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LA VALIDEZ ACTUAL DE UN MARXISMO REFORMULADO. IV: EL QUÉ HACER DE LA IZQUIERDA

Se pueden señalar varios momentos de la progresiva decadencia de la izquierda marxista desde el final de la segunda guerra mundial. Ocurrió primero la denuncia del estalinismo hecha por Kruschev en 1956, que anonadó a la izquierda y dio argumentos a la derecha para identificar el comunismo con aquella horrible forma de dictadura; luego la necesidad de desmarcarse de Moscú cuando en 1968 fuerzas militares del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia; finalmente la caída de la URSS en 1991, que algunos interpretaron como una refutación definitiva de la teoría marxista. Entretanto el capitalismo fue mostrando que sabía utilizar la ideología para dominar y explotar con la anuencia y apoyo de los explotados.

Por todo esto los partidos comunistas de Francia, Italia y España llegaron a la conclusión, seguramente acertada, de que la democracia es un requisito previo al socialismo, no un efecto, y renunciaron a la revolución violenta, al partido único y a la dictadura del proletariado.

Pero nada de esto obligaba a legitimar la “democracia” burguesa y a sustituir la revolución por el electoralismo. Y sin embargo eso fue lo que se hizo, con las consecuencias que hemos ido viviendo y sobre las que creo que no se reflexiona lo suficiente.

En seguida un PCE miope contribuyó a la llamada Transición y luego, acobardado, se camufló en Izquierda Unida para que el rechazo a la palabra “comunismo” no le restara votos.

Desmoralizados por la experiencia de su progresiva decadencia, los partidos comunistas han ido dejando el campo a una derecha que marca las reglas de la contienda política y de la ideológica, hasta el punto de que, por ejemplo, se lanza a oponer comunismo a libertad sin que la izquierda se atreva a defender el comunismo como ideal humano, ni a combatir adecuadamente el concepto conservador de libertad.

Ahora todo lo que se percibe en la vida política es electoralismo, presente en los continuos análisis que versan sólo sobre líderes, confluencias, pactos, expectativas y encuestas electorales, coaliciones, actividades parlamentarias e institucionales, etc., con desinterés por el amplio espacio social que queda más allá del juego de la política oficial, precisamente el espacio que demanda un interés preferente de la izquierda anticapitalista.

LAS CARACTERÍSTICAS DEL ELECTORALISMO

En una entrevista publicada en elDiario.es del 11 de abril de 2017 Alberto Garzón definía el electoralismo como una cultura política que propone que las instituciones que se han conseguido son las necesarias y las suficientes para llegar al socialismo y que, por lo tanto, el instrumento de mayor incidencia social es presentarse a las elecciones y tener influencia en las instituciones. De esta forma desde la Transición perdió peso en la izquierda todo lo que no fuera maquinaria institucional.

Siendo esto cierto, creo que el electoralismo queda mal caracterizado si se identifica como dedicación casi exclusiva a elecciones e instituciones, pues es más bien el artilugio inventado por el poder económico para hacer inofensiva la elección popular de líderes políticos (es decir, para privar de sustancia a la forma democrática): no consiste sólo en esa limitación de la actividad política, sino sobre todo en la forma específica que adquiere esa limitación, cuyas características son sobre todo éstas:

a) El éxito de cada partido depende de los votos que consigue, puerta de entrada al poder de decisión, influencia y cargos. El partido que no consigue éxito electoral y poder institucional no existe en el mundo de la política.

b) Para conseguir votos es necesario un marketing electoral costoso, porque en la “democracia” capitalista las opciones políticas se venden como las restantes mercancías. Esto deja fuera de juego al partido que no disponga de financiación generosa y de suficiente apoyo en los medios de comunicación dependientes del capital.

c) A cambio de esa financiación y apoyo los partidos prosistema han de hacer la política “correcta” y contribuir al afianzamiento de la Gran Mentira bajo el axioma de que al pueblo se lo engaña fácilmente.

d) Si el líder tiene éxito electoral pasa a ser reverenciado en el partido y a ejercer una dictadura indiscutida. Los medios lo convierten en un líder carismático, no importa que su principal cualidad haya de ser, por la lógica de la situación, la capacidad imperturbable para una hipocresía sin límites.

e) Los cargos conseguidos mediante los votos producen una clase de políticos que se hacen imprescindibles por conocer la vida institucional y la maquinaria interna del partido. Por tanto se profesionalizan y han de ser recolocados en un puesto cuando pierden otro.

f) La realidad es suplantada por las innumerables encuestas que se van sucediendo entre dos elecciones, y esas encuestas, la mayoría poco fiables, marcan la vida del partido, activando pesimismos, optimismos y pautas políticas.

