En un artículo publicado en El País el 16 de enero pasado, Monserrat Gomendio, Secretaria de Estado de Educación, Formación Profesional y Universidades, defiende la nueva ley de educación alegando que, aunque hace 40 años se hizo en España un esfuerzo grande por dotar a toda la población de un nivel de formación mínimo y homogéneo, 20 años después, conseguido ese objetivo, no continuó la mejora. En cambio otros países han continuado su avance dejando a España en una posición relativa cada vez peor. Así lo revelan las pruebas PISA y PIAAC, que evalúan competencias básicas para saber desenvolverse en la vida, para acceder a un trabajo de mínima cualificación y para participar activamente en una sociedad democrática.
Planteada así la cuestión, la señora Gomendio nos advierte que el debate sobre la educación ha estado lastrado entre nosotros por continuas referencias a conceptos ya superados y a supuestos conflictos entre dicotomías inexistentes hoy en día.
Un concepto superado es la apelación a la falta de recursos. Pues ocurre que desde el año 2003 hasta el 2012 ha aumentado en España la inversión en educación un 35%, siendo la inversión por alumno superior a la media de la OCDE, pese a lo cual el rendimiento de los alumnos no ha mejorado. Es más, cuando se compara el rendimiento de los alumnos en países con diferentes niveles de inversión, se pone de manifiesto que una vez superado un umbral que en España se superó hace ya tiempo, no existe relación entre las dos variables: recursos y rendimiento. A partir de un cierto nivel de inversión es más importante el cómo que el cuánto.
En lo que afecta al cómo, es decir, al empleo de los recursos, se ha cometido el error de destinar los incrementos de inversión principalmente a aumentar los años de escolarización gratuita y a disminuir el número de alumnos por profesor. Prácticamente todos los niños de tres años están escolarizados, y sin embargo nuestros niños de nueve años tienen un rendimiento peor que los de otros países de la OCDE donde la escolarización es más tardía. En cuanto a la ratio profesor-alumnos, aparte de que tenemos un número de alumnos por profesor por debajo de la media de la OCDE, este factor sólo afecta al rendimiento cuando la ratio es mucho mayor. En suma, se ha invertido en factores que dejaron de ser relevantes hace ya tiempo. No se ha dado el paso de la cantidad a la calidad.
Es también una falacia, dice la señora Gomendio, justificar el bajo rendimiento de los alumnos como resultado del sacrificio de la excelencia en aras de la equidad, como si equidad y excelencia fueran excluyentes: muchos países que han mejorado el rendimiento de sus alumnos en los últimos años han mejorado simultáneamente la equidad. Por otra parte no es razonable proclamar que España, junto a países como Finlandia, es campeón de la equidad porque el rendimiento de los alumnos entre colegios no presenta grandes diferencias. Pues en España ese rendimiento es homogéneamente bajo, mientras que en Finlandia es uniformemente alto. Por tanto, concluye la señora Gomendio, equiparar la equidad en la mediocridad con la equidad en la excelencia es un grave error.
El concepto de equidad como homogeneidad por lo bajo sirve para enmascarar uno de los fallos más perniciosos de nuestro sistema educativo: la tasa de abandono escolar temprano. Uno de cada cuatro jóvenes no continúa sus estudios más allá de la etapa obligatoria, y los más vulnerables son los que proceden de entornos socio-económicos desfavorecidos. Estos jóvenes se enfrentan a unas tasas de desempleo elevadas por el resto de sus vidas, y esta es la forma más cruel de inequidad social.
En conclusión, es preciso afrontar con creatividad los enormes desafíos a los que se enfrenta la educación en el mundo de hoy, imitando soluciones prácticas que han dado frutos en los países que han reformado sus sistemas educativos, que son muchos.
¿En qué consisten esas soluciones? Por una parte en dejar atrás un sistema rígido y uniforme, y sustituirlo por un sistema flexible, de atención más individualizada, que permita a cada alumno desarrollar todo su potencial independientemente del entorno socio-económico del que proceda. Esta es la verdadera equidad, que requiere de alternativas, en concreto de un mayor desarrollo de la formación profesional, que facilita un acceso más directo al empleo.
