Este mes se ha hablado mucho de ricos y pobres, de las calamidades del futuro invierno, del uso de la bomba atómica en Ucrania, de los avances de la extrema derecha, de los universitarios berreantes y las universitarias complacientes. También de medios de comunicación.
Naturalmente, éstos no han hecho autocrítica de sus silencios, tergiversaciones y mentiras en temas sensibles. Por el contrario, han seguido haciéndose una publicidad que llega a gran altura. Oigan esas voces solemnes que dicen al oyente: si quieres saber lo que ocurre, si quieres entenderlo, conecta con nosotros que te lo explicaremos, estarás siempre bien informado.
RICOS Y POBRES
Alguien de la derecha ha dicho que es insensato lo que pretende la izquierda, empobrecer a los ricos, pues lo acertado es hacer ricos a los pobres. Pero ¡qué pena!, la derecha nunca lo ha intentado, seguramente porque sabe que no hay riqueza social tan cuantiosa como para que todos seamos ricos. ¿Ignora la derecha que hay una relación causal entre riqueza y pobreza, esto es, que hay ricos porque hay pobres y que hay pobres porque hay ricos? No creo que su ignorancia llegue a tanto, porque la cosa es sencilla: siendo la riqueza social la que es, si unos pocos se llevan la mayor parte queda poco para los demás.
Antonio Garamendi, líder de la patronal a quien “preocupan” planteamientos que considera de “ruptura” social, pide no hablar “de ricos y pobres” porque esto “radicaliza a la sociedad”. No se puede hablar de ricos y pobres.
Pero ¿acaso debería haber otro tema hasta que éste se resuelva?
En realidad sólo hay un Tema, del que todos los demás son meras derivaciones. El Tema básico, sin cuya solución todos los demás carecen de solución, es el de la distribución de la riqueza social. Sólo cuando haya una distribución racional y justa (cuando no haya ricos ni pobres) podremos empezar a reconsiderar adecuadamente y resolver los problemas restantes. Ninguno de ellos tendrá solución mientras haya ricos riquísimos. Pues ¿qué significa que hay ricos riquísimos?
-Que hay pobres pobrísimos.
-Que los ricos, pero no los pobres, pueden poner en pie colegios de élite, universidades, medios de comunicación, partidos políticos.
-Que los ricos riquísimos pueden montar lobbies influyentes y generar tramas universales de corrupción y chantaje en las que están apresadas las personas e instituciones públicas.
-Que el Estado es pobre a la hora de proporcionar servicios sociales (educación, sanidad, cuidados, investigación, viviendas) pues los recursos necesarios los retienen en sus manos los muy ricos, que especulan con ellos para hacerse más ricos aún.
-Dicho de otra forma: que los ricos ejercerán su poder para hacer imposible la democracia. Lo que significa que es una obscenidad dar por supuesto o afirmar que vivimos en democracia mientras haya ricos riquísimos.
Frente a esto, la tímidísima izquierda se limita a decir que, temporalmente, los que más tienen han de contribuir algo más al gasto social en la medida en que se han beneficiado especialmente de la crisis. O sea, que esta izquierda timidísima da por supuesto que, en situaciones normales, los ricos tienen pleno derecho a su riqueza y a pagar impuestos insignificantes.
Ya sé que la izquierda no tiene por ahora posibilidad de acabar con la injustificable riqueza privada y sentar las bases de un funcionamiento democrático de la sociedad, pero sí tiene en cambio posibilidad de decir una vez y otra, con apoyo en argumentos incontestables, que mientras haya ricos y pobres no puede haber democracia, y que sólo por desvergüenza o por ignorancia se puede apelar a la democracia como si existiera. Puede también decir que un reparto justo de la riqueza es hoy imposible, pero no porque lo impidan leyes naturales: sólo porque los ricos, con todo su enorme poder, se oponen.
Vale, vale, ya sabemos que no hay izquierda capaz de decir las verdades necesarias, sea por incapacidad, sea por temor (a perder algún voto o a recibir algún ataque) o ella sabrá por qué.
EL AVANCE DE LA EXTREMA DERECHA
Periódicamente la prensa transmite una preocupación por los rebrotes de fascismo en Europa, identificando el fascismo con el ascenso electoral de partidos de extrema derecha.
