertad, el papel de los partidos políticos, la posibilidad de cambios y la utopía, etc.

b) Los aspectos afectivos resumen las relaciones que cosas y personas han tenido con el placer y el dolor del sujeto, situándose los afectos más influyentes entre los polos egoísmo-altruismo (de lo que depende la posibilidad de que el sujeto adquiera algún tipo de compromiso que sobrepase los propios intereses directos).

En la indagación sobre clases sociales la actitud afectiva respecto a los otros ha de ser el aspecto fundamental, de manera que personas que compartan todos los restantes elementos pertenecen a clases significativamente distintas si difieren en esa actitud.

Es por ello de la mayor importancia cortar las clasificaciones basadas en propiedades cognitivas con una línea que coloque a un lado a las personas que tienen una estructura afectiva de compasión indiscriminada y al otro lado a aquellas cuya compasión, si existe, se agota en el propio entorno. Y es también importante tener en cuenta que entre las personas compasivas las hay cuya falsa conciencia inhibe la tendencia hacia una sociedad justa, y que entre las personas no compasivas las hay cuyas ideas pueden producir algún comportamiento progresista. Puesto que en las Facultades de ciencias sociales, conservadoras, no interesan investigaciones empíricas al respecto, no sabemos qué porcentaje de población está a un lado y al otro de esa línea divisoria. Es la izquierda la que debería investigarlo como instrumento imprescindible en la estrategia transformadora.

c) En el capítulo de pautas se sitúan las destrezas adquiridas y, de una manera general que afecta a todas las restantes, las de carácter lingüístico, que generan, como a continuación veremos, una de las más efectivas diferencias de clase.

El criterio de los códigos lingüísticos

La estructura mental de cada cual depende del lenguaje aprendido y ocurre que el lenguaje no es aprendido por todos de la misma forma y con la misma amplitud.

Estudiando en los años 60 del pasado siglo la influencia del lenguaje en el fracaso escolar, el sociólogo de la educación Basil Bernstein encontró que existen códigos restringidos y códigos elaborados, y que la clase obrera por él investigada sólo utilizaba un código restringido mientras la clase media utilizaba generalmente un código elaborado.

Esta diferencia producía en la escuela sesgos que se pueden describir así:

a) Los niños de clase baja son incapaces de aprender a leer tan rápidamente como los que disponen de código elaborado y en consecuencia pasan a ser más dependientes del profesor y de formas orales del discurso.

b) Aunque los niños de clase baja captan la relación entre aspectos ligados al contexto (al aquí-y-ahora), tienen dificultades especiales para captar los significados más independientes del contexto, como los conceptos abstractos, la comprensión de principios y su aplicación a nuevas situaciones.

c) El ritmo que se sigue en la escuela produce desventaja en los niños de la clase obrera o de minorías étnicas, pues requiere manejo del código elaborado y además dos sitios de trabajo, la escuela y la casa. La consecuencia es que los niños de clases bajas se retrasarán desde el primer año y gradualmente se retrasarán más y más.

Otro sociolingüista, William Labov, tratando de explicar el fracaso escolar de las bandas de adolescentes negros del Centro-Sur de Harlem, investigó las diferencias entre el lenguaje negro-americano empleado en el ghetto y el inglés estándar de la escuela, y encontró que, aunque cada hablante puede emplear diferentes estilos para comunicarse con miembros de otros grupos, utiliza un solo estilo para comunicarse con los iguales linguísticos, y a ese estilo lo denominó vernacular.

Comprobó además que si cada vernacular es una norma, existe una norma legítima en cada comunidad, la representada por el vernacular del grupo dominante, siendo normas ilegítimas los restantes. A lo que se añade que cualquier vernacular dominado sólo mantiene su coherencia y sistematicidad en las relaciones entre los miembros del grupo productor, desintegrándose en contacto con la norma legítima porque su hablante pretende la imposible conducta de seguir esa norma.

