Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

HARTAZGO, AGOBIO, FATIGA… Y DESESPERANZA (2 de septiembre de 2021)

Los politólogos, políticos y tertulianos conservadores monopolizan el adoctrinamiento diario de la población desde sus numerosos púlpitos. Razonando a partir de las apariencias, ya que no utilizan la única teoría que permite captar lo que subyace en el nivel de las verdaderas causas, dan por por hecho que Estados Unidos, o la UE, o sus distintos países, o la OTAN, son sujetos políticos que actúan según motivaciones que nacen de los intereses de sus poblaciones, sujetos políticos capaces de actuar como tales mediante las instituciones del Estado. Por ello dicen que Estados Unidos, la UE o tal o cual país ha hecho esto o lo otro, ha tomado tal o cual decisión.

Pero lo cierto es que los verdaderos sujetos políticos son las oligarquías económicas, y que los Estados no son la representación jurídica de sus pueblos, sino los consejos de administración de los ricos. Las oligarquías dominantes financian partidos políticos que actúan como testaferros secretos y los parlamentos se limitan muchas veces a convertir en leyes los borradores diseñados por los equipos jurídicos de los grandes monopolios y oligopolios.

Por tanto cuando se dice Estados Unidos se debería decir “la oligarquía económica estadounidense” y cuando se dice Unión Europea se debería decir “la oligarquía económica europea”. O si se quiere mayor precisión (para los casos en que la oligarquía anda dividida) aquella parte de la oligarquía que en ese momento se ha impuesto.

Es evidente que esta realidad debe ser ocultada o disimulada, pues en otro caso el poder perdería legitimidad. Y ello requiere mantener a la población en una ignorancia funcional (el capitalismo no podría sobrevivir si la población tuviera suficiente conocimiento e información). De ahí que en lugar de enseñar en las escuelas la teoría marxista, la desacreditan identificándola con el estalinismo o con el fracaso económico, o la tachan de obsoleta y la sustituyen por la mitología conservadora, utilizando un impresionante aparato de fabricación ideológica (películas, tratados teóricos, medios de comunicación, libros de texto, premios a teóricos, intelectuales y comunicadores por sus servicios y castigos por su rebeldía).

Se habla mucho de las noticias falsas como de un grave peligro, pero el verdadero peligro no está en las noticias falsas sino en las ideas falsas (muchas de ellas promovidas precisamente por quienes alertan del peligro de las noticias falsas). Pues las ideas falsas constituyen esa falsa conciencia de que hablaba Marx, que impide a la gente captar cuales son sus verdaderos intereses y que, por otra parte, la hace víctima fácil de las noticias falsas.

El masivo engaño de la propaganda conservadora es meritorio si se tiene en cuenta lo claras que van estando las cosas, más y más claras cada día que pasa. Es sorprendente que los europeos no se pregunten por qué la UE carece de autonomía incluso cuando Estados Unidos la menosprecia y humilla. O por qué los políticos occidentales se empeñan en mantener las patentes de las vacunas mientras dura la pandemia. O por qué son incapaces de aumentar los impuestos a los riquísimos para ayudar a sobrevivir a los que viven en pobreza extrema. O por qué permiten que las eléctricas cobren los suministros al precio de la fuente más cara aunque su porcentaje en el suministro haya sido mínimo, etc., etc., etc.

La derrota en Afganistán, la pésima gestión de la pandemia y el precio de la electricidad son tres temas que, puesto que no cuadran con el discurso oficial, deberían alertar a los ciudadanos perspicaces.

¿A qué fue Europa a Afganistán?

El poder económico no solo defiende sus intereses mediante la fuerza ideológica, sino añadiendo la fuerza militar. Desde finales de la segunda guerra mundial el impresionante ejército de Estados Unidos defiende los intereses de la oligarquía americana en el mundo, pero puesto que para ello tiene que defender una economía de mercado sin trabas, indirectamente beneficia a las oligarquías económicas europeas, que carecen de fuerza militar suficiente para defender ese marco económico mundial. Ello explica la supeditación de estas oligarquías a aquélla, supeditación que aparece en el nivel superficial como supeditación de la UE a Estados Unidos

La OTAN es en apariencia una alianza militar intergubernamental, en la que los Estados miembros se comprometen a defender a cualquiera de ellos si son atacados por una potencia externa. Aparte de Estados Unidos hay en esa organización 27 países europeos (entre ellos España salvo Ceuta y Melilla), además de Canadá y Turquía, pero todos ellos son comparsas, porque de hecho la OTAN es una extensión del ejército de Estados Unidos financiada en parte por países de oligarquías obedientes.

