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AHÍ ESTÁ TRUMP. ¿POR QUÉ QUEJARNOS DE QUE LAS COSAS ESTÉN MÁS CLARAS?

He leído y oído estos días muchos análisis sobre el triunfo de Trump y el auge de la extrema derecha y en ellos no aparece la palabra “capitalismo”. Algo muy notable, porque no es Trump el malo, Trump y todos sus iguales son una consecuencia irremediable del capitalismo, pero de esto no se habla.

Voy a comentar primero los análisis habituales para volver luego sobre la causa innombrable.

Los efectos del triunfo de Trump

A muchos les ha parecido que la ceremonia de la coronación de Trump ha sido un desprestigio para EE UU, por su exhibición de zafiedad, falso glamour y falta de realismo y porque Trump habla como si no quisiera comunicar ideas, sino escupir venganza y desprecio.

¿Efectos? Creo que en el mundo occidental habrá un refuerzo de la llamada extrema derecha. En otros ámbitos Trump tendrá que aceptar que no se puede hacer siempre lo que se quiere. La cuadrilla de hiper-ricos que le acompaña es sólo una parte de la oligarquía que controla el imperio. Trump comenzará amenazando con meter a todo el mundo en cintura y luego se irá acomodando a la realidad. Contra los inmigrantes sin papeles tomará medidas efectistas, pero no puede cumplir sus promesas, la economía de su país no se lo permitirá. Impondrá aranceles, pero otros países le responderán con reciprocidad y esto dificultará el comercio mundial, con perjuicios para EEUU y su población, al menos a corto plazo. Los intereses económicos de unos y otros acabarán decidiendo.

Seguirá igual aquello en que están de acuerdo las distintas facciones de la oligarquía imperial. El genocidio israelí puede tener incluso un apoyo estadounidense más claro y “sin complejos”. Tal vez haya un efecto en la guerra de Ucrania, que sería beneficioso si contribuye a acabarla, algo que no está claro. Trump alardeó de que acabaría la guerra en un día pero ya va diciendo que Ucrania debe pagar la ayuda americana con sus tierras raras.

Un efecto beneficioso del trumpismo es que en muchas partes del imperio, dada la incertidumbre que genera la sumisión al emperador loco, se empieza a pensar en algo de autonomía. Al menos está más claro que EEUU es un matón peligroso incluso para sus aliados, del que conviene defenderse mediante acercamiento a sus rivales, mucho más predecibles y benignos.

Por ejemplo, la UE ha empezado por fin a expresar el problema de que sus poblaciones estén amarradas a las redes sociales americanas bajo control de esa pandilla de billonarios que las emplean para sus fines sin control público. Al menos ya ha surgido la alarma y los intentos de poner algún remedio. Pedro Sánchez ha propuesto en Davos una triple estrategia: acabar con el anonimato en las redes (supongo que no con el seudónimo de personas identificables) para llevar ante los jueces a los inductores de posibles delitos; obligar a las empresas a dar a conocer la caja negra del algoritmo cuando las autoridades lo requieran y señalar a los dueños de las plataformas como responsables personales de los efectos perniciosos y delictivos que sus modelos operativos generan sobre las sociedades o individuos. Los hay que llegan más lejos y proponen que la UE se procure alguna clase de red controlada públicamente.

Se empieza a hablar también de lo conveniente que sería un mayor acercamiento económico a India y China.

Efectos en la lucha por la hegemonía global

Trump seguirá la política desesperada por mantener el control del mundo frente a China y los BRICS, y en esa política desesperada cometerá los mismos errores que sus antecesores. Es probable que los intentos de perjudicar a China acaben beneficiándola, como ha ocurrido en la carrera por la IA. Parece que el embargo estadounidense de chips provocó en China la búsqueda de soluciones más baratas, y siendo la población china mayor y mejor preparada, con capacidad para hacer más eficientes productos creados originalmente por otros, no es sorprendente que DeepSeek, una empresa modesta, haya creado un programa de IA tan efectivo como los americanos, más económico y de código abierto.