2. Así descrito, el electoralismo es el medio ambiente natural de los partidos conservadores. En cambio, por las razones siguientes, desnaturaliza a cualquier partido de izquierdas que lo adopte:

a) Es un error apelar al éxito o fracaso electoral como prueba y señal de ir por buen o por mal camino. Se pueden estar haciendo las cosas muy mal a largo plazo y tener ese éxito, y al contrario.

b) La supeditación a líderes carismáticos con gancho electoral trae como consecuencia, en el mejor de los casos, que el carácter democrático del partido se limite a apelar a unas bases que aceptan lo que el líder propone. Y también que el fracaso electoral provoque luchas por el poder o escisiones. Y que el líder identifique su éxito personal con el éxito electoral y desee éste a cualquier precio.

c) La izquierda imita a la derecha eligiendo eslóganes, gastando dinero para llenar las calles de carteles y propaganda, alquilando locales para pedir a gritos el voto en los mítines, mendigando o pagando apariciones en radios y televisiones enemigas. Siempre en decisiva desventaja.

d) Mientras no es perjudicial para la derecha que elecciones e instituciones agoten la energía del partido, porque esa es su única finalidad, el efecto en la izquierda es el abandono de actividades que ella misma considera necesarias. En cada periodo electoral se cae en la cuenta de todo lo que se debería haber estado haciendo y no se ha hecho, y los candidatos intentan remediarlo yendo por barrios y zonas pobres para hacerse presentes, pero entonces quedan en evidencia, porque se va a un sitio en el que no se está. A esos barrios y pueblos no hay que ir, en ellos hay que estar, y no precisamente en periodo electoral, sino en los periodos restantes. Pasadas las elecciones, el partido vuelve a dedicar todos sus esfuerzos y su dinero a las actividades institucionales, y no tiene tiempo ni recursos para ocuparse de aquellas otras que deberían caracterizarlo. Y vuelve a echarlas de menos en el próximo periodo electoral.

e) Añádase, y esto es lo principal, que cuando un partido de izquierdas acepta el juego electoralista es mucho lo que calla por miedo a la reacción mediática y por no molestar a aliados ocasionales, pero sobre todo para plegarse a la sensibilidad de la masa electoral cuyos votos se buscan. Por ejemplo, no es aconsejable decir que la democracia es imposible mientras no haya un límite racional y justo a la riqueza privada, ni hacer responsable a Estados Unidos cuando otros denigran a Cuba o Venezuela, hay que callar cuando otros invocan la libertad de expresión para legitimar el monopolio mediático en manos del capital, etc., etc. Un caso muy aleccionador lo estamos viendo con la invasión de Ucrania. El miedo al castigo mediático y electoral obliga a recurrir a medias verdades y a silencios culpables. En definitiva, a una pérdida de credibilidad.

f) Hay muchas decisiones que sólo pueden explicarse por razones electoralistas. Por ejemplo, que cuando los anticapitalistas salieron de Podemos, IU no se entendiera con ellos, sino con la facción socialdemócrata que quedaba en Podemos.

Y TODO ¿PARA QUÉ?

Lo peor es que si este juego da a la izquierda algún éxito que represente peligro para el Poder económico, recibirá del ejército mediático los ataques inmisericordes que ha tratado de evitar, y estará sin armas con que defenderse y tal vez con un apoyo decreciente de quienes votaron a su favor.

Si el partido obtiene alguna cuota de poder se hacen grandes festejos para en seguida constatar que la política posible es, en el mejor de los casos, una lucha agotadora por recoger alguna migaja del banquete, sea un pequeño aumento en el salario mínimo, un blindaje constitucional de pensiones en su mayoría miserables, una ligera mejoría en condiciones laborales de semiesclavitud, etc.

Como está claro que no es realista proponerse llegar más lejos, los cargos del partido pueden vender esas mejoras como un éxito dadas las circunstancias. Pero ni así pueden evitar la pérdida de votos. Entonces buscan mil explicaciones y hacen propuestas de cambios, incluso de refundaciones, pero sin salir de la estrategia electoralista. Todo se resuelve, por ejemplo, en recurrir a una líder salvadora que unifique a las distintas izquierdas y que trate de ganar votos con una estrategia transversal. Cuando Pablo Echenique dice que con Yolanda Díaz hay más posibilidades de que pueda ocurrir un frente amplio con Más País está pensando en mejorar el resultado electoral. En eso queda todo.

Pero imaginemos el caso muy improbable de que unas elecciones generales dieran un buen día a un partido de izquierdas una holgada mayoría absoluta. Esto sólo valdría para que tal partido comprobara que el poder político, aunque controle gobierno y parlamento, no tiene fuerza por sí solo para mover un ápice de su camino al Poder verdadero, al económico, y que para dar la verdadera batalla no basta el apoyo electoral, hay que conseguir otro más decidido y constante que por ahora no se puede esperar del tipo de población que predomina en nuestros países.

De manera que los políticos de la izquierda afiliados al electoralismo por ahí andan como activistas sin teoría, creyendo que tocan los cielos cuando ganan votos, que bajan a los infiernos cuando los pierden.

