Pensaba con alivio que había dejado atrás el tema trans, pero me han cambiado el humor estos cuatro golpes mediáticos:
1. Pablo Iglesias, en una tertulia de la Ser que en nada beneficia a la izquierda, cree poner contra las cuerdas a Carmen Calvo cuando insiste por tres veces en que responda a esta pregunta: ¿Crees que Carla Antonelli es una mujer o no? Carmen Calvo no quiere responder, tiene miedo a decir lo que piensa y por tres veces se escabulle.
Hablando del mismo tema García-Margallo traslada a sus compañeros de debate esta pregunta: “Un agresor sexual que se declara en el registro mujer, ¿va a una cárcel de hombres o a una cárcel de mujeres?” Pablo Iglesias, insistiendo inadecuadamente en el tema Antonelli, le pregunta: “¿Tu enviarías a Carla Antonelli a una cárcel de mujeres, Margallo?” Y en medio de la conversación entre Iglesias y Margallo, Calvo dice: “Pregúntaselo a ella. Se lo tendríamos que preguntar a ella.”
Luego Antonelli respondió en Twitter a las palabras de Calvo de la siguiente manera:
“Lo que yo espero, Carmen Calvo, es que si vas algún día a la cárcel lo sea porque este país se viste por los pies y el odio y transfobia que supuras, en lo verbal y lo gestual, conlleve pena de prisión». Y añadió: «Por cierto, ya no eres vicepresidenta y la Ley Trans será ley ¿Te das cuén?”
2. Cristina Fallarás se pregunta en Público: ¿De qué tiene miedo Carmen Calvo? Y escribe:
“Pienso en eso que consideran «normal». Qué miedo les da lo que se sale de ahí, y qué violencia genera ese miedo. Cuando me he enterado de que la ex vicepresidenta Carmen Calvo no ha votado a favor de la Ley Trans, al contrario de lo que sí ha hecho el resto de su grupo, me he preguntado sobre cuál es su miedo. No todos los miedos son iguales. Hay miedos que vienen desde el pasado, otros cuyo aroma parece llegar del futuro, miedos a ser y a no ser, a perder, a mirarnos a la cara. Muchos miedos, con sus correspondientes violencias.”
Hecho este análisis profundo sobre los miedos, añade Fallarás que no puede creer que el miedo de Carmen Calvo o de mujeres como ella, del entorno del PSOE, se deba a tomar en serio esas ideas del borrado de las mujeres, etc. “Mucho menos, cuando estamos hablando de derechos humanos, de eliminar sufrimiento, violencia y crueldad, de procurar una vida más digna y, en general, mejor a miles de personas. No, no lo puedo creer. Así que su miedo, el que les lleva a oponerse a la Ley Trans, debe de venir de otro lugar. No quiero ni pensarlo.” A Fallerás ni se le pasa por la cabeza que
Calvo haya tenido razones respetables para abstenerse y que quienes merecen críticas sean quienes han votado sí.
3. Tras la votación de la ley trans Irene Montero quiere poner el acento en “algo obvio” pero que a su juicio debe “quedar registrado en el diario de sesiones: las mujeres trans son mujeres.” O como dijo en otra ocasión: “son mujeres y ya está”. Supongo que el diario de sesiones sólo puede registrar lo que se haya ido diciendo en esas sesiones, no qué sean las cosas.
4. Blanca, madre de una niña, nos cuenta: “Empezó a expresarnos que se sentía un niño, que de mayor quería ser un papá, siempre asumía el papel masculino. Lo decía de vez en cuando hasta que se hizo permanente.” Entonces, Blanca y Michel, el padre del niño, decidieron tomar partido, informarse y reconocer a su hijo como él mismo quería.
Su hermana, Daniela, de ocho años, lo intuía desde antes de que él lo expresase definitivamente: “Siempre quería ser el chico.” Cuando Alex quiso contarlo en el colegio, su hermana decidió hacer una exposición relatando cómo era su hermano pequeño. En una cartulina escribió todo lo que había aprendido teniendo como hermano a Alex y explicó qué era ser una persona trans. La terminó añadiendo una foto de toda la familia con la siguiente frase: «Esta es mi familia, somos muy felices, sobre todo Alex porque ya puede ser él mismo».
Una niña de ocho años impartiendo doctrina acerca de qué es ser trans y qué es “ser uno mismo”. Y los medios contándolo entusiasmados. Y por cierto, ¿dónde buscaron información los padres?
