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LAS COSAS QUE OCURREN (18 de diciembre de 2018)

1. Oigo un anuncio pidiendo ayuda para evitar que mueran en África cada día 7.000 niños, sea en el parto o en seguida, de hambre y enfermedades. Según UNICEF evitar esas muertes cuesta muy poco y por ello nos pide un donativo. Pero si cuesta muy poco ¿cómo es que la ONU no ha evitado esas muertes desde hace muchos años? ¿Hay que dejar tal asunto a la buena voluntad de donantes en lugar de resolverlo con un presupuesto mundial público? ¿Dónde están los derechos humanos que los Estados presumen cumplir? Parece que toda la reacción que se percibe respecto a esas muertes tiene que ver con enviar o no enviar un donativo. Y todos tan contentos. Unos mandando el donativo, otros pensando “y a mí qué me importa”.

2. Se nos confirma por el Banco de España que de los 77.000 millones que el Estado empleó en el rescate bancario no se recuperarán 66.600 millones ni siquiera aunque la banca tenga grandes beneficios. Al importe entregado por el Estado como rescate hay que añadir los altos intereses pagados como consecuencia de una decisión tomada por el Banco Central Europeo (BCE). Recuerden que, mediante los dos programas LTRO de 2011 y 2012, el BCE prestaba dinero a los bancos (inyecciones de liquidez lo llamaban) a unos tipos de interés muy favorables, dinero que luego los bancos utilizaban para comprar deuda pública a un tipo de interés alto, el que fijaban como prima de riesgo agencias privadas de rating. La decisión de que el BCE no prestara a los Estados en apuros a interés bajo y obligara a esos Estados a endeudarse a altos intereses precisamente con los bancos a los que el BCE había favorecido, no fue una decisión democrática, porque el BCE no es una institución democrática. ¿En qué cuevas secretas se toman esas decisiones indefendibles? ¿Y por qué los medios y los partidos políticos se someten a ellas sin apenas resistencia? La respuesta sobra. Pero volviendo al comienzo: ¿Por qué el Estado no puede recuperar esos 66.600 millones de euros ni siquiera si la banca obtiene grandes beneficios? ¿Quién es el culpable de esto, por qué no quedó claro que la banca tendría que devolver ese dinero cuando tuviera beneficios? Silencio, espeso silencio.

3. Es también incomprensible el silencio que acompaña a las noticias sobre las grandes fortunas, como si nadie percibiera que el hecho de que no haya límite legal a la riqueza privada, junto con la peculiaridad de que el mercado da más a quienes más tienen, no sólo es irracional e injusto, sino que hace imposible la democracia que tanto se invoca, estableciendo de hecho un poder secreto que, por debajo de la estructura formal institucional, gobierna el mundo utilizando a teóricos, políticos, partidos, comunicadores, medios de comunicación y jueces como muñecos de guiñol bien pagados.

Durante la crisis que tanto daño ha hecho a millones de ciudadanos, el número de milmillonarios ha ido aumentando de año en año. Si en 2007 había según la revista Forbes 946, este año hay 2.208, habiendo subido el valor neto acumulado por el grupo de 3,1 a 9,1 billones de dólares, y teniendo los diez primeros de la lista más de 50.000 millones cada uno. El más rico, Jeff Bezos, sobrepasa los ciento cincuenta mil millones de dólares.

¿Cuándo surgirá un clamor contra las escandalosas cifras de esas fortunas, que justamente se incrementan cuando peor le va a la mayoría de la población?

Se nos dice que los milmillonarios tienen esas fortunas porque el mercado se las ha dado. Pero el hecho de que el mercado se comporte con resultados tan injustos e insoportables debería ser motivo suficiente para idear otros mecanismos de distribución de la riqueza social. O para, en último caso, sin abandonar la economía de mercado, poner un límite sensato a la riqueza privada (de 5 a 10 millones de euros, por ejemplo), de forma que todo lo que exceda a ese límite pase a los Estados vía impuestos para políticas públicas beneficiosas a la mayoría social, tanto en el ámbito nacional como internacional. ¿Se imaginan lo que se podría hacer con el importe de esas fortunas en manos públicas para mejorar la educación, la sanidad, la investigación, para asegurar a todo ciudadano una vida digna? Ya sé que esa decisión no se puede tomar en un país como España, pero se puede proponer, se puede argumentar y se puede incitar a otros a que hagan lo mismo. Dejar pasar un día sin condenar el sistema económico que hoy impera en el mundo es contribuir a la gran mentira oficial. El mercado no tiene una naturaleza sagrada que nos obligue a tolerar sus incontables desafueros.

