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SYRIZA ACABA CON EL MITO DE EUROPA (8 de agosto de 2015)

El retrato que ahora nos ofrecen

A través de sus medios de comunicación, los acreedores de Grecia (países y bancos) se han preocupado de que sepamos:

Que el Estado griego es disfuncional y está lastrado por el clientelismo y el enchufismo, con una red de intereses políticos y personales en la que el principal objetivo no es servir al Estado, sino a los amigos o los votantes.

Que hay además una evasión fiscal insoportable (en 2010 sólo la acumulada en Suiza podría ascender a 600.000 millones, el triple del PIB griego); una deuda de los contribuyentes con Hacienda que aquel año ascendía a 38.700 millones de euros y casi los duplicaba tres años después; ausencia de catastro y de un Registro de la propiedad pública y privada (con más de 250 registros locales), estadísticas no fiables e inexistencia de mecanismos de control independientes.

Que la corrupción y el trapicheo son hábitos sociales (sobornos a los inspectores tarifados al 8%; pagar el gasoil de calefacción como de transporte con ahorro fraudulento de 500 millones al año…).

Que los funcionarios, aunque 200.000 menos ahora que en 2010, superan todavía el medio millón, demasiados para la población griega, sobre todo porque un empleado público medio cobra tres veces más que un asalariado privado.

Que el ejército se lleva casi tres puntos del PIB, un punto más que la media de la OTAN.

Que la sociedad está fragmentada en corporaciones con privilegios y por ello el sistema de pensiones, con infinidad de cajas recaudadoras, está organizado en numerosos subsistemas, cada cual con sus ventajas sobre el básico: periodistas, funcionarios del Banco de Grecia, de la telefónica OTE, de la compañía eléctrica…

Que las profesiones de locutor de radio, camarero, peluquero y músico son consideradas “penosas” y acreedoras del derecho a pensión desde los 52/55 años.

Se ha querido además mostrar a una Grecia que vive por encima de sus posibilidades y que debe aceptar las consecuencias de su pobreza real, pero lo cierto es que los griegos no viven por encima de sus posibilidades, sólo algunos griegos. Grecia recauda en proporción más impuestos que España (en 2014 el 43,8% del PIB frente al 37,8%), y esa mayor carga va sobre las clases medias bajas y populares (los ricos, como ocurre aquí, apenas contribuyen).

Por otra parte los trabajadores griegos trabajan más que los restantes europeos (2042 horas/año, 353 horas más que los españoles y 671 horas más que los alemanes), y no es culpa suya que su competitividad (precio/producto) esté por debajo, sino de la organización económica y la tecnología puestas en juego.

¿Es todo esto algo nuevo?

De nada de esto se puede culpar al gobierno de Syriza. La realidad es que en 1981 los males descritos ya existían. Así que, antes de nada, deberían explicarnos por qué, sin obligar a cambios, se permitió que Grecia entrara aquel año en la UE en su segunda ampliación (antes que España y Portugal, que lo hicieron en la tercera de 1986). Y otra cosa: si la situación del Estado griego y de su población es la que nos cuentan, ¿por qué durante 34 años no se ha intentado una transformación paulatina de cada una de las costumbres e instituciones que necesitan arreglo?

Ha ocurrido que el interés geopolítico de EEUU exigió esa entrada y que en Grecia gobernaban los compinches. Desde la restauración de la democracia en 1974, dos partidos (el conservador Nueva Democracia y el socialista Pasok, controlados por los Papandreu, los Karamanlís, los Mitsotakis) han patrimonializado el poder mientras la UE hacía la vista gorda y no exigía al gobierno griego que acometiera los cambios estructurales que ahora se consideran imprescindibles y urgentes. Menos aún, claro está, se le exigió una reforma fiscal que colocara la carga mayor sobre las espaldas de los ricos, ni medidas efectivas contra la corrupción y la evasión fiscal, o para modernizar la economía a fin de que los griegos trabajen menos y con más eficacia. De manera que son esos partidos conservadores, y las instituciones europeas por su consentimiento pasivo, los responsables de la persistencia y agravamiento de los males citados.

