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VIOLENCIAS SIN REMEDIO Y SUS CAUSAS (9 de febrero de 2015)

En los medios de comunicación se nos da cuenta del trágico goteo de asesinatos de mujeres; se nos dice que el maltrato de hijos a padres ha subido un 60% desde 2007 y que entre los detenidos por violencia en el fútbol hay personas de todas las clases, de diversas edades (desde menores de edad a personas que han pasado los cuarenta, con hijos), y tanto profesionales, como parados, ninis y hasta un guardia civil, eso sí, todos varones, muchos de ellos habituales de gimnasios. Sabemos también que la violencia en las escuelas (el acoso escolar que en ocasiones ha llevado al suicidio de la víctima) no disminuye, y es practicado tanto por chicos como por chicas. La violencia terrorista afecta a toda la población, porque se siente víctima potencial e indefensa. Y hay otras muchas clases de violencia, entre ellas la económica y la institucional (represión de la libertad ciudadana, tortura, leyes injustas, represión en las fronteras), que genera a su vez formas violentas de rebeldía política. O la internacional, en la que se encuadra la explotación de unos países por otros, la organización del genocidio por hambre y la venta de armas para provocar, mantener o resolver guerras locales.

Para solucionar un problema hay que conocer sus causas, pero en los medios de comunicación hay una tendencia muy general a tomar por causa lo que es un efecto. Si nos limitamos a la violencia ejercida por individuos, quienes conciben a la persona como dotada de un alma que elige libremente achacan la violencia a la voluntad de los violentos. Según eso, todo el que actúa violentamente pudo haber actuado de otra forma, e hizo lo que hizo porque quiso. Así por ejemplo, los dos terroristas que atentaron contra la revista satírica Charlie Hebdo eran dos fanáticos que quisieron atacar los principios que Occidente ha tratado de universalizar: democracia y libertad (en este caso la de expresión, que es la que se ha ejercido por el semanario satírico publicando caricaturas del profeta Mahoma). Está todo muy claro y no hay que buscar tres pies al gato.

Evitamos caer en esa simplificación si adoptamos una concepción científica, y entonces las cosas se nos presentan de otra forma: toda conducta “libre” viene determinada por un estado cerebral del actor, de manera que respecto a cada acción, siendo ese estado mental el que era, el sujeto no pudo hacer otra cosa que la que hizo.

Hemos entonces de preguntarnos de qué depende que, en unas circunstancias dadas, se active en el sujeto un estado mental y no otro. Y depende, evidentemente, de su historia de aprendizajes, que es la que ha ido fabricando la estructura mental de ese sujeto desde su nacimiento. La agresividad natural con que nace todo niño está a la espera de que su historial de experiencias la vaya convirtiendo en mera firmeza para defender los propios derechos o, en los casos desafortunados, en violencia agresiva.

Pero ese historial de aprendizajes no depende de la voluntad del niño, sino de lo que éste va viviendo en la familia, en la escuela y en el espacio social que le vienen impuestos, y todo ello depende a su vez, en último término, del tipo de sociedad en que vive. Esto quiere decir, ante todo, del modo de producción y distribución de la riqueza y del sistema de valores y formas de vida que ese modo impone.

Visto así el asunto no hay que dar muchos pasos para concluir que la violencia no tiene solución en una sociedad como la nuestra (y esto es algo que habitualmente se quiere ignorar).

Yendo a las causas

Para dar con el remedio más vale que nos planteemos por qué ocurre todo esto, y entonces hemos de tener en cuenta:

a) Un espacio público diseñado por la economía de mercado, en el que es inevitable que una minoría se enriquezca obscenamente a costa del resto, que su poder económico controle el funcionamiento político, que se llegue a grandes niveles de corrupción, a veces conocida, en mayor cantidad secreta, y que queden excluidos del banquete amplios grupos de la población. En tal espacio tienen poca incidencia valores como los de racionalidad, justicia, cooperación y empatía. Si además la sociedad pretende presentarse como democrática y respetuosa de los derechos humanos, está obligada a la mentira sistemática (vean si no el caso de nuestros gobernantes, de cuya boca nunca sale una verdad). Hablando del atentado contra Charlie Hebdo el primer ministro Vals ha reconocido que existe en Francia un apartheid social, territorial y étnico, y que a esta miseria se suman las discriminaciones diarias y el sentimiento de que hay ciudadanos de segunda. En los barrios de las afueras de las grandes urbes francesas la pobreza es tres veces más elevada que en el resto del país y el paro es doble, en particular entre los jóvenes, y en las denominadas Zonas Urbanas Sensibles, con 4,7 millones de habitantes, la mitad de los menores de 18 años vive bajo el umbral de la pobreza y la tasa de analfabetismo en personas de entre 18 y 29 años alcanza el 12%. ¡En Francia! En todos los países occidentales muchos niños y jóvenes están en la marginación y la pobreza mientras a su alrededor se festeja la riqueza. Para sobrevivir han de aprender a ser violentos. En La violencia y sus causas, recopilación de trabajos de científicos sociales publicada en 1981 por la Editorial de la Unesco, se reconoce la obviedad de que la paz precaria (la que consiste en mera ausencia de conflicto armado) no puede ser duradera y conduce inevitablemente a la violencia si está basada en la injusticia y la violación de los derechos humanos.

