1. Se da como inevitable que los Estados dispongan de alcantarillas o cloacas en las que fraguar y ejecutar acciones secretas, malolientes, impresentables, y por supuesto delictivas, pero necesarias.
De manera que todo el mundo da por hecho que esas alcantarillas existen y no se preocupa de saber qué se hace en ellas o desde ellas. Mirando hacia otro lado se insiste en las alabanzas a nuestra democracia, como si no hubiera contradicción entre democracia y cloacas del Estado.
Pero resulta que uno de los moradores de esas cloacas, dedicado durante muchos años a utilizar su profesión policial para conectar con banqueros, jueces y políticos, ha ido recopilando información “sensible” y desde la cárcel, y para salir de ella, chantajea al Estado con la amenaza de hacer pública esa información. Y puesto que no se atienden sus peticiones (sería demasiado escandaloso) va filtrando a pequeñas dosis su material.
¿Qué partidos y qué personajes están implicados, o temen estarlo? Baste decir que los intentos de aclarar este asunto en el Parlamento han sido infructuosos por la oposición de los dos partidos que han gobernado el país durante los últimos decenios, PP y PSOE.
Se habla mucho del chantaje y de la catadura moral del inspector de policía, pero lo grave no es que una persona sea mejor o peor, o que chantajee para salir de la cárcel, sino las realidades que van saliendo a la luz.
Tenemos nuevas pruebas de que el rey emérito cobraba mientras fue jefe de estado comisiones millonarias, pero al que ni siquiera se puede investigar porque es inviolable. Y por lo visto su inviolabilidad no se limita a sus actividades como jefe de estado, sino a todas las acciones delictivas que haya podido cometer. Y a este señor inviolable se le dispensa en el parlamento una gran ovación en el aniversario de la constitución española, como si la salida del franquismo se debiera a él, que en ningún momento ha dejado de alabar al dictador genocida que lo colocó en el trono.
Tenemos un ministro beato que organizó una “policía patriótica” para urdir operaciones ilegales con las que destruir la carrera política de adversarios a base de informaciones falsas, o para destruir pruebas de la corrupción de su partido.
Tenemos una presidenta del Consejo de Estado sobre la que recae la razonable sospecha de que, siendo vicepresidenta del Gobierno de Zapatero, habló con un representante del Santander para tranquilizar al señor Botín justo antes de que el Supremo se inventara la llamada “doctrina Botín”, artificio que le libró de ir a la cárcel por sus delitos.
Tenemos al presidente del BBVA que encarga al policía de marras que investigue la vida privada de numerosas personas para, vía chantaje, evitar que ese banco pase a ser controlado por un grupo rival.
¡Cuántos gestos de escándalo conforme se va sabiendo todo esto! Pero esto no es nada, es pura calderilla.
La realidad es que, a falta de democracia, los Estados no pueden ser transparentes. En las plutocracias (que eso son los Estados que se llaman democráticos) hay mucho tejemaneje secreto entre el verdadero poder (el económico) y los poderes subordinados (legislativo, ejecutivo, judicial y policial) y ello pone de manifiesto no tanto que el Estado tenga cloacas como que es, él mismo, la gran cloaca.
El panorama no cambia si pasamos a una estructura supraestatal como la Unión Europea. Recordemos el caso de Grecia en los años más duros de la crisis financiera, entre 2010 y 2014. Alexis Tsipras pedía la reestructuración o quita de parte de la deuda y la UE, el BCE y el FMI se negaron y propusieron un plan de rescate muy lesivo para Grecia. Cuando Tsipras convocó un referendum para que el pueblo griego decidiera si aceptaba o no las condiciones de aquel rescate, los líderes europeos dijeron al unísono: “Si gana el no, Grecia tendrá que salir del euro”; “Europa no puede abandonar sus principios en Grecia”; “un no significa que Grecia dice no a Europa”. Y cuando el referendum, que tuvo lugar el 5 de julio de 2015, dio como resultado un rotundo rechazo a las condiciones de aquel rescate, los líderes europeos, bajo amenaza de expulsar a Grecia de la UE, obligaron al Gobierno griego a aceptar unos recortes sociales sin precedentes, que pagó la mayoría de su población en pensiones, subsidios de desempleo y servicios sociales durante los años siguientes.
Pues bien, el pasado día 15, en un discurso ante el pleno de la Eurocámara para conmemorar los 20 años del euro, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que era presidente del Eurogrupo entre 2005 y 2013, cuando se pactaron dos de los tres rescates a Grecia, denunció con lloriqueo compungido la falta de solidaridad que mostró la UE con Grecia. “Siempre he lamentado la falta de solidaridad con la crisis griega”. “Hemos sido insuficientemente solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos”.“Nunca me he alegrado de que Grecia, Portugal y otros países se encontraran así. Siempre he querido que remontaran su lugar entre las democracias de la UE”. Añadiendo: “Éramos varios los que pensábamos que Europa tenía músculo suficiente para resistir sin la influencia del FMI”.
