1. Aparte de apelar a la globalización, ¿cómo se justifican decisiones sobre déficit, deuda pública y recortes en los servicios sociales? Instituciones como el FMI y el Banco Mundial imponen antidemocráticamente a los Estados unas cifras como si de ninguna manera pudieran ser otras, y en sus argumentos justificatorios está implícita la apelación a una supuesta ciencia económica. Se trata de legitimar políticas criminales presentándolas no como resultado de la voluntad codiciosa de los ricos, sino como necesarias en virtud de las leyes científicas que rigen la economía.
Así se ha promovido la creencia, en la que acaban cayendo ingenuamente muchos de los dannificados, de que sólo los expertos pueden entrar a evaluar la política razonable, como si la economía fuera una ciencia por derecho propio, que descubre leyes autónomas y que debe prevalecer sobre la política, idea que tiene su símbolo en el nombramiento de gobernadores de los Bancos Centrales independientes de los respectivos parlamentos y gobiernos (algo que, por sí solo, si no hubiera otras muchas razones, invalidaría la democracia capitalista).
En general se da por bueno que la economía es una ciencia autónoma y así tomada, que es como se inserta en las Universidades y en la vida política, ejerce una influencia notable sobre las acciones de los Gobiernos.
Sin embargo debería tenerse en cuenta que son muchas las formas que el subsistema económico puede adoptar, y que ellas dependen de la legislación sobre la propiedad, la producción, la distribución y el consumo. A su vez, los procesos que se dan en el subsistema económico dependen de la psicología de los sujetos que en él intervienen. Para predecir hechos económicos no basta suponer un egoísmo universal, son también fundamentales conceptos que se refieren a preferencias no egoístas, a confianza (en los mercados, en la situación futura), a nivel de asunción de riesgos, etc. Incluso la ley de la demanda tendría que interpretarse como una explicación disposicional que, adecuadamente desarrollada, incluiría esos conceptos al describir los mecanismos psicológicos que determinan ciertas pautas de comportamiento (del vendedor, del comprador, del inversor).
Si no hay un objeto autónomo (el sistema económico) que sea propio de una ciencia autónoma (la economía) es natural que las teorías de los economistas carezcan de calidad científica.
En opinión de Bunge (Mente y sociedad) la economía ha avanzado mucho menos que la antropología y la sociología en su desarrollo científico y presenta algunos problemas epistemológicos importantes, tales como:
a) Utiliza hipótesis psicológicas totalmente desprestigiadas sobre la naturaleza y funcionamiento de la mente.
b) Estudia objetos inexistentes, tales como el mercado perfectamente competitivo en equilibrio general.
c) Su estancamiento teórico hace que los economistas sean incapaces de entender y de predecir.
d) Está muy influida por dogmas ideológicos.
Entre filósofos de la ciencia es opinión autorizada, desde hace décadas, que la economía no ha producido hasta ahora más que una o dos leyes stricto sensu. Hutchison afirmaba en la década de los 70 que «De hecho los economistas… no disponen de ninguna ley genuina, pertinente, no trivial». Una década más tarde M. Blaug sólo se atrevía a citar la ley de la demanda y otros autores (R.M. Goodwin, B. Guerrien, S. Zamagni) pensaban de forma semejante.
Comentando estas opiniones, A. Barceló indicaba en la década siguiente que leyes como la de la demanda son de bajo nivel, no cuantitativas y acordes con el sentido común, rasgos cuya conjunción no prestigia a ningún enunciado científico. “Lo que se presenta como «ciencia económica» es en realidad una mezcolanza de proposiciones científicas, recetas técnicas, instrumentos analíticos, idearios políticos y propaganda ideológica”. Y añadía que, si la cantidad y la calidad de las leyes descubiertas constituyen un buen indicador del estado de salud de una disciplina científica, hay que reconocer que la economía se encuentra aún en un estadio protocientífico.