Por otra parte se requiere un cambio metodológico. Ya no es suficiente memorizar conocimientos, es además necesario aprender a aplicar esos conocimientos a la resolución de problemas complejos, aprender a trabajar en grupo, a innovar, a ser creativos. Por ello la combinación de conocimientos y competencias será definida por unas evaluaciones a nivel nacional, que señalizarán con claridad cuáles son los nuevos estándares necesarios para obtener el título. Añádase que el camino hacia un modelo educativo maduro requiere más confianza en los directores y los profesores. Los primeros han de poder ejercer un liderazgo real. Los profesores tendrán más margen para la creatividad y la innovación. Finalmente, para que la educación se convierta en el principal motor de movilidad social es fundamental superar una grave deficiencia de actitud: nuestros alumnos creen que su futuro depende de la suerte, mientras que los de países más exitosos creen que su esfuerzo personal es determinante. Debemos enseñar a nuestros jóvenes a tomar las riendas de su destino.
II
Hasta aquí la Secretaria de Educación. ¿Verdad que parece que todo lo que dice es muy razonable? Pero veamos, lo primero que habría que señalar es que la creatividad a que apela Gomendio no pasa, por lo leído, de proponernos la imitación de lo que han hecho otros. Y esos otros ¿son realmente dignos de admiración e imitación?
Para responder hay primero que recordar que en el mundo capitalista la derecha socialdemócrata y la derecha tradicional confluyeron, aunque por distintos motivos, en el propósito de extender a las clases bajas la educación que antes sólo recibían las clases restantes. En España lo hizo el PSOE con buena intención, pero sin aplicar los ingentes recursos necesarios para igualar las capacidades semánticas de unas clases sociales y otras, lo que ha añadido graves problemas a los ya tradicionales. Con el PP en el poder el viejo concepto de educación se mantiene, y su versión de la excelencia consiste en quedar bien en pruebas internacionales de lectura, matemáticas y ciencias que no acreditan una buena educación, sino sólo unos conocimientos básicos para la inserción en el sistema productivo.
La señora Gomendio mide la situación en España por comparación con otros países de la OCDE, pero todos ellos realizan el mismo tipo de mala educación, el único posible en las sociedades capitalistas, cuya crítica no voy a repetir ahora (ya la he detallado en otras entradas de este blog a disposición del lector interesado). Sólo insistiré en que la prueba irrefutable de sus deficiencias la tenemos en el resultado, que no es otro que poblaciones mayoritariamente ignorantes, irracionales y egoístas. Si la población de los países “desarrollados” hubiera recibido una buena educación casi nada de lo que vemos sería como es. Por decir algo, no aumentarían repentinamente los partidarios de opciones fascistas, ni seguiría campando por sus respetos el machismo, el racismo, la homofobia y la xenofobia, las poblaciones no aceptarían políticas criminales y no sería tan fácil a los poderosos engañarlas, las mayorías gustarían de la buena literatura y la buena música, exigirían medios de comunicación inteligentes y veraces, y se negarían a consumir la basura estética y moral a que ahora son adictas. La educación no sólo está fatal en España, está fatal en Finlandia, Alemania o Estados Unidos, así que la señora Gomendio haría bien en no citar a otros países como modelo, porque no existen modelos en este asunto. El país que quiera un buen sistema educativo ha de crearlo de nueva planta.
Una escuela pública sólo será modélica si logra generalizar en la población: (a) la empatía y solidaridad, la curiosidad y la motivación para el aprendizaje; y (b) un alto nivel de conocimientos y competencias. Esto comprende, entre otras cosas, el manejo en distintos registros orales y escritos de la lengua propia y de al menos dos lenguas extranjeras, el dominio de lenguajes formales (lógica, matemáticas, informática), la asimilación a largo plazo de los aparatos conceptuales y tecnológicos de las ciencias naturales y de las ciencias sociales, el conocimiento de una historia que integre los procesos económicos, políticos y culturales de la humanidad, la capacidad de reflexión sobre todo ello, el dominio del lenguaje musical y de al menos un instrumento, las destrezas deportivas, etc. Desde el conocimiento psicológico actual, generalizar esta educación no es un imposible utópico, es perfectamente realizable si se emplean los medios adecuados. Pero esto exige salir de un sistema económico que impide una adecuada asignación de recursos y que es, por sí solo, una potentísima antiescuela.