Pero lo cierto es que “esos varios” no decían lo que según Juncker pensaban, decían otras cosas. Juncker se queja de que se atribuyó “demasiada importancia” al FMI y omite que el FMI era favorable a la reestructuración de la deuda griega, según revela un informe que entonces no se hizo público, pero que luego se ha conocido.
¿En qué reuniones secretas se decidió la falta de solidaridad con Grecia que ahora Juncker lamenta? Nada pintaban allí principios ni reglas. En muchos momentos la UE nos está demostrando que sus principios son sólo retórica. Y ¿quién dicta esas normas que son sagradas si Grecia pide una excepción, pero son papel mojado si las incumplen Alemania, o Francia? Lo que ocurrió, pero no se dijo, es que Grecia proponía una alternativa a la forma de salir de la crisis impuesta por Alemania, que era muy lesiva para la ciudadanía y amnistiaba al sector financiero culpable de la crisis. Y había que abortar sin contemplaciones aquella alternativa con la vista puesta en escarmentar a nuevos partidos como Podemos. Esa era la decisión tomada en las cloacas al servicio del poder financiero alemán.
2. El ocultamiento de la verdad por los políticos que gestionan los intereses de los plutócratas es el enemigo público número uno, el factor causante de la falsa conciencia de la población, contra el que la izquierda debería luchar sin descanso. Pero la forma de luchar con eficacia no consiste en gritos mitineros, ni oportunismo electoralista, ni agresividad retórica. Esto puede valer como mucho para ganar votos con los que conseguir un poder efímero que habría que saber perder bien pronto (para no convertirse en gestor de los intereses económicos y, por tanto, en habitante de las alcantarillas). No se trata de apelar a las pasiones para conseguir un poder traicionero (con el que se pueden repartir algunas migajas del banquete, pero no mucho más, ¡y a eso se lo llama resolver los problemas de la gente!). Se trata, con poder o sin él, de situar a la luz de la razón los datos que vienen a destruir el discurso políticamente correcto, el que cae sobre la población abrumadoramente cada día. Se trata de reivindicar tan mesuradamente como se pueda el anticapitalismo, única posición razonable y justa. En lugar de miedo a que griten “populistas de izquierdas, antisistema”, la izquierda debería proclamar muy tranquilamente “claro que somos populistas de izquierdas, claro que somos antisistema si eso significa que, a diferencia de vosotros, nos guiamos por la razón y la justicia a favor de las clases populares”. Se trata de saber elegir, para cada clase de oyentes, el discurso que despierte su razón, de enseñar con éxito a los que no saben, que son muchos. O si se quiere, de explorar las posibilidades revolucionarias de la verdad, algo imposible cuando sólo se piensa en cómo ganar o en cómo no perder los votos de estos o de aquellos.
3. Ni IU ni Podemos son por ahora esa izquierda. Podemos nació como una izquierda esperanzadora (porque, a diferencia de IU, no estaba maniatado por las deudas a la banca), pero va perdiendo el apreció que inicialmente se ganó. Y es que, aparte la bisoñez de sus principales dirigentes, profesores de universidad jóvenes que han llegado a la política con el único bagage de su experiencia académica, tiene tres problemas:
-Nació de una indignación colectiva por el enorme daño que la crisis económica ha ocasionado a las clases populares. Pero la indignación no es el criterio adecuado para adscribirse a un partido de izquierda, porque entre los indignados los hay socialdemócratas y los hay anticapitalistas, y esto viene generando problemas que sólo pueden agudizarse. Unos y otros estarían más cómodos en partidos distintos.
-Su electoralismo lo supedita todo a ganar votos bajo la ingenua creencia de que votos suficientes permiten un asalto a los cielos. En Podemos precen creer esa tontería muy extendida que dice que, sin poder político, la izquierda se convierte en fuerza puramente testimonial, sin posible incidencia en la vida colectiva.
-Finalmente, Podemos es un partido que carece de teoría, algo que puede sorprender precisamente por la condicion de profesores de universidad de sus principales líderes, intelectualmente muy por encima de los del PP o Ciudadanos, pero que se apañan con conocimiento de politólogos, escaso, poco fiable y sólo útil en el espacio electoral. Toda la teoría que emplean es mera elucubración acerca de cómo conseguir un aumento de votos.
Diversidad ideológica, más electoralismo, más ausencia de teoría, más ambiciones individuales, han dado lugar a espectáculos recurrentes, en los que el debate de ideas se ha sustituido por enfrentamientos personales. El último ha sido la deserción de Errejón en busca, cómo no, de un mayor éxito electoral.