ENTRE REVOLUCIÓN VIOLENTA Y ELECTORALISMO ¿HAY ALTERNATIVA?

Son muchos los que sólo encuentran dos opciones para la izquierda. O bien aislarse en la pureza de los principios como en torre de marfil, mirando con nostalgia al pasado y viviendo la propia pureza moral, pero sin hacer nada de provecho, o “mancharse las manos” (por ejemplo, consiguiendo votos que permitan un gobierno de coalición con el PSOE) para “resolver los problemas de la gente”. En realidad la expresión “mancharse las manos” es una forma de referirse al electoralismo. Es la idea que inspiró al PCE en los años 70 del pasado siglo y está hoy claro que se falló al calcular si los beneficios de “mancharse las manos” compensaban los perjuicios. Ahora sabemos que apuntalar una Transición lamentable hundió al PCE en la irrelevancia y no impidió que el franquismo siguiera controlando al país.

Es la falta de imaginación lo que impide ver todo lo que se puede hacer desde fuera de las instituciones, incluso más, impide ver que ello no es incompatible con concurrir a elecciones y ocupar cargos institucionales. Basta con que esto se haga como actividad secundaria y subordinada, y además lejos de las formas electoralistas antes descritas. Volveré luego sobre este punto.

EL NECESARIO PARTIDO DE IZQUIERDAS QUE NO EXISTE

1. Antes de fundar o refundar un partido de izquierdas debe estar clara su finalidad, la teoría de que se vale y las estrategias que se derivan de la finalidad y la teoría. Se trata de tres aspectos inseparables, que proporcionan homogeneidad ideológica y práctica. La homogeneidad ideológica significa que los militantes comparten, en lo fundamental, metas, teoría y programa político.

No tiene sentido que en un partido de izquierdas coexistan anticapitalistas con procapitalistas (socialdemócratas), porque la contradicción de valores e ideas en asunto tan básico llevará a enfrentamientos irresolubles y a la inoperancia. Esto no impide que partidos anticapitalistas y socialdemócratas cooperen en casos concretos, o puedan apoyarse en una estrategia política o puedan coaligarse con alguna finalidad.

2. Parece claro que la meta final de un partido marxista es acabar con la explotación y la dominación de la mayoría por una minoría, acceder a la democracia e instaurar un orden social que fabrique a las personas mayoritariamente ilustradas y generosas. Esto equivale a pasar de capitalismo a socialismo.

Tal objetivo es irrenunciable, pero imposible a corto plazo, y no sólo por la oposición del capital, sino porque la gente, contra su propio interés, no es mayoritariamente prosocialista.

Afortunadamente, la imposibilidad actual no significa imposibilidad permanente. No es por tanto propio de revolucionarios renunciar y refugiarse en el mal menor socialdemócrata, sino ir haciendo lo necesario para que lo que hoy es imposible deje de serlo en algún momento futuro. Y lo necesario es ir transformando la ideología de la población.

Esto no quiere decir que la satisfacción del éxito quede aplazada hasta un futuro lejano e incierto, ya que entretanto se irá comprobando que las acciones instrumentales tienen desde el principio efectos beneficiosos para la sociedad y son gratificantes para los actores.

3. Cuando la meta del partido es a largo plazo, las acciones del día a día deben facilitar y aproximar la meta final, no distraer de ella o alejarla. Pero para saber si una meta próxima ayuda o dificulta la consecución de la meta final es sin duda necesaria una teoría potente. Actuar sin ella es actuar irracionalmente.

Es por ello inaceptable que una organización de izquierdas no sea capaz de exponer con detalle la teoría que orienta sus acciones, algo que viene de lejos, desde que el marxismo entró en crisis.

En la 5ª Asamblea de IU celebrada en 1997 se afirmaba que la teoría es imprescindible para saber dónde se está y adónde se va, pero al mismo tiempo se reconocía que IU carecía de ella. Un reconocimiento lúcido, sólo que han pasado 25 años e IU sigue careciendo de teoría. En sus propios términos, sigue sin saber dónde está y adónde va.

En 2019 Julio Anguita y otros miembros del Colectivo Prometeo (en un manifiesto titulado La disyuntiva) volvían a echar de menos una síntesis teórica, política y programática, y la proponían como integración de cuatro cosmovisiones, que enumeraban a partir de los momentos y textos que las alumbraron: Manifiesto Comunista de Marx y Engels, El segundo sexo de Simone de Beauvoir, Los condenados de la tierra de Frantz Fanon y Los límites al crecimiento de Donella Merado. Es decir, comunismo de matriz marxista, feminismo, multiculturalidad y ecología política.

Ocurre que el feminismo y el ecologismo pueden funcionar como estrategias unidimensionales o pueden integrarse en una concepción general de la sociedad. Pero para ésta ya no es suficiente el Manifiesto Comunista, por mucho que sea un texto históricamente impresionante, ni tampoco las versiones clásicas del marxismo por las razones que he venido dando en las entradas anteriores. Una versión actualizada del Manifiesto Comunista ha de incorporar el conocimiento sobrevenido en el campo de la ciencia social desde los tiempos de su formulación.

