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VIAJE A UN FUTURO COMUNISTA. Fantasía para malos tiempos

Situémonos en el año X (sea de este siglo o del venidero) e imaginemos cómo describen en las escuelas el viejo mundo en que ahora vivimos. Con los medios tecnológicos de que disfrutan reviven con horror la vida en las ciudades y en los pueblos, en los países desarrollados y en los otros, la vida de los riquísimos, de las gentes de clase media y de los pobres, las guerras, el derroche de recursos, las masacres y genocidios, las acciones que, movidas por la codicia de unos pocos, son perjudiciales para el medio ambiente, la violencia machista, la mentira permanente como recurso de acción política, las supersticiones religiosas, las redes sociales como espacios libres para la difamación y el insulto. 

Causa sorpresa e incredulidad la importancia que dan nuestros medios a los sorteos de lotería y también la conformidad con que vivimos la constante agresión de torturantes mensajes publicitarios. En especial les sorprenden los anuncios dirigidos a la mujer consumidora de vestimentas y afeites “porque tú lo vales”. No comprenden cómo las feministas de ahora, tan justamente luchadoras contra la violencia machista, no hayan captado que la mayor violencia contra la mujer es su consideración de “bello sexo”. Les impresiona mucho el aspecto de las mujeres jóvenes que pasan por dechados de belleza y glamour, las que aparecen en los anuncios o en los programas de TV, con labios hinchados, mucha pintura en la cara, un modelo sexi distinto en cada aparición y horribles zapatos de altísimos tacones. La omnipresencia del tema “sexo” entre nosotros les parece indicio de la insatisfacción sexual que padece la población. Y les queda claro que las canciones quejumbrosas que hablan de amor, amor, amor, revelan hasta qué punto el amor es algo que, añorado y no encontrado, sólo vivimos como esperanza.

Relato histórico

En esas escuelas futuras se explican también los pasos por los que la humanidad se fue acercando al mundo en que viven.

Cuando el capitalismo llamado neoliberal lo dominaba todo algunos partidos ofrecían tímidamente en sus campañas electorales una subida del salario mínimo, o suprimir los recortes en sanidad y educación, o solicitaban una auditoría de la deuda alegando que era en gran parte ilegítima, pero se les replicaba que estaban prometiendo lo que no podrían cumplir (se apelaba siempre a efectos catastróficos derivados de las leyes económicas) y que eran por tanto populistas y demagogos.
Hablar de pobres y ricos se tildaba de indecoroso, de señal de resentimiento, de prueba de mente antediluviana, pese a que los muy ricos se iban haciendo más y más ricos y millones de personas vivían en la pobreza.

Una nueva izquierda

Ocurrió primero que, como consecuencia del esfuerzo y la lucha de movimientos sociales cada vez más conscientes y más conectados internacionalmente, la socialdemocracia se vio obligada a volver por sus fueros. Ello no evitó que una gran parte de la población mundial permaneciera náufraga en la ignorancia, el miedo y el egoísmo, pero consiguió ir reduciendo las enormes diferencias entre el pequeño porcentaje de personas que lo tenían casi todo y el resto de la población mundial. Se recuperaron así derechos expropiados por las políticas de los plutócratas, que a fines del siglo XX, tras la caída de la URSS, habían creído que era para ellos beneficioso explotar sin límite. Su codicia sin freno hizo claro a la mayoría que había que acabar con aquel poder oculto que convertía la tierra en inhabitable para la mayoría.
Fue más decisivo que la izquierda anticapitalista, despertando de su error histórico y de su letargo, considerara secundario el campo electoral y el acceso al poder político inmediato, y se concentrara en transformar la ideología y los valores populares. Primero mediante un ejemplo de honradez, sinceridad y coherencia que le dio credibilidad, y luego poniendo el pie medios de comunicación bien diseñados e institutos de investigación de ciencia social y universidades populares. Pero sobre todo, demostrando que una buena escuela es posible.