Lo que al poder económico estadounidense y europeo le ha interesado es que Grecia cumpla su papel en la OTAN y que el gobierno griego haga su trabajo en la dirección que el pensamiento económico neoliberal ha impuesto: privatizaciones, reforma laboral (sabemos de qué tipo), subida de impuestos indirectos y recortes en sanidad, educación y pensiones públicas (dejando el terreno preparado para el desmantelamiento del Estado del bienestar y el negocio privado en estos campos).

Los dos primeros planes de rescate obligaron a Grecia a aplicar unos recortes fiscales drásticos y la combinación de austeridad con préstamos caros fue, según Paul Krugman, la causa del desastre: hundimiento del PIB en un 27% , sueldos disminuidos de forma importante, una tasa de paro de casi el 27% y una gran parte de la población sumida en la pobreza. La economía quedó bajo la dependencia del BCE y sus inyeccciones de capital. El dinero que el Estado obtenía no era para los griegos, sino para pagar los altos intereses de las deudas previas, y así hasta constituir una deuda asfixiante que requiere nuevos créditos y que hoy supone el 175% del PIB. Un miembro de la Junta Directiva del FMI ha reconocido que el dinero de los rescates fue para salvar a los bancos franceses y alemanes, no a Grecia. Y un asesor de Merkel, Peter Bofinger, ha reconocido que “los rescates no son, ante todo, para los países con problemas, sino para nuestros propios bancos, que tienen grandes cantidades de préstamos concedidos allí”. La deuda griega con los bancos asciende a 79.096 millones de dólares según informe del Banco Internacional de Pagos, y de ellos 32.000 millones corresponden a la banca alemana.

La llegada de Syriza al gobierno

Pese al desastre de los rescates previos, la negociación con la troika para un tercer rescate hubiera seguido la rutina prevista (una insistencia en el error) de no llegar al poder Syriza enarbolando la bandera de la protesta y rebeldía a las medidas impuestas a Grecia desde el comienzo de la crisis.

El nuevo gobierno pedía una reestructuración de la deuda con el poderoso argumento de que en otro caso es una deuda impagable. Y marcaba algunas líneas rojas: tratar con las instituciones y no con los hombres de negro de la Troika, cuya prepotencia había humillado a los gobiernos anteriores. No subir el IVA en servicios relacionados con el turismo. No privatizar. No seguir recortando en perjuicio de la mayoría de la población. Especialmente no recortar las pensiones a jubilados ya demasiado esquilmados.

La posición de Syriza era razonable, pero rebelde, y no se podía aceptar una rebeldía tras la sumisión con que Zapatero y Rajoy, entre otros, se plegaron a las órdenes del poder económico. Se pondría de manifiesto que hay otra actitud distinta a la sumisión, y que con ella se puede llegar más lejos. De repente no eran Syriza ni Grecia las que estaban en la mesa de negociaciones frente a los llamados acreedores, sino Podemos y España. Ya ha reconocido nuestro ministro de Exteriores que a Europa (léase: al capital europeo y a sus mafias políticas) le asusta más Podemos que el problema catalán.

Una primera reacción a la victoria de Syriza fue que el BCE limitó la liquidez de los bancos griegos, disminuyendo drásticamente el dinero transferido a ellos. En pocas semanas el sistema bancario heleno en vías de recuperación se hizo incapaz de sostenerse sin ayudas y provocó unas pérdidas en la economía griega que el FMI cifra en 25.000 millones de euros.

