Es difícil explicar por qué el PSOE nos ha llevado a esta repetición de elecciones que tanto puede perjudicarle. Sin duda ha sido un mal cálculo montado sobre el deseo ferviente de frenar a Podemos. Pedro Sánchez visitó primero Portugal en un gesto que parecía propicio a un gobierno de izquierdas, pero luego los dirigentes de su partido le marcaron los límites. Sabemos que en el Comité Federal del PSOE de 28 de diciembre se bloqueó el posible pacto con Podemos. Lo ha declarado Antonio Pérez Tapias, que estuvo allí presente.
¿Acaso hay algún temor inconfesable a que Podemos llegue al gobierno y se entere de cosas que deben quedar reservadas a los partidos del “sistema”? ¿Cómo explicar que Felipe González haya propugnado la gran coalición, esto es, una alianza con el PP estando este partido metido hasta las cejas en una corrupción que no es de casos, sino estructural, y que convierte a ese partido, como ha declarado un juez, en una organización criminal para delinquir?
Pienso que ha habido un error de cálculo. Una vez firmado el pacto con Ciudadanos, supuso Sánchez que Podemos terminaría absteniéndose para no cargar con la responsabilidad de impedir que se formara gobierno. Podemos no aceptó el chantaje y el PSOE se encuentra en una situación que de ninguna manera previó: ha forzado la coalición IU-Podemos y ni siquiera ha conseguido que los votantes culpen a Podemos de la repetición de elecciones. Mayoritariamente culpan a Sánchez.
La unidad de la izquierda y las listas únicas al Senado
En principio esta unidad debe entenderse como una respuesta a la injusta Ley D´Hont. Dada la legislación electoral de nuestro país valen más los votos que van a unos partidos que los que van a otros. Mientras en las pasadas elecciones el PP necesitó unos 58.000 votos por cada uno de sus diputados, los dos de IU han costado más de 460.000. Si hubiera una ley electoral proporcional y se eliminaran las circunscripciones provinciales bastaría que la unidad se diera luego, a la hora de pactar programas de gobierno o de oposición. Pero con las leyes vigentes es muy probable que, de haber ido unidos a las pasadas elecciones, ya tuviéramos un gobierno progresista.
Cierto que IU, y antes el PC, por unas razones u otras, han venido haciendo vieja política, pero desde que Alberto Garzón se puso al frente se adivina un cambio en buena dirección, y por ello la negativa a ir unidos el pasado diciembre fue seguramente un error de Podemos. IU podrá colaborar en una nueva política si se reforma, prescinde de algunos viejos dirigentes y se libera de la banca pagando sus deudas.
Pudo lograrse una unidad mayor. Haciendo suya una idea del PSOE valenciano, Pablo Iglesias propuso listas únicas con el PSOE para el Senado, y Susana Díaz reaccionó agriamente acusando a Podemos de enredar y de enfangar la vida política.
Era una propuesta de sentido común si se quiere evitar que la ley electoral conceda al PP en el Senado una mayoría absoluta que no se corresponde con los votos conseguidos. Teniendo en cuenta la necesidad de una mayoría en el Senado si se pretenden cambios legales sustanciales, la negativa del PSOE es de difícil comprensión. Es como si deseara una coartada para no acometer esos cambios.
Distintas formas de suicidio
Las encuestas no son una predicción. El resultado electoral puede girar a un lado o a otro. Pero supongamos que Podemos sobrepasa al PSOE en votos y escaños y que Podemos y el PSOE pueden formar gobierno, solos o con alguna ayuda (por ejemplo, del PNV).
En tal caso para el PSOE se abren tres posibilidades, ninguna agradable:
a) La menos probable: forzar unas terceras elecciones por negarse a formar un gobierno progresista con Podemos pese a que den los números.
b) Favorecer, mediante su abstención, un gobierno del PP y Ciudadanos (ya sea un gobierno para una legislatura normal, ya un gobierno de crisis con duración de dos años), o entrar en la gran coalición de derechas.