Desde una filosofía de la ciencia actualizada hay que agravar el dictamen y afirmar que la economía no sólo es una disciplina inmadura, sino que seguirá siéndolo mientras considere a su objeto como separable del sistema social.
Por tanto no puede ocurrir que leyes científicas inexistentes justifiquen una política. Quienes apelan a ellas componen un caso típico del fetichismo que Marx denunciaba y que aquí toma la forma de fetichismo de las leyes económicas.
Naturaleza de la economía
1. La economía académica está formada por datos, correlaciones estadísticas y recetas, y todo ello no se refiere a algo que se pudiera llamar economía en general, sino exclusivamente al funcionamiento del mercado capitalista, que sólo tiene vigencia bajo una determinada cobertura jurídica.
(a) Los datos se refieren, por ejemplo, a la balanza de pagos en el comercio exterior, a la deuda pública y privada, al déficit en el presupuesto, a la presión fiscal, al gasto privado, a la inflación, al porcentaje de paro, al producto interior bruto, a las ganancias de las empresas, a la ventaja competitiva en la relación entre nivel de formación, esfuerzo tecnológico y costes laborales, al endeudamiento de las familias en relación con la renta bruta disponible, al diferencial de precios y de productividad respecto a otras economías, etc.
Se trata de datos que carecen de independencia, que son generados en una realidad social creada por la interacción de una específica cobertura jurídica nacional y un vacío legislativo internacional. La cobertura jurídica establece los derechos de propiedad y sus condiciones de ejercicio, así como los derechos y deberes de patronos y obreros. El vacío jurídico permite a las grandes empresas actuar sin trabas en el espacio internacional. Muchos de esos datos serían otros en un marco jurídico que, por ejemplo, no otorgara a la voluntad privada el control del capital para moverlo libremente entre países o para emplearlo en operaciones meramente especulativas, o que nacionalizara la banca y las empresas que prestan servicios públicos, o que hiciera a los obreros partícipes de la gestión y de las ganancias, o que sustituyera las Bolsas por mecanismos racionales para la capitalización de las empresas, o que armonizara mundialmente las legislaciones laborales y fiscales.
(b) A partir de esos datos y dada una forma de propiedad y una forma de libertad económica, el economista encuentra regularidades triviales debidas a la obviedad de que los sujetos económicos desean el máximo beneficio. A base de rastrear los efectos que cambios en determinadas variables pueden producir en una economía compleja con fuertes conexiones internacionales, el economista va descubriendo correlaciones del siguiente tipo: el deterioro del sector exterior de un país (importar más de lo que se exporta) provoca movimientos en los mercados financieros, disminución de confianza en el tipo de cambio de su moneda y subida de los tipos de interés; las importaciones que realiza un país dependen, entre otras variables, de su renta; un déficit permanente de un porcentaje suficiente del PIB hace crecer la deuda, lo que origina tipos de interés más altos; una mayor deuda y tipos de interés más altos obligan a destinar más dinero a pagarlos y esos pagos influyen negativamente en las inversiones; si aumenta la demanda aumenta la inflación; si se reducen fuertemente los impuestos directos aumenta la demanda interna.
Ahora bien, estas correlaciones estadísticas del economista no llegan siquiera a leyes disposicionales útiles, pues las cláusulas ceteris paribus con que hay que completarlas son más significativas que la naturaleza de la correlación desnuda. Así por ejemplo, la reducción de los impuestos directos aumentará la demanda interna a condición de que el nivel de endeudamiento de las familias no sea demasiado alto, la confianza en el futuro sea suficiente, los precios de las mercancías se mantengan estables, no haya una fuerte incitación al ahorro, etc. O el deterioro del sector exterior de un país provocará subida de los tipos de interés salvo que el déficit presupuestario previo se haya cambiado en superavit. O a mayor renta corresponderá un aumento en las importaciones salvo que el tipo de cambio de la moneda las haga disminuir, o que haya más propensión al ahorro que al consumo.
