Muchos hubiéramos preferido que hoy fuera posible en Cataluña un gobierno formado por el PSC, los Comunes y Esquerra Republicana. Queda por saber si, de haberse dado la posibilidad, el PSC y Esquerra hubieran levantado sus vetos mutuos, o si el PSOE hubiera aceptado tal pacto a tres, incluso aunque Esquerra se comprometiera expresamente a abandonar la vía unilateral.
El PSC
Las encuestas dieron al Partido Socialista ilusiones luego frustradas. No le ha dado resultado juntarse con Ciudadanos y el PP en defensa de la Constitución y la unidad de España. Y es que estar en contra de la vía unilateral emprendida en Cataluña no obligaba a formar piña con esos dos partidos de la derecha española, equiparables en muchos aspectos a partidos de extrema derecha foráneos. Partidos que tienen además una idea de la Constitución y de España de la que el PSOE se había separado expresamente en la Declaración de Granada de 2013. El PSOE tiene unos votantes fieles de los que no son fieles intérpretes sus dirigentes. La sombra de Felipe González y de los suyos sigue siendo alargada.
Los votantes independentistas
El campo del independentismo ofrece un ejemplo de fidelidad. Los votos se han mantenido pese a la salida de empresas, al perjuicio económico que los medios aireaban, al 155, a las acciones policiales y judiciales, a la falta de apoyo europeo y al fracaso final del procés. Nada de eso parece haber pasado factura a los independentistas.
Ese es el tipo de apoyo electoral que hay que fabricar, tanto más fuerte cuanto peor vengan dadas. Y los independentistas no lo han hecho de la noche a la mañana, ni lo han hecho sólo sus partidos políticos. Omnium Cultural nació en 1961, abrió delegaciones en toda Cataluña a partir de su legalización definitiva en 1967 y, fueran cuales fueran sus relaciones con el franquismo (que son discutidas), lo cierto es que ha trabajado de manera incansable, primero a favor de la lengua y la cultura catalanas, últimamente a favor de la autodeterminación. Por su parte la Asamblea Nacional de Cataluña lleva más de cinco años trabajando también en la misma dirección: la independencia de Cataluña dentro de Europa.
Cierto que los independentistas han contado con ayudas del PP, de la judicatura española, del mal uso de la policía nacional y guardia civil, y de la necia toma de posición del monarca, todo lo cual fabrica una imagen profundamente antipática de España para muchos catalanes. No sabemos si, en una España más acogedora y menos sucia, el independentismo seguiría con sus números. Posiblemente descenderían, tal vez hacia el antiguo 30% previo a las torpezas del PP respecto al Estatut.
Cierto también que la ideología independentista es promovible con facilidad, porque va montada sobre un nacionalismo que forma parte de la educación universal.
Una de las contradicciones del independentismo
Escribí en una entrada anterior que, si pasamos de la concepción romántico-religiosa de nación a la concepción laica o voluntarista, los andaluces, los extremeños, los canarios o los madrileños tienen tanto derecho a considerarse nación como los catalanes, los vascos o los gallegos. Y no sólo ellos. Desde esa concepción “laica” hay que aceptar que tiene derecho a constituirse en nación y exigir Estado propio cada provincia, cada región, cada ciudad cuyos habitantes así lo decidan y lo sepan imponer, dado que ese derecho depende de la voluntad decidida y mayoritaria de ejercerlo.
Ahora los españolistas festejan la invención de Tabarnia, una broma con muy mala intención. Los colaboradores de la web Barcelona is not Catalonia dicen que inventaron Tabarnia en una asamblea constituyente en 2012, aunque el término fue utilizado por primera vez en 2015 para designar una franja costera que agruparía el área Metropolitana de Barcelona y la franja de terreno que la une con Tarragona. Su objetivo final sería recuperar la antigua soberanía del condado de Barcelona y crear una nueva comunidad autónoma española.
Argumentan que Cataluña se compone de dos zonas claramente diferenciadas desde el punto de vista económico, lingüístico, identitario y social. La parte mayoritariamente independentista es localista, basada en una economía rural, muy preocupada por la identidad, xenófoba, monolingüe y hostil a la lengua española. En cambio Tabarnia, mayoritariamente no independentista, es cosmopolita, bilingüe, urbanita, multicultural y muy conectada con el resto de España y Europa.