Cualquiera de estas dos posibilidades (la segunda ya apuntada por personajes importantes de ese partido) supone, creo yo, el suicidio del PSOE por desaparición en las elecciones siguientes como actor importante de la política nacional, tal vez con una supervivencia regional por algún tiempo.
Por ahora Sánchez afirma que no pactará con el PP, que Iglesias no será presidente y que no habrá nuevas elecciones. ¿Habla por hablar o está creyendo que el presidente será él? Todo es posible, por improbable que parezca.
Dos debates
El debate a dos de La Sexta
Me gustó Iglesias en el debate de La Sexta, salvo cuando dijo a Rivera “no te pongas nervioso”. Si el otro se pone nervioso ya lo percibirá el público. Ese recurso retórico (una subespecie del argumento ad hominem) debe dejarse a la derecha. Cierto que hay que tener templados los nervios para encajar las calumnias y los golpes bajos que propinan los políticos de los partidos que carecen de argumentos, pero la verdadera izquierda debe fiarlo todo precisamente a los argumentos, algo que sólo está a su alcance.
Este desigual reparto de razones se notó en el debate, en el que Rivera perdió los papeles, se desconcertó varias veces, e iba reflejando en la expresión de su rostro, en la posición del cuerpo y en sus sudores que mentir no es fácil cuando tienes enfrente alguien que lo hace notar. Hubo un momento en que, por completo desarbolado, murmuraba algo así como “has perdido una oportunidad, la de ayudarnos a los demócratas a arreglar los asuntos de Venezuela”. Y hubo otro momento en que, para no reconocer que ha votado en el Parlament catalán a favor de retirar la tarjeta sanitaria a las personas sin papeles y que ha defendido el bombardeo de Siria, exclamó patéticamente: “¡No hagas demagogia con la muerte!” Fue entonces cuando Iglesias le dijo “no te pongas nervioso”, y él acusó a Iglesias de estar jugando con el dolor de la gente. ¿Jugar con el dolor de la gente por haberle recordado sus actitudes políticas, que son las fabricantes del dolor de la gente?
Como es lógico el debate fue bronco afortunadamente, distinto del insulso que tuvieron Iglesias y Rivera en un bar barcelonés.
Pese a la fama contraria, en la que tanto se insiste, no vi a Iglesias ofensivo, ni arrogante. Aportó datos y esto, que no es criticable, molesta a los conservadores, pues ellos querrían que nadie se atreva a sacar los pies del plato (del sistema), como en los benditos tiempos del bipartidismo, cuando a los poderosos les daba igual quien ganara y también si “sus políticos” se insultaban mucho o poco.
El debate a cuatro
Este, más que debate, fue una sucesión de monólogos, y además muy controlados por el formato pactado en virtud de estrategias electorales. Creo que Iglesias se pasó en su empeño de no ofender, de presentarse como pacífico. Al menos debió decir a Sánchez, cuando este le hacía responsable de sostener a Rajoy, a qué y a quienes se debe que no haya un gobierno progresista en España.
El programa socialdemócrata
Con afán se meten muchos en esa discusión bizantina que tiene que ver con izquierda y derecha, arriba y abajo, transversalidad, pueblo, patria, comunismo o socialdemocracia. Por lo general se trata de recuperar palabras que la derecha ha hecho suyas o de prescindir de otras que están contaminadas. Defender a los de abajo frente a los de arriba es lo propio de la izquierda, se utilice o no la palabra “izquierda”. Por otra parte el significado de esta palabra es ambiguo desde que lo ha ido pervirtiendo la actual socialdemocracia.
Lo cierto es que, con independencia de lo que cada dirigente de Podemos sienta o piense, el partido como tal no es un partido comunista, y puesto que tiene posibilidades de gobernar, lo importante es el programa con que se compromete. No es un programa comunista (que además sería irrealizable en el actual contexto) sino socialdemócrata. De ahí que tenga sentido que Podemos se presente como la actual socialdemocracia, una vez que los antiguos socialdemócratas la abandonaron para realizar políticas neoliberales.