b) Una publicidad asfixiante que no se limita a la inducción al consumo, sino que actúa como antiescuela promotora de valores (exaltación del ego individualista, éxito social, riqueza y consumo por una parte, amor romántico y sexo por otra), todos ellos relacionados entre sí y con dos modelos básicos, el de macho, caracterizado por la violencia triunfante, y el de hembra, caracterizado por la deseabilidad de objeto erótico. Esta ideología es reforzada por canciones, películas, programas televisivos y juegos de ordenador. A su vez, el mito del amor enlaza con el machismo cultural que concibe al hombre como dueño de la mujer y a esta como premio o conquista, cuya infidelidad es inaceptable.

c) Un nivel alto de frustración, consecuencia de la distancia a que casi todos quedan de la satisfacción de los deseos predominantes (por ejemplo, por estar lejos de alcanzar la riqueza o porque el mito del amor incumple la promesa de felicidad que ofrece). Tal frustración es fácilmente convertible en resentimiento agresivo.

d) Un ambiente familiar que, en general, favorece y reproduce los valores dominantes, y en el que muchos niños son testigos y víctimas de violencia.

e) Una educación pública que no está concebida para la formación de ciudadanos ilustrados, benévolos y cooperativos, sino para una fallida transmisión de conocimientos, y que por ello no puede contrarrestar el efecto de las potentes antiescuelas que se le oponen. Ni siquiera puede evitar la violencia en su propio ámbito.

f) Un orden internacional resultado de la conducta depredadora de las potencias occidentales, tanto en la época del colonialismo explícito como en la presente de un colonialismo camuflado. Las intervenciones occidentales en Argelia, Siria, Irak, Libia, Túnez, Egipto, Yemen o Afganistán, el mantenimiento de dictaduras en Estados artificiales a cambio de petroleo o la incondicional defensa que Estados Unidos hace de Israel haga lo que haga contra la población palestina, de ordinario represalias que se pueden caracterizar como genocidios, otorgan a países de religión islámica el papel de colonizados y el de colonizadores a países de religión cristiana. Estas acciones agresivas y explotadoras se han llevado a cabo de ordinario en defensa de los intereses económicos y geoestratégicos de la oligarquía de Estados Unidos, pero con una Unión Europea que se pliega y colabora porque las oligarquías europeas tienen también como salvaguardia el poder militar americano. Y esos intereses, que son en su parte básica los de una minoría occidental, generan injusta pobreza en muchas zonas del mundo y, como consecuencia, guerras y terrorismo.

Estos son los ambientes en que se van modelando las mentes, y por ello los criminales violentos son personas a las que podemos considerar víctimas sociales de su papel de verdugos. Esto se ve muy claro en el caso de violencia machista. Si la mujer decide separarse (sea huyendo del maltrato, sea porque quiere vivir con otro), se activan en algunos hombres elementos semánticos que se propagan a diario. La ideología machista y un concepto fantasioso del hombre sobre sí mismo (“a mí no se me hace esto”) dan a los celos la dirección conocida: el hombre mata a la mujer y va a la cárcel, pero con la satisfacción de saber que ella “no va a ser de otro”, o mata a la mujer y luego se suicida. Esta última forma de remedio, que no suele ponderarse, da sin duda idea de que no estamos ante un problema de malvados, sino de mentes mal configuradas, algo que se aprecia aún mejor cuando un hombre asesina a sus hijos sólo para infligir un daño a la mujer que lo ha abandonado.

En cuanto al terrorismo yihadista, si las fechorías occidentales han fabricado odio contra nosotros y deseos de venganza (no hay más que ver las manifestaciones que el caso Charlie Hebdo ha provocado en países musulmanes), no debe extrañarnos que ese odio acabe haciéndonos daño.

De manera que, si no usamos el recurso de poner la causa del mal en la voluntad de los actores, sino en los escenarios sociales que los fabricaron como son, el remedio sería, claro está, eliminar esos mecanismos causales.

En este tipo de sociedad no hay remedio

De poco vale vigilar al violento y hacerle difícil su conducta agresiva. Si se le impide la entrada a los campos de fútbol se evitará la violencia allí dentro, pero no fuera. Si se vigila al machista y se protege policialmente a la mujer, antes o después el violento eludirá la vigilancia y hará su voluntad. Mal remedio tiene la situación cuando los hijos maltratan a sus padres o los padres a sus hijos. ¿La educación? Los buenos consejos no tienen éxito entre la población que más los necesita. Respecto al terrorismo islamista no es suficiente apelar a medidas policiales porque toda vigilancia es poca, y podemos llegar a ser tratados como si todos fuéramos sospechosos. La islamofobia sólo lleva a fabricar nuevos terroristas. ¿Y cómo evitar la violencia ejercida por los Estados cuando se supone que la ejercen para defender a sus ciudadanos?

