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EL GOBIERNO DE COALICIÓN IU-PSOE (19 de enero de 2020)

En UP había partidarios de entrar en el gobierno y otros que preferían pactar un programa de legislatura y vigilar su cumplimiento desde fuera, libres para denunciar ante la población cualquier incumplimiento.

Mi opinión es que hubiera sido preferible pactar un programa de legislatura sin entrar en el gobierno, pero no es éste el asunto que me parece importante, pues pertenece a la estrategia a corto plazo. Lo grave es que las razones que se han dado sugieren que la izquierda parlamentaria está tan sometida a la concepción electoralista que no ve más allá, y que por eso no está haciendo nada de lo mucho que debería estar haciendo. Los dirigentes de Podemos ven la entrada en el gobierno como la consecución, en el sexto aniversario de su nacimiento, del “principal objetivo político del partido”.

En una entrevista publicada en noviembre de 2019 (Diario Público) Pablo Iglesias decía que la vieja extrema izquierda es capaz de dar un gobierno en solitario a los socialdemócratas antes de mancharse las manos y entrar dentro, pero que ese no es el estilo de Podemos.

Nosotros no hemos venido aquí para hacer un discurso anticapitalista y después entregarles el gobierno a los socialdemócratas. Hemos venido para gobernar nosotros dentro de las posibilidades que hay… Que alguien me diga que lo que hay que hacer es construir el socialismo es algo con lo que estoy totalmente de acuerdo, pero entonces qué hago. ¿Presentarme a unas elecciones y ganarlas? “No, no, no, porque aunque las ganaras no lo podrías hacer”. ¿Y qué hago? “Esperar a que las masas…”. Creo que ya tengo unos años para ciertas cosas.

Esta es una manera falaz de plantear el asunto.

Por una parte sobra el “nosotros” referido a los miembros de Podemos. El líder de Podemos ha concedido enorme importancia a entrar en el gobierno porque es su única forma de ofrecer algún resultado aparentemente valioso después de la pérdida de votantes en las sucesivas elecciones. Pero si hubiera decidido lo contrario, eso sería lo que hubieran ratificado las bases. Aquí tenemos un primer punto a destacar: el funcionamiento democrático dentro del partido exigiría prescindir de líderes carismáticos que marcan el camino y cuyo carisma, no lo olvidemos, se debe casi en exclusiva a la retórica (la gente adora la retórica). Abrir el tema a la discusión en los círculos y tomar luego una decisión realmente colectiva requiere, claro está, una militancia con conocimiento e información suficientes. Entonces sí se podría hablar de un “nosotros”. ¿Qué se está haciendo para que la militancia disponga de ese conocimiento y esa información?

Segunda cuestión: no se trata de esperar a que las masas… sino de actuar para que las masas…

Se oyen con mucha frecuencia diatribas contra los coherentes guardianes de la pureza que prefieren fracasar en la realidad para mantener intactas sus inmarcesibles esencias. Se repite que una actitud antisistema viene a satisfacer la moral de una izquierda elitista y ensimismada, pero sin incidencia en la realidad, mientras que desde un gobierno, “manchándose las manos”, se pueden hacer muchas cosas para resolver los problemas de la gente.

Los pragmáticos que así hablan no ven, por falta de imaginación, alguna alternativa a mancharse las manos que no sea mirarse el ombligo sin hacer nada.

Consideremos primero qué se puede conseguir con el gobierno de coalición y en qué sentido es muy poco, y luego veremos si eso no se conseguiría también, y con creces aparte cosas más importantes, desde una organización de izquierda anticapitalista bien diseñada y alejada de todo electoralismo.

Lo poco que se puede conseguir desde un gobierno de coalición

Las propuestas socialdemócratas del gobierno de coalición IU-PSOE son muy tímidas, pero además se enfrentan a muy sólidos obstáculos y sin suficiente apoyo popular estable, apoyo que UP no ha sabido ganarse. Imaginemos sin embargo que ese Gobierno sale adelante y que obtiene suficiente respaldo parlamentario para aprobar unos presupuestos más sociales, devolver derechos a los trabajadores, hacer más progresiva la legislación fiscal, mejorar la relación de Cataluña con el Estado, etc. Puestos a imaginar, supongamos que no se privatiza Bankia, que se derogan las reformas laborales del PSOE y del PP y que se consigue recuperar el dinero dedicado a rescatar a la banca (dinero que no se sabe por qué, a diferencia de lo ocurrido en otros países, la banca española no devuelve). Añadamos una ventaja que pertenece al dominio de la estética: se nos libra del penoso y diario espectáculo que ofrece la derecha en el poder.

