23 de octubre de 2013
En relación con la beatificación en Tarragona de 522 religiosos asesinados durante la guerra civil española, la Coordinadora para la Laicidad y la Dignidad, junto con diversas entidades, sindicatos, representantes del PSC e ICV y ciudadanos a título individual, han hecho un manifiesto que califica estas beatificaciones como “un insulto a la memoria y a la historia”.
Dentro de la propia Iglesia, la organización “Cristianas y Cristianos de Base” de Madrid, en un artículo titulado El escándalo de una beatificación sectaria, denuncia que los obispos “ignoran a los miles y miles de republicanos asesinados por los franquistas y cuyos restos siguen en las cunetas de nuestros caminos o en fosas comunes nunca abiertas”. El colectivo recuerda que la Iglesia “dio apoyo explícito” a la dictadura “con la que colaboró de forma decisiva desde los primeros momentos del golpe de Estado”, y la acusa de realizar una “instrumentalización partidista de los muertos” en vez de aprovechar la celebración “para pedir perdón a la ciudadanía” por el papel de la Iglesia “como impulsora” de la contienda, y por “su colaboración en la muerte o asesinato de miles de inocentes ofreciendo incluso listas de feligreses sospechosos a los pelotones de la muerte”. “Olvidar los miles de obreros, maestros, maestras, intelectuales, e incluso sacerdotes, asesinados por el franquismo por motivos de fidelidad al pueblo —y a menudo también a su fe— no solo es una injusticia, sino que hace imposible una verdadera reconciliación”, concluye esta organización.
El carácter sectario del acto (que por cierto ha sido avalado por el nuevo papa) se muestra efectivamente en que se beatifica a los que fueron asesinados por simpatizar con el ideario del bando franquista y se deja en el olvido a los asesinados por simpatizar con el ideario del bando republicano. No es por ello de extrañar que anunciaran su asistencia grupos ultraderechistas como Falange, Nudo Patriota Español, Alianza Nacional, España en marcha, Movimiento Católico Español y Democracia Nacional.
Este es un aspecto del asunto, pero el que ahora me interesa comentar es otro: que las aspiraciones nacionalistas de Cataluña nunca estuvieron tan heridas como durante el franquismo, que abolió las instituciones catalanas reconocidas durante la República y persiguió con saña toda muestra de nacionalismo, e incluso, más allá, el uso de la lengua catalana en el seno de la administración.
Y he aquí que Artur Mas, acompañado por algunos de sus consejeros, asiste a la beatificación selectiva junto a ministros como Gallardón y Fernández.
Desde el punto de vista de los significados simbólicos, se podría decir que Artur Mas se ha situado en el bando heredero de los que perpetraron la mayor agresión a las aspiraciones nacionalistas catalanas, y en un acto que ofende a los herederos de quienes se opusieron en nombre de una legalidad que reconocía a Cataluña una autonomía semejante a la que se disfruta en un Estado Federal.
No parece que la gran masa de independentistas catalanes se haya escandalizado, pero ¿qué ha hecho ERC? ¿Acaso ha reprochado vivamente a Artur Mas su asistencia al acto de Tarragona? Pues no. Su portavoz adjunto en el Parlament, Oriol Amorós, ha expresado su respeto por la beatificación, objetando simplemente que “no es una explicación de lo que pasó” durante la Guerra Civil y los años 30 en España.
Por supuesto que no. Por recordar algo: al final de la guerra civil la Generalidad hubo de exiliarse y el presidente Lluís Companys, que precisamente pertenecía a ERC, fue detenido por la Gestapo en Francia y extraditado y juzgado sumariamente en España. Condenado a muerte por haber defendido la legalidad constitucional republicana, fue fusilado en el castillo de Montjuic (y se podría decir, de manera simplificatoria, que por el mismo bando de los ahora beatificados). De 70.000 militantes que tenía ERC la mitad tuvo que exiliarse y otros muchos murieron luchando en la guerra civil contra el bando franquista o ejecutados después de la guerra.
La asistencia de Artur Mas a esa beatificación parece inexplicable (¿quién le mandaba ir allí?), pero tiene sin embargo una explicación, lo mismo que el silencio comprensivo de ERC.
Ya en su momento la élite económica catalana pactó con el franquismo, coincidiendo en ese pacto con la iglesia católica. Élite económica e iglesia católica coinciden siempre.
Para la iglesia es importante estar a bien con los que mandan en el terreno económico y en el político, así sean dictadores sangrientos (Franco, Pinochet, Videla, etc.). A su vez, para los grupos económicos y sus representantes políticos es importante estar a bien con la iglesia (tenerla a favor y por nada del mundo en contra), porque es una fábrica insuperable de ideología legitimadora y de influencia. Claro que la necesidad de contentar a la iglesia obliga en algún momento a contradicciones lamentables, como la de Artur Mas. ¡Qué se le va a hacer! Esperar que pase desapercibida.
Y es que el nacionalismo en CIU es condicional y secundario. Por debajo de las apariencias, el papel de CIU en Cataluña es el mismo que el del PP en España. Ahora, alegando que no se puede hacer otra cosa, CIU está ejecutando sin piedad la política que la derecha mundial impone, supeditando los intereses del pueblo catalán a los de la minoría bien instalada a la que sirve.
Puesto que la independencia no interesa a los grandes grupos económicos catalanes, el nacionalismo en manos de CIU es sólo un argumento para exculpar los pecados propios, satisfacer a sus afiliados nacionalistas, conseguir votos de independentistas y obtener del Gobierno español ventajas económicas y competenciales.
El problema es que Mas ha presionado tánto con la amenaza secesionista que el asunto se le ha escapado de las manos, con viva alarma de los grandes empresarios catalanes. Parece que, no sabiendo ya cómo frenar, sólo puede huir hacia adelante.
Entretanto ERC observa y espera relamiéndose. Cuidadosa de no dar un paso en falso, ha manifestado su respeto por una beatificación que debiera haber condenado. Cálculos electorales. No ha querido correr el riesgo de enojar a potenciales votantes católicos.
Al fondo, como decorado sin el que esta representación sería imposible, la ignorancia de la población, que los poderes establecidos tánto y tan bien promueven por acción y por omisión.
Pero en fin, no hagan caso de explicaciones de este tipo, que son inaceptables porque provienen del obsoleto marxismo. Son populistas y demagógicas, como bien dice la derecha, que es la que más sabe de populismo y demagogia.