Sin duda ese manifiesto valdría no sólo como lenguaje común dentro del partido, sino además para ofrecerlo al resto de la población como carta de presentación imprescindible y como arma básica en la batalla ideológica.

Volveré luego sobre este asunto fundamental.

Funcionamiento democrático

Si un partido político pretende democracia para la sociedad debe establecerla en su interior. Y ello requiere al menos dos condiciones:

La primera es que no haya un líder que marque su camino al rebaño. O dicho de otro modo, que los miembros de la organización se conviertan en sujetos autónomos. Esto exige no sólo que hayan asimilado la teoría que inspira al partido, sino también que tengan el mismo acceso a la información que los dirigentes. Sólo así se elimina la relación tradicional dirigente-masa, que pivota sobre la habilidad retórica del dirigente para convencer a una masa con poca autonomía cognitiva.

Para ello es imprescindible que el partido fabrique un banco de datos referidos a todas las cuestiones políticamente relevantes (indicando las fuentes fiables de las que esos datos se extraen), tan exhaustivo como sea posible y permanentemente actualizado, al que puedan recurrir tanto los militantes como los restantes ciudadanos. Hay que insistir en que la gran ventaja de una organización de izquierdas es que puede y debe actuar sin recurrir a la mentira o al disimulo.

La segunda condición es que los cargos tengan un plazo máximo y que nadie pueda convertirse en político profesional, que es lo que ocurre cuando, aunque se respeten los plazos, se va pasando de cargo en cargo. No se pierde nada porque personas valiosas pasen a la base, que desde abajo pueden seguir aportando todo su valor.

Sólo de esta forma se podrían decidir en Asambleas generales realmente democráticas las líneas básicas de funcionamiento, cuya ejecución debería estar a cargo de un comité formado equitativamente por personas de diferentes edades, sexos y clases sociales.

LAS TAREAS BÁSICAS DE LA ORGANIZACIÓN Y LOS INSTRUMENTOS NECESARIOS

Opina Garzón que para alcanzar lo que Gramsci llamaba “hegemonía” se necesita seguir avanzando en la conquista cultural que haga colectivos unos valores y unos principios, y que para ello hay que llegar a gente a la que no se llega. Reconoce que la hegemonía no se alcanza a través de discursos, ni tampoco a través de las elecciones, al menos no sólo, sino a través de una práctica política insertada en el tejido social.

Todo ello está muy bien, pero ¿qué práctica es esa y por qué no se realiza?

Según Adelante Andalucía hay que avanzar como un altavoz popular y como una herramienta pegada al territorio, acompañar a los círculos que se encuentran con más dificultades tras las elecciones municipales, poner en el centro un proyecto feminista y ecologista presente e implantado en todos los municipios andaluces.

Buenos deseos y vaguedades mil veces repetidas sin resultado.

Seamos más concretos. A estas alturas parece evidente que la práctica política debería desarrollarse en al menos los siguientes ámbitos:

-Medios de comunicación

-Implantación social en pueblos y barrios

-Enseñanza e investigación

-Mundialización

Medios de comunicación

1. La batalla ideológica bien entendida exige que el partido de izquierdas difunda su concepción política, esto es, que se enfrente racionalmente y con efectividad a la Gran Mentira difundida por los medios y teóricos conservadores. Pero llegar a la gente y hacerse entender es algo más complicado que producir mítines en período electoral. La divulgación de ideas progresistas debe apoyarse en otros instrumentos, uno de los cuales es, sin duda, la creación de medios de comunicación concebidos no tanto para confirmar a los adeptos, como sobre todo para influir especialmente en aquellos que teniendo buenas razones para votar a la izquierda (la mayoría de la población), se abstienen o votan a la derecha.

En el nacimiento de Podemos tuvieron influencia las redes y también La Tuerka y el diario Público. Ahora este diario da cobijo a un podcast La Base de Pablo Iglesias. Está bien dirigirse a las personas ya convencidas y darles datos y argumentos, pero no basta. Sobre todo si al mismo tiempo se eluden por miedo las verdades más incómodas.

Garzón echa de menos un equivalente de la Radio Pirenaica, y es que la izquierda debería disponer no sólo de periódicos, también de emisoras de radio y televisión dirigidas al gran público, donde la tarea política no se ejerza directamente, sino a través de un permanente comentario de la actualidad social, incluida la deportiva, musical, festiva.

Poniendo en juego inteligencia, objetividad, claridad y sentido del humor cabe expresar de manera clara, a distintos niveles de complejidad, el conocimiento que la mayoría necesita, e ir atrayendo a más y más receptores, y también, como emisores, a intelectuales, humoristas, comentaristas deportivos, youtubers e influyentes, etc., dispuestos a esa colaboración.

