Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Tras hablar en la entrada anterior de la decadencia acelerada del imperio del que somos súbditos me refiero hoy a otro asunto igualmente importante: la forma en que las conquistas logradas por el movimiento feminista están amenazadas por un hecho reciente de muy rápido desarrollo: la sustitución del criterio biológico por el criterio del sexo sentido (a la hora de determinar quién es hombre y quién mujer).

¿FEMINISMO SIN SEXO?

Las leyes de la evolución han determinado que la humanidad esté dividida en hombres y mujeres cuyas diferencias corporales juegan un papel necesario en la reproducción, pero al mismo tiempo tienen eficacia causal en asuntos como la violencia machista y los perjuicios e inconvenientes que su papel biológico ocasiona a las mujeres en la vida laboral y social. Sólo las mujeres amamantan a las crías. Sólo ellas soportan embarazos (unos deseados, otros indeseados), abortos, partos, menstruaciones y menopausia. Su menor fuerza corporal facilita que muchos hombres valientes, que nunca se atreverían a pegar a otro hombre, se ensañen con ellas y que algunos lo hagan hasta el asesinato. Los rasgos biológicos del sexo han sido decisivos para la dominación de la mujer por el hombre.

Siendo el sexo un hecho tan fundamental es natural que haya ideologías (ideas, sentimientos y pautas) sobre el sexo. Una de esas ideologías, dominante entre nosotros durante siglos, es la que, utilizando el criterio biológico, ha venido considerando al varón el sexo principal y a la mujer el subordinado. Esa ideología ya no es incuestionable gracias a la lucha de las feministas.

El problema

Al tema de los sexos y de las ideologías sobre los sexos se ha sumado recientemente un fenómeno nuevo: la forma en que ideólogos y legisladores occidentales han tratado el hecho de que algunas personas rechazan su sexo y anhelan el otro, estado de ánimo subjetivo cuyas repercusiones vitales son grandes. Voy a dejar en segundo plano el caso de las mujeres que dicen sentirse hombres porque el que ha tenido efectos en el espacio del feminismo es el de los hombres que dicen sentirse mujeres.

Legislaciones de países como el nuestro han tomado la decisión difícilmente explicable de permitir el cambio registral de sexo. Primero exigiendo un diagnóstico de disforia de género, dos años de tratamiento hormonal y cirugía genital. Desde 2007 haciendo innecesaria la cirugía genital. Desde 2023 prescindiendo de informes médicos y hormonación. Esto significa que basta con que un hombre diga que es una mujer para que legalmente se declare su cambio de sexo.

¿Cómo ha sido posible este despropósito?

Para explicarlo hay que mencionar las tres líneas de presión que lo han provocado:

-Por una parte un lobby potente que consiguió que las leyes trans y los protocolos sanitarios para menores de edad fueran decisiones muy rápidas y radicales pese a su carácter problemático y a que no había una masa social que estuviera presionando en las calles para exigirlas. María Pozo se sorprende de tal rapidez en un artículo que citaré luego: “Las feministas sabemos cuánto cuesta conseguir leyes y protocolos que nos protejan. De hecho, seguimos sin conseguir puntos de la agenda feminista que son vitales para una democracia, y nuestras manifestaciones y reclamaciones caen en saco roto”.

-Influyó además una teoría reaccionaria, que sólo podía prosperar en un ambiente cultural empobrecido, mejor si era formulada con suficiente oscuridad y apelando a rutinas sentimentales. El caldo de cultivo fue el pensamiento posmoderno, nacido de la idea de que toda percepción está impregnada de teoría y que, por tanto, lo que creemos que existe es una construcción subjetiva. Traducido al tema trans: el sexo biológico no existe, cada cual tiene el sexo que siente que tiene. Eres hombre si te sientes hombre y eres mujer si te sientes mujer, no importa qué cuerpo tengas. La condición de mujer u hombre queda independizada del sexo e identificada con el género, que sería, por así decirlo, el “sexo subjetivo”.

Recuerdo cuando empezó a aparecer la palabra “género” en los anuncios de conferencias, tesis y congresos de la universidad en que era profesor. ¿A qué podría referirse esa palabra? Pregunté y me la definieron de formas vagas y sucesivas: como una construcción social que abarca roles, comportamientos y atributos asociados a cada sexo; como interpretaciones sociales, normas, valores y relaciones que dan significado a la conducta de la persona en relación a su sexo; como la construcción psico-social de lo femenino y lo masculino. En definitiva como ideología sobre el sexo. Lo extraordinario es que “género” fue sustituyendo en muchos contextos a “sexo” sin que se percibiera el juego de prestidigitación.

