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A VUELTAS CON LA TRANSICIÓN (7 de julio de 2017)

Algunos defensores de la Transición la presentan como ejemplo modélico de salida de una dictadura, y se enfurecen cuando otros no comparten la idea. El rey es de los que creen que la Transición fue modélica, pero con su discurso de conmemoración ha venido a desacreditar aún más ese juicio.

¿Qué democracia festejamos?

Se ha festejado el cuarenta aniversario de una “democracia” que queda apropiadamente descrita por este hecho: ha parecido una noticia de primera página que en su discurso el rey llamara dictadura a la dictadura. Se ha festejado el aniversario de una “democracia” en la que el fiscal jefe anticorrupción tiene una sociedad opaca en Panamá y ayuda desde su puesto a los corruptos, que para eso fue nombrado; en la que gobierna un partido político imputado por financiación ilegal, que ha ganado elecciones fraudulentamente, que ha sido definido como organización criminal, o banda organizada y asociación para delinquir. Una democracia en la que siguen en las cunetas los que fueron asesinados por oponerse al franquismo, en la que hay políticos que acusan de reabrir heridas a los que siguen buscando a sus muertos, en la que se expedienta a un juez porque quiere pasar la línea roja que decidió la Transición, en la que la hija de un asesinado por los franquistas tiene que acudir a la justicia argentina para conseguir que se exhumen los restos de su padre y reciban la adecuada sepultura, en la que los familiares y compinches del dictador siguen disfrutando de sus latrocinios y la nieta de Franco sigue siendo propietaria del Pazo de Meirás, regalo al dictador de las autoridades franquistas coruñesas, en la que el Valle de los Caídos sigue siendo monumento franquista y en la que organizaciones fascistas reciben subvenciones públicas. Una democracia en la que millones de españoles no tienen trabajo, otros millones lo tienen, pero a pesar de su salario son pobres, mientras una minoría es cada día más rica. Una democracia lastrada por la pobreza infantil, el predeterminado fracaso escolar de las clases más pobres, la creciente desigualdad, el deterioro de las instituciones manejadas por el PP en su beneficio. Una democracia cuyas leyes no son reconocidas por media población de Cataluña. Una democracia que, casi al final del plazo, no ha acogido al 90% de los refugiados que pactó con la UE, etc, etc.

Se ha criticado el discurso del rey porque no ha hecho mención a nada de esto.

Las dos Españas

Yo quisiera añadir que difícilmente puede actuar como representante de los españoles el que elige la ideología de una de las dos Españas para componer su discurso. Porque las dos Españas siguen ahí y sólo puede representarlas el que las reconozca.

Una es la formada por la extrema derecha, por los católicos integristas, por los grandes explotadores y por quienes, aun declarándose demócratas, simpatizan con esa extrema derecha y esa iglesia integrista, y las benefician, lo mismo que benefician a los grandes explotadores. Es la España del PP. La otra España es la que se sitúa enfrente. Y entre una y otra no caben abrazos ni hermandades. Cada una se sentiría muy contenta si la otra desapareciera.

Bajo su forma edulcorada, tan en contradicción con la realidad, el discurso del rey recoge la ideología de la España del PP.

Para empezar, hay en ese discurso frases groseramente populistas típicas de la derecha. Por ejemplo estas tres:

-“El 15 de Junio representa los mejores valores democráticos, aquellos que definen a la política en su sentido más noble, al servicio del bien común, del interés general y de la cohesión social.”

-“Hemos de ser conscientes de que todo de lo que hoy disfrutamos -y que pertenece a todos los españoles por igual-, no nos ha venido dado sino que es el resultado del sacrificio y esfuerzo del pueblo español… de millones de españoles.”

-No podemos aceptar “un camino que divida a los españoles o quiebre el espíritu fraternal que nos une.”

A muchos se nos caería la cara de vergüenza si nos viéramos obligados a pronunciar cualquiera de estas frases, sobre todo esa que dice que “todo de lo que hoy disfrutamos pertenece a todos los españoles por igual”. ¡Nos veríamos a nosotros mismos con una caradura insoportable, porque lo cierto es que el esfuerzo y el sacrificio ha caído sobre una mayoría, y el disfrute ha sido para una minoría, de la que el rey forma parte!