De manera que Labov explicó el fracaso escolar de los niños de los ghettos precisamente por la diferencia entre su vernacular “ilegítimo” y el vernacular “legítimo” utilizado en la escuela.

De estas investigaciones se sigue que una de las más efectivas diferencias de clase es la referida a los códigos lingüísticos, que no sólo funcionan como obstáculo a la comunicación de manera más o menos fuerte y extensa, sino también como obstáculo a la igualdad política y social, predeterminando las posibilidades de conocimiento, pensamiento y motivación, y también las de intervención en la vida pública.

Hombres y mujeres

Pese a las observaciones de Marx y Engels sobre la opresión de las mujeres, el tema no fue integrado en la teoría de clases marxista, anomalía que se puede considerar una prueba más de que el criterio estructural relacionado con el modo de producción (burgueses y proletarios) no es satisfactorio para inventariar las clases relevantes.

A lo largo de siglos la sociedad humana ha estado caracterizada por dos estructuras de opresión y explotación, una que deriva del modo de producción (la posición respecto a los medios de producción) y otra que tiene que ver con el sexo. Ambas se entrecruzan, pues hay mujeres que son doblemente explotadas, y otras que sólo lo son en una de las dimensiones y que pueden ser explotadoras en otra. No es lo mismo ser mujer trabajadora esposa de trabajador, que ser mujer no trabajadora esposa de empresario rico con servidumbre doméstica, o mujer rica empresaria. Por tanto la clase de las mujeres ha de ser dividida en subclases.

Son pertinentes otras distinciones, pues hay mujeres feministas cuya lucha está logrando avances en el cambio de mentalidad de la judicatura y la policía, a favor de la igualdad con los hombres en derechos laborales y en prácticas domésticas, y también respecto a la condena social de la violencia machista; y hay mujeres que carecen de conciencia de sus intereses específicos (indiferentes y antifeministas).

Pero sobre todo, aún hay que distinguir dos subclases de feministas cuyas diferencias habitualmente se pasan por alto.

Una subclase, mayoritaria, es la de aquellas feministas que quieren la liberación de la mujer, pero al mismo tiempo aceptan el capitalismo, y por tanto aceptan que la mayoría de las mujeres permanezca bajo la dominación-explotación que sufren las mayorías (hombres y mujeres). Estas feministas sólo pretenden que ese tipo de explotación-dominación no sea mayor para las mujeres que para los hombres.

La otra subclase, minoritaria, es la de las feministas que pretenden la completa liberación de las mujeres, no sólo de la opresión machista, sino además de la opresión capitalista.

No cabe duda de que para un partido comunista es relevante conocer cuántos hombres y mujeres pertenecen a la clase involucrada en ese anticapitalismo feminista, y qué hacer para aumentar su número.

Lo mismo se puede decir de los colectivos de lesbianas, gays y transexuales.

Las dos clases básicas

De lo hasta aquí dicho se sigue que el criterio ideológico permite distribuir las distintas clases mencionadas en dos conjuntos fundamentales y enfrentados: el de aquellas personas (proletarias o no) que desean un sistema racional y justo y el de aquellas (entre las que puede haber proletarias) que defienden este sistema y se opondrían a su cambio.

A su vez, hemos de dintinguir distintos grados de estabilidad tanto en procapitalistas como en prosocialistas.

Los procapitalistas más estables tienen estas propiedades:

-Intereses egoístas predominantes (económicos y de realce social del ‘yo’) y ausencia de intereses comunitarios.

-Ideología socio-política que justifica la existencia de clases y legitima los intereses elitistas.

-Rigidez dogmática que impide asimilar información disonante respecto a las propias ideas y valores.

-Estructura afectiva no empática o sólo empática respecto a los del propio grupo (enemistosa o indiferente respecto a los demás otros).

Quienes tienen estas propiedades son los que con mayor energía contribuirán a la defensa y permanencia de un sistema elitista.