2. Se da aquí una cierta contradicción, y es que la izquierda debe defender que una condición necesaria para la democracia es que los medios de comunicación sean públicos y controlados por las instituciones sociales (no por el capital privado ni por el poder político), ofreciendo a todos los intereses e ideologías espacios sin censura en los que exponer con toda libertad informaciones y opiniones, pero en confrontación con las de otros intereses e ideologías. Esto haría posible que cada receptor tuviera acceso a todas las ideologías porque todas estarían presentes en la confección del mismo medio público.

Pero mientras ese ideal llega, la izquierda no puede resignarse a que todos los medios influyentes sean conservadores y monopolicen la información y la opinión. Por el contrario, debe proveerse de medios y utilizarlos como ejemplo de lo que podrían ser unos medios públicos controlados socialmente. Valdrían no sólo para contrarrestar la fuerza de los medios conservadores y darles la réplica adecuada, sino además para mostrar la posibilidad y estructura de unos medios no sectarios (por ejemplo, proporcionando espacios a los enemigos ideológicos para que los administren a su gusto sin censura alguna).

El inconveniente es que el poder capitalista dispone de recursos para ahogar económicamente a cualquier medio de izquierdas si llega a tener influencia peligrosa para sus intereses. Pero queda siempre la posibilidad del apoyo económico de los lectores.

La ventaja es la ya reiterada: que la verdad no sólo es revolucionaria, sino muy atrayente.

3. Conviene recordar, sin embargo, que estos medios serían emisores, y que para influir en personas predispuestas a no darles crédito es imprescindible que se acrediten como emisores fiables y que la izquierda vaya generando contextos sociales que completen el significado de los mensajes.

La credibilidad del emisor y los contextos favorables no son cosas que se consigan en un momento, sobre todo en tiempos de falta de credibilidad generalizada. Al menos requieren estas condiciones:

-Un historial libre de mentiras, pero sobre todo libre de silencios tácticos por cálculo electoral.

-Naturalidad para reconocer los aciertos de los enemigos ideológicos y los errores o fallos propios.

-Dejar a cargo del receptor las condenas morales. Desde una concepción científica de la realidad social no tiene sentido el insulto ni la descalificación moral del enemigo, sólo enumerar cadenas causales. En el discurso científico las malas condiciones morales de alguien sólo pueden verse como efecto necesario de causas sociales.

-Coherencia entre mensajes y actos. Si el partido aplica dentro de sí los valores que pretende generalizar a la población entera, sus actividades fabricarán los contextos favorables a la verdad y suscitarán el respeto de las mayorías.

Implantación social

Alberto Garzón se queja de que la izquierda ha abandonado progresivamente la construcción del tejido social. “¿Dónde están las asociaciones de vecinos?, se pregunta. ¿Dónde está el PCE desplegando sus ramas por el tejido social, por los barrios, por las clases sociales?” Recuerda que el movimiento obrero en el siglo XIX, especialmente el SPD, que fue el gran partido de la socialdemocracia europea del siglo XIX (un equivalente del comunismo según se entiende hoy) tenía un despliegue tan enorme de instituciones propias que, por ejemplo, un trabajador podía aprender un oficio en instituciones del partido. Podía aprender a leer, podía aprender idiomas, podía relacionarse socialmente… en los bares, en los ateneos, en las bibliotecas del partido. El partido había sido capaz de construir una realidad alternativa, una sociedad alternativa, como también consiguió el PCI en Italia.

Chomsky cuenta que en los años 30, cuando él era niño, había mucho desempleo en las familias de clase trabajadora, pero que las organizaciones activistas proporcionaban acceso a una buena educación y gran oferta cultural a través de los sindicatos. Puesto que querían vivir en una sociedad pacífica, la educación y la cultura eran las cuestiones vitales. Y añade que los movimientos obreros se destruyeron para evitar estas cosas, para dejar a la gente aislada y atomizada, mirando la pantalla a solas, sin interactuar con los demás.

Ese despliegue, ausente en la historia reciente del PCE y también en general en la izquierda europea, ha sido sustituido por distintos tipos de voluntariado. Recordemos que desde el primer momento de la pandemia los colectivos de barrio reforzaron las redes de apoyo con asesoramiento laboral contra los abusos empresariales, compras a las personas mayores que no podían salir de casa, activismo para parar desahucios y defender la sanidad pública, o para denunciar la vulnerabilidad de muchas personas sin luz, o víctimas de redadas racistas, o encerradas en los CIE y deportadas, o miembros de familias desahuciadas y obligadas a vivir a la intemperie.

El problema es que estas acciones, al igual que las de las ONGs, son con frecuencia necesarias al Sistema, como válvula de escape que rebaja la tensión de la caldera. Lo ideal sería que un partido de izquierdas pudiera encuadrar las acciones de voluntarios progresistas en una estrategia más general antisistema. Pero ¿quién confía hoy en la tutela de un partido de izquierdas?

