Como respuesta al acto terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023 Israel ha ido asesinando en Gaza ante los ojos del mundo a más de 66.000 personas, muchas de ellas niños y niñas, ha dejado con heridas y amputaciones a más de 150.000, ha provocado desplazamientos masivos, destruido cientos de edificios e infraestructuras civiles, bloqueado el acceso a alimentos, agua, medicinas y otros suministros imprescindibles, ha bombardeado hospitales y escuelas y asesinado a personas cuando acudían a puntos de ayuda humanitaria. En el intento de eliminar testigos ha asesinado a más de 200 periodistas, pero las redes sociales han jugado su papel, los testigos del genocidio sólo necesitaban un móvil. Así que hemos tenido que presenciar el horror diario junto a otro espectáculo igualmente horrible: la pasividad de los gobiernos occidentales.
Otro motivo de desazón: sociólogos y encuestadores nos comunican que una parte creciente de la juventud, sobre todo la masculina, se deja seducir por la ideología fascista mientras los partidos de extrema derecha (que entre otras perversiones tienen la de defender a Israel), avanzan en Europa.
Tenemos además que soportar espectáculos tan dañinos para la buena salud, por su moral y estética, como los que ofrecen Trump, Miley y Ayuso cada día.
Se han hecho por ello agobiantes las noticias y muchas de las interpretaciones que aparecen en los medios.
¿ALEGRÍAS?
Pero de repente la gente empieza a decir “¡ya está bien!” y sale a la calle y paraliza la Vuelta Ciclista a España. La flotilla Global Sumud, con cerca de quinientos activistas de varias decenas de países, reta a Israel tratando de llevar a la población de Gaza una imprescindible ayuda humanitaria, multitudes llenan plazas y avenidas en defensa de los palestinos, el público de San Mamés homenajea a Palestina con una emocionante ovación que LaLiga decide no emitir…
Los aliados tradicionales e incondicionales de Israel enfrentan una presión popular sin precedentes, porque la lucha se ha extendido a los parlamentos, las universidades y los ayuntamientos.
El genocidio ha desenmascarado la mentira que envuelve la historia y la política de Israel. El pueblo que era visto como democrático y víctima permanente del genocidio nazi ahora es visto como autor del primer genocidio retransmitido día a día por todas las televisiones del mundo.
A esto se unen otras manifestaciones populares que claman por una buena educación y sanidad y por otra política de vivienda. También en Marruecos el movimiento GenZ 212, frustrado por la dura realidad social y la crisis de las instituciones tradicionales, pide la dimisión del Gobierno y la disolución de los partidos corruptos. Se trata de un colectivo de unos 180.000 jóvenes que se comunican entre ellos mediante la plataforma cerrada Discord y su nombre alude a la generación Z, los nacidos entre 1996 y 2011.
¡Qué alivio que haya también otra juventud, y muchas mujeres y también hombres que muestran buen corazón! Parecería que sólo está perdido casi todo, no todo. ¿Será esto un renacer de la conciencia popular cansada de la inacción de partidos y gobiernos? Creo que sólo hasta cierto punto, sin que ello pueda llevarnos muy lejos, y voy a intentar explicar por qué.
LA CAUSA ÚLTIMA DE LA QUE NO SE HABLA
Sin duda la reacción de la gente ha influido en que amaine la impunidad de Israel y en que los gobiernos europeos vayan entendiendo que su pasividad les puede quitar votos (única cosa que les hace reaccionar). Pero no vivimos tiempos de esperanza. Sobre todo porque el verdadero enemigo sigue oculto para la gran mayoría de las poblaciones occidentales, y porque la palabra que lo nombra no aparece en comentarios, noticias y análisis. Me refiero al capitalismo.
Si tomamos en cuenta su lógica hemos de pensar que, dejando aparte tiempos e intensidades, mientras el imperio aguante no habrá cambios decisivos a nivel profundo en ninguno de los países vasallos. Quienes no toman en cuenta esa lógica tienden a cometer errores. En el tema del genocidio éstos:
Que el responsable es el malvado Netanyahu.