Aún tomado como una broma, este tema, que saltó el pasado diciembre a las redes sociales y de ahí a medios de comunicación españoles y extranjeros, molesta a los independentistas porque, sumado a los resultados electorales, les dificulta hablar en nombre del pueblo catalán ante el mundo. Pone además de manifiesto una situación que se está dando en otras partes de Europa: muchos ciudadanos fuertemente afincados en la tradición tienen la amarga sensación de que su cultura está en peligro por la llegada masiva de gentes de fuera. Es una sensación xenófoba, pero muy emotiva, y con ella deberían ser comprensivos, y ofrecer remedios, quienes se consideran más cosmopolitas que nacionalistas.
Podemos
Este partido es el único que ha defendido una posición sensata en la campaña electoral: ni 155, ni españolismo, ni represión de un deseo legítimo, ni vía unilateral. Pacto de un referendo en el que Podemos anticipa que votaría a favor de la permanencia de Cataluña en España. Pues bien, ha perdido votos y escaños. No es fácil saber si ha sido por ese programa o por episodios como el de Dante Fachin.
En todo caso creo que, si se repitieran las elecciones, lo sensato sería mantener esta propuesta. Sólo por eso, porque es la razonable.
Ello no es obstáculo para que nos preguntemos: ¿Cómo es posible que muchos votantes de Podemos se hayan ido a otros partidos, incluido Ciudadanos? Algunos hablan de volatilidad del voto, o de que la sociedad española se está derechizando, pero la población no se derechiza o radicaliza de la noche a la mañana, se mantiene en sus significados. Ocurre sólo que en muchos casos éstos no son coherentes, y duermen o se activan según los estímulos, que son los que inclinan hoy a la derecha, mañana a la izquierda o a la abstención sin que por eso la persona haya cambiado. Significados xenófobos y nacionalistas, indignaciones y esperanzas conviven en muchas cabezas, a veces aplacados, a veces activados, dependiendo de lo que va ocurriendo. Y a veces lo único que ocurre es que un líder gusta hoy más de lo que ayer gustó otro.
El análisis de los resultados evidencia que los barrios tradicionalmente obreros han votado mayoritariamente por la no independencia, pero dando sus votos a un partido, Ciudadanos, que no defiende los intereses populares. Si se trataba de enfrentarse al independentismo, lo cierto es que no dieron mayoritariamente sus votos a Podemos, pese a que se ha manifestado partidario de que Cataluña siga en España.
Teniendo en cuenta que ese funcionamiento de las clases populares es el que se sigue de determinadas configuraciones ideológicas, ¿qué viene haciendo Podemos para que esas clases cambien en una dirección de mayor conocimiento y mayor autonomía?
A esta cuestión ya me he referido en otra ocasión, y sobre ella vale la pena insistir, pero lo dejo para otro momento.
(Entre paréntesis, una nota sobre el valor ideológico de la elección de palabras. Ciudadanos, PP y PSOE se consideran constitucionalistas y así les llaman los medios conservadores. Enfrente están los independentistas. ¿Dónde está entonces Podemos? Se intenta sugerir que, al no estar incluido entre los constitucionalistas, es independentista. Y por otra parte, se está considerando constitucionalistas a partidos que han tenido por costumbre incumplir la constitución).
Pese a todo no es malo el resultado que dieron los votos
Cerrada la vía a un nuevo tripartito, el resultado de las elecciones es mejor de lo que parece, y en algún sentido se puede decir que esperanzador.
Por una parte los independentistas tienen mayoría absoluta en el Parlament y pueden formar gobierno, pero todos sabemos que ese éxito no viene de una mayoría de votos, sino de una ley electoral injusta. De manera que es significativo que los independentistas hayan perdido diputados y votos desde la última elección. Además han tenido que aceptar el mal trago de que el partido más votado, Ciudadanos, sea españolista.
Conclusión: no van a intentar de nuevo la vía unilateral, que en esta situación sería rechazada más firmemente por Europa y obligaría al Estado a una nueva aplicación del 155 y a nuevas imputaciones y encarcelamientos. Y todo para regresar al punto de partida.
Por el lado contrario también la situación mejora: si los independentistas hubieran tenido un retroceso, la derecha se enrocaría y se negaría a cualquier cambio. Pero el resultado la obliga a comprender que, mal que le pese, el problema catalán es el problema de España y que no se soluciona mirando a otro lado ni recurriendo a la justicia y a la cárcel.
Creo por ello que, con independencia de declaraciones, amagos y amenazas, el resultado de las elecciones ha abierto el tiempo de la negociación.