Esa preocupación se viene activando desde fines del pasado siglo. Así cuando en 1999 la Unión del Pueblo Alemán (DVU) consiguió un 5,3% de los votos y entró en el Parlamento de Brandemburgo, porcentaje que aumentó al 6,2 en 2004; o también en 1999 cuando la ultraderechista Unión Democrática del Centro (UDC) se convirtió en el partido más votado en Suiza con un 22,8 % de los votos y 44 escaños, ganando 15; o cuando el ultraderechista Partido Liberal Austriaco (FPÖ) de Jörg Haider quedó segundo con un 27,2% de los votos ganando seis puntos. Conmocionó al pensamiento oficial de Europa la entrada del FPÖ en el Gobierno austriaco, o que en Bélgica el Bloque Flamenco fuera el quinto partido del país, o que en Dinamarca el Partido del Pueblo Danés fuera el tercero en votos; o que en Francia el Frente Nacional obtuviera un 16,9% en la primera vuelta de las presidenciales, o que en Holanda Pim Fortuny consiguiera más de un 30% de los votos en el Ayuntamiento de Roterdam, o el progreso de la ultraderechista Unión Democrática de Centro, que obtuvo el 11,1% de los votos en 1991, 15% en 1995, 22,5% en 1999, 26,6% en 2003 y 29% en 2007, habiendo llegado a ser el partido más votado. Resultados más recientes en Francia, Grecia, Inglaterra o Italia aumentaron la alarma. Hoy tenemos en Europa los casos de Polonia y Hungría, la reciente victoria de la extrema derecha en Italia, la influencia política de Vox en España, la ultraderecha condicionando el Gobierno en Suecia…
Si los partidos políticos fascistas no obtienen buenos resultados electorales, mucha gente se felicita y cree que el fascismo está en baja. Las alarmas se desatan cuando esos partidos ganan espacio electoral, no digamos si acceden al Parlamento o al Gobierno.
Pero vamos a ver, si aumenta en Europa la importancia de la extrema derecha es porque más ciudadanos han votado a partidos de extrema derecha. ¿Acaso no tienen derecho de voto esos ciudadanos?
Lo que debemos preguntarnos cuando suben los votos a partidos fascistas es si repentinamente han aumentado los ciudadanos fascistas. Y si bajan esos votos ¿es que los que ayer eran fascistas han dejado de serlo? ¿Qué reiterado milagro es este? ¿Hay millones de conversiones repentinas, en un sentido u otro?
En realidad las subidas y bajadas de votos no implican cambios caprichosos en la mentalidad de la población. Cambian más los votos que la mentalidad. Y la mentalidad es el dato que debiera importarnos.
En tanto que síndrome psicológico, he caracterizado al fascismo en una entrada anterior (ver aquí) con los rasgos básicos de maniqueísmo teológico, escasa empatía y un grado suficiente de resentimiento, rasgos de los que deriva odio hacia algún colectivo.
Y es que conviene distinguir el fascismo psicológico del político. El primero sustenta al segundo y es mucho más estable. Puede haber mucho fascismo psicológico en un país en el que no hay votos para partidos fascistas. Por ello deberíamos preguntarnos si no será el fascismo un ingrediente abundante en las mentes occidentales que convive con otros ingredientes, pero de forma tal que muchos que lo condenan en su aparición de militancia política lo favorecen en su forma de larva psicológica.
Alarma hipócrita y malos análisis
1. La alarma por el ascenso de la extrema derecha en Europa es hipócrita en dos dimensiones:
Por una parte los políticos, teóricos y comentaristas alarmados han presenciado los excesos del capitalismo neoliberal como testigos mudos, ese capitalismo que ha fabricado fascismo psicológico de manera incontinente y ha venido imponiendo medidas económicas que han perjudicado a grandes capas de la población con un daño criminal tan grande que es difícil pensar en uno mayor.
Por otra parte la unión Europea carece de democracia, como carecen de democracia sus países (ver No cabe democracia en el capitalismo), así que mal va la extrema derecha a debilitar una democracia que no existe.
Más hipócrita es la alarma en España. Quienes consideran que el crecimiento de Vox es un peligro parecen ignorar que, desde la “modélica Transición” hasta nuestros días la extrema derecha ha seguido controlando espacios importantes del Estado (judicatura, policía, ejército, alto funcionariado, sistema económico), y que la diferencia entre el PP y Vox es meramente estética, de modales.
Por hablar de algo de actualidad. Felipe González, pese a que ganó cuatro elecciones generales, las tres primeras con mayoría absoluta, no fue capaz de dictar una ley como la reciente de Memoria Democrática. Miles de asesinados por la dictadura siguieron en cunetas y fosas comunes mientras seguían disfrutando de honores los muertos del otro bando. Franco y Primo de Rivera enterrados en el Valle de los caídos, Queipo de Llano en la iglesia de la Macarena.
¿Alguien se explica cómo es posible que hayan permanecido en esa iglesia los restos de este golpista genocida, autor de matanzas indiscriminadas contra civiles, instigador de violaciones masivas de mujeres, saqueo y robo sistemático a los vencidos, uso de trabajadores esclavos, violador de derechos humanos en zonas que no eran campo de batalla, autor de discursos radiados que ponen los pelos de punta?
