Comentar las elecciones madrileñas es uno de esos momentos en que uno querría no tener razón en lo que viene opinando.
“Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio…” ¡Qué más natural que desear el éxito de la izquierda aunque sólo fuera por dejar atrás esa ofensa a la estética y a la moral que es la derecha madrileña en el poder!
Mi problema es que al mismo tiempo creía, y sigo creyendo, que el éxito electoral alienta a la izquierda por el mal camino que eligió en los años 70. Y que para salir de ese camino, que la ha llevado a la casi destrucción, lo mejor que le puede ocurrir es el fracaso electoral.
Volveré a esta idea tras examinar algunos análisis superficiales que intentan explicar el éxito de Isabel Díaz Ayuso.
¿La izquierda ha decepcionado?
Habitualmente se comete el error de considerar que el PSOE está en la izquierda, pero conviene recordar que desde las privatizaciones de Felipe González este partido viene aplicando una política neoliberal que en poco se ha distinguido de la del PP.
De ahí que Pedro Sánchez prefiriera una coalición con Ciudadanos y que tuviera que aceptar a regañadientes a Unidas Podemos en el gobierno.
Desde que entró en ese gobierno UP ha tenido que soportar las resistencias del PSOE cuando se trata de hacer políticas tibiamente socialdemócratas, sea derogar la reforma laboral (tanto la del PP como la del mismo PSOE), regular los precios del alquiler de viviendas, liderar una política migratoria decente, defender los derechos del consumidor o hacer una reforma fiscal que deje de favorecer escandalosamente a los ricos. Incluso un día antes de las elecciones se supo que Nadia Calviño había mandado a Bruselas un documento en uno de cuyos anexos figura una subida de impuestos para las clases medias.
En el PSOE dicen que son conscientes de que su mensaje y sus propuestas no han llegado a la ciudadanía. Pero ¿acaso la ciudadanía no sabe a estas alturas qué se puede esperar de partidos a los que viene viendo actuar a lo largo de los años? ¿Se tiene que enterar por lo que digan en la campaña electoral? Ayuso sólo ha dicho palabras vacías y ha arrasado en las urnas.
La izquierda no sabe comunicar
La derecha sabe muy bien qué tiene que decir para que parezca que está proponiendo una salvación cuando en realidad no está proponiendo nada, sigue a lo suyo. Ayuso ha hablado del orgullo de la patria chica (la forma de vida madrileña), de la libertad de hacer “lo que me dé la gana” y del gobierno comunista-bolivariano. Eso le ha bastado.
Supongamos que el bloque llamado progresista tuviera algo que comunicar. Lo tendría más difícil, es cierto, pero su incapacidad para conectar con la gente es llamativa. Hablar de una lucha entre fascismo y democracia puede significar algo para personas que leen y que conocen la historia del pasado siglo, pero no para la mayoría de la población. ¿Por qué hay que temer a Vox más que a Podemos si tantas personas respetables han repetido que se trata de dos partidos populistas, si el mismo Pedro Sánchez ya dijo que no dormiría tranquilo si tuviera a Pablo Iglesias en el Gobierno, si el mismo candidato del PSOE dejó claro que si ganaba no pensaba pactar con Iglesias, sino con Ciudadanos, aliado eventual de Vox?
Es cierto que, además de elegir mal el eslogan, la izquierda no sabe exponer sus ideas de forma que lleguen a los destinatarios. Profesores acostumbrados a disertar ante sus auditorios universitarios gritan en mítines estrofas pensadas para exponer correctamente un pensamiento, no para convencer de nada a quien no esté ya convencido. Un caso típico ha sido el tema de los impuestos, medio eludido, medio aludido con frases torpes, como la insistencia de Iglesias en citar a Cristina Pedroche como si en esa cita se resumiera lo que hay que decir sobre la fiscalidad. De los impuestos se puede hablar de una manera muy clara a la gente para desmontar la mentira de la derecha. No saben hacerlo. Pero si supieran hacerlo ¿cambiaría eso las cosas?
¿Ha sido la culpa de los medios?