¿No tiene todo esto suficiente importancia? Tiene la que tiene. Pero de ninguna manera se aproxima a asaltar los cielos ni a resolver los problemas de la gente.

Compárese este tímido programa con el intento del laborista Jeremy Corbin de “reescribir las reglas de la economía para que funcione para una mayoría y no para unos pocos”.

Esa reescritura consiste en un aumento de ingresos estatales en casi 100.000 millones de euros anuales extraídos de los que más tienen, nacionalización parcial de British Telecom para dar banda ancha gratuita a todos los hogares, subir más de un 33% el salario mínimo, reducir en el plazo de diez años la jornada laboral a 32 horas sin tocar el salario percibido, construir 100.000 viviendas sociales al año e implantar la gratuidad de las matrículas universitarias, renacionalizar los servicios de ferrocarril y de transporte en autobús, renacionalizar el Royal Bank of Scotland, aumento de hasta el 26% del impuesto de sociedades (actualmente en el 19%); o una subida de las cargas fiscales a aquellos que cobran más de 90.000 euros al año.

En ese programa se respalda la celebración de otro referendo “legalmente vinculante” sobre la permanencia en la UE, pero dejando claro que si triunfara la opción de la continuidad, el Reino Unido no aceptará el statu quo, sino que “trabajará con los socios europeos para perseguir una reforma radical de la UE, en particular para asegurar que su fortaleza colectiva se centre en erradicar la emergencia climática, la evasión fiscal y terminar la austeridad y la desigualdad”.

Se alega que precisamente por el radicalismo de su programa Corbin ha perdido las elecciones, pero el programa no era en absoluto radical, y según los datos de las encuestas más fiables la mayoría de la población estaba de acuerdo con las medidas económicas y sociales. Pero se interpuso la ambigüedad de Corbin en el asunto del Brexit. Dejemos de momento este asunto, al que en seguida volveré.

¿Resolver los problemas de la gente?

Se debería saber de sobra que resolver los principales problemas de la gente en este sistema social es ilusorio.

Lo seguro es que, aunque se cumplieran todas las expectativas de UP, seguiremos lejos de vivir en democracia y las cuestiones básicas no cambiarán. De poco va a servir el gobierno de coalición para democratizar España y transformar algunas de las cuestiones que entorpecen su progreso. Por ejemplo:

Aunque muy levemente mitigadas, las insoportables desigualdades económicas seguirán marcando la vida social.

Los medios de comunicación privados seguirán en manos del capital, monopolizando de hecho la información y ahormando día tras día la opinión de millones de españoles.

El consumo creciente seguirá siendo imprescindible para que la economía capitalista no entre en crisis y ello requiere una omnipresente publicidad, cuyos valores, para que sea efectiva, han de ser copia de los de la población a que se dirige y a los que refuerza. La publicidad seguirá siendo una funesta escuela para nuestra juventud, una insistente promotora de valores antisociales y machistas, y además una permanente incitación al consumo superfluo (que como sabemos genera una presión sobre los recursos naturales insoportable a largo plazo y es una de las causas del cambio climático). La escuela concertada seguirá recibiendo el dinero estatal que debería dedicarse a la enseñanza pública, mientras la escuela pública, sin capacidad para neutralizar las potentes antiescuelas, seguirá enseñando una teoría social conservadora y escamoteando la verdadera historia de este país.

Los grandes sectores que deberían ser de propiedad pública (economía financiera, energía, alimentación, comunicaciones, plataformas digitales, fármacos, agua) seguirán en manos privadas y administradas bajo el sólo criterio del beneficio privado. Los datos personales de la población seguirán en manos privadas para designios privados y las redes sociales carecerán de controles democráticos.

El poder económico seguirá manejando su red mundial de extorsión y corrupción, intacto su poder de coacción y chantaje sobre las instituciones políticas, con fuerza para impedir que aumente la presión fiscal sobre los ricos en la cuantía debida y para mantener sus paraísos fiscales y la opacidad de las leyes. Sus esbirros (presidentes de Bancos Centrales y organizaciones empresariales, líderes políticos, editorialistas, comunicadores, y tras todos ellos, miembros bien promocionados de la intelligentsia) seguirán augurando las mayores catástrofes si se lleva a cabo cualquiera de las tímidas medidas que se llaman progresistas. De hecho lo han venido haciendo en previsión de que el gobierno de coalición terminara saliendo adelante.

Siendo así las cosas, la cuestión es calcular cuál será el precio a pagar por las pequeñas mejoras que el poder económico esté dispuesto a tolerar a este gobierno. Y el precio es sobre todo ideológico: solidarizarse con una tímida política socialdemócrata participando de la ideología que acepta sin réplica muchos de los efectos perversos del Sistema.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

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