2. Nicolás Sartorius no cree que sea adecuado afirmar, sin más, que los partidos de extrema derecha europeos son formaciones “fascistas” como las de los años 20/30 del siglo pasado, porque aquel fue un periodo de “peligro bolchevique”, de lucha por las colonias, inexistencia de la Unión Europea, aguda crisis económica, desintegración de varios imperios, carencia de estados de bienestar… De otra parte, se trataba de partidos “militarizados”, violentos, totalitarios, liberticidas, cuyo objetivo era “organizar y encuadrar la no libertad”.
En cambio, nos dice, el contexto actual es completamente diferente, aunque solo sea por la existencia de la Unión Europea, la inexistencia de un “peligro bolchevique” y el funcionamiento de unos estados “euronacionales” con una notable protección social.
No obstante reconoce que los actuales partidos de ultraderecha tienen algunos rasgos comunes con los del pasado, como son un nacionalismo radical, el profundo conservadurismo, la xenofobia, la obsesión contra la inmigración -entonces eran los judíos-, una moral reaccionaria, etc., lo que hace posible que estos partidos evolucionen hacia formas “iliberales” autoritarias, como en Hungría o Polonia, e incluso hacia actitudes “neofascistas”.
No me parece corrrecto este análisis. Cierto que el contexto actual es diferente al de los años 20/30 del pasado siglo, pero no es menos peligroso. Estamos asistiendo a la exacerbación de la explotación capitalista, al declive de un imperio, el estadounidense, a una Unión Europea desprestigiada y decadente controlada por oligarquías económicas dependientes de las americanas, a la sustitución del “peligro bolchevique” por el “peligro chino”, a una situación en la que las decisiones imperiales son cada día más desesperadas e irracionales.
Especialmente preocupante es la forma que tomará la decadencia del imperio. Si le toca claudicar, no creo que agache la cabeza tan pacíficamente como lo hizo el socialismo soviético. Los que allí mandaban no eran dueños del dinero y tenían un buen aliciente para aceptar el hundimiento de la URSS: que ellos se iban a convertir en oligarcas. Pero la caída del capitalismo supondrá que los que aquí mandan dejarán de ser oligarcas riquísimos, y eso nunca lo van a aceptar si pueden evitarlo, así sea bañando en sangre a sus poblaciones, al mundo entero si es necesario.
Por ello creo que el análisis correcto debe ser muy distinto al propio de socialdemócratas como Sartorius (en otro tiempo marxista).
El Plan A y el Plan B
1. No debemos olvidar que el Poder económico ha ejecutado su pretensión (llevar al máximo la explotación de la mayoría de la población) preferentemente disfrazando la plutocracia de democracia. Llamemos a esto el Plan A.
Bajo ese disfraz compiten partidos que fingen que gobiernan, pero que de hecho tienen que desarrollar una política diseñada por el Poder económico. El disfraz democrático legitima la explotación mucho mejor que la violencia y por eso es el Plan preferible.
Mientras estemos sometidos a él carecen de verdadera importancia los resultados electorales.
¿Qué ocurrirá en Brasil si gana Bolsonaro? ¿Y en España con Vox? La diferencia entre un gobierno del PP y otro de Vox no creo que sea dramática, es sobre todo estética (y las cuestiones de estética son subjetivas). Y tampoco son dramáticas las diferencias entre un gobierno del PP y otro del PSOE. Recordemos que el PSOE privatizó gran parte del patrimonio público, metió a España en la OTAN, entregó la educación subvencionada a la iglesia, fuente inagotable de fascismo psicológico, toleró la existencia del franquismo en las instituciones, cumplió a rajatabla las órdenes que le llegaban del imperio en política económica neoliberal.
Ahora tenemos a la extrema derecha de Ayuso gobernando en Madrid y no se hunde el mundo. Veremos que Italia tampoco se hunde con el gobierno de Giorgia Meloni. ¿Acaso en España, con un gobierno que se dice de izquierdas, no están ocurriendo mil tropelías injustificables? Pues seguirán ocurriendo y ya está. Es ilusorio e hipócrita sentir alarma por la extrema derecha, como si viviéramos en un paraíso democrático que se puede derrumbar. El problema no es si gana Bolsonaro, Trump o Vox, sino que hay millones de personas que votan a Bolsonaro, Trump o Vox. Y de ese problema ¿qué dicen los bienpensantes, sean de derechas o de izquierdas?
2. Ocurre que el plan A puede dar paso al B en cualquier momento. Recordemos que la URSS fue un peligro (el “peligro bolchevique” de que habla Sartorius) pero no para las poblaciones europeas, sólo para las oligarquías capitalistas. Para las poblaciones ese peligro fue benéfico, al conseguir que se limitara el nivel de explotación en aquellos países que tenían un proletariado organizado por partidos comunistas y que la burguesía se viera obligada a ofrecer el Estado de Bienestar como alternativa a la revolución. Caída la URSS se volvió a una codicia sin límites en la explotación y comenzó el desmantelamiento de las políticas sociales con privatizaciones de servicios sociales, adelgazamiento del Estado por la bajada de impuestos a los ricos, paraísos fiscales, etc.