De los medios tiene una visión idílica la Vicepresidenta Yolanda Díaz. Le preguntan (en elDiario.es de 9 de abril) si comparte las críticas de Pablo Iglesias a los medios de comunicación y responde que es una gran defensora de la libertad de expresión y una gran defensora de la libertad de prensa y que entiende que tiene que haber líneas editoriales diversas. “Y además las respeto y las comprendo.” Eso sí, lo que les pediría, dada la importancia que tienen los medios en la socialización y la opinión pública, es que la información sea veraz y de calidad, que sea contrastada, que sea un servicio público aunque el medio sea privado. Y que combatan las fake news, que hacen un daño atroz. Dice finalmente que para prestar una buena información es necesario combatir la precariedad que sufren los empleados de los medios.
A esto es a la que conduce carecer de teoría: se opina según el saber y entender que se activa en el momento y que muchas veces sólo obedece al deseo de supervivencia política fácil. ¿Cree la vicepresidenta que estamos en una democracia, que hay libertad de expresión si los medios privados actúan sin trabas y que el obstáculo a la buena información está en la precariedad de sus trabajadores?
De manera contraria se manifiesta Jesús Maraña en un artículo publicado en Infolibre el pasado día 6 con el título El brazo mediático del 4M, donde defiende que en el 4M ha arrasado el “trumpismo a la madrileña” porque su discurso político ha sido amplificado por los medios a sabiendas de las falsedades que contiene “con el objetivo de defender intereses ideológicos y crematísticos que se traducen en decisiones de gobierno o proyectos de ley que facilitan negocios concretos.”
Más lejos llega Arantxa Tirado, autora del libro El Lawfare. Golpes de Estado en nombre de la ley, donde examina numerosos ejemplos de cómo, principalmente en América Latina y el Caribe, se han utilizado los medios para acabar con regímenes progresistas bajo instigación estadounidense. Opina que hace falta un debate sobre la necesidad de democratizar los medios de comunicación para evitar que estén monopolizados por el capital y conseguir que haya voces más plurales, no sólo dentro de esos medios privados, sino dando espacio a otros movimientos que puedan tratar de competir, para lo que haría falta una política pública de respaldo, como se ha hecho en países latinoamericanos. ¿Pero qué ha sucedido con esas iniciativas? Que desde España se han vendido como un ataque a la libertad de prensa, cuando la realidad es que los medios de comunicación privados responden al interés de la empresa o el grupo financiero que está detrás, no dejan de ser una correa de transmisión de determinada visión del mundo.
Añade Tirado que “el ataque a cualquier periodista o cualquier medio se toma como un ataque a la democracia, como si ellos estuvieran por encima de la fiscalización pública. Como si ellos nunca se equivocaran. Como si ellos pudieran decir lo que quieran sin ningún tipo de consecuencia, cuando, además, estamos viendo (y en esta última campaña ha sido muy evidente) cómo los medios de comunicación pueden coadyuvar a que movimientos de extrema derecha se normalicen y penetre su ideario, quitándole importancia a la gravedad de lo que están planteando.”
Las ideas de Tirado están más informadas que las de la vicepresidenta, pero aún así creo que se queda corta y que hay que llegar aún más lejos, hay que atreverse a afirmar algo obvio: la incompatibilidad entre democracia y propiedad privada de los medios de comunicación.
La izquierda elude este asunto por miedo y porque no tiene medios propios con que oponerse al monopolio de los conservadores, de forma que ha de contemporizar e incluso mendigar su presencia en espacios que para nada la benefician. Uno se pregunta qué hacen personas como Monedero en esos programas de debate que no ofrecen luz sobre nada y lo enturbian todo.
Ahora bien, la pregunta básica es: ¿por qué la gente no rechaza a los medios que mienten sistemáticamente?
¿Falta de tirón de los lideres?
Ángel Gabilondo ha perjudicado al PSOE y Mónica García ha beneficiado a Más Madrid, en lo que seguramente ha influido el comportamiento de ambos como oposición durante la pandemia.