Que Hamás es un grupo terrorista, es decir, el culpable de las reacciones que sus actos provocan.
Que Trump ha conseguido que se acepte su plan de paz y que, por tanto, el genocidio ha concluido.
No es Netanyahu el responsable principal. Es Estados Unidos
Netanyahu ha desarrollado su plan de apartheid y genocidio gracias al apoyo de una parte mayoritaria de su población. El Sionismo extrae de la biblia la idea de que no sólo Gaza y Cisjordania, también países limítrofes, constituyen la tierra que dios donó a Israel. En varios lugares de la biblia se delimita esa tierra, por ejemplo en el libro del Génesis (15:18-21) que dice: “Ese día, Yahveh hizo un pacto con Abraham, y dijo: «A tus descendientes les doy estas tierras, desde el río de Egipto hasta el río Éufrates. La tierra de los Quenitas, Quenizitas, Cadmonitas, Hititas, Perizitas, Refaim, Amoritas, Canaanitas, Girgasitas y Yebusitas.» Y los sionistas creen que no hay en el mundo autoridad o institución que pueda contradecir las palabras de Yahveh.
Añádase otra herencia de la biblia, compartida por todos pueblos educados en ese libro (por ejemplo, los países colonialistas de occidente): la propensión al genocidio sin compasión de los enemigos, para lo que se comienza negándoles humanidad. Ese desprecio ha tenido en Israel formulaciones explícitas de altos dirigentes. En 1983, durante una comisión del Parlamento Israelí, el jefe del Estado Mayor, Rafael Eitan, dijo: «Todo lo que los árabes podrán hacer será corretear como cucarachas drogadas dentro de una botella», y el que fue viceministro israelí de Defensa, Eli Ben-Dahan, mientras avanzaban las conversaciones de paz de 2013 dijo de los palestinos: «Para mí, son como animales, no son humanos». Su sufrimiento no es por tanto un dato a tener en cuenta. Miles de ciudadanos israelíes se han acercado a un mirador en la localidad israelí de Sderot, cercana a Gaza, para disfrutar de los bombardeos que destrozaban vidas humanas e infraestructuras palestinas, y soldados israelíes celebraban las matanzas de niños y mujeres cantando y bailando.
Pero Netanyahu no podría haber dado vía libre a la tendencia criminal del Sionismo sin el apoyo económico, militar y político de Estados Unidos.
La causa de ese apoyo no hay que buscarla en el lobby judío, como se dice a veces, sino en la lógica del sistema, para cuyas élites ha sido imprescindible la impunidad israelí. Todo el mundo sabe que, por su petróleo, Oriente medio es un enclave de vital importancia en el que hay países difíciles de domesticar, sobre todo Irán, y que Israel es el policía del imperio en esa zona, bien armado y con impunidad garantizada. El dirigente alemán Fiedrich Merz expresó su adhesión a las prácticas del gobierno sionista cuando dijo en una reunión del G-7 que Israel está haciendo “el trabajo sucio” por “todos nosotros” en Irán. Esto es lo que explica que el apoyo económico, militar y político de Estados Unidos a Israel haya sido continuo.
El apoyo militar no ha consistido sólo en la entrega del armamento necesario para masacrar a la población palestina. En noviembre de 2023 el gobierno de Joe Biden envió al mediterráneo oriental una imponente fuerza naval como amenaza disuasoria no sólo al Hezbolá libanés, sino también a Irán. En Junio pasado hubo otro gran despliegue naval para avisar al mundo (y en concreto a Irán) de que Israel es intocable.
El apoyo político lo ha ejercido EE UU con presión sobre sus vasallos e imponiendo su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esas presiones valieron también para que en diciembre de 1991 la ONU anulara su resolución 3379 de 1975 que equiparó al sionismo con el racismo en general y con el apartheid sudafricano en particular.
¿Por qué se llama terrorista a Hamás?