La guerra de Afganistán fue declarada por Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la OTAN se vio involucrada en esa guerra y ejecutó operaciones de combate bajo la dirección de comandantes estadounidenses. El objetivo proclamado era desmantelar la red terrorista Al Qaeda, pero es bien sabido que al terrorismo no se lo vence con guerras, solamente se lo exacerba. Se ha dicho también que los esfuerzos occidentales trataban de convertir Afganistán en una nación moderna, democrática, libre del fundamentalismo religioso de los talibanes, respetuosa con la igualdad jurídica de mujeres y hombres.

Todo falso, pues Estados Unidos había apoyado a los talibanes y al terrorismo de Al Qaeda cuando le convino para desestabilizar a la URSS y para acabar con un gobierno comunista en Afganistán, a cuyas reformas se oponían los ricos terratenientes y los islamistas más conservadores, enfurecidos por el carácter laico del Estado y la igualdad de hombres y mujeres. A Estados Unidos no le importaba la situación de las mujeres en aquel país, como tampoco le importa en otros que son aliados para sus intereses económicos o geoestratégicos. El intento de controlar Afganistán no tenía que ver con los móviles proclamados.

Pero oigan el clamor mediático ajeno a la verdad, tan preocupado de repente por las mujeres afganas como si alguna vez le hubieran importado, oigan hablar de los talibanes y de los terroristas y de los señores de la guerra como si no hubieran sido otras veces aliados promovidos y financiados, oigan hablar de la democracia, como si fuera el ideal que persigue la política occidental, oigan hablar del fundamentalismo musulmán como si fuera diferente del fundamentalismo católico (imaginen lo que harían ciertos obispos españoles si Vox consiguiera el poder y nos hiciera retroceder ideológicamente a una edad de inquisiciones y quema de herejes), oigan hablar de la brutalidad en que ha caído Afganistán como si fuera menor la ejercida por las oligarquías occidentales cuando les conviene (acabo de leer información sobre la excelente relación del rey Juan Carlos con Videla y una cita sobre la conocida teoría de Estados Unidos en defensa de los dictadores carniceros “hijos de puta” cuando son sus hijos de puta).

Puesto que Estados Unidos, la UE y la OTAN son nombres encubridores de las oligarquías dominantes, digamos que la oligarquía estadounidense arrastró a las europeas a su partida contra Rusia y China, pese a que sólo perjuicios se podían seguir para las poblaciones europeas, pues nada hay en la realidad política y militar actual que deba provocar en esas poblaciones más temor a Rusia o a China que a Estados Unidos Las oligarquías europeas, ocultas tras los dirigentes políticos testaferros, actuaron por mera obediencia, aunque fuera a regañadientes.

Si España no es un sujeto político (sólo lo es formalmente), está claro que España nunca decidió intervenir en esa guerra, lo decidió su gobierno títere, diseñado como todo gobierno de país capitalista para recibir órdenes y ejecutarlas, órdenes de la oligarquía local y, sobre todo, de la estadounidense, a la que hay que obedecer con prontitud, y además con ferviente agradecimiento si el gobierno títere puede presumir de haber tenido unos minutos de conversación con el testaferro mitificado (el presidente de los Estados Unidos).

Pero Estados Unidos es un imperio decadente que va perdiendo su partida contra Rusia (no ha podido impedir la anexión de Crimea) y sobre todo contra China, y que tiene que ir aceptando que ya no manda en el mundo como mandaba desde la caída de la URSS. Su salida de Afganistán ha sido tan vergonzosa como la de Vietnam, porque Estados Unidos, pese a su impresionante fuerza militar, no puede ganar ninguna guerra de tipo imperialista. Puede arrasar un país lejano sin dejar a nadie vivo, pero eso no sirve a sus intereses económicos ni geoestratégicos y hundiría su maltrecha reputación. Para una lucha diaria contra poblaciones hostiles carece de instrumentos y termina por rendirse y huir. Las restantes oligarquías de la OTAN han tenido que huir de igual manera, arrastradas primero a la guerra y luego a la huida.