Mientras el PSOE se escandaliza como si le estuvieran quitando algo de su exclusiva propiedad (cuando en realidad es algo que abandonó), Jordi Sevilla afirma que el programa económico de Podemos “llevaría a este país a la ruina” y lo dice después de que el ministro de Asuntos Exteriores en funciones haya reconocido que en la política de la austeridad el gobierno del PP “se ha pasado cuatro pueblos”.
Se coloca así el PSOE junto a Ciudadanos, que acusa a Podemos de vender humo, como si un programa tibiamente socialdemócrata fuera imposible.
Entretanto 177 economistas de universidades españolas e internacionales, entre ellos Vicenç Navarro, Thomas Piketty, James Galbraith, Ann Pettifor (asesora del líder laborista Jeremy Corbyn) y Robert Pollin (asesor del Presidente Obama), acaban de suscribir un manifiesto a favor del programa económico de Unidos Podemos y pidiendo el voto para esa coalición, pues consideran necesario un Gobierno de Unidos Podemos para que muchas cosas cambien en Europa, y en la buena dirección.
A vueltas con lo viejo y lo nuevo
Reformulemos la distinción derecha-izquierda, o socialdemocracia-comunismo bajo la forma de vieja y nueva política que antes he usado.
Mientras algunos, fijándose sólo en algún aspecto formal, dicen que esta oposición ha pasado a mejor vida porque los partidos que se presentaban como adalides de la nueva política se comportan como aquellos a los que criticaban, hay otros que siguen dando vueltas al tema, ya comprenderán con qué intención.
Fernando Vallespín, un catedrático asiduo a la SER y El País, expone en ese periódico (tan venido a menos) un decálogo de la “nueva política” en el que omite lo esencial e insiste en vaguedades accesorias y discutibles, como que la nueva política ha de consistir en no culpar a otros partidos, mirar hacia el futuro, europeizar la política nacional, abandonar la arrogancia, hacer que las políticas concretas prevalezcan sobre el marketing, respeto y tolerancia al otro, evitar la polarización estéril…
Como ven, algo pensado para que el lector concluya que Podemos es un partido tan viejo como los viejos.
Vallespín no advierte que la “nueva política” sólo tiene interés si se presenta como oposición a los siguientes rasgos que han venido caracterizando a la vieja política:
(a) legislar y gobernar a favor de la minoría más rica y en perjuicio de la mayoría.
(b) actuar sin transparencia y de espaldas al ciudadano.
Como Vallespín no hace mención a estas tres cuestiones, la vieja política se transformará en nueva si cumple las simplezas de su decálogo.
Veamos los tres rasgos de la vieja política en Europa y España:
Gobernar a favor de la minoría más rica
En documentos que los dirigentes de la UE intentaban mantener secretos y que Greenpeace Holanda ha hecho públicos, se viene a decir que no es grave que las grandes empresas tengan un papel en la elaboración de las normas que regulan la economía, pues esto es lo que ya ha venido ocurriendo. Quiere ello decir que las leyes principales, las que tienen que ver con el reparto de la riqueza, se han venido elaborando en los despachos y centros de estudios de esas empresas.
Se sabe que Bruselas está llena de lobbies del capital, y es evidente que, si imperase un espíritu democrático, los lobbies no existirían. Si los miembros de un colectivo con intereses particulares quieren hacer llegar a los legisladores sus razones, deberían estar obligados a hacerlo mediante escritos públicos, y no mediante gestiones privadas cuyo contenido nunca se conoce.
En España no estaban registrados los lobbies hasta que Cataluña creó en 2015 un listado de grupos de interés con doce registrados. El pasado marzo la Comisión Nacional de Mercados y la Competencia acaba de hacer el primer registro oficial de lobbistas con 52 registrados. Pero, aunque sin lobbies oficiales, hasta ahora la relación de los sucesivos jefes de Gobierno y altos cargos de la Administración con los presidentes de las empresas del IBEX 35 ha sido continua, y de ellos ha venido siempre la inspiración para el diseño de las leyes fiscales y laborales, con el resultado siguiente:
En virtud de las medidas legislativas y de gobierno del PP y el PSOE, nuestro Estado recauda 8 puntos por debajo de la media de la UE, proviniendo más del 80% de esa recaudación de las rentas del trabajo (que son el 47% del PIB) mientras las rentas del capital (53% del PIB) no llegan a pagar el 20%. Según la OCDE, de esa recaudación sólo el 10% va al 20% de la población con rentas más bajas, mientras más del 25% va al 20% de población con rentas más altas.