5. Nos relatan el nuevo alarde tránsfobo del librero nazi Pedro, que dice: “He leído un chiste muy curioso el otro día. – Oye papá, ¿las mujeres van al ginecólogo, verdad? – Sí. – ¿Y los hombres van al urólogo? – Sí. – ¿Y dónde van los transgénero? – No lo sé chico, igual al psiquiatra”.
Carcajadas y aplausos de los ultraderechistas que poblaban la sala.
“Esto lógicamente es un chiste -dice el librero-, porque si no, me van a poner un pleito los transgénero. El humor es lo que es, pero esa es la realidad biológica. Tú te puedes sentir lo que te dé la gana, pero la biología dice o eres hombre o eres mujer, o al urólogo o al ginecólogo, no puedes ir a otro sitio”.
Teorías sobre lenguaje y realidad (o acerca de la estupidez ambiente)
Reitero lo que ya he dicho en otras ocasiones. Afirmar que el hombre que se declara mujer es una mujer, y que es un hombre la mujer que se declara hombre, puede hacerse con dos fundamentos, uno implícito y otro explícito. El primero es la idea de que un humano se compone de dos partes, un alma y un cuerpo. Y entonces puede ocurrir que un alma de mujer haya sido introducida por error en un cuerpo de hombre o al contrario. Y el alma es más determinante de la propia identidad que el cuerpo.
Ahora bien, este fundamento sólo vale para los que creen en un mito que ha sido desmontado por la ciencia. Ideas y sentimientos no están en alma espiritual alguna, sobre cuya existencia nadie ha aportado jamás alguna prueba, sino en el cerebro. Y en el cerebro del recién nacido, aunque hay sentimientos elementales, no hay idea alguna sobre su sexo ni sobre el otro sexo. Esas ideas las irá adquiriendo mediante su autopercepción y mediante la interacción social, lo mismo que sus valoraciones, esto es, su gusto o disgusto por tener el sexo que tiene, o su deseo de tener el otro sexo, o ninguno.
El segundo fundamento es el pensamiento posmoderno, que dice que la realidad objetiva no existe, sino que la creamos nosotros con nuestras ideas y sentimientos verbalizados.
Ya he expuesto cómo y con qué motivaciones surgió este pensamiento (ver aquí), creado por filósofos conservadores enemigos del marxismo y de la ciencia. Puedo decir esto no porque lo haya leído en Wikipedia, que ahí no lo dice, sino porque cuando fui profesor de filosofía en la Universidad de La Laguna me tocó vivir directamente el aparecer y desarrollo de ese pensamiento y sé a quiénes gustaba y por qué.
Los campos de la filosofía y de las ciencias sociales (que por ahora no son ciencia sino protociencia) están llenos de astutos que se fingen teóricos sin recibir ningún castigo. Y es que en las ciencias desarrolladas no se puede mantener una idiotez por mucho tiempo, porque los hechos vienen a desacreditarla muy rápido. En cambio, como la filosofía y la teoría social no se rigen aún por la confirmación empírica, aparece a cada paso una hornada de personajes con habilidad para decir cosas necias con apariencia de profundas. Para ello necesitan un lenguaje oscuro lleno de términos simuladores (arte en el que fueron insuperables Lacan y los filósofos franceses oscuros, los prosestructuralistas inspiradores de teóricas mediocres como Judith Butler, fundadora de la teoría queer).
Los que nos oponemos a la ley trans también tenemos derechos humanos
Hay que distinguir dos cosas que los progres ignorantes vienen confundiendo: una cosa es el respeto a los derechos humanos y otra cosa bien distinta es que estemos obligados a respetar la imposición de una teoría necia, como si fuera un derecho humano de los necios imponer su teoría a las personas cuerdas.
Las personas trans tienen derecho a que se respete su forma de concebirse y de vivir, tienen derecho a elegir su nombre (algo que deberíamos tener todos, derecho a elegir nuestros nombres y apellidos), tienen derecho a que se las proteja de agresiones y discriminaciones y a que se elimine en lo posible su sufrimiento por la violencia y crueldad social, tienen derecho a una vida más digna. ¿Acaso alguien de izquierdas pone estos derechos en duda? Aceptemos que tienen un derecho más discutible, el de que se les inscriba en el registro civil no con su sexo, sino como personas trans.