Pasando a otro punto igualmente lamentable: el rey se ha referido al “terrible dolor que causaba el terrorismo que miserablemente actuó contra todo principio de humanidad y de respeto a la convivencia democrática”, pero no ha hecho la menor mención a las causas de ese terrorismo. Luego ha recordado a sus víctimas y familias “con el mayor afecto y respeto”. Pero no ha recordado a las víctimas del franquismo y sus familias.

Por lo que concierne a la cuestión catalana no la mencionó directamente, se limitó a repetir la tesis del PP, eso sí, citando a Castelar y a Cánovas, no a Rajoy. Pero ¿qué es eso del respeto a la ley? ¿A qué ley? ¿Importa o no que la ley sea injusta, o estúpida o haya quedado desfasada? El perjudicado por una ley injusta ¿tiene que respetar la ley eternamente aunque el que podría cambiarla se empeñe en dejarla como está? ¿Soluciona el respeto a la ley que la mitad de los catalanes se haya hecho independentista?

Dejando atrás estos puntos del discurso veamos el asunto más a fondo.

Una equidistancia fraudulenta

Dice Felipe VI que desde 1812 hubo sucesivas constituciones “que no fueron capaces de proporcionar y garantizar la estabilidad política, el progreso social y económico ni la convivencia en paz y libertad que los españoles anhelaban. […] La falta de reconocimiento, de comprensión y de respeto a las ideas y convicciones ajenas, y la imposición de la propia verdad sobre la de los demás, dividieron a los españoles. […] Los españoles se oían, pero no se escuchaban; se veían, pero no se miraban; se hablaban, pero no se entendían y menos aún se respetaban. […] Una España dividida, y a veces desgarrada, que no fue capaz de encontrarse a sí misma.”

En cambio -sigue el rey- hace cuarenta años se llegó a la convicción de que “nadie en España debía volver a ser enemigo de nadie; la exclusión y la imposición, la intolerancia y la discordia debían ser sustituidas por la renuncia al dogmatismo y la defensa de las propias convicciones con pleno respeto hacia el adversario y hacia las opiniones ajenas o diferentes.”

Oyendo esto queda claro que el rey achaca los desastres de la historia de España a falta de respeto al adversario y a las opiniones ajenas o diferentes, a intolerancia y dogmatismo. Algo así como si unos manifestaran su preferencia por el Barsa y otros por el Madrid y estuvieran dispuestos, los muy brutos, a matarse por sus juicios sobre Mesi y Ronaldo, en vez de comprenderse y respetarse.

Por lo visto al rey no le han enseñado que el problema estaba en otro sitio: en que un consorcio formado por la monarquía, la iglesia y el poder económico (terratenientes, burguesía financiera e industrial) estaba explotando a la mayoría del pueblo español de manera inmisericorde. ¿Hay algún derecho a pedir a la mayoría explotada que renuncie al dogmatismo y que defienda sus convicciones con pleno respeto a la minoría explotadora? Sobre todo teniendo en cuenta que esa minoría jamás ha sido respetuosa y siempre ha sido criminal llegado el momento de defender por las bravas sus intereses. Véase como ejemplo al mismo Franco. De manera que los relatos que intentan guardar la equidistancia (dos Españas igualmente intolerantes) son profundamente ignorantes e interesados. Son los que pone en circulación la minoría explotadora y sus voceros, uno de ellos el rey.

Es natural que, con estas ideas en la cabeza, el orador acabara diciendo que “diputados y senadores de la legislatura constituyente pueden estar muy orgullosos y satisfechos de su tarea. Porque al renunciar cada uno de ellos -consciente y deliberadamente- a imponer su visión de España o sus propias convicciones sobre las de los demás, construyeron -con una gran generosidad y voluntad integradora- la España que querían construir los españoles.” O también que la transición fue “el gran proyecto de reconciliación nacional, el gran propósito nacional de unir a las dos Españas que helaban el corazón de Antonio Machado. Ciudadanos de distinta procedencia, ideas, origen y condición social se reencontraron, se tendieron la mano, y se fundieron en un gran abrazo, sin rencor y sin odio, para mirar al futuro y no al pasado.”

Que un discurso como el de Felipe VI sea impune, que no le cueste el cargo, e incluso que sea ponderado como gran discurso, da fe de la clase de población que tenemos en España. Si tuviéramos una población más ilustrada un discurso de tan mala factura sería imposible o traería malas consecuencias a su autor.

¿Qué fue la modélica Transición?