A esta injusticia en la imposición directa hay que sumar la indirecta. Ahí tienen a los viejos políticos recurriendo al IVA para aumentar la recaudación.
Un editorial de El País de 18 de junio defiende esta vieja política con insuperable cinismo: por una parte afirma que “quienes proponen subidas para las rentas más altas deberían tener en cuenta que la economía necesita aumentar el ahorro…” (como si el ahorro sólo pudiera estar en el bolsillo de los ricos) y por otra parte nos dice que “el IVA requiere una reestructuración de tipos que permita un aumento paulatino de la recaudación efectiva hasta el equivalente de una tasa del 18%”.
Recordemos que, por medio del IVA, a quien gana 400, 600, 1000 euros mensuales se le están cobrando impuestos en cada compra que hace. Y ello para conseguir ingresos que permitan no cobrar a los ricos los impuestos que deberían pagar.
Zapatero eliminó el impuesto sobre el patrimonio en 2008 al tiempo que hacía recortes en gasto social, y ni el PSOE ni el PP han luchado decididamente contra la evasión y el fraude fiscal.
A esta política hay que añadir la laboral, representada por las reformas realizadas por el PSOE primero y el PP después, cuyo resultado ha sido el esperado: depauperar a los trabajadores, arrebatarles derechos, estabilidad y confianza, ponerlos en manos de los empresarios, sin posible defensa una vez debilitados sindicatos y convenios colectivos.
Hay que insistir en que llamar a esta política criminal no es un insulto, sino una descripción imparcial. Más criminal es esta política que el latrocinio a que muchos viejos políticos se han dedicado.
Actuar sin transparencia y de espaldas a los ciudadanos
La opacidad más rigurosa está bien representada en Europa por el Tratado del TTIP, ya desde el comienzo de las negociaciones, pero más desde que la Comisión Europea ha denegado a los Estados miembros de la UE y a sus representantes parlamentarios el acceso a los documentos tácticos.
Por si todavía ignora alguien que en Europa no conocemos esa democracia que a diario se invoca, un alto dirigente de la Comisión Europea ha respondido a las protestas ciudadanas contra ese Tratado diciendo que “la Comisión no recibe su mandato de la población europea”.
Al mismo tiempo la Eurocámara apoya ese tratado tras un pacto de socialistas y populares, entre los que están, claro, el PP y el PSOE españoles.
En España encontramos opacidad cuando se oculta a qué intereses sirve la intrincada selva de disposiciones legales económicas; o cuando, para disimular la política que se tiene prevista, se hacen promesas electorales que no se piensan cumplir, sin que tras el incumplimiento se crea nadie obligado a dar explicaciones; o cuando se modifica el artículo 135 de la Constitución sin dar lugar a debate en el Parlamento, y se oculta la causa y la finalidad de esa modificación; o cuando se fabrica un espacio oculto de impunidad, en el que surgen y crecen tramas de malversación del dinero público para beneficio personal de políticos y amigos, y para financiación ilegal de sus partidos…
La mentira como hábito
Los políticos que actúan al servicio del capital no pueden confesarlo, pues la efectividad de ese servicio requiere precisamente que hagan creer que actúan al servicio de los intereses generales, o de la patria, o de los más desfavorecidos. Mienten por ello cada vez que hacen públicas buenas intenciones y, una vez adquirido el hábito, mentir se convierte en una estrategia habitual.
En las pasadas negociaciones para formar gobierno y en esta campaña electoral la necesidad de mentira de los partidos de la vieja política ha sido continua.