Son muchos los que apelan al derecho de Israel a defenderse. ¿De quiénes? De sus enemigos, uno de ellos Hamás. Se sigue de ello que la historia de lo que ha venido haciendo Israel en Gaza comenzó el 7 de octubre de 2023, día en que Hamás cometió un brutal atentado con miles de víctimas inocentes y secuestros.
Pero resulta que la terrible historia del pueblo palestino comenzó mucho antes.
Recordemos, por si todavía es necesario, que en 1947 las Naciones Unidas propusieron un plan que acabó en una guerra y que consistía en la partición de la Palestina bajo Mandato Británico en dos Estados: uno judío y otro árabe, dando más del 50% del territorio a Israel pese a tener la mitad de la población que los palestinos. Esta propuesta originó la natural resistencia palestina que acabó en guerra, tras la cual Israel consiguió el control del 80 % del territorio, desplazó a 726.000 palestinos de sus tierras y promulgó leyes para legalizar su expropiación. Además destruyó más de 500 pueblos, borró los nombres geográficos de todo el país, los sustituyó por nombres hebreos y negó el derecho palestino al retorno, creando así refugiados palestinos permanentes. Los palestinos llaman a esta historia Nakba («la catástrofe»).
En ella Israel actuó contraviniendo el derecho internacional y resoluciones de la Asamblea General de la ONU, como la 194 de diciembre de 1948 que establecía el «derecho al retorno» de los refugiados palestinos que habían sido expulsados de sus pueblos, derecho que el Estado de Israel debía respetar «lo antes posible». La realidad es que han pasado 77 años y sigue sin respetarse.
En 1967 tras la guerra de los Seis Días hubo nuevas expulsiones («desplazamiento obligatorio») de la población autóctona palestina, episodio conocido como Naksa (éxodo) y otra vez Israel hizo caso omiso de una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (242 de 22 de noviembre de 1967) que exigía la retirada del Ejército de Israel de los territorios ilegalmente ocupados.
Un informe de la ONU de 1971 decía que “el gobierno de Israel está aplicando deliberadamente políticas destinadas a impedir que la población de los territorios ocupados regrese a sus hogares y obliga a quienes se encuentran en sus hogares a abandonarlos, ya sea por medios directos como la deportación o indirectamente mediante intentos de socavar su moral o mediante el ofrecimiento de incentivos especiales, todos con el objetivo último de anexar y colonizar los territorios ocupados”. El Comité Especial de la ONU consideró que los actos del Gobierno de Israel constituían la violación más grave de los derechos humanos de la que ha tenido conocimiento. Más tarde las anexiones de Jerusalén Este y los Altos del Golán entre 1980 y 1981 fueron declaradas nulas por el Consejo de Seguridad.
Tras los acuerdos de Oslo de 1993, pese a que la OLP reconoció el derecho de Israel a vivir en paz y seguridad y renunció a la violencia terrorista, no se avanzó en la formación de un Estado palestino por la negativa de Israel a renunciar a su control sobre Gaza y Cisjordania.
La llamada “segunda Intifada” fue un levantamiento palestino que comenzó el 29 de septiembre de 2000 en respuesta a la visita de Ariel Sharon a la mezquita de Al-Aqsa, y se caracterizó por una ola de violencia y protestas contra la ocupación israelí. Desde entonces hasta 2002 murieron más de 1000 palestinos, fueron arrestados miles de ellos, incluso sin acusación alguna y al amparo de normativas de emergencia vigentes desde el mandato británico. Entre 2000 y 2004 los israelíes incrementaron los asentamientos en territorios ocupados, destruyeron 628 casas palestinas y dejaron sin hogar a 3983 personas, de las que cerca de la mitad (el 47%) no tenían relación alguna con actos violentos; esto supuso que por cada culpable de un acto violento que perdió su casa, doce inocentes también sufrieron el mismo castigo.