He hablado de teoría reaccionaria porque las frivolidades filosóficas posmodernas fueron inventadas por filósofos conservadores como reacción a la ciencia social y al marxismo. El “todo vale” de Feyerabend significaba que, si la realidad no existe, si la creamos nosotros con nuestra teoría y sentimientos, cualquier cosa vale y, por tanto, todo vale lo mismo. Es decir, la ciencia no vale más que la anticiencia, el marxismo no vale más que una concepción teológica de la sociedad. Los hechos no existen como criterio final, sino nuestro parecer o sentimiento. Por este camino se llega a avalar, con parecida gama de argumentos, la ideología trans, el terraplanismo, el movimiento antivacunas y el negacionismo del cambio climático y de la violencia machista.

-La tercera fuerza que explica la legislación trans ha sido la sustitución de la izquierda anticapitalista por una progresía conservadora disfrazada de eso que llaman “izquierda alternativa”, dispuesta a reivindicarse a base de cruzadas que al Capital no incomodan, como la de un nuevo feminismo contrapuesto al feminismo clásico. Los de Podemos se metieron en el gobierno suicidamente y se enredaron en andanzas ambiguas. Por un lado favorecieron la lucha feminista con la ley del “sólo sí es sí” que fortalece el derecho de las mujeres contra la violencia machista. Pero por otro lanzaron un torpedo (la ley Trans) contra la línea de flotación del feminismo al liquidar el concepto de mujer basado en el sexo biológico, que es el que justifica y da sentido a las luchas feministas.

Pasos atrás

A la legislación inspirada por esas tres fuerzas están siguiendo rectificaciones. Son muchos los países que dan pasos atrás después de haber avanzado irreflexivamente. Lo han hecho por unas motivaciones los EE UU de Trump y la Argentina de Milei, por otras motivaciones Inglaterra, Gales, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Noruega, Nueva Zelanda, Australia o Escocia, países “a los que citaba Montero en su marcha adelante, pero no en su marcha atrás”, dice María Pozo.

En España hay algún movimiento de retroceso. Estos días se ha publicado que una mujer, cuyo maltratador busca eludir la condena cambiando de sexo, llevará el caso al Supremo para que unifique doctrina, pues la Audiencia de Sevilla no ve fraude de ley, a diferencia de la de Castelló.

Una de las propuestas aprobadas en el Congreso Federal del PSOE celebrado a principios de diciembre en Sevilla insta a no incluir el Q+ en las siglas LGTBIQ+, decisión adoptada a petición del movimiento feminista con el objetivo de eliminar las referencias al término ‘queer’. Esto ha provocado el enfado de diversos colectivos LGTBIQ+, que consideran que el PSOE se ha puesto de nuevo de espaldas a sus reivindicaciones.

La sentencia del tribunal inglés

Pero el suceso más importante ha ocurrido en el pasado abril en el Reino Unido, cuyo Tribunal Supremo ha resuelto por unanimidad de sus cinco miembros que, a efectos legales, el término “mujer” en la Equality Act de 2010 alude exclusivamente al sexo biológico femenino, y no incluye a las mujeres trans, incluso si éstas cuentan con un Certificado de Reconocimiento de Género (GRC). Esto significa que no serán consideradas legalmente como mujeres en contextos donde se apliquen protecciones basadas en el sexo, como en espacios de un solo sexo, competiciones deportivas o servicios específicos.

Reparemos en que el tribunal inglés no ha hecho otra cosa que decidir que, a efecto de esas protecciones, sólo son mujeres las que lo son biológicamente. ¡Pues claro!

Evidentemente tal resolución ha quedado corta, pues la decisión racional habría sido dejar claro que, a todos los efectos, sólo son mujeres las que lo son por su sexo. Lo que parece sorprendente, y muy revelador de lo muy desorientada que anda la gente progre en nuestro tiempo, es que una verdad tan elemental cause sorpresa, y mucho más que cause indignación.