Dejemos aparte al PP cuando habla de sus éxitos económicos, de los muchos empleos creados, de que quiere hacer una televisión pública parecida a la BBC, etc. y vayamos al PSOE. A pesar de que Podemos, y también Ada Colau, declararon negociable el referendum catalán, de que los números daban más a la izquierda que a la derecha, de que la abstención de partidos independentistas no obligaba a concretos actos de gobierno para favorecer la independencia de Cataluña o Euskadi, Pedro Sánchez no podía decir que pactaba con Ciudadanos porque se lo habían impuesto en su partido, así que tuvo que insistir en mentiras para hacer responsable a Podemos de que no se consiguiera formar un gobierno progresista y de cambio.
Repitiendo un argumentario infantil, Sánchez y Rivera insisten en que los de Podemos “sólo se preocupan de los sillones, no de los problemas de la gente” cuando es evidente que Podemos tiene un programa que pretende dar respuesta a esos problemas dentro de lo posible, y si no ha facilitado un gobierno PSOE-Ciudadanos es precisamente porque creyó que el programa pactado por esos partidos no los atendía adecuadamente. ¿Acaso el PSOE se preocupaba de los problemas de la gente cuando, pudiendo hacer un pacto de izquierdas, lo hizo con Ciudadanos recogiendo el 80% de las medidas de este partido en los espacios laboral y fiscal?
Oigan a Rivera (buen representante de la vieja política pese a su juventud) afirmar, a conciencia de estar mintiendo, que Podemos quiere salir del euro y de la Comunidad Europea, que se financia con dineros de Venezuela e Irán, que quiere destruir la unidad de España, que va a suprimir la educación concertada, que es el máximo aliado del inmovilismo porque le interesa que siga Rajoy, etc.
Los viejos políticos mienten cuando afirman que Podemos es un peligro no sólo para la economía, sino para la democracia, como ejemplar de un populismo demagógico que alcanza el gobierno respetando las reglas de juego pero con la intención de cambiarlas desde el poder para mantenerse en él.
Precisamente una ventaja de la nueva política es que para ella no existe la necesidad de una mentira básica y permanente. Claro que, si se alcanza el poder, para mantenerse lejos de la mentira sistemática hay que estar dispuesto en todo momento a perderlo, pues la necesidad de mentira puede provenir también del apego al poder, sea personal o del partido.
Falsas equivalencias
Lo políticamente correcto es decir que todos los votos valen lo mismo. Pero no valen lo mismo. Con un sistema electoral justo (que no es nuestro caso) se puede decir que todos los votos valen igual en el espacio legal, de ninguna manera en el moral. Si un partido político ejecuta una política de derechas y es además una organización criminal para delinquir (al que sin embargo se puede votar porque nuestra “justicia” no lo ha dejado fuera de la competición electoral), quien lo vota lo hace por una de estas razones poco edificantes: (a) porque pertenece a la minoría a cuyo favor ese partido ha legislado y gobernado, y sólo busca su interés, no importa a qué precio social, o (b) por ignorancia si pertenece a la mayoría perjudicada, ignorancia de la que se sigue además el miedo a cualquier cambio. No se me alcanza otro tipo de razón para votar al PP. Con las necesarias matizaciones, algo parecido puede decirse del PSOE en atención a sus casos de corrupción y a la política neoliberal de su último periodo.
No son lo mismo, al menos como síntoma de la salud moral de la sociedad, los votos que nacen del egoísmo insensible o de la ignorancia que los que nacen de un deseo generoso y bien informado. Los primeros son lamentables. En otro caso no tendría sentido andar pidiendo que mejore la educación, ya que un sistema educativo es bueno si consigue ir erradicando del país el egoísmo insensible y la ignorancia, precisamente las condiciones psicológicas que motivan a votar a los partidos de la derecha.
La buena educación está ausente de Europa, y un efecto, entre otros muchos, es el comportamiento de la Comisión y los Gobiernos con los refugiados, que avergüenza a cualquier persona de bien. Si los gobernantes conservadores actúan con tan insensible crueldad es porque no quieren perder los votos de muchos insolidarios dispuestos a engrosar las filas de la extrema derecha. No todos los votos valen lo mismo, y muchos de ellos son síntoma de una grave enfermedad social.
Reproches
No pertenezco a Podemos, ni trato con nadie de esa organización, y si les alabo es porque lo creo justo. También critico lo que me parece mal, que es algo que ya he hecho en este blog.
