6 de noviembre de 2013
Coincidimos todos en que la educación es algo básico para el país. Al menos nadie osa decir en público, como el rey Paradox barojiano: “Vivamos una vida libre, sin trabas, sin escuelas, sin maestros, sin pedagogos, sin farsantes.”
Pero ¿qué es eso de “la educación”? Comenzar por aclararlo es la mejor manera de saber de qué estamos hablando.
Una buena educación ha de tener como finalidad conseguir buenos resultados en los tres espacios que componen la persona, el afectivo, el cognitivo y el de destrezas, dado que los tres son educables. Significa ello que una educación es buena si de ella salen personas bien dispuestas hacia los demás, con dosis suficientes de empatía y generosidad, y dotadas de una curiosidad avivada, que no aplacada, por los estudios; que además dominen a largo plazo los conceptos fundamentales de las ciencias (especialmente de las que tienen por objeto el individuo y la sociedad); y finalmente, que estén dotadas de habilidades estéticas, sociales, deportivas, lúdicas e intelectuales (entre estas, la de mantenerse al día, ejercitar el sentido crítico tomando en cuenta los datos relevantes y resolver problemas nuevos).
La izquierda no ha manejado este concepto de educación, así que no se ha propuesto realizarlo ni ha denunciado los obstáculos que se le oponen. Ha funcionado con un concepto más superficial: la educación es buena si obtiene buenos resultados convencionales, es decir, si el fracaso escolar se reduce y los alumnos van aprobando las asignaturas. Puesto que esto no se consigue por el momento, la izquierda viene creyendo, mal orientada por pedagogos “progresistas”, que basta con mejorar las competencias aunque no se asimilen los contenidos (aunque a saber qué será mejorar competencias sin asimilar contenidos), y que la educación pública será adecuada si se eliminan algunos fallos y se consigue una mayor dotación (para becas, profesorado, medios) que nos aproxime a otros países europeos en gasto educativo. ¡Se echarían las campanas al vuelo si se consiguiera una buena valoración en el informe PISA!
Contra esta forma de entender la educación voy a exponer unas ideas esquemáticas:
1. La educación que padecemos es fruto de una confluencia de intereses de la derecha y la izquierda. Tradicionalmente la educación fue asunto de clases medias y altas, ideada para desembocar naturalmente en la universidad, institución que surtía a la sociedad de especialistas de alto nivel. Abajo quedaba el pueblo analfabeto o semianalfabeto, dedicado a trabajos de poca complejidad y mal pagados. La izquierda luchó para que la educación se extendiera a las clases bajas y hubo un momento en que la derecha comprobó que, para su inserción en un sistema productivo progresivamente complejo, es necesario que todo el mundo disponga de suficiente capacidad, referida sobre todo a lectura y cálculo. Así se pudo llegar a un consenso que hace obligatoria la educación oficial hasta los 16 años.
2. Introducir a las clases bajas en el sistema educativo hubiera requerido, sólo para mantener el nivel previo, un gasto social enorme (que no se hizo). Hubiera sido necesario que los niños de clases bajas recibieran desde el primer año de vida (no a partir de los 6 años) los estímulos que no reciben en su familia, y sin los que no cabe un desarrollo lingüístico e intelectual semejante al de las clases medias. Investigaciones de sociolingüística han demostrado que las clases bajas (entre las que ahora hay que contar a las que provienen de la inmigración) están condenadas al fracaso escolar en un tipo de educación diseñada para clases medias, porque los niños de clase baja no aprenden en su ámbito familiar y social los códigos lingüísticos que se manejan en la escuela, ni disponen en familia y entorno de los estímulos y apoyos de que disfrutan los de otras clases.
3. Cuando se habla de fracaso escolar se habla de alumnos en general a pesar de que hay una fuerte correlación estadística entre fracaso y clase social. Nunca se pone de manifiesto esa correlación, precisamente porque deslegitima la democracia al hacer ilusoria su piedra angular, que es la igualdad de oportunidades y derechos. Queda dicho que estamos hablando de una fuerte correlación estadística, a la que no se opone que haya alumnos de clase media que fracasen y alumnos de clase baja que tengan éxito.
4. El fracaso escolar de las clases bajas no sólo afecta a ellas. Al coincidir en el aula alumnos que pueden seguir las explicaciones con otros que no pueden seguirlas, surgen problemas graves de disciplina y de aprovechamiento que hacen imposible llegar al resultado que se conseguía en la escuela pública cuando sólo accedía a ella la clase media. Puesto que este fracaso es inevitable, todo lo que se hace es disimularlo, de manera que se va haciendo más y más patente cada curso que pasa. Para darle salida se idean programas de diversificación curricular y ciclos formativos con los que se prepara para su inserción en el mercado laboral (peluquería, hostelería, carpintería, mecánica, etc.) a los alumnos incapaces de seguir la línea de estudios que desemboca en la universidad.