Como la propuesta de la UE traspasaba las líneas rojas marcadas por Tsipras, éste tomó la medida democrática de convocar un referendum y entonces la furia de las mafias políticas europeas, con la alemana al frente, subió de punto. El triunfo del No con un 61,31 % de los votos aumentó la fuerza moral con que Tsipras retomaba las negociaciones pero se encontró con una gente dispuesta a todo. Ahora menos aún se podía ceder, tenía que quedar claro que Tsipras es un aventurero político sin experiencia y había que conseguir que volviera a Grecia humillado y perdiera el poder a favor de “uno de los nuestros”.

De repente “los acreedores” cayeron en la cuenta de que los fallos estructurales del Estado griego lastran todo intento de sacar al país del pozo de cinco años de recesión, esos fallos estructurales que desde el año 1981 eran soportables, convertidos de repente en algo que hay que corregir a toda prisa. A diferencia de los dos rescates anteriores, que hacían hincapié en los recortes, este tercero, el mayor de la historia de la eurozona, so pretexto de remediar la debilidad congénita del Estado griego, ha impuesto un paquete de reformas estructurales de ese corte criminal a que la derecha que gobierna en Europa nos tiene acostumbrados.

El nuevo acuerdo

Se han suavizado los objetivos del superavit primario, y se ha abierto la posibilidad de una renegociación de la deuda, algo inevitable desde que el FMI publicó por indicación de Obama un informe que Merkel quiso vetar, en el que se afirma que serán necesarias concesiones “significativas” para renegociar la deuda griega que en las actuales condiciones es absolutamente impagable.

Grecia recibirá 50.000 millones de euros en tres años, y el oxígeno que necesite la banca griega.

Pero como contrapartida a estas concesiones obligadas, “los acreedores” han dado una vuelta de tuerca y han exigido a Grecia:

-Crear un fondo por valor de 50.000 millones de euros nutrido de activos privatizables griegos, la mitad para recapitalizar a los bancos y la otra mitad, dividida en dos partes iguales, para pagar deuda y para implementar planes de inversión que reanimen la economía. En un primer momento, la UE tenía pensado que ese fondo se instaurara en un país extranjero, Luxemburgo, pero finalmente se quedará en Grecia bajo supervisión de los hombres de negro.

-Establecer “un ambicioso programa de reformas” para compensar el impacto fiscal de las pensiones y alcanzar un déficit cero en las cuentas públicas. Lo que en cristiano significa nuevos recortes en pensiones. Elevar además la edad de jubilación hasta los 67 años y congelar el importe de las pensiones hasta 2021.

-“Revisiones rigurosas” en la negociación colectiva de los trabajadores, en los despidos colectivos y en la política industrial. Es decir, una nueva reforma laboral que esclavice más a los trabajadores, les prive de fuerza y aumente los beneficios empresariales.

-Más privatizaciones, entre ellas la de la red eléctrica del país.

-El retorno de los hombres de negro para fiscalizar durante tres años.

-Finalmente se ha exigido modificar legislaciones ya aprobadas desde principios de año por el gobierno de Syriza y la aprobación en 48 horas por el Parlamento griego de todas las reformas impuestas (sin plazo para discutirlas, menos aún para que el propio sistema las vaya asimilando). Y se obliga a Atenas a una consulta previa con las instituciones europeas para cualquier ley que quiera aprobar “en áreas relevantes”.

Lo previsible es que la ruinosa economía griega impida que Atenas cumpla un programa que algunos creen irrealizable, y que, incluso si se realizara, es inadecuado para impulsar el crecimiento económico. Todos saben que es necesaria una quita de la deuda, pero puesto que la quita no está permitida en el Tratado de Maastricht, algunos expertos afirman que la negociación de este tercer rescate no aleja el fantasma del Grexit: la única alternativa que contemplan es que Grecia abandone temporalmente el euro. No se les pasa por la cabeza algo tan sencillo como cambiar las normas que impiden la necesaria quita.