Utilizando el conocimiento científico disponible y recabando la colaboración de los profesionales y simpatizantes a quienes ilusionaba el proyecto, se creó en un barrio marginal una escuela que recibía a los niños cuando aún no habían llegado a un año de edad y los educaba en continuo contacto con las familias. El resultado, que sorprendió a muchos, fue que esos niños, de un bajo nivel económico y cultural de origen, salían sabiendo exponer y defender en público sus ideas, eran todos miembros de alguna orquesta (de cámara, sinfónica, de jazz), todos practicaban con solvencia algún deporte, todos gustaban de la buena literatura… Y no era eso sin embargo lo fundamental, sino que los expertos que se encargaban de la educación sentimental habían conseguido generalizar una afectividad sana que, por una parte, eliminó los obstáculos a la empatía natural, y por otra reforzó la curiosidad de los estudiantes, con el resultado de que no sólo se dotaban de un conocimiento científico sólido (con dominio de los conceptos fundamentales de las distintas ciencias), sino que estaban motivados a seguir aprendiendo sobre lo ya aprendido.

Al demostrar que, si se quiere hacerlo, es posible dotar a toda la población de una educación sólida y liberadora, el partido Comunista había entrado por el buen camino y puesto en marcha el verdadero motor de la emancipación. Ello le dotó de prestigio y apoyos crecientes. Escuelas semejantes fueron proliferando por el mundo.

Las cosas no duran siempre

Entretanto varios sucesos obligaron a los gobiernos a un cambio de rumbo.

Por una parte hubo que frenar el derroche de recursos a que obligaba la economía de mercado, porque la tierra no daba para tanto; las crisis (ecológicas, climáticas, sanitarias) aumentaron en ritmo y profundidad y hubo que acabar tomando en serio el propósito de refundar el capitalismo, muchas veces proclamado y siempre olvidado.

Por otra parte el terrorismo y las demás formas de violencia se hicieron más y más presentes, y si en un principio los medios de comunicación se llenaban de retórica, dando por supuesto que los terroristas actuaban por odio a las virtudes de Occidente, algunos acabaron preguntándose si ese odio no sería más bien efecto de un previo comportamiento depredador y de acciones violentas contra otros pueblos, y también de una cultura hedonista que rechazaba y excluía en las grandes ciudades a los habitantes de las barriadas pobres. Se fue así comprendiendo que valía de poco rasgarse las vestiduras ante la irracionalidad y crueldad de los terroristas, y que apelar a las causas no era justificar el terrorismo, sino explicarlo (paso previo indispensable para eliminarlo).

Pero entonces la propaganda ideológica procapitalista llegó al paroxismo. Identificando capitalismo y democracia se afirmaba que, a diferencia de la democracia, que reconoce el conflicto y trata de resolverlo, toda utopía, sea del tipo que sea, tiene una sustancia totalitaria, porque el intento de construir una sociedad perfecta exige eliminar a los que no se adapten a esa perfección. Estos ideólogos eran incapaces de imaginar un mundo en el que no haya necesidad de eliminar a nadie para que el orden elegido subsista.

Insistían otros en que las propuestas anticapitalistas eran disparatadas, porque se oponían a las leyes económicas. Pero poco a poco fue quedando claro que las supuestas leyes económicas no existían, que eran mera ideología, leyes ficticias de las que no cabía derivar predicciones útiles, incluso más, leyes que llevaban a decisiones catastróficas, muy alejadas de las previsiones de los que apelaban a ellas. Los cuales seguían apelando a ellas como disciplinados gurús bien remunerados.

Al margen de estas polémicas los hechos eran cada vez más contundentes. Sobre todo cuando el imperio americano se hundió en una crisis económica que le privaba de recursos para mantener su aparato militar. Dejó de ser el policía mundial defensor del capitalismo y ya no podía seguir imponiendo su voluntad. Una gran parte de su población estaba sumida en la pobreza y en desórdenes pre-revolucionarios. Todo ello supuso un gran frenazo a las ideologías de extrema derecha que habían proliferado en el mundo occidental.

