El pasado 15 de septiembre Díaz Ayuso culpó de la subida de contagios en Madrid al “modo de vida” de los inmigrantes, y esto es para el periódico digital CTXT la prueba fehaciente de que el PP ha adoptado los recursos retóricos y las ideas-fuerza de la ultraderecha global. Ayuso, Abascal, Trump, Bolsonaro, Orbán o Salvini repiten ahora la conducta del fascismo de hace casi un siglo: detectar un enemigo débil, señalarlo, culpabilizarlo. Y lo vienen haciendo -continúa CTXT- con la colaboración de los medios de comunicación, que al naturalizar a los nuevos fascistas como una opción más, han contribuido, y mucho, al auge de la extrema derecha y a la ultraderechización de partidos de la derecha tradicional, como el PP.
Sin duda estamos asistiendo en muchos países a una confrontación preocupante, una especie de preguerra civil por ahora incruenta. No se trata de discrepancias, sino de que desde cada uno de los bandos se niega la legitimidad del otro, se lo ve como enemigo de todo lo bueno. La sensación de que enfrente hay una gente inaceptable es recíproca, de la izquierda hacia la extrema derecha y de la extrema derecha hacia la izquierda, porque a los de cada bando les parece que el mundo sería mucho mejor si los del bando contrario desapareciesen. Y da la impresión de que, para conseguirlo, los de la extrema derecha llegarían más lejos si pudieran.
En España la virulencia de la disputa política es algo que sorprende fuera, y en buena medida se debe a la malhadada transición, que permitió que la ideología y el poder franquistas siguieran intactos bajo una aparente forma democrática, primero en AP o el PP, ahora a cara descubierta. A la derecha del PSOE poco se percibe en España que no sea extrema derecha.
Visto el asunto desde el lado progresista, la gran crisis primero y la pandemia luego nos han colocado en una situación en que resulta muy difícil conceder a ciertos conciudadanos y a ciertos partidos políticos el derecho al respeto ajeno. Es insoportable la ignorancia de quienes, en seguimiento de teorías negacionistas del COBID-19, incumplen las medidas sanitarias elementales incluso haciendo alarde de ello, y ponen en riesgo la salud de todos los demás. Es muy difícil aceptar a personajes como Bolsonaro o Trump, que se adhieren a teorías negacionistas del cambio climático y se oponen a actuaciones ya inaplazables para evitar una catástrofe ecológica. Y es muy duro soportar a quienes han diseñado y ejecutan, u obligan a ejecutar, las políticas económicas neoliberales.
En la cumbre inaugural de la Internacional Progresista, celebrada hace unos días bajo la consigna “Internacionalismo o extinción”, Noam Chomsky ha hecho en el discurso inaugural una exposición apocalíptica (y realista) de la situación del mundo, que él cree abocado a una destrucción terminal a causa del deterioro de la democracia y de las crecientes amenazas de guerra nuclear y de catástrofe medioambiental. Chomsky señala a Trump como responsable máximo en tanto ejecutor brutal de las políticas neoliberales con que se viene agrediendo a la Humanidad desde los años 80. Después de 40 años, el 0.1 por ciento de la población tiene el 20 por ciento de la riqueza, el doble de lo que tenía cuando Reagan fue elegido. La remuneración para directores ejecutivos se ha disparado, mientras los salarios reales para trabajadores masculinos que no están en puestos de supervisión han disminuido. Una mayoría de la población sobrevive de cheque en cheque, sin ahorros. Las instituciones financieras, en su mayoría depredadoras, han superado las más altas cotas de explotación. Ha habido repetidas crisis financieras, cada vez más graves, y sus perpretadores son rescatados por el contribuyente, siendo ese el menor de los subsidios estatales implícitos que reciben. El “mercado libre” ha conducido a la monopolización, con una reducción de la competencia y la innovación porque los fuertes se han tragado a los débiles. Adoptando la doctrina neoliberal de “los impuestos son robos”, Reagan abrió la puerta a paraísos fiscales y empresas fantasma, que antes estaban prohibidas. Eso condujo a una gran industria de evasión de impuestos que facilitó que los más ricos y el sector corporativo hayan robado a la población general un importe que se estima en decenas de billones de dólares.