(c) Finalmente, de correlaciones como las descritas se extraen recetas como éstas: el desequilibrio del sector exterior se corrige a través de las variables financieras (tipo de cambio y tipo de interés); o la reactivación de la economía puede hacerse favoreciendo el consumo privado y para ello hay que bajar los impuestos; o para combatir la inflación hay que subir el precio del dinero. Pero el economista tiene escaso control sobre los efectos de sus recetas. Por ejemplo, se dice que la necesidad de contener las salidas del capital y de estimular la demanda de moneda nacional requiere alzas en el tipo de interés, pero dichas alzas causan dificultades imprevistas a empresas y a entidades financieras vulnerables. Estas dificultades sugieren a algunos la necesidad de mantener unos tipos de interés bajos, suplementados por controles de capital, pero esta estrategia debilita la moneda y estimula la fuga de recursos que las restricciones difícilmente pueden contener. De la misma manera, se intenta forzar la expansión de la demanda interna a base de una fuerte reducción de los impuestos directos, pero el aumento de demanda aumenta la inflación. La misma contradicción se aprecia en políticas ortodoxas que intentan ante todo impedir la inflación pero que de esta forma aumentan el paro, o en políticas de reactivación de la economía mediante el consumo privado que desembocan en aumentos de la inflación y llevan consigo, si se hacen por la vía de reducción de impuestos, un empobrecimiento del Estado que lo incapacita para hacer frente a los gastos sociales imprescindibles. Al llegar a cierto punto el economista se ve incapaz de seguir líneas causales alternativas hasta sus últimos efectos relevantes, y por ello sus dictámenes sobre la situación económica y las expectativas son ejemplarmente evanescentes.
Teniendo todo esto en cuenta, a lo más a que podría llegar el economista, si hablara con precisión, es a decir algo así: “En la medida en que mantengamos la legislación que ahora tenemos, es de esperar que ocurra X si hacemos Y, y no interfiere H, J, …o Z”.
Reiteremos que si cambiara el ordenamiento jurídico, perderían sentido las recetas económicas habituales y habría que proponer recetas nuevas. Por ejemplo, la reactivación de la economía mediante el consumo privado o mediante una bajada de los tipos de interés puede ocurrir en el sistema capitalista, pero no ocurriría en un sistema socialista. Lo mismo podemos decir de la inflación. Los ideólogos que apelan a leyes económicas y eluden hablar del marco jurídico se ahorran tener que opinar acerca de la conveniencia o inconveniencia de mantener unas legislaciones como las que regulan la propiedad y su uso en nuestro mundo capitalista. Se oculta así que muchas cosas parecen inevitables sólo porque asumimos sin réplica una forma de organización de la propiedad, la producción, el comercio, la distribución y el consumo que bien podría ser diferente.
Dos efectos
Si la economía actual no es una ciencia ello se debe percibir en el carácter esencialmente ideológico de las afirmaciones del economista y en el continuo fallo en las predicciones.
(a) El carácter ideológico de las afirmaciones del economista radica en que los datos que maneja dependen de intereses que no se explicitan.
Por ejemplo, para calcular la inflación (uno de los conceptos fundamentales en la economía académica) se toman unas magnitudes hasta cierto punto discreccionales, los 471 artículos que integran el índice de precios al consumo. ¿Por qué cada uno de ellos y no otros? ¿Por qué se da a cada uno un valor relativo que puede ser alterado, y que de hecho se altera cuando se estima oportuno? Sin que esté clara la razón, las autoridades españolas han decidido que la telefonía y los servicios tengan más peso en el nuevo IPC a partir del 2001 y hay exclusiones e inclusiones que parecen gratuitas. Así, cuando se compra una vivienda, el precio no forma parte del cálculo del IPC porque se ha decidido que es una inversión. Esto es ya discutible, pero más aún que no se tome en cuenta el coste de alquilar el dinero para comprar la vivienda (los intereses hipotecarios).