Me voy a limitar ahora a comentar el tema de los recursos. A la señora Gomendio le parece que es malemplearlos escolarizar desde los tres años, y habla de países que escolarizan más tarde y tienen mejores resultados… ¡En las pruebas PISA, claro! Pero lo cierto es que si se quiere equidad, si se quiere igualdad de oportunidades, si se quiere que cada alumno pueda desarrollar sus potencialidades no importa su origen social, entonces no sólo hay que hacer gratuita la educación pública desde los 3 años, sino gratuita y obligatoria desde los 0 años, siendo el periodo de 0 a 6 años el más relevante, que tendría que estar servido por profesionales con alta cualificación en psicología evolutiva y con suficientes dotes para el trato con niños de esas edades. Sólo así (entiéndase bien, sólo así) los niños de clases bajas (incluida la inmigración pobre) estarían en casi igualdad de condiciones con los restantes al llegar a los seis años. Es cierto que la equidad no está reñida con la excelencia, pero no hay equidad si se deja fuera de la excelencia a los menos favorecidos.
La señora Gomendio utiliza un concepto antiguo de ratio profesor-alumnos, el referido al aula. Es cierto que para que todos los alumnos logren el objetivo propio de un buen sistema educativo es necesaria una enseñanza realmente individualizada, pero esto no significa lo que la señora Gomendio pretende, que los que no puedan seguir el ritmo del aula sean desviados a la FP, sino por el contrario, que cada alumno pueda seguir su propio ritmo. Y esta educación individualizada es algo que el aula impide. El aula ahorra muchos recursos, pero en una educación bien concebida es la primera cosa a eliminar, sustituida por tutores que ejerzan un verdadero control y continua revisión sobre los aprendizajes de los alumnos tutelados. Puesto que el ritmo de aprendizaje no es el mismo en todos, unos alumnos llegarán al nivel exigido en menos años y otros en más, pero todos llegarán si los tutores son expertos en motivar y los medios empleados son los correctos. Claro está, la ratio tutor-alumnos ha de ser mucho menor que la referida al aula.
Así que, teniendo en cuenta lo costosa que sería una entrada en la educación obligatoria y gratuita de todos los niños a una edad de pocos meses, y el alto número y la compleja formación de tutores y de profesores de apoyo en las distintas ciencias, artes, deportes y destrezas, los recursos que hoy se dedican a la educación en el mundo son ridículos. De poco sirve que invirtamos por alumno más de la media de la OCDE si sigue siendo mucho menos de lo necesario para poner en pie un buen sistema educativo. Sólo desde una concepción tradicional se puede afirmar, como hace la Secretaria de Educación, arropada en esto por profesionales conservadores como José Antonio Marina, que dedicamos recursos suficientes, sólo que mal administrados.
En resumen: es cierto que la equidad requiere que cada cual, con independencia de su origen social, pueda desarrollar todo su potencial; que ciertos aspectos de la educación deben ser individualizados; que la educación debe tener flexibilidad. Pero la señora Gomendio emplea estas palabras como eufemismos para expresar lo siguiente: a los alumnos de clase baja se los redimirá del abandono escolar derivándolos hacia enseñanzas prácticas que les permitan desarrollar todo su potencial mediante un acceso más directo al empleo. Con los otros se harán esfuerzos para que queden bien en las pruebas PISA, algo que ya se ha bautizado como “estudiar para el test” (el TTT de los americanos) y que la señora Gomendio considera el paso a la “excelencia”.
¡A cuánto cinismo estamos acostumbrados! Dice la señora Gomendio que los alumnos más vulnerables son los que proceden de entornos socio-económicos desfavorecidos, y finge que se les quiere ayudar (ya hemos visto cómo), pero al mismo tiempo su Ministerio les exige una nota más alta para acceder a la universidad con beca que a los que no la necesitan, y para conseguir una beca Erasmus les exige un nivel de idioma extranjero que sólo está al alcance de quienes pueden pagarse una enseñanza extra. ¡Los viejos y crueles propósitos de siempre revestidos de nobles palabras dichas en vano!