Por ello es interesante investigar por qué defienden el capitalismo las personas que no responden a ese tipo (los que no satisfacen intereses elitistas, o los satisfacen en pugna con su moral, o tienen estructura afectiva extrovertida), puesto que son potencialmente menos estables y beligerantes en el apoyo al sistema.

Los prosocialistas estables son pocos y responden a la descripción que hizo Marx del “hombre nuevo”. Los inestables son mayoría, y apoyarán políticas socialistas sólo en la medida en que no sean desconcertados por la propaganda conservadora o en la medida en que esas políticas no generen efectos indeseables que les afecten (por ejemplo, por la reacción de los dueños del capital).

Indudablemente, la teoría marxista debería ilustrar (y no lo ha hecho) acerca de los medios para disminuir la clase de los que aceptan o defienden la situación por ignorancia de sus implicaciones respecto a la propia felicidad y la de los suyos, y tanto de la presente como de futuras generaciones. Así como acerca de los medios para ir aumentando la clase de “personas nuevas”, únicas que apoyarán al socialismo de manera estable.

Acerca de la militancia y el liderazgo

Por la misma razón por la que la teoría marxista ha venido siendo ciega para la ideología de las clases sociales, ha fallado también en la concepción del partido y de sus líderes.

La idea de que el partido comunista, como vanguardia revolucionaria de la clase obrera, está formado por personas de cuyas intenciones y espíritu democrático no se puede dudar no ha sido sometida a crítica por los teóricos marxistas.

Si hubieran asimilado conceptos psicológicos elementales habrían insistido hasta la saciedad en que se puede ser altruista por egoísmo (como cuando alguien no aprecia a los demás, pero tiene valores morales que le exigen el altruismo y no quiere defraudarse a sí mismo), e insistido en que se puede militar en un partido de izquierdas por intereses primarios no satisfechos (pobreza), por resentimiento (el que produce ocupar escalones sociales bajos), por predominancia de intereses particularistas sociales (sobre todo en el caso de algunos intelectuales y dirigentes que satisfacen esos intereses mediante la relevancia social que les da su papel político), o por afán de poder futuro.

Respecto a los dirigentes se debería haber insistido en que tiene ventajas para conseguir el poder quien tiene necesidad psicológica de poder, porque empleará más energía en conseguirlo, y se debería haber llegado más lejos en el análisis de las consecuencias indeseadas del ejercicio del poder cuando llega a convertirse en una profesión burocrática.

Por encima de los dirigentes están los líderes carismáticos que adquieren carácter sacro si provocan el éxito del partido (sea mediante la revolución o mediante la victoria electoral). Por ese carácter sacro las imágenes de Lenin, Stalin o Mao suplantaron al razonamiento. A otro nivel eso ha ocurrido entre nosotros con Felipe González (cuando se creía que el PSOE era de izquierdas), o con Julio Anguita y Pablo Iglesias. Ahora, tras la retirada de Iglesias, se intenta promocionar en IU una líder que ojalá no quiera serlo, pero a la que ya le da poder por anticipado la previsión de que atraerá votos.

Si en la izquierda se hubiera generalizado un conocimiento psicológico elemental nadie hubiera podido instalarse en la posición de liderazgo individual en ningún escalón de toma de decisiones, no existirían en ella los líderes carismáticos y el liderazgo sería siempre colectivo y temporal.

La eficacia perdida a corto plazo habría sido grandemente compensada a plazo medio.

¿Puede ser la revolución una puerta de acceso al socialismo? ¿Puede serlo la conquista del poder político dentro de la democracia formal burguesa?

1. Por la citada carencia de conceptos psicológicos la teoría marxista erró también en la consideración de la revolución y de la dictadura del proletariado como un periodo provisional, que desaparecería tan pronto la población trabajadora supiera autogobernarse. En cuyo momento no habría lugar para dictadura alguna, dado que sería el libre convencimiento de las nuevas gentes lo que mantendría en pie la sociedad ideal.