Hay sin embargo alguna excepción que conviene analizar.

En Graz, segunda ciudad de Austria, el partido comunista ha vencido en las elecciones del 26 de septiembre del pasado año poniendo fin a 18 años de alcaldía conservadora, y lo ha hecho, según nos cuenta Miguel Urbán, mediante una fuerte implantación de base ligada al activismo antidesahucios: el KPÖ ha ofrecido una línea telefónica de emergencia para inquilinos que tenían problemas con sus caseros y un servicio de asesoramiento jurídico para las «víctimas de los especuladores»; pero además los concejales comunistas tienen limitados los salarios, y donan dos tercios de los mismos a un fondo del partido con el que ayudan a personas desempleadas y desahuciadas. No es de extrañar que hayan realizado campañas exitosas de recogida de firmas.

En Berlín el partido Die Linke recogió votos para convocar un referéndum (no vinculante) contra el intento de privatización del parque de vivienda pública y a favor de expropiar 240.000 pisos a los grandes propietarios para pasarlos a alquiler público, referendum que ganó el pasado septiembre con un 97% de los votos del más de un millón de berlineses que votaron.

Este modelo contracorriente, sigue diciendo Urbán, desmonta el mito de que todo es relato y discurso y de que no se pueden ganar elecciones con los símbolos y nombres comunistas. Y pone en valor la importancia de la organización y de la implantación en el tejido social, a la vez que desmiente el mantra del gobernismo, que fía únicamente las conquistas sociales a la actividad institucional, reforzando las lógicas delegativas en detrimento de la organización social.

Cierto que los problemas de acceso a la vivienda y el cuestionamiento del modelo mercantilizado de ciudad, que han sido elementos clave de los éxitos electorales antes comentados, no agotan las formas de implantación social, ni el activismo en la calle puede ser el único instrumento de la izquierda.

Además es imprescindible dedicar lo que se malgasta en campañas electorales a abrir locales en pueblos y barrios para restaurar la vida comunitaria en un ambiente ideológico progresista, con bibliotecas diseñadas para sus potenciales usuarios, espacios para cinecubs y conciertos, enseñanzas artísticas y deportivas, coloquios con expertos que planteen y discutan los problemas del entorno próximo y los más generales, lugares de reunión para ver partidos de fútbol con consumiciones a bajo precio, etc. Sin todo esto el partido de izquierdas carece de verdadera vida. Es una impostura.

Enseñanza e investigación

1. Los militantes actúan en el tejido social mediante su actividad habitual y ello requiere no sólo ejemplaridad, sino una formación teórica suficiente, que deben recibir dentro de la misma organización, en una especie de Universidad Popular que despliegue una pedagogía efectiva respecto a los niveles conceptuales de los distintos grupos de receptores, abierta no sólo a los miembros del partido. Pues para promover los valores de igualdad y fraternidad resulta imprescindible acercar el conocimiento y la cultura a los barrios y pueblos mediante un equivalente de aquellas llamadas “misiones pedagógicas” que puso en marcha la Institución Libre de Enseñanza.

Podemos preguntarnos, no sin estupor, cómo es posible que sólo la derecha aproveche la financiación pública de escuelas privadas concertadas. A la izquierda ni se le ha pasado por la cabeza algo tan sencillo como establecer escuelas infantiles de 0 a 6 años en barrios populares con abundancia de obreros e inmigrantes. Y sin embargo sería la mejor forma de relación fluida y diversa con las familias, implicándolas en la solución de los problemas presentes y futuros de esos niños y, ya de paso, en los problemas más generales del barrio, de la ciudad y de la sociedad. Bien concebidas, tales escuelas son por otra parte imprescindibles para dotar a esos niños, desde los pocos meses, del baño lingüístico que no reciben en sus familias y que es necesario si se quiere evitar que queden condenados a un fracaso escolar que más tarde ya no tiene remedio.

Por otra parte esas escuelas infantiles deberían tener carácter experimental e innovador., ya que cualquier mejora pedagógica profunda se inicia siempre en aquella parte de la sociedad que ha madurado algún progreso sobre lo recibido, y si nos preguntamos qué parte de la sociedad es la que tiene que correr en el presente con el intento de progreso pedagógico, hay que responder que el grupo que haga suyos los valores de igualitarismo e ilustración, es decir, el grupo promotor de una racionalidad caracterizada por afectividad sana y conocimiento científico.

Tal progreso pedagógico ni puede ser impuesto en la escuela pública (no lo tolerarían las fuerzas conservadoras) ni es esperable de las instituciones tradicionalmente dedicadas a la enseñanza privada. Es decir, no existirá a menos que la izquierda se proponga desarrollarlo.

