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EL PUÑETAZO A RAJOY (18 de diciembre de 2015)

Vaya por delante que me ha parecido muy mal el puñetazo que un joven ha dado a Mariano Rajoy. Soy enemigo de la violencia.

Más condenable que el puñetazo es la actitud de los periodistas de la llamada caverna (los acostumbrados a una malignidad infame contra todo lo que esté a la izquierda del PP, entre ellos Bieito Rubido, Antonio Burgos, Alfonso Ussía, Francisco Marhuenda), cuando quieren hacer responsable del puñetazo a Pedro Sánchez por haber dicho a Rajoy (tan faltón él, cuando ha tenido ocasión) que no es un presidente de gobierno decente. Desde esa caverna ha salido la falsa noticia de que el agresor es militante de Podemos.

Pero dejemos a esa gente. Lo que quiero decir es que, precisamente porque soy enemigo de la violencia, me he sentido agredido por lo que vienen diciendo algunos políticos y mediáticos razonables, sobre todo por estas dos afirmaciones aparentemente inocentes:

1. Que la actividad política es una confrontación de ideas en la que no es admisible la violencia.

2. Que afortunadamente en España hemos desterrado la violencia y vivimos en paz.

Pocas veces se puede oír algo de tan perversa hipocresía.

No es cierto que la pugna política sea simplemente una confrontación pacífica de ideas. Por el contrario, en todo debate político es aceptable la descalificación del otro si la merece. Algunos dirigentes políticos han venido a decir que Sánchez se pasó de agresivo. En realidad se quedó corto, pues hubiera sido muy razonable decir a Rajoy que, haya o no cobrado en negro (que parece muy probable que sí), es un delincuente como encubridor y cómplice de los delincuentes de su partido a los que nombró, y con los que se solidarizó cuando ya todo el mundo conocía sus delitos.

Pero es que además la confrontación política no es un debate académico, sino lucha por un poder del que emanarán normas legales y decisiones de gobierno, y éstas pueden ser razonables y justas o, por el contrario (caso hoy general en el mundo), constituir una incontenible fábrica de violencias mucho más graves que un puñetazo, dirigidas contra millones de ciudadanos. Por citar sólo algunas, las primeras que me vienen a la mente: dejar sin electricidad a personas que no la pueden pagar y condenarlas al frio del invierno con peligro para su salud y sus vidas; echar a la calle a quienes no pueden pagar el alquiler de su piso; condenar a niños a la malnutrición, privar de cuidados a ancianos desvalidos y de becas a estudiantes sin recursos; esquilmar con el IVA de cada compra a quien tiene que apañarse junto a su familia con menos de mil euros mensuales; condenar a muchos trabajadores a salarios que no los sacan de la pobreza, o a la continua inseguridad de contratos temporales… Y sigan todo lo que quieran.

Son violencias criminales, sobre todo porque, entretanto, a la sombra de las normas vigentes, esas que han promulgado los políticos que intercambian ideas educadamente, el 1% más rico del mundo posee tanto dinero como el 99% restante según un informe de Credit Suisse, y porque en el Ibex 35 hay 928 directivos con contratos de millonarios ingresos blindados, y porque la crisis económica ha empobrecido a mucha gente pero ha enriquecido aún más a los ricos. Es natural que en este ambiente de cruel inmoralidad muchos políticos que ponen el grito en el cielo por un puñetazo apañen todo el dinero que puedan, sea mediante sobres, comisiones ilegales o puertas giratorias.

¿Quién puede decir que hemos desterrado la violencia de España y que vivimos en paz?

No me parece decente repudiar el puñetazo si al mismo tiempo no se está protestando, sin descanso y a voces, contra las violencias incalculables que perpetra a diario la derecha mundial (en la que por su propia voluntad se ha integrado la socialdemocracia).

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