Desafortunadamente los elementos que promueven la violencia no pueden ser removidos en nuestro medio social por lo siguiente:

1.- La lógica de la economía de mercado aumenta necesariamente las desigualdades, con las consecuencias antes señaladas. ¿Puede esto cambiar sin que pasemos a otro modo de distribución de la riqueza? El primer ministro francés ha concluido su dictamen sobre la situación del país diciendo que hay que repensar la “ciudadanía”, pero esto es una frase vacía (algo hay que decir) motivada por el atentado terrorista. Es como cuando afirman que hay que refundar el capitalismo. Ni la derecha ni la socialdemocracia han hecho algo efectivo, durante décadas, para erradicar la exclusión social. Y es que, sencillamente, en este sistema social el remedio (reparto equitativo de la riqueza y buena educación) es imposible. Se proponen medidas evasivas y todo sigue igual o empeora.

2.- Por otra parte la publicidad omnipresente se ha convertido en uno de los pilares de este sistema económico, al que es indispensable un alto e irracional nivel de consumo. De la publicidad depende que la población demande la producción compulsiva de mercancías prescindibles y de las que han de sustituir a las diseñadas con eso que se llama “obsolescencia programada”. De manera que es impensable que la publicidad se prohiba (como ocurriría en una población racionalmente organizada). Si a esto añadimos el mito de la libertad de expresión, no hay forma de acabar con el tipo de mensajes publicitarios que mejor conviene a las empresas anunciantes, ni con el tipo de programas televisivos a los que se llama basura, pero que ahí siguen con gran audiencia, ni con el tipo de juegos de ordenador más vendidos. En todos estos casos el producto tiene éxito porque se acomoda a los valores dominantes, que por este camino quedan reforzados.

3.- Para demasiados jóvenes la escuela no pasa de ser una antesala preparatoria de la inserción en la esclavitud laboral, cada vez más insegura. Y es que una sociedad elitista no puede aspirar a un buen sistema educativo por tres razones: una buena educación no puede ser promovida por un Estado elitista, porque sería su suicidio; además, contra lo que algunos conservadores dicen, sería costosísima y exigiría transferir a ella gran parte de la riqueza que está en manos privadas y que sus dueños no van a soltar; en consecuencia, la escuela no puede competir con las potentes antiescuelas que van a seguir ahí, inamovibles, por su contribución funcional al sistema. Por ello la mala educación no tiene arreglo (en España, pero tampoco en Estados Unidos, Finlandia o Alemania). Basta ver hasta qué punto el comportamiento de la mayoría de la población, en los países que se creen dotados de un buen sistema educativo, está caracterizado por tres cualidades básicas (también altamente funcionales al sistema): ignorancia, egoísmo y miedo.

4.- Instalados en esta deprimente realidad no hay forma de que disminuya el resentimiento y la violencia. En cuanto al ámbito internacional, lo hecho hasta ahora por los países occidentales de poblaciones mayoritariamente cristianas, hecho está, y siendo mucho el odio que hemos generado (y que es heredable), el problema del terrorismo contra Occidente no se puede resolver a corto plazo. Pero sería necesario cambiar de actitud con vistas al mañana (aparte de razones morales). Daríamos pasos adelante si comenzáramos por pedir perdón por nuestra conducta pasada, nos propusiéramos una enmienda sincera, que consistiría en establecer unos modos de relación internacional basados en la cooperación honesta, e indemnizáramos a los países explotados, facilitando que achicaran sus diferencias con los más ricos.

Pero no está previsto que hagamos algo de esto y ni siquiera se acepta que se hable de ello. Nos conmueve la muerte de 20 europeos, pero nos deja fríos la de miles de lejanos musulmanes inmolados a nuestros intereses. Y aunque cada cual puede exculparse pensando que no ha hecho ningún mal a nadie, hacemos el mal por omisión, al aceptar el que hacen nuestros gobernantes y al lucrarnos luego con las migajas del festín de quienes deciden y controlan esa política agresiva. Somos culpables, me incluyo, cuando hemos votado a partidos que no llevaban en su programa la condena del papel de Occidente en el mundo y la propuesta de un cambio de actitud. Los planes de Occidente diseñados por Estados Unidos seguirán teniendo en cuenta sólo factores económicos y geoestratégicos con la pretensión final de no perder puestos en el club selecto de explotadores. Se seguirán respaldando las venganzas de Israel sobre la población palestina y, en nuestro ejercicio impúdico de la mentira, seguiremos entretanto hablando de salvaguardar aquello que nos hace “mejores”: los valores de la democracia, las Instituciones del Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos. Así que el problema del terrorismo ahí seguirá y no haremos otra cosa que aumentar policías, controles y miedos.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

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