Pero de ninguna manera tienen derecho a que se las inscriba con el sexo que no tienen, y mucho menos a imponer a otros su teoría sobre los sexos, pretensión tanto más desorbitada cuanto que se trata de una teoría indefendible. Nadie transgrede algún derecho humano por no aceptar las ideas del colectivo trans acerca de qué es ser mujer y qué ser hombre.
Los que pensamos que las almas no existen y que es intelectualmente impresentable el pensamiento posmoderno tenemos derecho a que se respete nuestra convicción. Gracias a que todo el mundo cree que la realidad objetiva existe (también los posmodernos cuando salen del tema en que les interesa opinar lo contrario) el mundo funciona y es posible la ciencia. Curiosamente, la mayoría de las personas trans tienen muy clara la objetividad biológica del sexo, y por eso tratan de imitar características biológicas del sexo que dicen sentir.
Así que quienes nos oponemos a ese disparate de la autodeterminación de sexo tenemos derecho a que no caiga sobre nosotros una catarata de insultos, descalificaciones y suposiciones siniestras, como que estamos movidos por el odio y por un miedo inconfesable (tan inconfesable que mejor es no pensar a qué se debe).
Como anticapitalista que soy, considero que el PSOE, por más que sea en muchos temas más razonable que el PP, pertenece a una derecha conservadora. Sin embargo cuando se trata de comentar el comportamiento de Carmen Calvo no puedo hacer otra cosa que defenderla de las despiadadas agresiones que está sufriendo. No estoy de acuerdo con ella, pero no porque se haya abstenido en la votación de la ley trans, sino porque no votó en contra. En ningún momento he percibido que Calvo sienta odio por las personas trans, más bien la he visto siempre atemorizada y dispuesta a casi todo por complacerlas. Ha aceptado la llamada autodeterminación de sexo, que es un disparate que nada tiene que ver con los derechos humanos, ha aceptado que se despatologice la condición trans y que para inscribirse con el otro sexo no sea necesario hormonarse ni recurrir a la cirugía, se ha limitado a advertir de los problemas con que se puede encontrar el feminismo y a pedir alguna garantía para que los menores no tomen decisiones irreversibles de las que luego puedan arrepentirse. ¡Y la que le está cayendo!
Por desgracia la abstención de Calvo no ha sido influyente: salvo alguna modificación en el Senado, ya tenemos ahí la ley Trans, una mala ley basada en conceptos racionalmente indefendibles
.¿Qué es Clara Antonelli?
Puesto que “género” es una palabra que nunca ha sido definida con precisión, no podemos saber qué significa autodeterminación de género. Seamos benévolos y supongamos que significa que cada cual puede achacarse el sexo que quiera, y vivir al respecto como quiera. Nada que oponer.
En cambio la autodeterminación de sexo es un sintentido, porque cada cual tiene el sexo que le dio la Naturaleza y no puede cambiarlo concediéndose el otro (al menos por ahora).
Si la pregunta que Iglesias hizo a Calvo me la hiciera a mí, yo diría: Clara Antonelli es un hombre que dice sentirse mujer y que se ha hormonado y operado para que su cuerpo parezca el de una mujer. Podría añadir que es un hombre al que una ley sin fundamento le permite inscribirse como mujer en el registro civil y no como persona trans (que sería lo correcto).
Si leyeran esto Iglesias, Montero, Fallarás o Antonelli pondrían el grito en el cielo y dirían de mí cosas horribles en claro desprecio a mi derecho a pensar racionalmente. No tengo por tanto que ser comedido con quienes reaccionan así, con insultos y no con argumentos. Veo en ellos furor, intolerancia, fanatismo e ignorancia. Pablo Iglesias, Irene Montero, Cristina Fallarás y Carla Antonelli son, contra lo que creen, ilustres ignorantes en el tema de lenguaje, realidad y metalenguaje, y al decir esto no conculco ninguno de sus derechos, pues todos tenemos derecho a la ignorancia.
Ahora bien, ¿de dónde viene esa ignorancia fanática? Ya he dado mi opinión: los progres conservadores (recordemos que Iglesias y Montero militaron en las Juventudes Comunistas, qué lejos queda eso) tienen mala conciencia y se ponen al frente de cualquier manifestación que parezca de izquierdas con un ahínco intolerante. La gente de izquierdas no debería nunca abandonar el punto de vista científico, que es el mejor remedio contra esa actitud.