Lo más relevante en este asunto es que todas las empresas chinas que están desarrollando sus propias inteligencias artificiales están controladas y han de someterse a las líneas rojas marcadas por el Gobierno. “Los contenidos generados por inteligencia artificial deben encarnar los valores socialistas fundamentales y no deben contener ningún contenido que subvierta el poder del Estado, abogue por el derrocamiento del sistema socialista, incite a dividir el país o socave la unidad nacional”. A muchos esta censura les parecerá una injerencia totalitaria, pero existe también aquí. Allí es explícita, aquí está oculta en los algoritmos de funcionamiento, allí se hace en defensa de los valores de una izquierda socialista y aquí de los valores contrarios. Lo que importa es que allí el gobierno controla a esas empresas y aquí son esas empresas las que controlan al gobierno. Allí el dictador es el partido comunista, que tiene que dar la cara y actuar en beneficio de la mayoría si quiere mantener un alto grado de aceptación popular, mientras aquí el dictador es el capital que actúa desde la sombra en su propio beneficio mediante gobiernos títere que tienen un bajo nivel de aceptación.

Creo que la lucha de EEUU contra China es desigual, entre un imperio que declina dando penosos espectáculos y una sociedad que progresa. No creo que Trump pueda cambiar esto, haga lo que haga.

Un análisis a mayor profundidad

Volvamos a la causa de la que no se habla, el capitalismo. Una cosa son los partidos considerados de extrema derecha y otra cosa es la política de extrema derecha. Lo que intento argumentar es que, por su propia lógica, el capitalismo tiende a provocar políticas de extrema derecha, no importa la orientación de los partidos que llegan al poder mediante elecciones trucadas. Aunque sean partidos socialdemócratas ejecutarán en lo fundamental una política de extrema derecha si no quieren ser defenestrados. Esto ha sido así siempre salvo en breves periodos de capitalismo contemporizador a los que luego me refiero y en los que ya no estamos. No cambian mucho las cosas porque haya llegado Trump.

Se ha descrito el capitalismo como un sistema que deja al mercado la tarea de distribuir la riqueza social entre los ciudadanos bajo el supuesto de que la economía, regulada por sí sola, tiende automáticamente al pleno uso de los factores productivos o medios de producción, incluyendo capital y trabajo. Hoy ya sabemos que esto es falso. Sabemos que el mercado no es un instrumento neutral, porque está en parte controlado por el poder económico. Sabemos que es un mecanismo irracional que tiende a premiar más la especulación que el trabajo socialmente meritorio, que aumenta inexorablemente las desigualdades porque da mucho más de lo justo a los que más tienen y mucho menos de lo justo a los que tienen menos, que condena a la mayoría de la población a un trabajo alienante y mal remunerado, que crea y consolida oligarquías que son las que deciden (y por eso el capitalismo es incompatible con la democracia) y que exige un consumo creciente para sostener una producción creciente, única forma de sortear las crisis que acechan a la vuelta de la esquina y que terminan explotando. Ese consumo se activa mediante una publicidad asfixiante y su efecto es una presión insoportable sobre los recursos naturales con deterioro creciente del medio ambiente.

Dado que el capitalismo tiende por su propia lógica a la máxima explotación de una mayoría para máximo beneficio de la oligarquía, exige libertad del capitalista para hacer con lo suyo lo que quiera libre de las injerencias del Estado, pero exige esas injerencias cuando le son necesarias. Lo que se llama libertad en la propaganda política es, en realidad, libertad del capitalista para fabricar la cárcel de la que los explotados no pueden salir.

En el ámbito internacional el capitalismo se caracteriza por la explotación colonial, sea en la forma de ocupación militar o mediante multinacionales, las luchas por ampliar la colonización, los genocidios, las guerras inducidas por la competencia entre oligarquías enfrentadas, extorsión económica a países dominados, apoyo a golpes militares de extrema derecha, etc.