Las consecuencias alrededor del mundo, concluye Chomsky, no deberían sorprendernos: rabia general, resentimiento, desprecio por las instituciones políticas mientras las principales instituciones económicas, que son las causantes, se ocultan tras una propaganda efectiva. Todo esto crea un territorio fértil para demagogos que pretenden ser tus salvadores mientras te apuñalan por la espalda y desvían la culpa de tus condiciones a chivos expiatorios: inmigrantes, negros, China, cualquiera que encaje en los prejuicios viejos.
A la vista de alegatos como estos la pregunta es qué hacer.
Para CTXT lo razonable frente al fascismo hubiera sido establecer un cordón sanitario para evitar que la extrema derecha entrase en las instituciones. Pero a poco que se piense hay que concluir que un cordón sanitario no resuelve el problema. Por una parte tal solución debería ser inaceptable para quienes creen que vivimos en una democracia, pues bajo esa creencia todos los partidos tienen el mismo derecho a ser respetados si no infringen la legalidad. Quienes creen que cada individuo decide libremente su voto, que cualquier resultado de la voluntad popular es igualmente legítimo y que cada partido tiene derecho a utilizar sus posiciones de poder para realizar sus ideas políticas, han de pensar que todas las opciones políticas tienen la misma acreditación.
Si Bolsonaro y Trump están ahí ejecutando sus políticas criminales es porque han ganado las elecciones en sus países. Y esto nos remite a la segunda de las objeciones contra el cordón sanitario: qué hacer con la población que ha votado a Bolsonaro, a Trump o a Abascal.
Por su parte Chomsky ha concluido su discurso apelando a una especie de lucha de clases a escala global. Hay una gran Internacional compuesta por los Estados más reaccionarios del mundo que, con el poderoso respaldo de las instituciones económicas mundiales dominantes, está trabajando implacablemente para construir una versión más dura del sistema neoliberal global, con más intensas medidas de vigilancia y control. Y enfrente está emergiendo una Internacional Progresista al nivel de movimientos populares que mira hacia adelante a un mundo de justicia y paz, con energías y recursos dirigidos a servir las necesidades humanas en lugar de las demandas de una pequeña minoría.
Pero sobre el análisis y la propuesta de Chomsky cabe decir que, aunque una Internacional Progresista es un movimiento imprescindible, es insuficiente si se limita a enfrentarse a las políticas neoliberales, porque entonces deja fuera cuestiones básicas. Una, que esas políticas han venido siendo apoyadas por la mayoría de la población; otra, que cualquier capitalismo, también el socialdemócrata que imperaba hasta la década de los 80, conduce a efectos nocivos.
No es cierto por ello que la democracia se esté deteriorando: no se puede deteriorar lo que no existe. En ningún tipo de capitalismo puede existir democracia, porque capitalismo y plutocracia son dos caras de la misma moneda. Sólo ocurre que se está deteriorando el astuto disfraz democrático bajo el que se esconde la plutocracia.
Por otra parte cualquier capitalismo, también el socialdemócrata, es nefasto en un terreno más básico que el ecológico, del que dependen los demás, que es precisamente el de la fabricación de la población.
Esto quiere decir que el mal no nace de personajes siniestros ni de políticas criminales, sino que es previo. Cuando nos planteamos por qué hay políticas irresponsables y por qué ganan elecciones personajes impresentables, es necesario mirar hacia la relación causal entre un tipo de psicología individual y el sistema social que la fabrica masivamente. Es decir, no se puede abordar satisfactoriamente la situación presente si se toma a partir de datos superficiales (ciertos personajes públicos y sus políticas), sino que hay, por el contrario, que reflexionar primero sobre por qué las personas que votan son como son.