So pretexto de impedir atentados, en 2002 Israel comenzó la construcción de una barrera de 720 km. de longitud y siete de altura que se extiende aproximadamente en un 20 % a lo largo de la Línea Verde que figura como frontera de facto con Israel, y el 80 % restante en territorio cisjordano, adentrándose hasta 22 kilómetros en algunos lugares para incluir asentamientos israelíes densamente poblados así como los acuíferos del país, de manera que el 10 % del territorio cisjordano aproximadamente queda aislado del resto de Cisjordania. La construcción de esta barrera ha sido condenada por todos los organismos internacionales, incluida la Corte Internacional de Justicia, que la consideró contraria al derecho internacional y pidió al Gobierno de Israel suspender su construcción y reparar los daños causados. Pero ahí sigue como imagen del apartheid. Acercarse a ese muro es peligroso. Entre 2007 y 2012, han muerto 214 palestinos (127 civiles) y heridos 825 (761 civiles).
En 2005 Israel vendió la retirada del ejército israelí de Gaza como un paso hacia la paz, pero puso en marcha un nuevo sistema de control desde fuera que convirtió el territorio gazatí en la cárcel más grande del mundo, en palabras de Ilan Pappé. Después de la victoria de Hamás en las elecciones en 2006 ese control se convirtió en un duro bloqueo que creó una crisis humanitaria, condenando a millón y medio de palestinos a vivir de una ayuda externa muchas veces impedida por Israel y del contrabando a través de una red de túneles en la frontera con Egipto.
El Consejo de Seguridad volvió a manifestarse en 2016 contra los asentamientos en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, sin que Israel hiciera el menor caso. Esos asentamientos ilegales se habían multiplicado por 4 desde 1992 hasta 2023. Si en 1992 había 172 asentamientos habitados por 248.000 colonos, en 2023 eran 444 asentamientos con 950.000 colonos.
A esto hay que añadir que mucho de lo que ocurre en Gaza y Cisjordania no se conoce porque la UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos) fue considerada el 28 de octubre de 2024 por el Parlamento israelí como una organización terrorista, lo que impide en la práctica que esta organización pueda operar en Cisjordania y Gaza.
¿Terrorismo o movimiento de liberación?
¿Puede extrañar que haya organizaciones palestinas que luchen con sus pocos medios contra Israel? Un refrán dice que “el que siembra vientos recoge tempestades”, pero en este caso Israel ha ido sembrando tempestades. ¿Cómo puede aspirar a que no le caiga algún rayo?
El acto terrorista de Hamás ocasionó 1.200 víctimas, muchas de ellas civiles, y 239 secuestrados. Supongamos que el ejército israelí, como represalia, hubiera matado a 3.000 palestinos y encarcelado a 700. Todo el mundo consideraría mesurada esta respuesta y nadie la criticaría, y menos la condenaría.
¿Y por qué no se hace lo mismo con el acto terrorista de Hamás teniendo en cuenta que fue una respuesta desde la impotencia, la humillación y la desesperación, generadas no sólo por decenios de barbarie sionista contra los palestinos de Gaza y Cisjordania, sino además por la certidumbre de que Israel puede cometer las mayores tropelías contra ellos con la más completa impunidad?
No tienen mucha razón quienes dicen que si condenamos el genocidio que ha venido realizando Israel hemos de condenar con el mismo énfasis el acto terrorista de Hamás del 7 de octubre. Aun abominando de asesinatos, secuestros y torturas, sean quienes sean las víctimas, me pregunto qué significa condenar ese acto terrorista sin describir todo lo que previamente ha ido haciendo Israel contra el pueblo palestino. ¿Cómo voy a condenar a Hamás por el atentado del 7 de octubre si creo que los culpables fueron Israel y Estados Unidos? Hay un principio jurídico que dice “Causa causae est causa causatis” (la causa de la causa es causa de lo causado).
Y ahora viene Trump y se presenta como pacificador
Trump se ha visto obligado a proponer un alto el fuego en Gaza (al que llama Plan de Paz) por varias razones:
Una, amainar la tensión generada por el ataque lanzado por los israelíes contra miembros de Hamás en Catar, que es aliado de EE UU en la región, agresión que demostró a Trump que Netanyahu va a veces más lejos de lo que interesa a EE UU. Tres meses antes de ese ataque, y por acciones parecidas, Thomas Friedman, influyente columnista de The New York Times y tres veces ganador del premio Pulitzer, había afirmado que “el gobierno de Israel no es nuestro aliado porque se porta de un modo que amenaza los intereses de Estados Unidos en la región”.