Y aún hay algo peor

La clave del edificio está en la forma en que el sistema fabrica a las poblaciones con el fin de que acepten el capitalismo como la forma preferible de orden social. Está mal visto analizar la voluntad individual, porque ese análisis desemboca en una crítica al gran mito de que cada cual es como es (tiene su propia alma) y es libre de tomar sus decisiones, por ejemplo de votar a quien quiera y fabricar así una voluntad colectiva legitimadora del sistema. Pero el mito del alma es gratuito y lo que está científicamente comprobado es que la persona se va haciendo mediante la adquisición del lenguaje en un medio social. Esta adquisición va por barrios, porque compartir una lengua no implica compartir el lenguaje. No adquieren el mismo lenguaje los de abajo que los restantes, y no sólo porque unos tengan códigos lingüísticos restringidos y otros los tengan elaborados, sino porque las palabras que aprenden los miembros de cada clase se van ligando a los objetos que cada uno conoce por familiaridad (los que forman parte de su entorno) y se van integrando en las teorías y valores de su medio social. Esto quiere decir que es la sociedad, con sus estructuras económicas y culturales, la que determina con qué conocimientos, pautas y valores se van fabricando las personas de las distintas clases sociales. Y resulta que el capitalismo fabrica a una parte muy grande de la población con dos ingredientes, la ignorancia y el egoísmo individualista. Los ciudadanos no se ven como colaboradores, sino como competidores en la lucha por pequeños privilegios. Más se prospera cuanto más despiadadamente egoísta se sea. Estas dos características son causa del miedo (a caer o a no subir), del resentimiento (por no estar arriba, por tener que trabajar mucho más para consumir mucho menos de lo que la publicidad ofrece) y de la indefensión ante la mentira que inunda el espacio social.

El disfraz imprescindible

La Gran Mentira es inevitable. Un sistema tan deleznable no puede ir a cara descubierta. Usa el disfraz de democracia, libertad y respeto a los derechos humanos. Al mismo tiempo premia (hay mil formas de hacerlo) a aquellos intelectuales, políticos, comunicadores, economistas, que legitiman el disfraz. Debe quedar claro para todos que las decisiones explotadoras son el mal menor, porque en virtud de supuestas leyes económicas cualquier otra decisión sería más lesiva para los ya perjudicados.

Siendo tantos, tan prestigiosos y tan aparentemente honorables los encargados de esta tarea, sólo quienes tienen suficiente conocimiento (y no abundan) saben que los dirigentes políticos y de los líderes de opinión no cabe esperar ninguna verdad.

Al mismo tiempo se castiga (hay mil formas de hacerlo) a quienes se manifiestan anticapitalistas y, siendo el comunismo marxista el único enemigo peligroso, se lo identifica con el estalinismo y se lo convierte en objeto de una cruzada: enemigo de los valores de Occidente y del desarrollo económico, sistema negro y triste en el que no cabe libertad y en el que ningún ciudadano tiene garantías frente al Estado.

En EEUU esta batalla tuvo su momento álgido con el macartismo, que desencadenó entre 1950 y 1956 la llamada “caza de brujas”: acusaciones infundadas, procesos irregulares y listas negras contra personas sospechosas de ser comunistas. Los inocentes energúmenos que asaltaron el Capitolio en 2021 gritaban: “¡Nunca tendremos una sociedad comunista! ¡Vivir libres o morir!” (y digo inocentes porque no son culpables de haber sido fabricados como energúmenos ignorantes. Llaman comunismo a la derecha americana).

En Europa esta cruzada ha contado con la impagable colaboración de los partidos socialistas, que se han sentido más enemigos de los comunistas que de los que estaban a su derecha.

Etapas de capitalismo contemporizador

La forma canónica de capitalismo, la que genera una política de extrema derecha más o menos disfrazada, no siempre se ha podido mantener, sea porque ha sobrevenido una crisis económica profunda, sea porque las clases explotadas han manifestado una conciencia revolucionaria excesivamente peligrosa. En esos momentos excepcionales las oligarquías comprendieron que era necesario reducir el descontento aflojando la presión depredadora.

Así ocurrió en EE UU durante la Gran Depresión que siguió al crac del 29, cuando el presidente Roosevelt promulgó el llamado New Deal y la oligarquía tuvo que aceptar el intervencionismo estatal y la reforma de los mercados financieros como única forma de sostener a las capas más pobres de la población y reactivar la economía. Ni que decir tiene que esta forma capitalista de emergencia sólo se mantuvo mientras fue imprescindible, no más de cinco años. Siguió luego un periodo en el que se adoptó la política keynesiana para combatir el principal problema del capitalismo, los ciclos económicos. Por esta buena razón la oligarquía aceptó el intervencionismo estatal como mecanismo para estimular la demanda y regular la economía, apoyado en la negociación colectiva entre las empresas y los sindicatos. Hasta que en los años 70 la oligarquía pensó que podía volver a lo suyo y reapareció la forma de capitalismo fiel a su lógica, la forma llamada neoliberal, caracterizada por el libre comercio, un Estado mínimo, privatizaciones, reducción del gasto público, desregulación financiera, reducción de impuestos a las personas ricas, y en consecuencia reducción de recursos para políticas sociales. Es decir, una vuelta a la política más radical de extrema derecha, iniciada por el presidente Reagan y continuada por los que le sucedieron.