Vayan ahora las siguientes quejas:
Preguntaron el otro día a Iglesias en una entrevista en La Sexta por qué en una tertulia en 2013 se había declarado comunista y ahora se declara socialdemócrata. La respuesta vino a ser que en aquel tiempo actuaba como “un provocador muy feliz”, mientras ahora es “un candidato a la presidencia del Gobierno que tiene que presentar un programa viable”.
Me ha parecido una respuesta desafortunada, porque una cosa es que el programa electoral de Podemos tenga que ser socialdemócrata y otra si él, Iglesias, es o no comunista. Si en 2013 se declaraba comunista sin serlo, sólo para provocar, malo. Si lo era y ha dejado de serlo debió explicar por qué. Si lo sigue siendo pudo muy bien aprovechar la ocasión para hacer una pedagogía muy necesaria.
En este último caso y puesto en su lugar yo habría dicho algo así: “Soy comunista en el sentido de igualitarista, y no entiendo cómo no son comunistas quienes se consideran cristianos. Espero que algún día la sociedad sea igualitaria, condición para que sea pacífica y justa. Pero Podemos no es un partido comunista y por tanto, como dirigente de este partido, no puedo manifestarme como comunista. Tengo además que defender un programa socialdemócrata porque los programas electorales tienen que ser viables, y por ahora sólo es viable un programa de este tipo.”
Otra cosa que no me ha gustado: que cuando el pasado día 8 se propuso en el Parlamento Europeo una resolución pidiendo, entre otras cosas, la liberación de los presos políticos en Venezuela y el respeto al revocatorio, Podemos se haya abstenido en lugar de votar en contra, como hizo la vez anterior. Se piense lo que se piense desde la izquierda sobre la situación venezolana, hay cauces para expresarlo sin someterse al oportunismo de la derecha europea.
Y una tercera: que Iglesias haya dicho que Zapatero ha sido el mejor Presidente de Gobierno de España. Hubiera sido más acertado decir el menos malo, porque además de sus aciertos hay que sopesar sus decisiones e indecisiones lamentables, propias de la vieja política. Se ve que Iglesias pretendía poner al PSOE frente a sus contradicciones, más que ser coherente consigo mismo al evaluar. Y esto no me parece acertado.
En resumen
Tenemos que la banca, las empresas del IBEX 35, sus medios de comunicación, están todos contra Podemos, y sólo contra Podemos, y con la virulencia que cualquiera puede observar. La ofensiva de los medios es brutal y a veces con colaboraciones delictivas, como la de esos policías que han filtrado informaciones a Eduardo Inda para que elabore sus tergiversaciones y calumnias. Todo vale.
Tenemos además que en Bruselas, nido de la vieja política europea, preocupa Podemos tanto como el Brexit, si no más.
Esto da idea de hasta qué punto es conveniente votar a Unidos Podemos si se desea ir saliendo del pozo en que nos han hundido. Dejando aparte las cosas criticables, todas de gravedad menor, sólo un partido se presenta en estas elecciones como capaz de una nueva política, precisamente porque es el único que está libre de ataduras con el poder económico y comprometido con el respeto a las decisiones de sus militantes y votantes.
Podemos es el único que, además, puede servir de acicate al cambio iniciado por IU, y también el que puede atraer al PSOE a una política nueva.
Y es el que, fortaleciendo una alianza con Portugal, Italia y Grecia, y forzando al partido socialista francés a que reconsidere su actual posición, puede hacer que las actuales políticas europeas cambien y que en ellas dejen de ser determinantes los intereses de la banca alemana y los fracasados dogmas del neoliberalismo, causas de tanto dolor en millones de personas.
Estamos hablando de las posibilidades presentes. Qué hará o no hará Podemos si consigue el poder es tema que pertenece al futuro y que hay que aplazar a su momento. Pero sabemos que allí donde Podemos y sus aliados ejercen algún poder (en ayuntamientos y comunidades) se están haciendo las cosas de manera distinta y mejor, a pesar de las dificultades y de la falta de recursos y competencias. Se está haciendo una nueva política. A favor de la gente, con transparencia y sin mentiras.