Ocurre que el poder europeo tiene intereses propios por sus crecientes relaciones comerciales con Rusia y China, intereses que Estados Unidos le exige sacrificar. Pero, al estar en decadencia el poder imperial, empiezan a oírse voces que se resisten a tal sacrificio o que proclaman la necesidad de que Europa tenga su propia fuerza militar (al servicio, claro está, no de las poblaciones europeas, sino de los intereses de sus oligarquías). Al fin y al cabo el poder estadounidense lucha contra Rusia y China para mantenerse como dueño del mundo, pero esa es una lucha condenada al fracaso y que cada vez interesa menos al poder económico europeo, que empieza a ver una oportunidad de librarse de su sumisión y recuperar protagonismo en un mundo capitalista multipolar.

La lucha contra la pandemia

El respeto a los derechos humanos es en el mundo capitalista una retórica indigesta porque se enfrenta a la continua violación en ese mundo de los derechos humanos fundamentales. El poder económico no está dispuesto a perder eficacia depredadora por respeto a los derechos humanos en el espacios laboral y menos aún en el fiscal (pese a que una más justa distribución de la riqueza es condición indispensable para todos los derechos restantes). Y puesto que los derechos básicos no se respetan en el mundo capitalista, sus jueces, teóricos y políticos amaestrados exageran hasta el ridículo las manifestaciones de respeto a los derechos individuales en aquellos espacios que resultan indiferentes al poder económico.

La lucha contra la pandemia ha dejado claras las diferencias entre las dictaduras de izquierdas (China sobre todo) y las dictaduras del capital (nuestro mundo occidental). Por una parte entre nosotros el poder económico viene impidiendo que se suspendan las patentes de vacunas para cuya creación se recibió dinero público. El mero retraso en esa suspensión ya ha conseguido que las empresas farmacéuticas hayan hecho un impresionante negocio, pero con gran peligro, pues para acabar con la pandemia es necesario que las vacunas lleguen cuanto antes al mundo entero.

Por otra parte los políticos han oscilado continuamente entre primar a la economía o primar a la salud aun sabiendo que sin salud no hay economía, atenazados por el temor a una grave crisis económica si se interrumpe la lógica del mercado, y así han terminado perjudicando tanto a la economía como a la salud.

En España tenemos por añadidura a nuestros desprestigiados jueces suplantando a científicos y políticos para decidir, según su cambiante capricho, qué pueden hacer y qué no pueden hacer los distintos gobiernos (el central y los autonómicos) y qué se puede y qué no se puede prohibir a los ciudadanos.

Este es uno de los momentos en que se convierte en disfuncional el tipo de población fabricado por el sistema primando los rasgos de ignorancia y egoísmo. Por todas las ciudades hemos visto hordas que, en nombre de la libertad, vociferan su oposición a las vacunas y desafían las limitaciones legales haciendo botellones y festejos con alardes de necedad e insolidaridad. Y los gobiernos titubean y no se atreven a imponer la racionalidad con la misma contundencia con que imponen la injusticia cuando se trata de ejecutar un desahucio o de reprimir una manifestación obrera. No estoy criticando a esas muchedumbres, que no son culpables de haber sido fabricadas así. Estoy aludiendo al sistema social que necesita fabricarlas así y a los gobiernos que las dejan campar a sus anchas porque no tienen otra aspiración que mantenerse como testaferros del verdadero poder y temen perder votos si se muestran firmes.

Entretanto los defensores de las esencias democráticas se muestran exquisitos y discuten prolijamente si es legal o no imponer la racionalidad, y precisamente cuando no se trata de cosas menores, sino que están en juego vidas ajenas. La ley que nos niega el derecho a poner fin a nuestra vida en el momento en que nos parezca oportuno (derecho humano que debería ser primordial) concede en cambio el derecho a rechazar la vacuna en tiempos de pandemia, como si se tuviera derecho a poner en juego la vida de los demás (que eso es lo que ocurre a la luz de las evidencias científicas). Incluso se concede ese derecho a quienes trabajan en residencias de ancianos, o de cara al público en espacios oficiales o comerciales.