En España la educación pública, pese al esfuerzo emocionante de muchos enseñantes, es una simulación discriminatoria que condena a los alumnos de clases bajas al fracaso escolar y es poco eficiente respecto a los demás. Esto es algo que la izquierda debería estar mostrando a la sociedad con cifras y argumentos que todo el mundo entendiera, a fin de dejar claro que aunque una buena educación es posible, su generalización es incompatible con el sistema capitalista.

Una buena escuela (aunque sólo sea una), dirigida ante todo a corregir fallos en la estructura afectiva de los colegiales (el éxito en los demás espacios vendría como efecto), sería de enorme impacto ideológico, y un argumento poderoso para convencer a una gran parte de la población de que el presupuesto estatal debe volcarse en una educación pública de la mejor calidad. Pues más efectivo que describir una buena escuela es mostrarla diciendo: “esto es una educación adecuada y es posible, puesto que la estamos realizando”. Seguro que, si este proyecto se pusiera en marcha, serían muchos los profesionales que colaborarían y muchas las personas que prestarían apoyo económico.

2. Dije antes que para un partido de izquierdas es necesaria una teoría potente que oriente las acciones cuyos efectos son a largo plazo.

Puesto que un marxismo renovado no es un conjunto de dogmas, sino que pretende ser teoría científica, su formulación no ha de ser parecida a un catecismo. Como toda teoría que pretenda ser científica tiene que estar abierta a la investigación en curso.

Para progresar por esta línea no valen, claro está, los llamados Think Tanks conservadores, pero tampoco fundaciones como Alternativas o Ideas del PSOE, Europa de los Ciudadanos de IU o el Instituto 25 de mayo para la democracia de Podemos. Nada interesante nos llega de lo que en estas fundaciones se discute o se teoriza.

Lo que se necesita es un Instituto de Investigación Social que atraiga y favorezca el libre trabajo de investigadores interesados en progresar en las líneas abiertas por el marxismo; y patrocinar una revista científica abierta a todos los investigadores que aporten conocimientos útiles, no importa su ideología o su militancia política. Tal Instituto debería ocupar el centro de la organización, y con él deberían conectar, por vías de entrada y salida, las restantes áreas de actuación, las cuales podrían extraer conocimiento de las investigaciones en curso y, a su vez, ofrecer problemas y resultados de su propio funcionamiento como materia de investigación.

Y es que el progreso teórico en el campo social exige no sólo permanente conexión con las disciplinas sociales académicas que ofrecen líneas de investigación interesantes, como la de modelos de organización de memoria y la de teorías implícitas, sino también investigación propia sobre aquellas cuestiones que no son adecuadamente investigadas en las Academias, controladas internacionalmente mediante revistas y política de publicaciones que tienen un carácter marcadamente conservador. Marx y Engels hicieron teoría fuera del entorno académico y esa es una historia que debe repetirse si queremos conocer mejor los sistemas de creencias y valores que atan a los de abajo a una explotación consentida.

La mundialización de la resistencia

El proyecto de una transformación social que siga pasos pacíficos y apoyados por una mayoría de la población obliga a la izquierda a replantearse el ámbito de la actuación política.

Lo que fue internacionalismo proletario debe convertirse en una red internacional de resistencia, pues una vez que el espacio estatal ha perdido gran parte de su antigua autonomía económica la resistencia nacional ya no vale por sí sola. Una ofensiva contra los privilegios capitalistas sólo será efectiva si es capaz de activar un gran concierto mundial de voluntades.

Por ello un partido anticapitalista tiene que fortalecer las relaciones con organizaciones de otros países y con movimientos alternativos.

Empuja a ello que cada día se ve como más necesaria una legislación mundial que regule, en beneficio de las poblaciones, las fuentes de energía, el medio ambiente, el cambio climático, la erradicación de epidemias, el derecho de acceso de toda la población mundial al agua y alimentos necesarios, la redistribución de las poblaciones, la intervención internacional para evitar guerras locales, la armonización de legislaciones fiscales y laborales, la eliminación de paraísos fiscales, la regulación de los movimientos de capital, etc.

El internacionalismo progresista puede tener resultados interesantes en el acoso progresivo a los modos de dominación que se nos imponen, porque cada día se van acumulando las razones, y no sólo morales. La pobreza extrema de unas partes del mundo afecta a todos no sólo moralmente, también por la vía del terrorismo internacional, las migraciones que activan pautas xenófobas muy extendidas en los países de economía más desarrollada, la propagación de enfermedades, etc.

Se espera algo de los movimientos antiglobalización, sobre todo desde que a la mera protesta le han añadido propuestas positivas, pero los grupos y los colaboradores que ahí se unen son heterogéneos, en muchos casos especializados en una visión particular. Hacen falta además organizaciones que tengan una concepción integral de los problemas y puedan unificar las distintas líneas de presión.

Ni Podemos ni IU negarán esta necesidad, pero no se conocen las actividades que llevan a cabo con este fin. En Seattle y en las sucesivas convocatorias a favor de otro tipo de mundialización no ha sido significativa la presencia de organizaciones de izquierda anticapitalista.