Por ello Lizcano Álvarez se pregunta cómo cambiarían los postulados comunes de la ortodoxia económica si entrase a formar parte del IPC el coste del dinero para la compra de la vivienda o de otros bienes. En tal caso sería contraproducente la receta de subir el interés cuando hay inflación para enfriar la economía, pues el coste de la vida para el ciudadano medio (que es consumidor antes que inversor financiero) aumentaría en lugar de descender, y por tanto aumentaría la inflación en lugar de descender. Las subidas de los precios del dinero benefician más bien a la economía financiera, pero aminoran las inversiones y la creación de puestos de trabajo, así como las expectativas de los ciudadanos emprendedores. Lizcano concluye que habría que someter a crítica algunos dogmas de fe asumidos ancestralmente por la pura ortodoxia económica reinante (en este caso el dogma de que para combatir la inflación hay que subir el precio del dinero).
Se puede añadir que para la economía capitalista la inflación pudo ser un objetivo prioritario tras las dos crisis del petróleo, pero porque interesaba a quienes deciden, no porque así lo impusieran leyes científicas. En consecuencia el FMI aprobó un giro social tras la decisión de Clinton de condonar la deuda a 41 de los países más pobres, y ello quiere decir que repentínamente, sin que se sepa por qué, tal giro social se veía como asumible contra lo que afirmaban los economistas ortodoxos un poco antes.
Son por tanto obligadas estas preguntas: ¿Por qué debe evitarse a toda costa un aumento de inflación y no un alto porcentaje de paro? ¿Por qué es malo que una empresa sea de propiedad pública y no es malo que las diferencias entre pobres y ricos se hagan cada vez más grandes? ¿Qué sentido tiene decir que la economía va bien a pesar de que haya parados y pobres? ¿Por qué es bueno que los países del Tercer Mundo deban permitir la explotación de sus recursos por multinacionales que repatrian los beneficios?
La concesión a Eugene F. Fama, Lars Peter Hansen y Robert J. Shiller del Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel (premio al que se suele llamar Nobel de Economía) en 2013 viene a confirmar el carácter ideológico, no científico, de esa disciplina.
Se ha comentado que lo relevante no es que los tres premiados sean estadounidenses, varones y con una larga carrera académica (que es lo que suele ocurrir), sino que Eugene Fama y Robert Shiller, que han sido candidatos habituales al premio, lo compartan en la misma edición siendo así que defienden teorías contrarias sobre mercados financieros y precios. Esto es algo que no ha dejado de sorprender a los ingenuos.
El comité que concede el premio ha destacado que los premiados ayudan a comprender los factores que inciden en la formación de precios. Pero ¿cómo es posible que ayuden mediante teorías contrarias? Pues si una teoría ayuda, la otra, que es contraria, debería desayudar.
Fama, considerado uno de los máximos representantes de la escuela de Chicago, defiende cosas tan insensatas como que el precio de los activos financieros en cada momento recoge toda la información disponible, o que la decisión conjunta de los inversores facilita la asignación de capital a los usos más eficientes. Es decir, defiende la racionalidad de los mercados y por tanto su papel como inmejorables asignadores de recursos. Y por tamaña insensatez de carácter ideológico (fundamento de la ideología neoliberal) se le da el premio. Siempre debió estar claro que la ideología neoliberal es contraria a toda evidencia, pero la crisis que vivimos ha vuelto a probar empíricamente la falta de realismo de sus afirmaciones. Lo cual no parece importar al Banco Central Sueco. Basta que una estupidez aparezca traducida a ecuaciones matemáticas para que cobre un valor mágico que muchos toman por científico.
Por el contrario, Shiller, profesor en la Universidad de Yale, ha afirmado la obviedad de que la variabilidad en los precios de las acciones es tan extrema que hace imposible predecir su valor a corto plazo, y que los métodos de valoración de activos parten muchas veces de supuestos imposibles (como que la aversión al riesgo y las expectativas no varían). Sus ideas más recientes, que resaltan la imperfección de los mercados (por la desigualdad en el acceso a la información y por los comportamientos irracionales de los inversores), han ganado muchos adeptos tras el descalabro financiero de 2008.