4. Propone el gobierno de España la subida del salario mínimo interprofesional a 900 euros y vemos la coincidencia con que el gobernador del Banco de España, la directora gerente del FMI y la patronal han advertido de los riesgos, como si incluso esos 900 euros no fueran una vergüenza, pues no permiten una vida digna. En todo caso quienes consideran excesiva esa subida serían más creíbles si ellos dieran ejemplo de austeridad y aceptaran salarios inferiores. Pero todos ellos tienen sueldos altísimos sin que por ello la economía sufra. Y además anuncian riesgos falsos, interesadamente imaginarios, como tendremos ocasión de comprobar si finalmente se sube el salario mínimo en esa cuantía. No habrá catástrofe económica alguna.

Siguiendo el dictamen de economistas amaestrados, los organismos con mayor poder delegado del mundo dan por cierto que la buena marcha de la economía se ve entorpecida si se sube el salario mínimo o las pensiones, o si aumenta la deuda por encima de una cifra que ellos han decidido arbitrariamente. Dan por cierto que sería nefasto subir los impuestos a los ricos o a las grandes empresas. En consecuencia, dictaminan que hay que recortar el gasto público. Entretanto, aunque inútilmente, otros economistas, como el premio Nobel Paul Krugman, demuestran, con argumentos racionales y ejemplos históricos, que esas ideas carecen de fundamento y que, principios morales aparte, la economía funcionaba mejor cuando los ricos pagaban más impuestos que ahora.

5. Las sentencias incomprensibles se suceden, poniendo de manifiesto que nuestra judicatura proviene de la judicatura franquista sin ruptura en la “modélica” transición. Vergonzosa la vuelta atrás en la decisión del Supremo sobre el pago del impuesto de actos jurídicos documentados en las hipotecas, y muy significativa la imprudente euforia del portavoz del PP en el Senado alardeando en wasap de tener controlada la Sala del Supremo que tiene que juzgar a miembros del PP. Vergonzosa también la sentencia contra La manada, con evidente desajuste entre los hechos probados y la calificación jurídica del delito. Y otras muchas sentencias sobre violencia machista, en las que parece que es la mujer la que está siendo juzgada.

6. Y en estas llega Pablo Iglesias y dice en el Senado que se arrepiente de sus opiniones pasadas sobre Venezuela, y que la situación política y económica en ese país es nefasta. Y nada más. Y uno se queda pensando: ¿de qué va este hombre? Porque es cierto que la situación política y económica de Venezuela es nefasta, pero al decir que se arrepiente de sus opiniones pasadas, Iglesias está dando a entender que la culpa de la situación actual es del Gobierno venezolano.

Acerca de la actividad desestabilizadora de Estados Unidos en la Venezuela de Maduro hay información en el libro editado por el teólogo Benjamín Forcano El imperio USA contra la revolución Bolivariana. La verdad silenciada o prohibida, Editorial Nueva Utopía. Más recientemente, el pasado mes de septiembre, se ha presentado el informe encargado por la ONU al experto en derechos humanos estadounidense Alfred de Zayas, quien pudo constatar el impacto negativo en la economía venezolana del «pernicioso tipo de cambio publicado en un sitio web (Dólar Today) que no se basa en transacciones reales y evidentes de compraventa”. Comprobó también que «calificadoras de riesgo, principalmente Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch, han emitido permanentemente una calificación negativa sobre la capacidad de la República para realizar pagos externos, lo cual esencialmente ha cerrado sus posibilidades de acceso al mercado financiero». Pudo además conocer los fenómenos de acaparamiento de medicinas y alimentos, y «el papel de grupos delictivos internaciones en el robo de recursos públicos, alimentos y medicinas que llegan hasta países vecinos». Su conclusión fue que se trata «de una guerra económica que no dista mucho de las guerras no convencionales contra Cuba, Chile (de Salvador Allende) y Nicaragua».

En este sentido enumeró las diversas condenas de los órganos de las Naciones Unidas contra medidas coercitivas como las aplicadas contra Venezuela, entre las que destacó la renuncia de dos subsecretarios generales de la ONU durante la década del 90 en protesta por las sanciones contra Irak que causaron la muerte de un millón de personas, lo que calificaron como una «forma de genocidio». Según de Zayas, en el caso venezolano los «efectos de las sanciones de Obama, el embargo financiero de Trump y las medidas unilaterales por parte de Canadá y la Unión Europea, impiden acceder a préstamos y a reestructurar la deuda y todo ello contribuye al colapso de la producción petrolera y a la escasez de alimentos y de medicamentos como la insulina y los antirretrovirales, lo que ha ocasionado demoras en su distribución y ocasionado agravantes en numerosos casos de muerte». En la misma línea ha ido la negativa de Colombia de entregar medicamentos contra la malaria para combatir un brote de la enfermedad en Venezuela en noviembre de 2017.