Pablo Iglesias, que lo dejó todo para ser un revulsivo y conseguir que ganara el bloque progresista, fracasó en su propósito (aunque consiguiera que UP haya pasado del fatídico 5%).
Son muchas las cosas que Pablo Iglesias ha venido haciendo mal precisamente por no tomar en cuenta el valor ideológico de ciertas decisiones. Por fijarme en dos:
Aunque las bases votaran a favor, fue un error que él e Irene Montero ocuparan altos puestos en la dirección del partido y en el gobierno, y no porque no tuvieran derecho a ello, ni porque el emparejamiento tuviera que perjudicar a uno de ellos apartándolo de la primera fila, sino porque a efectos ideológicos hubiera sido más oportuno decidir (incluso por sorteo) quien de los dos abandonaba por el momento la primera línea institucional, para que no pareciera que Podemos es una organización familiar controlada por un dirigente con fama de haber ido expulsando del partido a quienes se le opusieron.
De la misma forma, la compra del chalet de Galapagar es algo a lo que esta pareja tenía pleno derecho, por más que sea significativa esa prisa por asimilar las aspiraciones de la pequeña burguesía, pero lo malo es que vino después de la crítica de Iglesias a un político del PP por la adquisición de un ático lujoso y de su afirmación de que él, en cambio, seguiría viviendo en su piso de barrio de Madrid.
Cosas como éstas, que parecen nimias y que no son en sí delitos ni inmoralidades, han contribuido a marchitar la confianza inicial en Podemos. Pero ¿son explicación suficiente del desastre?
Las sucesivas crisis sociales
Una veintena de investigadores dirigidos por Amory Gethin, Clara Martínez-Toledano y Thomas Piketty han recopilado datos de 50 países entre 1948 y 2020 que a su juicio explican por qué las clases bajas y desfavorecidas, salvo inmigrantes, se han puesto a votar a la derecha y a la ultraderecha en los últimos años, cuando hasta los 80 lo hacían por opciones de izquierda. Resultaría que la incertidumbre reinante y la creciente desigualdad han dado primacía a la idea de comunidad nacional, religiosa, cultural o étnica. Pero esto es más bien un hecho que necesita explicación.
Vayamos a la causa profunda
1. Aun aceptando la influencia de las causas antes citadas en el fracaso electoral, sigue sin respuesta la cuestión fundamental, que es por qué esas causas influyen como lo hacen.
La respuesta en que vengo insistiendo desde hace mucho tiempo queda más acreditada a cada nuevo episodio: el tipo de población que el capitalismo ha ido fabricando actúa como causa profunda de las más superficiales que se suelen tomar en cuenta.
Es en este punto donde las diferencias entre el pensamiento conservador y el marxista son más acusadas.
Desde el pensamiento conservador la población es como es, por sí misma, y tiene pleno derecho a serlo. Cada votante es libre de elegir y nadie puede criticar su voluntad. Todos los votos valen igual y todos significan lo mismo, pues solo significan la voluntad del votante. Los electores, como los consumidores, siempre tienen razón, y los partidos perdedores sólo pueden hacer autocrítica, nunca criticar a la masa votante.
En la entrevista antes citada, Yolanda Díaz dice que la ciudadanía española es madura y está ávida de conocimiento. De lo que deberíamos seguir que es esa madurez y avidez de conocimiento lo que ha llevado a la ciudadanía madrileña a votar masivamente a Ayuso, a sus políticas neoliberales y a sus mentiras y simplezas.
Naturalmente. Poner en duda el axioma conservador a favor de la población desata en seguida las condenas en los medios. Se está despreciando a los votantes, claman sus comunicadores con moral airada, como cuando el presentador de televisión Joaquín Prats, adoptando el papel de comisario político, interrumpió a Monedero para advertirle que es inadmisible que se critique a los votantes. Claro que la crítica de Monedero a los votantes de Ayuso era despectiva y poco rigurosa. “No son unos Einstein”, dijo. ¿Hubiera dicho lo mismo si esos votantes hubieran optado por UP?