En cambio hay movimientos internacionales al margen de los partidos de izquierda, como la La Vía Campesina, que agrupa a 182 organizaciones de 81 países en lucha por una agricultura libre de la mercantilización actual y de patentes agrícolas controladas por grandes multinacionales como Monsanto.

Seguramente son muchas las personas que podrían concertarse en la presión a favor de un Plan económico global que permita erradicar la miseria del mundo, pero que además reconduzca el desarrollo económico por vías sostenibles dentro de un proyecto de vida buena a largo plazo y para el mundo entero. He ahí un espacio en el que debería destacar la actividad de los partidos de izquierda.

SOBRE LA TAREA SECUNDARIA Y SUBORDINADA: OTRA FORMA DE CONCURRIR A LAS ELECCIONES

1. Hasta aquí he mencionado algunas de las tareas básicas que deben caracterizar a un partido de izquierdas, aquellas que, además de sus efectos sociales, le irán dando la autoridad moral necesarias para atraer militancia y colaboraciones, así como para ser emisor fiable.

Volvamos al tema de la actividad secundaria y subordinada. ¿Es posible concurrir a las elecciones y ganar cargos institucionales sin caer en el electoralismo?

Sí, pero siempre que se dé al éxito y al fracaso el valor relativo que tienen y se actúe en contra de las pautas que caracterizan al electoralismo.

Para empezar, un partido marxista no puede legitimar el disfraz democrático de la plutocracia. Ha de concurrir a elecciones no para blanquear sino para desenmascarar.

Las campañas electorales son un amplificador mediático gratuito para explicar a la gente en qué sociedad vive, qué alternativas existen a corto, medio y largo plazo, y dónde se encuentran los obstáculos. Es decir, los debates televisados deberían aprovecharse para estropear la fiesta, haciendo ver que esos debates no son otra cosa que escaparates para distintas formas de mentira.

Imaginen que el representante de la izquierda expusiera que tal debate es una farsa, que es una forma de blanquear el crimen capitalista, que el verdadero poder no está en el pueblo y que por ello el pueblo no puede delegarlo mediante sus votos en los partidos allí representados, que esos partidos dependen del capital, deben dinero a la banca, reciben favores en múltiples formas y saben que si salen de la pauta marcada serán barridos por la reacción mediática y económica. Y decir todo esto con un apoyo en datos incontestables (que los hay) y con la mayor mesura.

Mucho más importante que ganar votos es exponer la verdad que los demás tratan de esconder, y hacerlo sin calcular las repercusiones en votos o las reacciones de los poderosos. Parece mentira que por ahora tenga más valentía Vox que UP a la hora de salir del discurso políticamente correcto.

2. La mejor carta de presentación sería afirmar que no se ha gastado un solo euro en la campaña electoral, y explicar en qué se gasta el dinero ahorrado. Eso es algo que ni Podemos ni IU han hecho. Para competir con los partidos conservadores según sus reglas, IU recurrió a la banca y quedó en sus manos sin por ello acercarse al presupuesto que maneja la derecha. Presume Podemos de no deber a la banca, pero ha empleado todo su dinero en campañas electorales, dejando sin financiación cualquier otra actividad. Ha invertido en la última campaña electoral 1,2 millones de euros sólo en anuncios pagados de Facebook, más que el resto de partidos juntos (aunque en el caso del PP la red de páginas falsas desvelada por elDiario.es supone un gasto 15 veces mayor que el de 295.000 declarado oficialmente).

Lo paradójico es que si un partido pudiera presentarse afirmando que no ha gastado un solo euro en la campaña electoral es muy probable que obtuviera más votos que tirando el dinero en marketing, y votos más fiables. De la misma manera, si se aprovechara la campaña electoral para expandir el conocimiento aun a costa de perder votos, es muy probable que los votos aumentaran. Hay mucha gente cansada de la mentira, aunque no la identifiquen como mentira, sino como el bla-bla-bla de los políticos. Si de repente aparecieran políticos que expusieran la verdad (algo que ocurrió cuando el Manifiesto Comunista tenía muchos lectores y que, por unas y otras causas, no ha vuelto a ocurrir) la sorpresa de la gente sería tan grande como si las zarzas dieran de pronto cerezas.

¿VALOR MERAMENTE TESTIMONIAL?

Termino con algo que ya he dicho en otras ocasiones. Imaginemos que el PCE, en lugar de “mancharse las manos” blanqueando la oscura Transición, se hubiera quedado fuera de aquel pacto, dedicando los cuarenta años transcurridos a tareas como las aquí descritas. ¿Imaginan cómo estaríamos ahora? Lo razonable es que comencemos a hacer ahora lo que dentro de cuarenta años se percibirá como una sucesión de batallas ganadas, pero que también desde el primer momento producirá la satisfacción de participar en un proceso pacíficamente revolucionario.

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