Aunque Shiller ha señalado que la actual crisis refleja los fallos del sistema financiero, ha añadido que llevará «décadas» solucionarlos. Y a esto conviene hacer dos comentarios. Uno es que mucho antes de la crisis presente ya estaban claros, para quien quisiera verlos, los fallos del sistema financiero. Otro es que esos fallos podrían solucionarse rápidamente con una legislación mundial adecuada. ¿Por qué esperar décadas? ¿Por constricciones inevitables de la realidad económica descubiertas por la ciencia, o más bien porque hay muchas cosas intocables en virtud de la oposición de los que tienen el poder? De eso, claro está, no habla Shiller. Habla de décadas como podía hablar de siglos, y no explica por qué no podemos solucionar los fallos del sistema financiero ya, una vez que los conocemos.
Están las cosas de tal manera que es una necedad no tomar a broma lo que dicen los economistas cuando se presentan como si tuvieran un control científico sobre lo que dicen.
(b) Claro está que, si no hay leyes científicas que respalden las recetas ideológicas del economista, carecerán éstas de eficacia predictiva y con frecuencia conducirán a resultados contradictorios o catastróficos. Justamente esto es lo que ha ido ocurriendo.
Respecto al continuo fallo en las predicciones: el FMI auguró en 2007 buenas perspectivas para la economía mundial, justo un año antes del estallido de la crisis. Fue uno de sus errores clamorosos. Ahora reconoce otro. En un informe firmado por Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo, y Daniel Leigh, se afirma que el Fondo se equivocó en sus previsiones sobre Grecia. “Hemos encontrado que los realizadores de pronósticos subestimaron significativamente el incremento en el desempleo y la caída en el consumo privado y la inversión asociados a la consolidación fiscal.”
Mientras se había calculado que cada euro de consolidación fiscal (de recortes) sólo supondría la pérdida de medio euro en el PIB (y por ello se recomendaba un fuerte ajuste para salir de la crisis) ha resultado que en algunos casos cada euro de consolidación fiscal ha supuesto una pérdida en el PIB de más de un euro. De manera que la austeridad que se proclamaba como imprescindible se ve ahora como algo a rectificar. Y entretanto mucha gente ha sufrido consecuencias desastrosas y en muchos casos irreversibles.
Como sabe bien cualquiera acostumbrado a leer los informes económicos, los expertos nos anuncian cada día expectativas que corrigen las expuestas el día anterior, y las actuaciones que aconsejan no suelen producir los efectos esperables porque interfieren procesos psicológicos y sociales no contemplados en la estrategia económica puesta en juego. Por ejemplo, mientras el mismo Greenspan reconocía ignorar las causas últimas del ciclo expansivo histórico que estuvo viviendo Estados Unidos a fines del pasado siglo, los economistas conservadores fueron incapaces de predecir algo de tanto bulto como las repercusiones que un estallido de la burbuja financiera de Wall Street tendría sobre la economía de los Estados Unidos y del mundo entero. En sentido contrario, la política francesa de Jospin no produjo los efectos catastróficos que los economistas vaticinaban. En 2002 el gobierno de Áznar decretó unas medidas potenciadoras de la explotación laboral bajo el supuesto de que eran imprescindibles para evitar una catástrofe económica, pero el gobierno se vio luego obligado a retirar el llamado “decretazo” y más tarde hubo que aceptar que la economía española no sólo no había ido a la anunciada debacle, sino que crecía más que otras economías europeas.
Predecían los economistas neoliberales que la desregulación de sectores como las eléctricas, las telecomunicaciones o las finanzas llevarían a un grado de regulación más adecuado, el establecido por el mercado, pero lejos de eso se ha revelado como una trampa que, en opinión de Stiglitz, ha conducido a la supresión irreflexiva y sin más de todo mecanismo regulador.