Si hubiera operado en los revolucionarios un suficiente conocimiento de los tipos de estructura mental que convivían en la situación pre-revolucionaria es probable que no hubieran alentado la revolución y se hubieran dedicado a otras tareas previas. Y si, hecha la revolución, hubieran tenido capacidad teórica para investigar los cambios ideológicos introducidos por la efervescencia revolucionaria, hubieran podido elaborar estrategias adecuadas para ir transformando a la población existente en la deseada, lento proceso con resultados sólo a largo plazo.

Tiene un mal fundamento teórico considerar sin más que, dado el tipo de población existente, la revolución violenta puede ser puerta de entrada al socialismo.

Cuando un poder revolucionario intenta imponer la utopía a una población que no interpreta los hechos a la manera de sus dirigentes, el resultado será inevitablemente un Estado policíaco y dictatorial. Necesariamente toda dictadura lleva en su seno una tendencia a la autoperpetuación, porque por mucho tiempo el pueblo seguirá necesitado de dirección, y los dirigentes políticos (muchos de ellos con rasgos propios de las “personas viejas” incompatibles con el igualitarismo) confundirán a cada paso el bien del pueblo con su permanencia en el poder.

Cabe oponerse a estas ideas argumentando que el poder dictatorial puede ejercerse para transformar a la población más rápidamente, pero ya sabemos que no lleva a buen destino el intento de cambiar a la gente por decreto aunque se haga pensando en su provecho, ni tampoco con prédicas o con propaganda ideológica, o yendo más rápido de lo que la mayoría de la gente puede ir asimilando de buen grado. En todo caso sería necesario tener claro el adecuado “qué hacer” para transformar a la población, pero las ideas marxistas sobre los procesos de socialización, sobre la educación en particular, son pocas y simples, y poco han valido para ilustrar en esa tarea. Por ello en la URSS no se pudo hacer algo inteligente para ir reduciendo el número de inadaptados al socialismo y aumentando el de partidarios estables.

2. En los años 70 algunos partidos comunistas (señaladamente los de Francia, Italia y España) vieron la dificultad de la toma del poder mediante la revolución, rechazaron el modelo desarrollado en la Unión Soviética y se propusieron una mayor proximidad hacia la clase media social surgida del capitalismo y la aceptación del modelo parlamentario pluripartidista, con la idea de que actuando dentro de la democracia burguesa podrían acceder al poder mediante los votos y llevar luego a cabo medidas de aproximación al socialismo desde las instituciones. El llamado eurocomunismo aceptó la democracia formal burguesa como una verdadera democracia, e incluso se conformó con menos (caso de Carrillo como partícipe de la Transición española).

El resultado ha sido la práctica desaparición de los partidos comunistas que tomaron ese camino, lastrados por su dedicación casi exclusiva a una menguante e inefectiva participación en elecciones y en instituciones, por la imposibilidad de someter a critica al poder económico (se habían endeudado con la banca para afrontar el gasto electoral) y por el pragmatismo electoralista que considera bueno todo lo que da votos, aunque sea malo, y malo todo lo que resta votos, aunque sea bueno.

Es evidente que si la revolución no vale y tampoco el éxito electoral, se impone esta pregunta: ¿para qué pueden servir los partidos comunistas? Aplazo la respuesta a la entrada final de esta serie.

¿Y cómo es que estas ideas no se discuten en el entorno marxista?

La carencia de psicología en el marxismo se apreció bien pronto en la URSS, en los años posteriores a la revolución, y por entonces Vigotski y Bajtin hicieron aportaciones lúcidas para explicar las relaciones entre estructura y superestructura. Pero el camino que abrieron fue luego más frecuentado por teóricos conservadores que por teóricos marxistas.