No tiene sentido criticar a la población cuando no te vota y ensalzarla cuando lo hace. Tanto en un caso como en otro hay que hacer análisis objetivos. Y esta población sería igualmente de poco fiar aunque votara a la izquierda mayoritariamente, pues por cualquier motivo secundario o trivial podría retirarle su apoyo más tarde, sobre todo si empezara a sufrir los efectos de la reacción del poder económico. Cuando esta población elevó a Podemos fue tan poco fiable cuando como lo es ahora, cuando lo deja caer.
Para justificar la exhibición de incivismo e insolidaridad con que, en Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao, se celebró el fin del estado de alarma con botellones multitudinarios, sin distancias de seguridad ni mascarillas, apelan algunos a la catástrofe educativa, laboral, económica, social y psicológica que la pandemia ha supuesto para los más jóvenes. Pero lo cierto es que a pesar de todo existe, aunque minoritaria, esa población madura y ansiosa de conocimiento de que ha hablado la vicepresidenta, la cual sabe comportarse aun sometida a las mismas presiones que el resto.
A otros ese espectáculo incivil les ha abierto los ojos. “Comparar las fotos de estas juergas de jóvenes (y no tanto) con las de los aplausos a los sanitarios durante el primer confinamiento hace perder la fe en el ser humano”, ha lamentado Ana Pardo de Vera como si fuera ahora cuando ha sabido la clase de población que nos rodea.
Decir que la sociedad capitalista dota de falsa conciencia a una gran parte de la población explotada, precisamente para que acepte la explotación e incluso la apoye, no supone despreciar a nadie, porque nadie es culpable de que lo hayan fabricado de cierta forma.
2. La falsa conciencia de una gran parte de la población se da lo mismo en Noruega, Estados Unidos, Francia o España, pero en España a esa tara psicológica hemos de añadir la que ha dejado la larga etapa franquista, en ningún momento contrarrestada.
Durante cuarenta años el régimen franquista delegó la educación y la ideología en manos del integrismo católico y de la propaganda anticomunista y luego, en aras de no sé qué concordia, la Transición lo dejó todo como estaba. Puesto que no se produjeron las depuraciones imprescindibles, el franquismo siguió copando la judicatura, las fuerzas armadas, la policía y los aparatos del Estado. Los medios de comunicación siguieron defendiendo los intereses de sus propietarios. Permanecieron en escuelas y Universidades personas amaestradas por el franquismo y la iglesia integrista, parapetada tras un Concordato franquista todavía no revocado, ha seguido recibiendo grandes ayudas públicas como premio a su mala influencia en un Estado que se proclama laico. Hemos tenido un Jefe de Estado puesto ahí por Franco y explícito admirador de Franco, tratado con reverencia por los medios hasta que fue imposible seguir tapando que era un delincuente. Se eliminan del callejero de Madrid los nombres de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero mientras los jueces mantienen los de Millán Astray y Caídos de la División Azul.
Y enfrente unos gobiernos que cuando eran de la derecha franquista estaban muy contentos, y cuando eran de una falsa socialdemocracia también. Ni siquiera cuando el PSOE tuvo mayoría absoluta se propuso que en las escuelas se enseñara la historia de la España del último siglo (propósito que por otra parte hubiera sido inútil, pues a él se habría opuesto un franquismo que para ello conserva suficiente poder). ¿Qué se podía esperar, qué nos sorprende?
Los comunistas se escondieron, como si no tuvieran el honor de ser los únicos compatibles con una democracia basada en los principios de la Ilustración: en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Los comunistas no supieron defender su opción anticapitalista ni supieron rechazar la identificación interesada de comunismo y estalinismo (tan falsa como identificar cristianismo con Inquisición o guerras de religión). Ha tenido que ser el papa Francisco quien ha resaltado, para vergüenza de los acobardados, que comunismo y cristianismo son cosas semejantes (y es cierto que, aunque no lo son en la teoría, sí en algunos de los aspectos morales que tan poco interesan a los conservadores que se declaran cristianos).
Resultado: en los barrios y pueblos cuya población es más perjudicada por la política de la derecha los votos han sido para esa derecha que contrapone libertad a comunismo.