Despatologizar
No voy a entrar en el tema de por qué un varón llega a sentirse hembra o al contrario.
Es ya un dogma que las personas trans no son enfermas mentales, y que cualquier recurso a profesionales de la psicología o la psiquiatría es patologizarlas y por tanto ofenderlas gravemente.
Volvemos aquí al uso de las palabras. Considerar que algo es patológico depende de la definición de “patología”. Hagamos una definición que deje fuera de lo patológico a lo trans. Pero no se puede negar el derecho de los profesionales de la psicología y la psiquiatría a tratar estos casos si hay personas interesadas en evitarse los sufrimientos que produce una oposición mental al propio cuerpo. Los expertos pueden intentar que esa oposición decaiga, y en todo caso dejar claro a sus clientes que es imposible que un hombre se convierta en mujer y al contrario. Pero ahora, mientras los profesionales que hacen negocio con lo trans (sea hormonando, haciendo cirugías o apadrinando el sentimiento trans) están a favor de corriente, si alguno intenta investigar por qué un niño se considera niña, o al contrario, e intenta influir en él o ella para que acepte su sexo con el sano argumento de que es el sexo que tiene y no puede tener otro, sufrirá represalias. Le dirán que se está oponiendo al “verdadero ser” de alguien. Delito de odio. Mundo loco. La ley trans prohíbe lo que llama «terapias de conversión, aversión o contracondicionamiento destinadas a modificar la orientación, identidad sexual o la expresión de género de las personas, con independencia de que ésta haya dado su consentimiento
El problema en la niñez
Las asociaciones LGTBI afirman que si se niega la existencia de las infancias trans y se las deja fuera de la ley se olvida que lo que más hay que cuidar es a las y los menores.
Pero lo cierto es que parece que hay padres que si ven que su niño prefiere jugar con muñecas o su niña prefiere jugar al fútbol ya están pensando en salir en los medios. No puedo olvidar el caso de aquella madre que fue al Parlamento extremeño a contar el caso de su hijo ¡de cuatro años! y recibió una ovación de todos los parlamentarios puestos en pie. Aquellos parlamentarios, casi todos conservadores, querían mostrar un pensamiento avanzado que casi ninguno de ellos tenía. Más tarde llevaron al niño, ya con ocho años, al mismo Parlamento para que leyera un papel escrito por algún adulto y nueva ovación de tan alta audiencia. Mayor necedad no se vio nunca. ¿Cómo no pensar que esta necedad pública puede influir en otros niños y otros padres?
Cuidar a la niñez no consiste en seguir la corriente a cualquier pretensión infantil de imposible realización (y la pretensión trans es de imposible realización), sino procurar que el niño, hasta que tenga plena capacidad intelectual para medir las consecuencias a largo plazo, no tome decisiones irreversibles de las que se pueda arrepentir. Luego allá él o ella, serán muy dueños de hacer de su vida lo que quieran, y tendrán derecho a recabar respeto para su decisión.
Paradojas: dando la razón a la extrema derecha
El disparate teórico que vengo comentando conduce al sinsentido de condenar a la extrema derecha cuando está siendo razonable. Gran escándalo produjo en la progresía conservadora que Vox pasease en un autobús la afirmación “los niños tienen pene y las niñas tienen vulva”. Pues claro que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva.
Cuando el librero nazi dijo: “Tú te puedes sentir lo que te dé la gana, pero la biología dice o eres hombre o eres mujer, o al urólogo o al ginecólogo, no puedes ir a otro sitio», se limitó a una obviedad. Puede que la dijera movido por el odio, yo no lo sé, pero lo que dijo no tiene vuelta de hoja.
Si alguien de extrema derecha dice un martes “hoy es martes” ¿estamos obligados los de izquierdas a lanzar insultos furibundos y a gritar que es un delito de odio afirmar que los martes son martes?
Pues a este punto hemos llegado por una alianza entre la ignorancia y la mala conciencia, que funciona no sólo en España, sino extendida por el mundo, con el lobby trans apoyado de mil maneras ocultas por aquellos que se benefician de la tradicional ideología patriarcal. Acabar con el concepto biológico de mujer es un paso contra el peligroso e incordiante feminismo.