En los años 70 Erich Fromm retomó el tema de la carencia de psicología e intentó remediarla con su teoría del carácter social, siendo más tarde Luis Villoro el que propuso utilizar a fondo el concepto de actitud de la psicología contemporánea. Pero aunque estos autores han dejado ideas aprovechables no han resuelto el problema de dotar al marxismo de una teoría psicológica suficientemente desarrollada, Fromm porque utilizaba el psicoanálisis, Villoro porque utilizaba una teoría limitada.

Por falta de teoría psicológica fracasó el sincero esfuerzo de Gramsci, que acertó al poner en primer plano una idea ya presente en Marx: que las clases dominantes pueden dirigir y controlar a la población sin acudir a la represión violenta si consiguen, a través del control del sistema educativo, de las instituciones religiosas y de los medios de comunicación, la hegemonía ideológica. Pero Gramsci no pudo progresar sobre esa llamada de atención y no aclaró de manera efectiva cómo arrebatar la hegemonía ideológica a las clases dominantes mediante una lucha de posiciones en el espacio ideológico. La interpretación que Laclau y Mouffle hacen de Gramsci, importada en nuestro país por dirigentes de Podemos, empeora las cosas porque es una lectura posmoderna.

En este ambiente de pobreza conceptual los temas clásicos debatidos por los teóricos marxistas han venido versando desde un principio sobre si cabe una revolución en un sólo país o es necesario que coincida en suficiente número de países para que tenga éxito, si los partidos comunistas del mundo debían seguir las instrucciones de Moscú o actuar con autonomía en virtud de las propias circunstancias, si cabe propiciar la revolución en países atrasados, como los africanos, o está allí condenada al fracaso, si habría que abandonar el marxismo materialista del Marx maduro por el marxismo humanista esbozado en sus escritos de juventud, si un nuevo Estado socialista debe construirse sobre la base burocrática del partido o sobre la base democrática de los organismos de masas de trabajadores y campesinos, etc.

Viejas polémicas que dividieron a la izquierda marxista más allá de lo razonable, porque a ellas se superpuso el carácter doctrinario y cuasi teológico de muchos marxistas.

Tampoco ha sido remedio el llamado marxismo analítico desarrollado durante la década de los 80 por Gerald A. Cohen, John Roemer, Jon Elster, Adam Przeworski y otros, concentrado en dotar de rigor a las tesis marxistas, pero desafortunadamente a partir de dos ideas metodológicas que por entonces parecían válidas, pero que han dejado de serlo.

Para ellos una sociedad no es un sistema, sino un mero conjunto de individuos, con el agravante de que, precisamente por sus ideas metodológicas, no podían aceptar la psicología mentalista, de manera que su individualismo metodológico contemplaba individuos no teorizados, siendo sustituida la psicología por las teorías de la elección racional y de juegos, que se limitan a presuponer un sujeto egoísta (maximizador de su propio beneficio) y sumamente racional. Este marxismo sólo ha dejado como beneficios la reformulación hecha por el economista Roemer del concepto de explotación y el rigor casuístico en la discusión sobre las clases sociales.

Una explicación de la penuria teórica en el marxismo puede ser ésta: aunque la filosofía y las disciplinas sociales comparten tres objetos (el conocimiento, la acción y la organización política) que son interdependientes y que por ello no se pueden estudiar por separado, ocurre que en la vida académica cada cual se especializa en un pequeño tema a través de una específica tradición bibliográfica de la que no sale. Alguien puede ser ilustre politólogo sin manejar conceptos de lingüística ni de psicología, y lo mismo se puede decir de los restantes especialistas.

Ha ocurrido así que los teóricos marxistas, instalados por lo general en el campo de la filosofía, se han aplicado al análisis de los textos sagrados omitiendo el campo de las ciencias sociales, y cuando han comprobado que la exégesis interminable no conduce a nada, se han instalado en una ambigua melancolía.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

info@jmchamorro.es