Esto junto a las crisis que estamos viviendo (sanitaria, económica, climática, bélica) y la incapacidad de la economía de mercado para competir con la planificada china (que es a eso a lo que llaman “el peligro chino”), puede ocasionar tensiones sociales ingobernables según la lógica del Plan A.
Se pasará entonces al plan B, momento en que la extrema derecha irrumpirá con la misión que tiene asignada (y para la que se ha creado y financiado): la de los puños y las pistolas. Se repetirá la historia: se hará creer a suficiente gente que la supervivencia del país está amenazada por la izquierda, y que sólo puede garantizarse empleando contra la izquierda tanta violencia como sea necesaria. Ese será el momento en que deberemos tener miedo de la extrema derecha, cuyos militantes irán entrando en juego conforme el deterioro de la situación va crispando a las distintas capas bajas y medias.
¿Es probable la necesidad del plan B? Creo que sí, y pensando en ello no deben preocuparnos tanto los actuales avances del fascismo político como la incontinente producción de fascismo psicológico.
En esta producción tienen importancia decisiva los medios de comunicación, dedicados incansablemente a mentir, sea por omisión y tendenciosidad (los más prestigiosos) sea insistiendo en mentiras expresas (los amarillos).
OTRA HIPOCRESÍA: LEY EUROPEA DE LIBERTAD DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
La Comisión Europea aprobó hace días una propuesta de Ley de Libertad de los Medios de Comunicación (que aún debe ser discutida por el Parlamento europeo y por los estados miembros) cuyo objetivo, se nos dice, “es proteger el pluralismo y la independencia de los medios de comunicación en el mercado único de la UE, de tal modo que estos puedan trabajar más fácilmente a través de las fronteras sin injerencias indebidas”.
Para ello, fíjense bien, se “fortalecerá la libertad editorial de las empresas de medios de comunicación y las protegerá frente a medidas nacionales injustificadas, desproporcionadas y discriminatorias, preservando el pluralismo del panorama mediático europeo.”
A cambio de blindar a los propietarios privados frente a ingerencias de los poderes públicos, exige a los medios cumplir una serie de requisitos: transparencia (acerca de su propiedad, conflictos de intereses reales o potenciales) e independencia de las decisiones editoriales concretas».
No creo que sea posible mayor cinismo. Bajo el nombre de libertad de expresión se intenta evitar que algún gobierno progresista quiera intervenir para disminuir el nivel de mentira interesada que nos inunda. A cambio, ¿de qué sirve la transparencia sobre la propiedad? ¿Va a cambiar algo las cosas, se nos va a informar de algo que no supiéramos? Ya sabemos quiénes son los dueños de cada medio y sabemos que los dueños son los que mandan, los que abren las páginas o espacios a quienes quieren y se las niegan a quienes quieren, los que deciden la línea editorial y contratan y despiden a quien quieren, dan órdenes a sus mesnadas, etc. El dueño de casi todos los medios influyentes es el Capital. Acabáramos. Si el Capital decide que todos los medios occidentales den una versión falsa de la guerra de Ucrania, ahí están todos muy disciplinados, tan pro OTAN, tan anti Putin y tan silenciosos sobre el papel de EE UU y sobre el papelón de Europa como se les exija.
En el Reglamento de Servicios Digitales (DSA), de aplicación directa en toda la UE, hay un «mecanismo de crisis» que habilita a la Comisión Europea para que exija a los grandes proveedores de servicios de internet (buscadores y redes sociales) que sin intervención judicial previa bloqueen ciertos contenidos que contribuyan a «amenazas graves». Amenazas graves son aquellas informaciones sobre la guerra en Ucrania que se salgan de la pauta decidida unánimemente por los dueños de los medios. ¿Y quiénes son los dueños de buscadores y redes sociales?
QUEDARSE A MEDIO CAMINO ES MALO
Monedero ha comparado a Putin con Zelenski en un tuit.
«Uno permite un batallón fascista y el otro convoca a fascistas; uno ejecuta prisioneros y el otro también; uno miente en Kiev y el otro en Moscú; uno vuela un puente y el otro se venga bombardeando civiles».
Ha recibido muchas críticas por poner al mismo nivel al opresor y al oprimido, por culpabilizar a la víctima lo mismo que al agresor.
Es que no debe uno dar pasos para quedar a medio camino. Y se queda a medio camino quien compara a Putin con Zelenski y los encuentra a los dos igualmente culpables. Pues deja fuera de foco a los verdaderos culpables, a los que han hecho culpables a Putin y Zelenski, a los que quisieron llevar la OTAN a las puertas de Rusia.