Siguiendo su costumbre Irene Montero denunció en seguida que el tribunal inglés ha legalizado la transfobia y que eso es violencia institucional, la misma que luego se ejerce con ensañamiento contra cualquier otra mujer. Dice que no sabe “de qué se alegran” las feministas que festejan el fallo, añadiendo que “los derechos trans son Derechos Humanos que amplían las oportunidades de felicidad de todas las personas”.

Resistencias: el diario Público rechaza un artículo de una colaboradora

El diario Público ha anunciado el cese de su colaboración con la periodista y escritora María Pozo Baena, conocida por sus escritos firmados como Barbijaputa. El motivo: un artículo titulado “Por qué la sentencia en UK es una victoria feminista”.

El director lo justificó diciendo que ese artículo es transfóbico y que el periódico “no está obligado a publicar todo lo que se le propone, y mucho menos cuando se cuestiona a un colectivo vulnerable en tiempos tan convulsos”.

La autora dice en ese artículo que “la justicia de UK ha frenado el intento de seguir desmantelando las protecciones legales conquistadas por el movimiento feminista para las niñas y mujeres […] y que esa sentencia no es producto del azar ni del ‘sentido común judicial’, sino debida al empeño de las mujeres de For Women Scotland. Que es una victoria conseguida con organización, con análisis riguroso, con argumentos, con agallas y con la resistencia de muchas mujeres que no contaban con campañas publicitarias o el apoyo de ningún poderoso lobby, pero sí argumentos poderosos, y que han gastado años, dinero, energía y salud mental para enfrentarse a uno de los aparatos más potentes y bien financiados de los últimos tiempos. Esas mujeres han sido insultadas, perseguidas, violentadas, despedidas y señaladas por defender lo más básico”. Añade que si se borra la categoría «mujer» se borran los derechos conseguidos por las feministas.

Algunas han criticado esta sentencia diciendo que deja desprotegidas a las personas trans, pero lo que dice el fallo, aclara María Pozo, es que las protecciones legales basadas en el sexo no pueden ser alteradas para incluir la identidad de género, es decir: que cuando una ley hable de “mujeres”, no puede interpretarse que se refiere también a alguien nacido varón pero autoidentificado como mujer. Esto no elimina ningún derecho de las personas trans: si una mujer trans sufre violencia o discriminación, tiene derecho a denunciarlo y a estar protegida. No se le impide trabajar, acceder a la sanidad, a la educación, alquilar una vivienda o vivir como desee. Solo se pone límites a una apropiación jurídica que estaba perjudicando directamente a las niñas y mujeres en UK y que sigue haciéndolo en los países donde aún no ha llegado una sentencia de este tipo.

A juicio de María Pozo la maquinaria ideológica trans pretende sustituir el análisis materialista del feminismo por una serie de mantras identitarios sin ninguna base material, especialmente éstos:

El sexo sentido es realidad más fuerte y atendible que el sexo biológico.

Quien no acepte las pretensiones trans está invadida de odio a las personas trans.

Los derechos trans son derechos humanos.

El desprecio al sexo biológico queda manifestado en una expresión dicha a las feministas que han festejado la sentencia del Supremo inglés: “Os alegráis de que os consideren coños andantes”, a lo que María Pozo responde que se alegran de que se reconozca que las mujeres son oprimidas por el hecho material de haber nacido con un sexo concreto, ya que viven en un sistema que oprime a ese sexo concreto. “El feminismo no lucha para que se nos reconozca solo como biología, al revés, el feminismo lucha para que nuestra biología no sea un motivo de opresión y un permiso para explotarnos, violarnos, borrarnos y empobrecernos”. Añade que “un hombre que se declara mujer no tiene derecho a entrar en espacios creados para proteger a niñas y mujeres: protegerlas porque son violentadas sistemáticamente por el otro sexo precisamente por nacer con el sexo con el que nacieron. Muchos de esos espacios son refugios para víctimas de violencia machista y violencia sexual, donde por desgracia algunas volvieron a ser agredidas. También en cárceles hay presas que fueron violadas por varones autoidentificados como mujeres. Los espacios separados por sexo no fueron creados por transfobia, fueron creados porque el sexo masculino se cree con el derecho de poseer a las mujeres como si fueran cosas. Y esto ocurre independientemente de cómo se identifique el del sexo masculino y de cómo se identifique su víctima. La socialización ocurre en torno al sexo, no en torno a lo que uno percibe que es”. “Cuando el acceso [a esos espacios] se define por autoidentificación, la protección desaparece. Por eso esta sentencia vuelve a los orígenes: tener en cuenta nuestro sexo”.