El permanente chantaje

Así que, después de romper las negociaciones dos semanas antes, convocar un referendo, decretar un corralito bancario y aceptar la dimisión de su ministro de Finanzas, Tsipras ha tenido que aceptar un acuerdo más exigente que el que desembocó en la consulta, un acuerdo que supone un golpe de Estado que acaba con la soberanía griega. O dicho con las palabras del director del Financial Times: las condiciones que Alemania ha impuesto a Grecia “se parecen a una paz cartaginesa”. Y es que Alemania ha actuado con una furia irracional, tal vez como venganza por el recordatorio de que ella también disfrutó en su momento de una generosa quita, tal vez porque Syriza ha reclamado indemnizaciones de guerra por el daño que la Alemania nazi ocasionó en Grecia.

Como ocurre en estos casos, la negociación ha discurrido en dos niveles, el aparente y el secreto. En el aparente se ha tratado de dejar claro que la rebelión de Syriza ha sido sofocada. En el nivel secreto es razonable pensar que se han prometido concesiones a Grecia a condición de que se porte bien, y esas concesiones tienen que ver con la deuda. Pero también es razonable pensar que se le han hecho amenazas. Una el chantaje feroz: o aceptas o provocamos el hundimiento definitivo de la economía griega y la consiguiente desaparición de Syriza. Recordemos que el BCE ha desbloqueado las medidas de emergencia sólo después de que el parlamento heleno aprobara las medidas impuestas a Tsipras.

Pero no parece que haya sido sólo el chantaje económico. Es de sentido común pensar que, para el caso de que el gobierno griego decidiera salir del euro y aproximarse a Rusia, o simplemente vetar el régimen de sanciones a Rusia, se ha dejado caer la posibilidad de un golpe de Estado ejecutado por el ejército griego en connivencia con la oligarquía griega y amparado por la OTAN. Sabemos que Estados Unidos tiene gran experiencia en este tipo de soluciones.

Alemania y sus seguidores tenían las cosas claras al imponer implacables condiciones: acariciaban la probable rebelión del pueblo griego contra Syriza, la ruptura de Syriza, nuevas elecciones y un gobierno conservador. De hecho una representante del sector crítico de Syriza, la presidenta del Parlamento, Zoí Konstandopulu, ha votado por dos veces contra el acuerdo impuesto a Grecia y ha dirigido un escrito a Tsipras y al presidente del país, Prokopis Pavlópulu, quejándose de la “violación constitucional” que suponen las exigencias de los socios al Parlamento griego. Lo mismo que ella, 32 diputados de Syriza votaron en contra del acuerdo con la UE y también votó en contra el comité central (109 votos de 201, entre ellos cuatro miembros del gobierno).

Pero la mayoría de los disidentes ha declarado que ese voto negativo no quiere decir que disminuya su compromiso y lealtad con Syriza y el gobierno. Muchos griegos se han dado cuenta de que, como ha dicho Panos Kamenos, líder de Griegos Independientes y ministro de Defensa, “si cae el gobierno no habrá esperanza para Grecia”. El apoyo popular se mantiene por ahora.

Excusas para la dureza

Uno de los ministros de Rajoy va por ahí pregonando la cantidad que le costaría a cada español que se condonara la deuda griega. Calla lo que a otros europeos les ha costado la ayuda europea a nuestro país, y más aún calla lo que a cada español le ha costado la operación de salvamento de la Banca privada.

Para paliar la mala impresión que estas negociaciones han dejado en toda persona sensible, corre una justificación que dice que Europa ha de ser generosa, pero sólo si los griegos cumplen las normas. ¿De qué normas hablan?

A la vista de los hechos habría que concluir que es norma de la UE que el dinero que los Estados necesitan lo saquen en gran parte de impuestos indirectos (del IVA) para no presionar fiscalmente a los ricos. O que se reduzcan las pensiones de los que menos cobran. O que los trabajadores pierdan sus derechos y tengan que esclavizarse por un dinero que no les da para vivir. O que el BCE, controlado y dirigido no se sabe bien por quién ni dónde, se convierta en un arma para chantajear a los Estados díscolos.