En España tenemos un ejemplo de los efectos de la liberalización del suelo, que convirtió a todo terreno en objeto de especulación, sin orden ni planificación en el crecimiento de ciudades y urbanizaciones, generando un globo especulativo que, al explotar, agravó en España la crisis mundial. El mercado libre conduce a que tengamos por una parte urbanizaciones de lujo, por otra barriadas dormitorio en las que malviven sin espacio poblaciones hacinadas en feos edificios, sin perspectivas urbanas agradables, sin instalaciones deportivas, sin parques y locales para una actividad social diversa (y además personas endeudadas de por vida por el crédito hipotecario). El urbanismo de hacinamiento, la congestión, polución y ruido de las ciudades es una consecuencia de la economía que especula libremente para obtener beneficios sin la suficiente planificación y control públicos. Los centros de las ciudades se están despoblando de sus habitantes tradicionales convirtiendo sus antiguas viviendas en apartamentos para gentes de paso, en atención a cuyos intereses turísticos se va orientando el mercado.
Puesto que las políticas que los neoliberales presentaban como taumatúrgicas llegaron a imponerse, sus resultados han acreditado, si hiciera falta, la falsedad de sus principios teóricos. Alguien ha recordado al respecto que el ilustre economista J.K. Galbraith decía que la única función de las predicciones económicas es «hacer que la astrología parezca respetable».
Todo esto no ha sido obstáculo, sin embargo, para que se siga afirmando la misma doctrina, sólo que añadiendo que si las medidas liberalizadoras no han tenido el éxito que se anunciaba es porque no han sido suficientemente fuertes y generales (porque los Estados han seguido interviniendo en lugar de dejar que sólo intervengan los mercados). Para que las políticas liberales tengan eficacia han de ser “ortodoxas” (lo que quiere decir, a la carta, al gusto del capital por completo, aun más asfixiantes).
¿Quién puede seguir creyendo que esta gente actúa guiada por análisis y predicciones científicas? Están aplicados a lo que les interesa: debilitar la educación y la sanidad públicas, meter el miedo en el cuerpo a los futuros pensionistas, hacer la reforma laboral que deseaban los empresarios. Todo ello, eso sí, bajo el supuesto de que no hay alternativa porque las leyes económicas lo imponen.
Ahora se atreven a festejar buenos indicios: empezamos a salir de la crisis y dentro de poco estaremos fuera. Tratan de preparar el terreno para achacarse el mérito si la mejoría se aprecia antes de las próximas elecciones. Nos dirán entonces que su mano dura libró de la hecatombe al país entero.
La crisis pasará, claro está, no hay crisis que cien años dure, y sus causantes se irán por lo general con grandes beneficios y sin ningún castigo. Supongamos que la economía vuelve a arrojar datos satisfactorios. La cuestión es ¿a qué precio?
Si en el país que nos dejen acaba disminuyendo el paro eso querrá decir que muchos accederán a un trabajo de esclavos, mal pagado y sin derechos ni garantías, pero que se aceptará por miedo y se recibirá como un favor a agradecer. Y la sanidad y la educación serán más cicateras para todos y más costosas, e incluso inasequibles para muchos de los que no las puedan pagar.
¿Por qué, si no lo son, pasan los economistas por científicos?
Claro está, es preciso que nos preguntemos por qué, si todo lo hasta aquí dicho es cierto, las elementales recetas del economista se presentan bajo la impresionante apariencia de leyes científicas, por qué parece que la economía es una ciencia compleja y rigurosa. Y como respuesta podemos señalar dos razones, una técnica y otra jurídica.