En consecuencia de Zayas ha recomendado que la Asamblea General de la ONU analice si las sanciones ordenadas por Estados Unidos, Canadá y la UE contra Venezuela equivalen a crímenes de lesa humanidad cuando «un gran número de personas mueren debido a la escasez de alimentos y medicinas». A su juicio esas sanciones «contravienen el espíritu y la letra de la Carta de las Naciones Unidas» porque «afectan a poblaciones inocentes» y equivalen a crímenes de lesa humanidad en virtud del artículo 7 del Estatuto de Roma. Van además «acompañadas de la manipulación de la opinión pública a través de noticias falsas, relaciones públicas agresivas y una pseudo-retórica de derechos humanos para dar la impresión de que los fines de derechos humanos justifican los medios criminales».

“Algunos creen que ciertos países no quieren ver una solución pacífica del conflicto venezolano y prefieren prolongar el sufrimiento del pueblo venezolano, esperando que la situación alcance el umbral de la “crisis humanitaria” y desencadene una intervención militar”, indica. Y en efecto, ahí están las declaraciones públicas del presidente Trump sobre las potenciales acciones militares de Estados Unidos en Venezuela, y las declaraciones de otros oficiales que apoyan un golpe militar en el país.

Sin duda Iglesias conoce estos datos. Y también la forma en que Estados Unidos ha ido removiendo a los presidentes de izquierdas elegidos durante la “marea rosa” de la primera década de 2000 en Honduras, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Nicaragua, Chile y El Salvador, y ello a pesar de que no proponían programas políticos radicales, sino meramente socialdemócratas moderados. Y pese a la evidencia de que habían conseguido que la pobreza en la región cayera de un 44 a un 28% desde 2002 hasta 2013, tras una tendencia ascendente en los 20 años anteriores de gobiernos de derechas.

Pero si Iglesias conoce estos datos, y los calla, no hay más remedio que interpretar sus palabras como una forma cobarde de oportunismo. No debe ser ese el camino de la izquierda. Las palabras de Iglesias, precisamente porque soy votante de Podemos, me han hecho sentir una gran vergüenza.

6. Llegan las elecciones andaluzas con su gran sorpresa. Vox, partido al que las encuentas daban como mucho un escaño en Almería, saca 12 y suenan todas las alarmas. En los medios de comunicación politólogos y catedráticos varios, incluidos filósofos, tratan de encontrar causas o culpables al ascenso inesperado de Vox, pero sin mencionar la palabra “capitalismo”. ¡Qué notables ejercicios de equilibrismo! Da la impresión de que los votantes son sujetos sobre cuyo veredicto sólo caben análisis superficiales, y que lo grave es que Vox haya sacado esos escaños, y no que haya en España millones de ciudadanos que pueden buscar en Vox la solución a sus problemas. No es tan importante a quien votan esos ciudadanos, sino que hayan sido fabricados por esta sociedad como lo han sido (con las suficientes dosis de egoísmo, miedo, resentimiento e ignorancia). Luego, una vez así fabricados, es secundario si votan a este o a aquel partido. Si hasta ahora venían votando al PP, ¿quería ello decir que la extrema derecha era menor que hoy? Sencillamente, tenía otra envoltura (y tampoco grata). Que esta sociedad sea una fábrica de fascismo psicológico, eso es lo que debería preocuparnos, no que surja un partido de extrema derecha que canalice ese fascismo. Me remito a la entrada de este blog “Fascismos, machismos y feminismos”.

7. Del fracaso de la izquierda hay poco que decir. Su electoralismo la pierde. La izquierda anticapitalista debería tomar las elecciones como algo secundario, y siempre para romper “su mentira” a la vista de todos. Para denunciar la impostura. Porque las elecciones son una mentira legitimatoria de una democracia que es, realmente, una plutocracia. No hay que tomarlas en serio, y no sólo por eso, sino porque, si se consigue algún poder, no es posible realizar nada de lo que valdría la pena. Con el peligro de aficionarse al poder y a sus apaños, ocultándolos por pragmatismo. Hay otros muchos espacios en los que trabajar, porque la verdadera batalla, como la derecha sabe muy bien, no es electoral, sino ideológica. Y esa batalla la gana la derecha (incluyo al PSOE) con la mentira sistemática.

Forma parte de ella casi todo lo que en el lenguaje oficial se presenta como noble, serio, obligatorio. Por ejemplo, el europeismo, la globalización, la Constitucion, la Declaración de Derechos Humanos, el Informe PISA, la democracia, la justicia, la independencia del poder judicial, la igualdad de oportunidades, los valores de la cultura occidental, etc., etc. Palabras, palabras nobles para disfrazar realidades innobles, muchas veces ruines. Lean el discurso del rey para conmemorar el 40 aniversario de la constitución vigente. Mentira tras mentira y casi todos rompiéndose las manos a aplaudir.