Una oportunidad
De manera que los catalanes independentistas han rendido a España el beneficio de hacer insostenible el edificio de esa Transición que los franquistas pactaron con Carrillo y González, y de la que tanto tiempo se ha presumido como modélica y ejemplo para el mundo entero. Ahora ya no hay más remedio que ir diseñando una España oficial que se adapte mejor a las actuales fuerzas en litigio por mucho que ese paso asuste a la derecha.
A la derecha le asusta sobre todo que, ya metidos en faena, la unidad de España deje de ser un dogma sagrado y que entre a discutirse. Por alguna causa que hay que ir a buscar en los engranajes secretos le asusta también que entre a discutirse y a votarse la forma monárquica del Estado. Ocurre que para mucha gente no es aceptable el descarado escoramiento a la derecha de un jefe de Estado que no ha sido votado por los ciudadanos, sino que está ahí por ser hijo y heredero de un señor que, nombrado rey de España por Franco, siempre habló bien del dictador sangriento e hizo una fortuna en la que los poderes establecidos prefieren no indagar.
Se inicia, pues, un periodo en el que habrá mucha resistencia, pero una realidad que obliga. A partir de ahora, si el gobierno español se negara a negociar, como ha venido negándose M.Rajoy, estaría justificando la vía unilateral. Y todo ello ante la mirada atenta de unos Gobiernos europeos que exigirán una solución. Gracias al empecinamiento de la mitad de los catalanes.
Un referendum cuándo y para qué
Un referendum pactado, única solución sensata si no queremos seguir indefinidamente en una parálisis tensa, puede concebirse como algo a pactar ya, en cuyo caso la opción a la independencia es seguir en la España actual. O puede concebirse, y esto sería lo razonable, como un segundo paso tras otro consistente en un cambio constitucional que abra las ventanas legales para que entre el aire. De manera que lo ideal sería pactar esta secuencia: cambio constitucional que garantice los derechos sociales, la democratización de las instituciones y fije con claridad, a satisfacción de comunidades y naciones, las competencias y el reparto del dinero. Luego referendum español para aprobar la nueva Constitución y referendum catalán para decidir si Cataluña sigue o no en esa nueva España.
Naturalmente, el cambio constitucional debe ser votado por todos los españoles, mientras que el referendum sobre la independencia de Cataluña es sólo cosa de los catalanes. La idea de que, puesto que la independencia de Cataluña afecta a todos los españoles, deben votar todos en ese referendum, no se sostiene. Tampoco apelar a que la soberanía nacional reside en el pueblo español, frase que viene en el artículo 1 de la Constitución, pero que es vacía salvo que se entienda para casos como el de ceder parte de esa soberanía (por ejemplo a Europa) o disolverla en otro Estado (por ejemplo uniendo España y Portugal). Pero si una de las naciones de la plurinacional España quiere separarse, la decisión sólo compete a esa nación, en este caso Cataluña. Pactando con el Estado las condiciones de la consulta y de la eventual separación.
Digamos de paso que cuando se reformó el artículo 135 se enajenó una parte de esa soberanía sin consultar con el pueblo en que se dice que reside.
Detalles simbólicos
Aunque tenga sólo valor simbólico, debería aceptarse el uso de las cuatro lenguas españolas en las dos Cámaras del Parlamento (no importa el gasto en traducción simultánea) y llevar fuera de Madrid, a otras ciudades españolas, sedes de Instituciones del Estado.
El riesgo
Lamentablemente no está garantizado que este proceso comience, ni tampoco su buen resultado.
Podría darse el caso de que haya que repetir las elecciones catalanas, aunque no parece probable. Y por otra parte, si la izquierda no se reanima, se une y encuentra la forma de entrar con fuerza en la batalla ideológica, las próximas elecciones generales pueden traer un futuro negro, con una extrema derecha cada vez más exigente y fuerte dentro de Ciudadanos y del PP, en coincidencia con el auge de la extrema derecha europea y americana. El poder económico puede volver a necesitar a esa extrema derecha como en tiempos pasados.
En esta situación el papel de la izquierda parece que supera a sus actuales capacidades. No olvidemos que es ella quien tiene el papel difícil en la batalla ideológica, pues ha de enfrentarse al “sentido común” del que participa casi toda la población, sentido común fabricado mediante imposturas a través de siglos de elitismo. La derecha y la extrema derecha reman a favor de corriente, pues a cada paso apelan a significados que forman parte del pensamiento único que la mayoría da por razonable.
Sin embargo sólo una mayoría de izquierdas en el parlamento puede garantizar que salgamos de esta debacle política mejor que entramos.