La razón técnica es que los hechos económicos no son accesibles al lego. Por una parte vienen conformados por una complejísima legislación. Además se producen por agregación de los efectos de comportamientos individuales esparcidos por todo el territorio nacional e incluso mundial, y aunque estos comportamientos son sencillos uno a uno (alguien invierte en bolsa, compra, vende, ahorra, es empleado o despedido, fabrica, cobra una pensión, transporta, los precios suben o bajan, etc.), la mera percepción del hecho económico constituido por todos esos comportamientos requiere aparatos burocráticos de larguísimos e innumerables tentáculos y un tratamiento matemático. La fabricación tecnológica de los hechos económicos requiere ciencia aplicada, pero esa ciencia no es económica, sino estadística.
Es significativo al respecto que el Nobel de Economía de 2003 se haya concedido a los estadisticos Robert Engle y Clive Granger por su contribución a la econometría. El objetivo de la econometría es especificar y estimar en términos matemático-estadísticos las relaciones entre las distintas variables que interesan al economista. Con su modelo estadístico Granger ha facilitado averiguar si en series con evoluciones tendenciales similares existe una relación de dependencia (en cuyo caso se dice que están cointegradas) y ha propuesto un concepto denominado “causalidad en el sentido de Granger” que sirve para determinar si una variable precede a otra. Por su parte Engle ha elaborado métodos de análisis de series temporales (evolución del PIB, de los precios, de la cotización de las acciones o de los tipos de interés) que permiten un mejor estudio de los riesgos en las economías y, sobre todo, en los mercados financieros, al manejar mejor dos características centrales de muchas series temporales: la volatilidad variable en el tiempo (incertidumbre variable) y la llamada “no-estacionalidad”.
El problema que planteaba analizar los datos desde la perspectiva de una volatilidad (incertidumbre) constante es que hay series económicas para las que la incertidumbre no es constante, sino que evoluciona a lo largo del tiempo (como en el caso de los activos financieros, con períodos de tiempo de variaciones suaves seguidos de otros con variaciones muy bruscas). Por ello el profesor Engle ha propuesto predecir la volatilidad futura en función de su evolución variable en el pasado mediante un modelo conocido como ARCH.El problema que planteaba analizar los datos desde la perspectiva de una volatilidad (incertidumbre) constante es que hay series económicas para las que la incertidumbre no es constante, sino que evoluciona a lo largo del tiempo (como en el caso de los activos financieros, con períodos de tiempo de variaciones suaves seguidos de otros con variaciones muy bruscas). Por ello el profesor Engle ha propuesto predecir la volatilidad futura en función de su evolución variable en el pasado mediante un modelo conocido como ARCH.
Como es fácil apreciar, estos modelos apenas traspasan el espacio de la mera percepción, ni siquiera llegan al de formulación de leyes disposicionales de tipo causal. El concepto de causalidad en el sentido de Granger ¡se limita a determinar que una variable precede a otra!
Sin embargo la tecnología formal aplicada a la observación institucional produce un efecto ilusorio que confunde a muchos observadores ingenuos, haciéndoles creer que una mera observación es ciencia económica, algo en el fondo tan excesivo como considerar científico a un ciudadano capaz de comprobar que dedica al pago de créditos un 30% de su sueldo. La mera observación de una variable, incluso más, la mera observación de ciertas correlaciones, no constituye una ciencia, sólo coloca sobre la mesa hechos que requieren un posterior tratamiento teórico.
La segunda circunstancia que contribuye a la falsa apariencia de cientificidad en el discurso del economista es el hecho ya mencionado de que la inserción de espacios regidos por legislaciones estatales (las economías de los distintos países) en un espacio mundial no regulado produce efectos que pueden castigar cualquier política alternativa a la que propone el economista neoliberal y ello causa la impresión de que tal economista estaba apelando a leyes científicas al predecir tales castigos.
¿Nuevos aires?
Afortunadamente algunos economistas solventes (Bairoch, Jean-Claude Pasty, Ha-Joon Chang, Joseph E. Stiglitz, etc.) han hecho una crítica sensata al supuesto mérito teórico de los economistas neoliberales.