En Europa ha ocurrido algo parecido. Tras la segunda guerra mundial, los poderes económicos tuvieron que aceptar que la socialdemocracia impulsara el llamado estado del bienestar para evitar que las clases obreras siguieran el ejemplo revolucionario de la URSS. Desaparecida la URSS los ricos pensaron que ya no era necesario hacer concesiones, sino más bien ir revirtiendo las que se hicieron. Así acabó predominando el capitalismo neoliberal que ya antes, a finales de los 70, había llegado al Reino Unido de la mano de Margaret Thatcher. Desde entonces la política europea es de extrema derecha: actitud ante los inmigrantes, transigencia con el genocidio israelí, agresión brutal a Grecia cuando llegó al poder Syriza, visita de los hombres de negro a los países del Sur para impedir políticas sociales imprescindibles, participación a las órdenes de EE UU en la provocación de la guerra de Ucrania, generosidad fiscal con grandes empresas y ricos, etc.

En España la extrema derecha gobernó no sólo durante la dictadura franquista, también desde la Transición hasta ahora, sea con el PP, que hace política de extrema derecha por inclinación natural, sea con el PSOE, obligado por el poder económico a un buen comportamiento. Así es desde que Felipe González llegó al poder previa aceptación de servir de instrumento útil para que España entrara en la OTAN, procediera a una brutal privatización de empresas públicas y abandonara toda tentación de molestar a los grandes capitales o al franquismo infiltrado en las instituciones.

En resumen, esta historia sugiere que es de extrema derecha la política a que tiende el capitalismo por su propia lógica, la que adopta cuando las circunstancias no obligan a una tregua, la que venimos padeciendo las poblaciones occidentales desde hace mucho tiempo. ¿A qué tanto miedo a Trump?

¿Qué entender por derecha e izquierda?

En esta síntesis descriptiva del capitalismo, válida para lo que aquí me ocupa, he distinguido por una parte la política que se realiza, y por otra los partidos políticos que la realizan. Respecto a los partidos utilizo los términos “derecha” e “izquierda” de forma no habitual. Creo que el criterio habitual (dar por buenos los rótulos tradicionales) no vale para aclarar el panorama, aunque sí para oscurecerlo. Conduce a meter en el mismo saco a socialistas y comunistas, que son partidos de ideologías y políticas incompatibles, y a distinguir entre partidos de centro, de derecha y de extrema derecha cuando sus diferencias son muy poco efectivas si se atiende a lo fundamental. Por eso me parece más útil distinguir derecha de izquierda según la posición que se ocupe respecto al capitalismo. Están a la derecha los partidos que aceptan el capitalismo, a la izquierda los que lo condenan y luchan contra él. Los partidos que están a la derecha son bien mirados por el poder económico, que nada teme de ellos y los puede usar como instrumento. Los partidos que están a la izquierda son mal vistos por el poder económico, que intentará por todos los medios desactivarlos.

La extrema derecha

Si se utiliza este criterio, tanto el partido demócrata como el republicano estadounidenses son partidos de extrema derecha, pues defienden a ultranza el capitalismo y de extrema derecha es la política que hacen en el interior y en el ámbito internacional.

En España tenemos dos partidos principales de extrema derecha, PP y Vox. Vox estaba dentro del PP, que es un partido creado en su día por la derecha franquista, pero que disimulaba por prudencia electoral y eso ocasionó que se escindiera el grupo de los más impacientes. Ayuso no está en Vox, está en el PP. Ambos partidos ocultan los intereses a que sirven mientras promueven políticas favorables al capital y se oponen a las beneficiosas para la gran masa de explotados. Se identifican con los valores sagrados, patria, religión, viejas costumbres y tradiciones de nuestros padres para acusar a los enemigos, no sólo a los comunistas, también, según el momento, a socialdemócratas, sindicatos, feministas, inmigrantes, musulmanes, separatistas, homosexuales, trans, ocupas y demás marginados. Ambos partidos se parecen entre sí y se distinguen de otros, además, porque tienen por estrategia la mentira sin escrúpulos.