Una segunda razón, las protestas contra el genocidio extendidas por todo el mundo y la creciente presión de la opinión pública de Estados Unidos, con un cambio profundo en la percepción social que ha obligado a Trump a adoptar un discurso de “equilibrio” de cara a las elecciones de medio término (cambio por tanto más oportunista que sincero).
La tercera de las razones parece broma, porque está relacionada con la concesión del Nobel de la Paz que Donald Trump ambicionaba desde que Netanyahu le prometió el pasado mes de julio que le propondría como candidato. ¡Impresionante!
El caso es que Trump, que ha venido siendo colaborador necesario del genocidio, se disfraza de personaje benéfico y providencial, único capaz de acabar con eso a lo que llama guerra.
No es plan de paz, es un chantaje sin disimulos
Trump ha pactado su plan con Netanyahu sin intervención de los palestinos, a los que conmina a aceptarlo bajo amenaza de “aniquilación total” y de desatar contra el movimiento palestino un “infierno como nunca antes”, afirmando sin pudor que “como represalia por el ataque del 7 de octubre más de 25.000 «soldados» de Hamás ya han sido asesinados. El resto, en su mayoría, están rodeados y atrapados militarmente, esperando a que yo dé la orden para que sus vidas sean rápidamente extinguidas”.
Se trata, pues, de una oferta de rendimiento incondicional para Hamás, pero que no exige a Israel la rendición de cuentas, ni la reparación y el sometimiento a la justicia internacional. No obliga a Israel a devolver los territorios ocupados por la fuerza, ni a retirar a los colonos judíos que se han instalado en Cisjordania expulsando de sus tierras a sus dueños palestinos. No habla del futuro de Jerusalén, no hay seguridad de que se establezca un gobierno palestino después de que termine sus funciones la junta provisional propuesta por Trump, con él y el ex primer ministro británico Tony Blair al frente. La constitución de un Estado palestino se deja para un futuro indeterminado y sólo si finalmente se dieran condiciones adecuadas. Los 20 puntos del acuerdo constituyen un plan neocolonial que concibe la Nueva Gaza como un espacio para inversores extranjeros, grandes negocios, turismo de lujo y empleos de bajo nivel para los gazatíes.
Ese plan consolida así la fragmentación territorial, la dependencia económica y la subordinación política del pueblo palestino, pero es al mismo tiempo un chantaje difícil de rechazar, porque se presenta como alternativa a la aniquilación.
¿Puede alguien pensar con sensatez que de esta forma se construyen unos cimientos para la paz futura?
La traca final
La ceremonia de la firma ideada por Trump a su mayor honra y gloria es inenarrable. Yo al menos no encuentro palabras. En el parlamento israelí Trump reconoció que Netanyahu le había pedido toda clase armas, algunas que él no conocía que existieran pese a fabricarlas, y que todas le habían sido enviadas. ¡A continuación felicitó a Netanyahu por haberlas utilizado con tanto éxito! ¡Es decir, se confesó coautor del genocidio y muy satisfecho de la efectividad con que se habían empleado sus armas! Entretanto dos diputados, el líder del partido de izquierda israeí Hadash y otro del mismo grupo, le gritaron “¡Terrorista!” y fueron violentamente expulsados.
La farsa continuó en la ciudad balneario egipcia de Sharm el Sheij, donde Trump hizo esperar durante horas a los jefes de Estado y de Gobierno que acudieron a la ceremonia (se lo merecieron, por babosos), y que luego tuvieron que aguantar con sonrisas las bromas de Trump, único que hablaba a los demás como si fueran niños de escuela a los que se riñe y alaga. Acto tan vergonzoso no lo he visto nunca. Y Pedro Sánchez formaba parte de la chusma de vasallos que asistían a lo que alguien ha denominado “besaculos”.