Si estas son las normas, que las hagan públicas en estos mismos términos en el Tratado Constitucional europeo.

Efectos de la negociación

Para la población que votó No en el referendum ha sido un trago amargo comprobar que Tsipras ha tenido que traspasar las líneas rojas que había trazado. En cambio los medios conservadores han festejado con ruido y alborozo el fracaso de Syriza. Los periodistas y los políticos conservadores miran a corto plazo.

Visto el asunto con más perspectiva parece evidente que el desaguisado para la Europa neoliberal es mucho más grande que para Tsipras, Syriza o Grecia.

Por si no lo estaba, ha quedado ya demasiado claro que no son las instituciones las que toman las decisiones, sino Alemania (léase el poder económico alemán, del que Merkel es una sirviente y una recadera, idéntico papel que el de Obama en Estados Unidos). En la apariencia parece que Merkel ha vencido a Tsipras, pero en realidad Alemania ha sido la más dannificada. Aumenta el rechazo de todos los países al diktat alemán, periódicos importantes europeos hablan de que Europa teme a Alemania y son muchos los que ahora piensan que Alemania es el mayor peligro que tiene Europa. “¿Quién va a volver a confiar en las buenas intenciones de Alemania después de esto?”, se pregunta Paul Krugman en The New York Times del 12 de julio. Las redes sociales bullen de indignación ante lo ocurrido y no es Grecia la que se lleva las peores críticas. Proliferan caricaturas en las que Merkel y Hitler combinan, algo sumamente enojoso para la población alemana, engañada por medios de comunicación que han presentado el caso como convenía, como si los alemanes estuvieran pagando la pereza y los vicios griegos sin obtener siquiera agradecimiento, sino reproches y reclamaciones.

Ha quedado también claro que la socialdemocracia europea está controlada, sin ideas y sin capacidad. Y muchos que no lo sabían se han enterado del control que sobre la política ejerce el poder económico, control que hace ilusoria la democracia.

El euro como moneda ha sufrido un retroceso en la estima de las poblaciones de Polonia, República Checa o Suecia, con mayorías ahora contrarias a adoptarlo.

Y sobre todo: Syriza ha conseguido quitar el disfraz a la UE. Ya se había dicho de ella que es la Europa de los mercaderes, pero se mentenía la imagen de algo a imitar, un reducto de progreso político y moral.

Desde hace siglos se puede decir “me avergüenzo de ser europeo” en atención a razones muy poderosas (también las hay para el orgullo), pero son muchos los que, por lo que han aprendido, entenderán ahora el motivo de la vergüenza. Mientras el capitalismo domine nuestras vidas, no hay sitio en el mundo del que sentirse orgulloso.

Como dice Paul Krugman en el artículo citado: lo hecho por la UE “va más allá de la venganza pura, la destrucción completa de la soberanía nacional y la falta de esperanza de alivio. Probablemente pretende ser una oferta que Grecia no pueda aceptar, pero aún así, es una traición grotesca a todo lo que el proyecto europeo se suponía que representa.” Y concluye: “lo que hemos aprendido estas últimas semanas es que ser un miembro de la zona euro significa que los acreedores pueden destruir su economía si se sale del redil.”

Así que por este lado felicitaciones a Syriza. Es bueno para la población europea poder ir comprobando que así con las cosas, y no como nos las han venido contando.

Por lo demás, como algunos advierten, esta es una mera batalla en una larga guerra. El presente episodio lo ha protagonizado Syriza, pero en cualquier momento se pueden sumar otros partidos en otros países. No hay algo que teman tanto las mafias políticas como la emergencia de partidos a los que el poder económico no controla. Cierto que además del control directo está el indirecto, el del chantaje. Pero si este ha sido suficiente en el caso de Grecia puede no serlo si las poblaciones van abriendo los ojos y si hay una coordinación de rebeldías en distintos países.


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