Con los otros mantras se quiere decir que o estás con las exigencias del transactivismo o eres una fascista odiadora que coincides con la ideología de la extrema derecha.

“No se molestan en rebatir el argumentario feminista que ha llevado a conseguir esta victoria porque no conocen dicho argumentario”.

Hasta aquí lo que dice María Pozo en el artículo censurado por Diario Público, artículo a cuya argumentación no encuentro nada que oponer. La acusación de transfobia que ha hecho su director es incomprensible. Debo añadir que María Pozo me parece, en los artículos suyos que he leído, inteligente, bien informada y capaz de percibir cuestiones que otras feministas no perciben.

Algo más sobre los mantras mencionados

I. En el tema Trans es habitual sustituir la confrontación racional por el insulto sin pruebas, dictaminando que son tránsfobos todos los que no acepten la ideología trans que inspira las leyes vigentes.

El odio es un estado interno que puede inferirse de ciertos comportamientos, por ejemplo, de afirmar hechos falsos para perjudicar a alguien. No en cambio de un mero desacuerdo racional, menos aún cuando los defensores de la ley Trans han sido incapaces de ofrecer algún argumento racional a su favor, como quedó de manifiesto en uno de los debates de las últimas elecciones generales, cuando Yolanda Díaz y Pedro Sánchez huyeron por dos veces incapaces de responder a Santiago Abascal, que se limitaba a pedirles una definición de mujer.

Quien acusa de transfobia está con frecuencia utilizando esa palabra como un insulto, al margen de su significado y de todo argumento. Este comportamiento muestra más odio en quien acusa que en el acusado. Disentir de la ideología trans puede muy bien ser un acto de racionalidad, no de odio. Ahora bien, insultar al que disiente sí puede considerarse un síntoma de odio, el de la persona fanática a quien no acepta su punto de vista.

II. Cuando los de Vox paseaban un autobús con la inscripción “los niños tienen pene y las niñas tienen vulva” estaban afirmando un hecho trivial con el que ha de estar de acuerdo cualquiera que mantenga el buen sentido en este punto, sin que eso signifique proximidad ideológica a Vox. Militantes de Vox pueden hacer afirmaciones aceptables para un comunista. Por ejemplo ésa del autobús, o, imaginemos, una crítica deportiva inteligente. Quien acusa de facha a alguien por alguna coincidencia periférica con Vox está mostrando falta de finura intelectual. ¡Qué agobio!

III. Los derechos humanos de las personas trans son los mismos de cualquier persona. Por ello en una sociedad bien orientada no se reconocerían a las personas trans algunos de los derechos que nuestra legislación les concede. Por ejemplo el de imponer su criterio del sentimiento sobre el criterio biológico a la hora de decidir quién es hombre y quién mujer, exigiendo a los demás que acepten que un hombre que declara sentirse mujer es una mujer. No tendrían por tanto derecho a imponer su criterio en el Registro Civil (con perjuicios para el sexo femenino).

La demanda de las personas trans se podría satisfacer, sin perjuicio para las demás, permitiendo que el hombre que dice sentirse mujer se registre con nombre femenino como hombre-trans y que la mujer que dice sentirse hombre se registre con nombre masculino como mujer-trans.

Yendo más lejos

Hay que decir que si se puede criticar al artículo de María Pozo rechazado por Público es por haberse quedado corto. En pro de la salud intelectual conviene abordar cuestiones malinterpretadas y censuradas en nuestro enrarecido ambiente, que son sin embargo las más importantes. ¿Es innata o aprendida la llamada disforia de género? Y en todo caso ¿es o no una patología? Son preguntas básicas, porque de la respuesta depende en gran parte cómo abordar racionalmente el problema.

Los creyentes en el mito del alma pueden afirmar que un alma de mujer fue encerrada por error en un cuerpo de hombre, pero los mitos no pintan nada en la investigación científica. Para afirmar el innatismo de la disforia sería necesario explicar a través de qué mecanismos y procesos las hormonas y los cromosomas producen ideas o sentimientos favorables o contrarios al propio sexo. Eso nadie lo ha hecho y no parece posible. Las pocas investigaciones de genética, de neurobiología o de hormonas prenatales que dan alguna posibilidad al innatismo no son concluyentes y permiten interpretaciones alternativas. Por tanto hay que considerar la posibilidad de que la llamada disforia de género sea aprendida. Y por tanto la posibilidad de que sea desaprendida.