En los medios de comunicación prosistema (que lo son casi todos) peroran editorialistas, profesores, comunicadores, expertos, con voces y plumas hábiles. Con frecuencia se lamentan por el daño que se está haciendo a la democracia, dando así por supuesto que vivimos en democracia y que hay cosas que la atacan o la debilitan, como si se pudiera atacar o debilitar a una cosa inexistente. O ponderan el europeísmo como si Europa fuera una entidad ideal y no el conglomerado de intereses gobernado por fuerzas reaccionarias y brutales (que eso son las fuerzas neoliberales que nos imponen su voluntad “europea”), o como si no formaran parte de Europa los millones de europeos maltratados por minorías que se arrogan la representatividad del ente platónico Europa. O hablan de la globalización como si la que estamos sufriendo fuera ineludible y el que se quede fuera de ella perdiera el tren de la historia. O ponderan el necesario respeto a la legalidad y a las reglas pactadas como si la legalidad y las reglas pactadas no se incumplieran cada vez que interesa a los de siempre.

O dan por indiscutible que la Declaración de Derechos Humanos es un ideal digno de la adhesión de todo ciudadano honorable. O se refieren a los informes PISA como si fueran definitorios de la buena o mala educación, es decir, como si la buena educación fuera posible en nuestras sociedades. O hablan de la división de poderes, como si no fuera cierto que los tres poderes de Estado están sometidos al único y verdadero poder oculto. O dicen escandalizados que algo atenta a la igualdad de oportunidades, como si esa igualdad existiera y pudiera sufrir atentados.

O hablan de los valores de la cultura occidental, o de los valores que comparten los Estados occidentales, como si en cada uno de ellos no hubiera subculturas con sistemas de valores bien distintos y en muchos casos contrarios. O nos dicen imperturbables que los medios de comunicación privados son un pilar de la democracia. O hablan de que ciertas medidas económicas son imprescindibles, como si obedecieran a leyes científicas y no fueran torpes recetas que sólo obedecen a la codicia de los poderosos. O se refieren a los “verdaderos intereses” de los españoles, como si esos intereses no pasaran de que disminuya el paro, se recupere lo que se pueda del Estado de Bienestar y la mayoría sea explotada con mejores modales que los ahora imperantes.

Semejante empedrado de mentiras compone la Gran Mentira necesaria para la legitimación del Sistema. Los medios, los tertulianos y los teóricos prosistema siguen haciendo su papel remunerado en proporción a la credibilidad que consiguen (que equivale a decir: a la cantidad de gente a la que engañan).

Juan Luis Cebrián, en El País de 19 de noviembre, nos dice que “La respuesta a la crisis de representación que padecemos es regresar a los orígenes. Se necesita una opinión pública informada, hoy manipulada por las redes sociales, y garantizar el ejercicio de la libertad individual.”

Da por supuesto Cebrián que, mientras las redes sociales manipulan, los medios privados no manipulan, informan. Y ¿qué entiende Cebrián por ejercicio de la libertad individual? ¿En qué consiste la libertad de los millones de conciudadanos que no tienen trabajo, o que trabajan por un salario de miseria y sin seguridad alguna en el futuro?

Cada día nuevos hechos vienen a poner en evidencia la radical falsedad del pensamiento políticamente correcto, es decir vienen a acreditar la envergadura de la Gran Mentira.

8. Por eso al llegar aquí es necesario preguntarse dónde está la izquierda y qué hace ante este panorama. Da la impresión de que hace lo posible para no ser tachada de antisistema. Así que para eludir la descalificación del imponente aparato mediático conservador, colabora a una ficción, a esa Gran Mentira, en la que, por cierto, ya no cree la mayoría de la población. Cada día que pasa más gente tiene claro que en la sociedad capitalista no hay democracia ni puede haberla, que la justicia está vendida al poder económico, que la política es un paripé.

La consecuencia de la pasividad temerosa de la izquierda es que el campo de la rebelión ha quedado libre y ha sido ocupado por la extrema derecha. Puesto que de la izquierda no han salido las verdades revolucionarias que hubieran sacado a mucha gente de su ignorancia, es natural que esa gente, desconcertada y dañada al mismo tiempo por la crisis económica, se deje seducir por los cantos de sirena populistas de la extrema derecha. La izquierda no ha sabido liderar los procesos desatados por la Gran Recesión y en el espacio abandonado ha prosperado el populismo fachoso. ¿En qué hubiera consistido liderar esos procesos? En hacer uso de la facultad que sólo una izquierda libre del poder económico se puede permitir: la verdad. Esa verdad que Iglesias desdeñó cuando habló de Venezuela sin citar a Estados Unidos.

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