LO ESPERABLE
Apenas unas horas después de suscribir el Acuerdo, Netanyahu ha dejado claro que no acepta dos de sus veinte puntos: la retirada de sus tropas de la franja y la futura posible creación del Estado palestino. El jefe del Estado Mayor del Ejército judío, Eyal Zamir, resaltó que las tropas israelíes están listas para cualquier contingencia, al margen de las negociaciones. “Debemos mantenernos alerta y listos para la defensa, y estar preparados para reanudar el combate en cualquier momento”. Las fuerzas armadas israelíes, según orden de Netanyahu, tendrán “el control operativo sobre las zonas de avanzada, lo que permitirá plena libertad operativa y la capacidad de regresar a cualquier lugar”.
El proyecto del Gran Israel sigue intacto, es sólo cuestión de tiempo. El futuro de Gaza, de Cisjordania, de Líbano, Siria y el resto de la región está supeditado a la seguridad de Israel y a su impunidad para decidir el futuro no sólo de los palestinos. En estos dos años de genocidio Israel ha invadido el Líbano para acabar con Hizbulá, aliado de Hamás, ha atacado a Siria, ayudando al derrocamiento del dictador Bachar al Asad, y ha bombardeado Irán. Todo con la seguridad de que ningún país se atreverá a frenar el supremacismo militar judío enfrentándose a Estados Unidos.
Sabido es que la política sionista combina negociaciones de paz con expansión de asentamientos, expulsión de los nativos palestinos y apoyo a los colonos.
La situación de apartheid y genocidio persistirá mientras el imperio siga en pie, por más que se vaya modulando según convenga. De momento las protestas populares quedarán más o menos desactivadas. A otra cosa. Y muchos gobiernos, entre ellos el español, han aplaudido el plan de Trump con alivio, sobre todo porque así pueden escapar de su papel cada día más vergonzoso de testigos inactivos.
VOLVIENDO A LO FUNDAMENTAL
Este es nuestro mundo. No se mueran de asco, aguanten, pero sin esperanza. Así es el Sistema en que estamos atrapados. Tal vez haya manifestaciones contra la privatización de la sanidad, o a favor de la educación pública, o del derecho a la vivienda, pero en el mejor de los casos sólo se conseguirá algún simulacro de mejora. El capital es intocable. No se van a llenar las calles pidiendo un sustancial aumento de impuestos a los ricos, pese a que ahí está la clave para remediar el deterioro de los servicios públicos. No se llenarán las calles clamando contra el capitalismo, que es la causa de las causas, porque su maldad no es tan evidente para las gentes generosas como los disparos que matan niños o los dejan mutilados. Y no hay partidos de izquierda anticapitalista que hagan ver a la gente sensible que muchas cosas malas que vemos alrededor no tienen autonomía, no son aislables, son un mero efecto de la lógica capitalista.
Lo previsible es que la situación se vaya deteriorando, pero si las protestas se hicieran más fuertes las oligarquías que nos gobiernan pasarán al plan B, al que ya se están acercando algunos países. Cambiarán el disfraz de democracia (nunca la hubo, siempre fue un disfraz) por el de régimen autoritario salvador. Darán luz verde a los de los puños y las pistolas, que ya están por todas partes esperando. Así seguirá todo, salvo que Estados Unidos, en su decadencia, pierda poder sobre los países vasallos y éstos puedan optar por otro mundo más abierto a cambios benéficos. Para ese momento es para el que debería estar trabajando la izquierda, ofreciendo conocimientos y posibilidades de acción a la ciudadanía ahora esclavizada, es decir, a la mayoría de la población.
Por hablar de cosas agradables: una entrevista a Guillermo Toledo muestra que, aunque en España no hay partidos de izquierda, hay personas con ideas y corazón de izquierda, no sabemos cuántas. Creo que los partidos que, sin serlo, se presentan como de izquierdas son un obstáculo para que se funde un partido eficiente que represente y organice eficazmente a la buena gente de izquierdas, ahora desalentada.