La derecha socialdemócrata

Aplicando el criterio que defiendo los partidos socialdemócratas son partidos de derechas, puesto que en ningún momento condenan el capitalismo, sino que son su mejor muleta cuando cojea.

¿Qué decir de los nuevos partidos que hay en España a la izquierda del PSOE, por algunos considerados de extrema izquierda? Ni se declaran anticapitalistas, ni proponen alguna política claramente anticapitalista, es decir, que vaya contra los fundamentos del sistema. Por el contrario participan de la mentira institucional al dar por bueno que vivimos en democracia.

Estos partidos (me refiero a Podemos y a los que integran Sumar) cuando están en la oposición se ven obligados al disimulo, hablan como socialdemócratas. Y cuando caen en la tentación de entrar en un gobierno de coalición con el PSOE quedan en evidencia al ser incapaces de lograr que se pongan en el mercado de alquiler miles de viviendas desocupadas y que se prohíba que los fondos buitre hagan de la vivienda un objeto de especulación, soportan la falta de presupuesto para financiar adecuadamente la educación y la sanidad públicas porque no pueden exigir una subida suficiente de los impuestos a los ricos, son incapaces de eliminar la educación concertada y la cooperación público-privada en la sanidad, tienen que soportar que Pedro Sánchez, sin contar con los socios de gobierno y sin dar explicaciones, entregue a Marruecos a los saharauis, han de aceptar que siga en pie en lo fundamental el Concordato que Franco suscribió con la iglesia católica. Sólo consiguen pactar un salario mínimo que está por debajo de la media europea gobernada por la derecha o rebajar media hora la jornada laboral. No consiguen que se cree un banco público, una empresa pública de energía, una empresa pública farmacéutica, un control público de los medios privados, un sistema fiscal realmente justo. Se ven obligados a funcionar como instrumentos manejados por EE UU para hacer la política de extrema derecha que exige la oligarquía, sólo matizada con algunas pinceladas de política social que no inquietan al poder económico.

La izquierda

Entendida como oposición organizada al capitalismo, ya no existe o es irrelevante.

Uno de los efectos de la batalla ideológica emprendida contra el comunismo fue que en 1977 Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo y Georges Marchais, secretarios generales de los partidos comunistas italiano, español y francés, presentaron en Madrid las líneas fundamentales del llamado eurocomunismo, que al legitimar las democracias capitalistas era de hecho un abandono del marxismo. Desde entonces los comunistas europeos, hasta entonces pujantes, han ido pasando a la irrelevancia. El partido comunista español lleva mucho tiempo desaparecido y de él sólo queda el nombre, además camuflado en una IU que está camuflada en Sumar.

Los anticapis que estaban integrados en Podemos, y que en seguida se separaron por incompatibilidad ideológica, carecen de actividad relevante. ¿Hay grupos de izquierda en Cataluña, País Vasco y Galicia? En todo caso están más caracterizados por la política nacionalista que por el comunismo.

Conclusión

Con la izquierda desaparecida, está claro que una socialdemocracia amordazada y maniatada no puede ser un freno efectivo a la oligarquía que controla la política de extrema derecha de EE UU desde siempre, y de Europa desde hace mucho tiempo. Los intereses y valores de la extrema derecha llevan mucho tiempo gobernando en Occidente, no importa qué partido o coalición llegue al poder. No tiene sentido alarmarse por los Trump, Miley, Bolsonaro, Orbán, Abascal o Meloni.

Al margen de gobernantes y partidos políticos, la extrema derecha es, sencillamente, el capitalismo funcionando sin trabas y conectado a las poblaciones que fabrica.

Trump, con sus modales brutales y desinhibidos, sólo aclara las cosas, no las cambia sustancialmente.

Pero si escuchan la radio, leen los periódicos o ven la tele comprobarán que todo es muy distinto a como aquí lo describo. Debe ser que he perdido el juicio, no me hagan caso.

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