Ello aconseja investigar a fondo en qué momento y contexto (familiar, social) y por qué causas se manifiesta en un niño la aversión a su sexo y el deseo de tener el otro, con qué efectos se va afirmando esa aversión, etc.

Sin embargo se alega que si consideramos que ser trans es algo a explicar o a curar estamos cuestionando la identidad del niño trans. Pero ¿qué es la identidad de un niño trans? ¿qué le caracteriza frente a los demás, ser un niño, ser un niño trans, tener conciencia de niño trans, tener una conciencia errónea respecto a sí mismo? Estudiar por qué un niño es trans no está cuestionando su identidad, está estudiándola y, por tanto, dándola por real y por investigable.

Si esto se dificulta, se deja a oscuras el problema.

En cuanto a si esa disforia es o no una patología, la respuesta dependerá de cómo definamos “patología”.

Para evitar el uso de esta palabra se habló primero de trastorno de identidad de género, eliminando la palabra “sexo” y dando a entender que una posible identidad de un niño consiste en sentirse niña. El lobby pro-trans consiguió que en 2013 el diagnóstico de trastorno de identidad de género cambiara a disforia de género, definida en el diccionario de la lengua española como “angustia o malestar persistente en una persona causados por la falta de correspondencia entre su sexo biológico y su identidad de género”, definida en la Wikipedia como “diagnóstico psiquiátrico que involucra un malestar significativo asociado a una discordancia entre la identidad de género y el sexo asignado al nacer, con el que las personas afectadas no se identifican ni sienten como propio”.

Lo tendencioso de estas definiciones es que asumen acríticamente los dogmas de la ideología trans al utilizar la expresión “identidad de género” en lugar de “conflicto con el propio sexo y deseo o sentimiento de tener el otro”. Incluso en una de ellas se utiliza la expresión errónea sexo asignado al nacer, siendo así que cuando se dice “ha nacido un niño” nadie está asignando un sexo al recién nacido, se está afirmando el sexo con que el niño ha nacido. De manera que la llamada disforia de género debería llamarse disforia de sexo y definirla como un malestar con el propio sexo biológico, el sexo con el que la persona nació, no con el que le asignaron. El sexo no se puede asignar, es una constitución biológica que lleva consigo consecuencias independientes de sentimientos o deseos subjetivos.

Podemos considerar patológico, o no, que un hombre sienta aversión por su sexo, del que no puede escapar, y un deseo de realización imposible: cambiar de sexo. Se llame o no patológica, esta disforia genera un malestar clínicamente significativo que suele requerir apoyo médico, psicológico y social y que es un indicador de riesgo elevado de suicidio. No sé si se gana algo afirmando que la persona trans no sufre ningún trastorno y que quien insinúe que lo sufre está cometiendo el cruel comportamiento de patologizarla. La cuestión importante es si el afán de no patologizar impide actuaciones que podrían ser beneficiosas para la persona trans.

El carácter coercitivo e intimidatorio del lobby trans ha conseguido que la mayoría de los principales organismos de salud mental, como la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), se opongan a las prácticas de «terapia de conversión» o cualquier enfoque que intente cambiar la identidad de género de una persona, por considerar que estas prácticas no sólo son éticamente problemáticas, sino que también han demostrado ser perjudiciales para la salud mental y emocional de las personas afectadas.

Desde estos organismos se recomienda que las personas que buscan apoyo en relación a su identidad de género u orientación sexual lo hagan en entornos seguros y afirmativos que respeten y validen sus experiencias. De acuerdo con todo ello. Pero ¿y las personas que no busquen apoyo a su disforia, sino salir de ella? Asunto éste envuelto en las brumas del oscurantismo con que se afronta este asunto.

Imaginemos a una persona trans que ha decidido tomar medidas irreversibles de cirugía u hormonación. ¿Cuestionaría su identidad que médicos y cirujanos le informaran de que el sexo es un hecho biológico que la tecnología actual (cirugía y bioquímica incluidas) no puede cambiar? Es decir, que el hombre seguirá siendo hombre haga lo que haga.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

info@jmchamorro.es