Para A. Nove la concesión del premio Nobel a James Buchanan es un mero reflejo del poder de la ideología neoliberal y no el reconocimiento de un mérito teórico. Nove resume la teoría de Buchanan en la afirmación de que en el fondo los funcionarios públicos simplemente defienden sus intereses personales, mientras que en el mercado esta misma defensa, es decir, la maximización de la ganancia propia, conduce a una asignación óptima de los recursos., afirmación que sólo se puede hacer por por ignorancia o por cinismo.
Stiglitz, ex-vicepresidente del Banco Mundial, catedrático de economía de la Universidad de Columbia, ex-presidente del comité de asesores de Bill Clinton y también premio Nobel de economía, afirma en El malestar de la globalización que instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional toman sus decisiones con criterios ideológicos y políticos, no científicos.
Esto no quiere decir que la economía sea una disciplina prescindible. Una teoría general de la sociedad ha de especificar qué subsistemas del sistema social pueden ser objeto de teorías específicas, pero tales teorías no pueden ser autónomas, sino que, aun cuando pongan en juego conceptos propios, han de desplegarse dentro del marco teórico dominado por conceptos de la sociología y la psicología. Una de esas teorías puede ser la económica, encargada de estudiar el espacio en que confluyen recursos, producción y distribución.
Teniendo esto en cuenta, es distinto el papel que un economista puede jugar en nuestras sociedades capitalistas y el que jugaría en otra racionalmente organizada, si llega a existir.
En una sociedad como la nuestra, un economista que no quiera servir de coartada ideológica a los intereses dominantes tiene un papel crítico indispensable. Consiste primero en desenmascarar el mito de la ciencia económica y luego en describir en qué forma la legislación vigente, así como los recursos naturales y humanos de la sociedad, y la inserción de la sociedad entre otras sociedades, configuran el subsistema económico, y en qué forma éste subsistema se relaciona con el sistema social y con los restantes subsistemas del mismo. Se trata de analizar los beneficios y los costes, incluídos los psicológicos, del tipo de economía impuesto y de otros posibles, todo lo cual puede fundamentar la defensa de una legislación y una política económica diferente.
Si en algún momento llegara a darse una sociedad regida por principios de racionalidad y justicia, en ella la economía estaría dirigida a auxiliar a la política en el objetivo de la máxima utilidad colectiva. Para lograr la satisfacción de las necesidades sociales sin perjudicar la conservación de la naturaleza a largo plazo, la política vendría decidida por el conocimiento de los costes relativos de las distintas producciones. La política tendría que ser previsora y la economía debería aplicar conocimiento de cuantas disciplinas científicas fueran pertinentes al evaluar objetivos y medios. De manera que un papel del economista en tanto que tecnólogo sería coordinar el conocimiento de las ciencias implicadas, tanto para el mejor diseño de la política económica cuanto para su mejor realización al mínimo coste.
Hay, pues, que distinguir lo que sería la tecnología económica en una ciencia social desarrollada y lo que es la economía entre nosotros. Y distinguir en consecuencia el papel del economista en nuestras sociedades (que puede ser el de servidor o el de crítico de los intereses económicos dominantes), del que tendría en una sociedad ideal.
Por lo demás la obtención de datos económicos y los cálculos hechos a partir de ellos son necesarios dentro de un sistema económico dado. Por ejemplo, cuando Prodi ha defendido inversiones de 220.000 millones en redes europeas es porque sus economistas calcularon que un aumento del 1% del producto interior bruto (PIB) en inversión pública podría generar una tasa de crecimiento entre el 0,6 y el 1,1% en el PIB, y calcularon que elevar la inversión en I+D hasta el 3% del PIB redundaría en un aumento del 0,5 en la producción nacional y la creación de unos 400.000 empleos anuales. Tales cálculos, aunque sean de poca fiabilidad, son imprescindibles a la hora de tomar decisiones y elegir entre alternativas dentro de una economía capitalista. En otro tipo de economía serían otros los datos y cálculos necesarios.