Este lobby y sus tontos útiles ya han conseguido que la ley trans olvide que quienes menstrúan, quedan embarazadas, paren, amamantan, tienen la menopausia y sufren violencia machista son las mujeres biológicas y sólo ellas, jamás los hombres que se creen mujeres. La violencia que éstos puedan sentir no es violencia machista, sino la que se emplea contra las minorías odiadas.
Volviendo a la teoría
Tras este desahogo termino con unas observaciones dirigidas a aquellos lectores interesados por problemas teóricos.
Luisa Posada Kubissa, Profesora de Filosofía en la Universidad Complutense, tras reconocer que el lenguaje de Judith Butler es oscuro y que por ello es necesario traducirlo a un lenguaje comprensible, traduce dos de las principales ideas de esa autora, inspiradora del movimiento trans.
Posada traduce la primera como que toda identidad es “normativa”, porque establece unas normas a las que hay que ajustarse, y es “excluyente”, porque deja fuera lo que no se ajusta a esas normas. Por eso, por ser normativas y excluyentes, las identidades “sexo”, “mujeres” y “hombres” deben ser desestabilizadas.
La segunda idea traducida es que la identidad de género no es algo objetivo, no tiene estatuto alguno y consiste sólo en la “performatividad”, en la puesta en acto, de las propias normas de género. No hay nada que sea el “sexo natural” o precultural, pues no tenemos acceso a esa supuesta sustancia dada si no es justamente a través del discurso o el lenguaje con el que nos referimos a ella (y el discurso o el lenguaje ya son algo cultural). Son las normas de género reiteradamente repetidas o “performativas” las que nos hacen creer en la ilusión de que hay fundamento natural (el sexo).
Posada critica algunas incoherencias que percibe en esas ideas, pero no con la necesaria contundencia. Pues veamos: el lenguaje establece identidades mediante definiciones. Toda definición es normativa y excluyente, pues toda definición establece las condiciones que ha de cumplir algo para pertenecer a una clase. Por ejemplo, la definición de “perro” establece las condiciones que debe tener algo para pertenecer a la clase de los perros, es decir, para ser un perro. Y excluye de esa clase a los objetos que no cumplen esas condiciones (por ejemplo a las lagartijas). Por tanto todos los términos que emplea Butler, en la medida en que admiten definición, son normativos y excluyentes y deben ser desestabilizados. No sólo la identidad “mujer” o “sexo”, también las identidades empanadilla, cornisa, euro, jardín, cultura o lenguaje. Desestabilizadas todas las palabras definibles, sólo queda una actitud coherente: no hablar más, no pensar, porque pensamos con palabras. Pero Butler sigue hablando, es mala suerte que no sea coherente. Ni siquiera es consciente de que no cabe desestabilizar con palabras desestabilizables.
Vayamos al segundo punto, el uso del término performatividad, que parece que dice algo serio.
En realidad es un término que Austin inventó para otros supuestos, aquellos en que al pronunciar una palabra se fabrica una realidad antes inexistente. Por ejemplo, la persona adecuada en la situación adecuada pronuncia las palabras “os declaro marido y mujer” y esas palabras fabrican un hecho que antes no existía: un matrimonio.
¡Pero, hombre, cuando se dice “ha nacido un niño” no se está fabricando un hecho que antes no existiera, se está constatando un hecho previo a las palabras! Aquí no hay ninguna clase de performatividad, salvo para un posmoderno, que cree que la realidad no existe objetivamente hasta que hablamos de ella (y entonces existe según decretamos con nuestras palabras).
Si el posmoderno fuera coherente y no utilizara su teoría sólo cuando le interesa, tendría que aceptar que tienen fuerza performativa no sólo las palabras “sexo, “mujer” y “hombre”. ¡Qué cómoda sería la vida! Soy desgraciado, quiero ser feliz y me digo “soy feliz”. La fuerza performativa de esa expresión me otorga la felicidad. Decidimos que un trago de agua es buena vacuna contra la Covid y con un trago de agua quedamos vacunados. O más aún, decidimos que la Covid es un mero catarro y hemos resuelto un problema de salud mundial.
Insisto en que con la teoría queer resulta imposible hablar de mujeres y hombres, porque nunca podremos saber si existen y dónde están. La aparente mujer puede ser un hombre y el aparente hombre puede ser una mujer, o ni una cosa ni otra, y no habrá experto que examinando sus cuerpos pueda decidir qué son en realidad (los cuerpos no existen objetivamente y además los expertos no sirven, porque están presos de su lenguaje cultural).