Los hay que dicen que Juan Carlos fue el artífice de nuestra democracia. ¿Acaso tenía otro camino rentable para él, tanto política como económicamente, que ponerse al frente de un proceso que habían iniciado y sostenían otros? No olvidemos que esa “democracia” es la que ha hecho la vista gorda y ha permitido al hoy emérito hacerse muy rico de manera muy opaca. No olvidemos tampoco que el emérito fue y sigue siendo admirador de Franco, al que nunca ha condenado. ¡Y los hay que lamentan mucho que no fuera invitado a la conmemoración!

El paso de la dictadura franquista a la “democracia” se decidió fuera de España, en Estados Unidos y en Europa por estas dos buenas razones: 1) porque dentro de España había una parte del pueblo (ni mucho menos todo el pueblo) que en fábricas y otros lugares de trabajo, en la Universidad, en el funcionariado, en la prensa, en la abogacía, luchaba por la democracia cada vez con más fuerza y esto convertía a la dictadura franquista sin Franco en ineficiente y poco fiable; y 2) porque había un partido socialista que, si recibía suficiente ayuda y financiación, podía asegurar un tránsito seguro de la dictadura a una “democracia” capitalista bajo control.

Así las cosas todos fueron recibiendo las oportunas presiones. Naturalmente, los franquistas querían seguir con sus prebendas sin rendir cuentas de sus crímenes y de sus enriquecimientos ilícitos, y para conseguirlo apelaban al peligro de un golpe militar, que sólo podía evitarse con una ley de amnistía, olvidando el pasado, pelillos a la mar, dándonos todos un abrazo fraternal. Es decir, la extrema derecha política apelaba, para salvarse y salvar sus muebles, a la extrema derecha militar y policial.

¿Cómo se puede decir “la España que querían construir los españoles” cuando no pasó de ser la España que exigieron los que tenían la sartén por el mango, es decir, los franquistas y su policía y su ejército?

Se dice que, dadas las circunstancias, no era posible otra Transición que la que se hizo. ¿Cómo que no era posible otra? Supongamos que el PSOE y el PC se hubieran negado a aceptar aquel chantaje bochornoso y hubieran hecho público que no participarían de ningún cambio político que no incluyera un juicio a los crímenes y tropelías del franquismo. No hubiera tenido lugar la Transición amnistiadora que hubo, pero, puesto que la dictadura era ya insostenible, la democracia hubiera llegado algo después, y como era debido: con un juicio al franquismo y una exigencia de responsabilidades.

Viví aquellos momentos con la convicción de que el partido comunista había vendido por un plato de lentejas su primogenitura, es decir, su derecho a la verdad, rico patrimonio privativo de la izquierda al que Carrillo no concedió importancia. La “modélica Transición” traicionó a aquellos comunistas que murieron asesinados y a los que arriesgaron su vida y su libertad en la oposición al franquismo. Esos a los que el rey no ha rendido homenaje.

El poder económico generado por la corrupción franquista siguió imperando en España, y el poder político de la dictadura cambió de forma, pero no fue desmontado. No hubo justicia para los familiares de los asesinados ni para los represaliados por el franquismo, ni siquiera el reconocimiento de la injusticia que padecieron. ¿Y alguien puede creer que todos ellos se fundieron en un gran abrazo, sin rencor y sin odio, con los responsables de asesinatos y represalias? ¡Ya está bien de cuentos chinos! Sólo ocurrió que Felipe González (que era el que decidía en el PSOE) y Santiago Carrillo (que era el que decidía en el PC), apresurados por tocar poder, traicionaron a las víctimas del franquismo y amnistiaron a los criminales. Por ello tanto el PSOE como el PCE quedaron marcados por aquel pecado original y los efectos de tamaña traición se siguen viviendo hoy. No sé si fue por ignorancia o por ese egoísmo cínico que se le achaca, el caso es que el servicio que Carrillo prestó a los partidarios de aquella Transición fue tan notable que en la derecha no tiene enemigos, todos le aplauden.

Y por eso estamos como estamos. No viviríamos hoy la vergüenza que estamos viviendo si la transición no hubiera sido aquel apaño indigno. El pueblo español no sería el que es. Habría recibido la información que le hurtaron, tendría otros líderes, la extrema derecha no estaría, desde dentro del PP, gobernando el país y colaborando muy efectivamente a la desinformación general. Con la colaboración de personajes como el rey, heredero del heredero de Franco.

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