5. Esta descripción no es aplicable sólo a España. La educación fracasa en todos los países desarrollados, incluso en los que parece que figuran a la cabeza del éxito escolar. Esto es algo que dejan claro algunas características de la clase de población que esa educación fabrica (y para las que el informe PISA es ciego). Una población que, en su mayoría, cuando la economía va bien, mira con indiferencia, desde su prosperidad, el hambre y la enfermedad de media humanidad (ni siquiera exige a sus gobernantes que entreguen el 0,7 comprometido para ayuda al Tercer Mundo); que vota a la derecha (alternando la derecha dura con la socialdemócrata) y se deja engañar no sólo por los Obama o Zapatero, ni sólo por los Reagan, Bush o Aznar, sino incluso por los Berlusconi de turno; que vota a procesados y condenados por corrupción; que cuando empeora la situación soporta asustada lo que le cae encima y en lugar de enfrentarse a los culpables se enfrenta a otras víctimas, mostrando hasta qué punto tiene bien interiorizadas las pautas machistas, xenófobas y racistas; que es tan torpe como para buscar la solución echándose en brazos de la extrema derecha; que ha olvidado la poca ciencia natural que aprendió en la escuela y tiene ideas míticas sobre el individuo y la sociedad. Una mayoría a cuyos miembros no se verá fácilmente con un libro en las manos o buscando entradas para escuchar a una buena orquesta; una población adicta a los medios basura y que no considera agresión insoportable la continua intromisión de una publicidad ideada para mentes infantiles. En definitiva, una población en su mayoría egoísta, ignorante y dominada por el miedo. Ese es el resultado del sistema educativo de los países “desarrollados”.
6. Dicho esto hay que insistir en que no hay obstáculos biológicos o psíquicos que impidan una adecuada socialización de todos los miembros de la sociedad en los tres espacios que indiqué al principio. Ni hay otros obstáculos económicos (dada la cantidad de riqueza que nuestra sociedad es capaz de producir) que la mala distribución de los recursos determinada por las leyes que nos rigen.
7. Para que el episodio de la educación empiece a ser creíble es necesario no sólo dotar adecuadamente a cada escuela de espacios y medios para prácticas deportivas, artísticas y científicas, sino sobre todo proceder a la adecuada selección y preparación de profesores y otros expertos en número suficiente (un número enorme por relación con el que hay) para que cada alumno reciba atención individualizada según sus necesidades y para compensar, desde un principio, las deficiencias conceptuales con que cargan los niños de clases bajas y las deficiencias afectivas con que cargan casi todos. No es arriesgado calcular que para ello habría que dedicar un 20% del PIB, tal vez un 30%. De poco sirve entonces pasar del 5% que venimos gastando en España al 6,8% que se viene gastando en Finlandia. Un 10% del PIB pasaría por una maravilla, cuando en realidad no haría otra cosa que cubrir las apariencias. ¿O alguien cree que la educación en Finlandia es buena, por más que los alumnos finlandeses lean y calculen mejor que los españoles?
8. Téngase en cuenta que dedicar un 30% del PIB a la educación sería algo perfectamente hacedero en una sociedad racionalmente organizada, pues en ninguna otra cosa se puede hacer tamaña inversión con mejores frutos de todo tipo, incluso económicos: se crearían decenas de miles de puestos de trabajo socialmente útiles y se fabricaría una población capaz de distinguir lo necesario de lo superfluo y de lo dañino, capaz por tanto de exigir una asignación de recursos racional y justa (en lugar de aceptar la irracional e injusta del mercado) y de lograr cotas de productividad insospechadas.
9. Nos puede indignar que la reforma del PP coloque el adoctrinamiento religioso como asignatura evaluable, que suprima la educación para la ciudadanía, que cometa la villanía de negar la beca a los estudiantes sin recursos que han aprobado con una calificación inferior al 5,5, que disminuya el escasísimo profesorado cuando los alumnos han aumentado, que vacíe de contenido a los Consejos Escolares, que para elevar el nivel no tenga otra ocurrencia que apartar más rápidamente a los alumnos de clases bajas del camino que siguen los restantes, sea colocando una reválida tras el primer curso de la ESO, sea adelantando un año la elección entre Formación Profesional o Bachillerato. Ciertamente, el PP pretende hacer más injusta y reaccionaria la educación de lo que ya es. Pero supongamos que el PSOE, urgido por la izquierda y con su apoyo, hace una reforma en dirección contraria y que incluso es capaz de pasar del 5% del PIB ¡al 8%!, algo por completo improbable. ¿Tendríamos una buena educación pública? Si alguien lo cree es que tiene un concepto pobre de lo que debe ser una buena educación pública.
10. Y es que lo que sería posible en una sociedad racionalmente organizada no es posible en la nuestra, ya que una buena educación fabricaría personas lúcidas y ello sería un obstáculo insalvable para la dominación y explotación presentes. Ello no significa que la mala educación actual se deba a una conspiración de la derecha. No hace falta conspiración (que la habría, claro está, si fuera necesaria), porque la mala educación es el resultado obligado de la lógica del sistema. Está bien demostrado que hasta hoy los poderosos han tenido éxito al inspirar e imponer unas leyes que impiden que la distribución de la riqueza efectuada por el mercado sea alterada sustancialmente mediante impuestos adecuados. Y sin ello no cabe pensar en recursos suficientes. Las constricciones del sistema económico capitalista impiden que se dedique a educación sensiblemente más de lo que se viene dedicando. Con eso basta.
11. Esto quiere decir que para conseguir una buena educación hay primero que salir del sistema capitalista. Dentro de él no es posible, no nos hagamos ilusiones. Todos los caminos de reflexión que atraviesan la superficie de las cosas llevan a la misma conclusión. Hay que salir del sistema capitalista si se quiere que las personas sean correctamente socializadas y tengan un futuro despejado y razonable. No es intelectualmente correcto abordar ningún problema social genuino orillando el tema del orden económico y social capitalista.