Y ahí tenemos sesudas intervenciones de juristas y éticos muy meticulosos, que elucubran sobre si exigir el certificado de vacunación puede violar el sagrado derecho a la intimidad (y ello mientras aceptan que las plataformas digitales sean entidades privadas que acumulan sin control público datos sobre la intimidad de la ciudadanía). Ahí tenemos a jueces que exigen requisitos imposibles de cumplir por la policía para impedir una fiesta prohibida que puede aumentar los contagios, o que sentencian que el derecho a la libertad de movimientos de un irresponsable es de mayor valor que el derecho a la vida de las posibles víctimas.

Si pasamos a otros espacios, para nuestros jueces es del máximo valor el derecho que tiene un propietario de cien viviendas a desahuciar a un inquilino que se queda en la calle con niños pequeños, dado que el derecho de ese inquilino a una vivienda digna no tiene valor porque, aunque lo afirma la Constitución, no se han promulgado las leyes orgánicas que lo harían exigible jurídicamente.

Y es también de máximo valor el derecho del rico a mantener libre de ataques una fortuna de varias decenas de miles de millones, aunque tal riqueza sea moral y racionalmente injustificable y produzca un aumento de la pobreza extrema.

Hay jueces que se justifican diciendo que ellos se limitan a hacer cumplir las leyes y que si esas leyes no son justas deben ser cambiadas. Pero ¿cómo podemos esperar que cambien esas leyes precisamente los parlamentos controlados por el poder que no quiere que cambien esas leyes?

Es así como se cierra el círculo.

El precio de la electricidad

Acabamos de oír a una ministra que dice que no se puede obligar a las compañías eléctricas a que cobren por la energía hidroeléctrica su verdadero precio porque el marco regulatorio europeo no lo permite. Y que lo único que cabe es recomendar empatía a las eléctricas.

En España desconfiamos con razón de nuestras instituciones. Pero por contraste la gente cree que Europa es un modelo de racionalidad y justicia. Decir por tanto que el marco regulatorio europeo no permite algo es como decir que tiene que haber buenas razones para no permitirlo (aunque nadie consiga verlas).

Porque resulta que lo que Europa nos estaría obligando a soportar es que se nos cobren los suministras de todas las fuentes de energía (nuclear, gas, hidraúlica, verde) al precio de la más cara, aunque el porcentaje de ésta haya sido mínimo. No es de extrañar que a partir de este disparate las eléctricas hayan tenido la osadía de vaciar pantanos para vender grandes cantidades de energía barata al precio de la más cara.

¿No puede nuestro gobierno exigir a la UE una rápida rectificación de ese marco regulatorio a la vista de sus consecuencias en nuestro país? Por lo visto no. Ni siquiera el gobierno se ha dado cuenta de que algunos pantanos se estaban vaciando hasta que han quedado vacíos. La ministra se ofende porque se la acuse de connivencia con las empresas eléctricas, pero debería recordar que, aparte de la gran capacidad de presión y chantaje que tienen los grandes oligopolios, personas que tuvieron altos cargos en el PSOE han entrado por las puertas giratorias en los consejos de administración de las eléctricas.

El resultado es un anormal enriquecimiento de las eléctricas a costa de perjuicios que para algunos pueden ser insuperables (pequeñas empresas, autónomos) o insoportables (los obligados por la subida del precio a prescindir de la energía eléctrica necesaria no sólo para la comodidad sino incluso para la salud). Pero como se ve nada puede hacer el gobierno para imponer racionalidad al mercado.

He oído en una tertulia de la SER que el problema está en la falta de pedagogía, en que estas cosas deberían ser explicadas por el gobierno para que todo el mundo las entienda. ¡Pero hombre! ¿Cómo vamos a pedir al gobierno que explique aquello que precisamente no puede ser explicado porque pertenece al secreto del sumario político?

Es como si preguntamos por qué no se ha aprovechado Bankia para crear un banco público o por qué no se ha creado una empresa eléctrica pública. Nada nos pueden decir, porque lo que pudieran decirnos pertenece también al secreto del sumario.

Desesperanza

Tenemos ante nosotros el futuro representado por distintas juventudes. Hay una muy visible, que da deprimentes espectáculos de necedad e insolidaridad. Hay otra que lo presencia todo en silencio, como si lo que ocurre fuera de su ámbito privado no fuera con ella. Son juventudes fabricadas por el sistema sin la oposición de la izquierda. Enhorabuena al sistema.

Si quiere hacer algún comentario, observación o pregunta puede ponerse en contacto conmigo en el siguiente correo:

info@jmchamorro.es