China se había convertido en un país más poderoso, pero sin ansias imperiales y ello favoreció que la ONU se fuera convirtiendo en un gobierno mundial con poderes crecientes y efectivos, en el que se había eliminado el derecho de veto y cada país tenía votos en proporción a su población. Se reescribió la historia y los países que fueron colonialistas se vieron obligados a pedir perdón por sus pasados abusos y a resarcir a los países colonizados, colaborando a su desarrollo económico y cultural de manera desinteresada.

Países importantes hicieron públicas las empresas a las que se había denominado sistémicas (entidades financieras, bolsas, empresas energéticas, comunicaciones y transporte, farmacéuticas, etc.), espacios fundamentales que fueron sacados del mercado. Las actividades especulativas (en las bolsas y en el mercado en general) quedaron prohibidas. Los impuestos a las grandes fortunas y a los grandes beneficios fueron subiendo año tras año.

Crisis de la economía de mercado

Cuando se propuso planificar la economía los gritos ensordecieron a la población entera. ¡Acabar con la economía de mercado cuando el mercado es el garante de la libertad!

Pero las personas razonables no se dejaron intimidar. ¿Que el mercado es garante de la libertad?, preguntaron. ¿Cómo va a serlo si deja a millones de personas en situación de esclavitud laboral y a otros muchos millones en la pobreza extrema o con salarios de hambre?

Se demostró que el precedente de la URSS no venía a cuento. Desaparecidas las tremendas constricciones y oposiciones exteriores que hubo de soportar la planificación soviética, la nueva planificación podía funcionar auxiliada por potentes instrumentos informáticos que en la URSS no existían y con una población más favorable.

Por otra parte el éxito de China fue imponiendo la idea de que los efectos de la planificación son los propios de la racionalidad frente a la dispersión, incoherencia e inefectividad de los esfuerzos provocados por el mercado.

Así que la planificación se fue imponiendo en los países influyentes y más tarde, al ser las economías nacionales interdependientes, fue aumentando su ámbito, sobrepasó los límites de los estados y acabó haciéndose global, una forma de globalización muy diferente de la que fue alentada por EE UU. El problema pasó a ser cómo planificar la economía mundial a través procedimientos de transparencia y democracia real que impidieran cualquier forma de abuso secreto, y mediante un sistema de resarcimientos a quienes tuvieran que soportar perjuicios.

Un gabinete mundial asistido por la más potente tecnología informática fue haciendo estudios acerca de cómo distribuir por el mundo las producciones teniendo en cuenta la carga demográfica y productiva que admitía cada territorio, los costes diferenciales y la posibilidad de crear las condiciones para que la vida pudiera ser interesante en todas partes. En esa planificación mundial se consideraba qué selvas, bosques o cultivos había que preservar, cómo y dónde había de producirse la energía, dónde debía situarse cada centro de producción o de prestación de servicios. De una política favorable al medio ambiente se sentían todos beneficiados como habitantes de la tierra.

Un paso decisivo: un límite razonable a la riqueza privada

Cuando se propuso limitar la riqueza privada hubo también mucho alboroto. Para repartir riqueza -clamaban los defensores del viejo mundo- hay primero que crearla, y mal se va a crear si el dinero se quita de manos de los ricos, que son los que mejor lo hacen rendir, y si la motivación disminuye al disminuir las expectativas de ganancias.

Pero estos argumentos llegaban tarde. Ya se había demostrado que la creación de riqueza no es condición suficiente para un reparto justo y que las minorías que antes monopolizaban la riqueza fueron hábiles especuladores más que sabios gestores de la economía.

Por otra parte la motivación generada por el deseo de riqueza podía ser sustituida por otra más estable y firme, la de hacer las cosas de la forma preferible para el bien general. Una ventaja, y no un problema es que se perdiera la motivación para producir compulsivamente. Mejoraría la salud individual y colectiva, reduciría la presión sobre los recursos naturales y disminuiría la acumulación de basura.

Sirvió también de ayuda que las grandes empresas privadas tenían que someterse a los dictados de la planificación y que el IVA sólo se aplicaba ya a los objetos de lujo, pero con un porcentaje altísimo, por lo que muchos de los antiguos ricos hubieron de ir renunciando a las ostentaciones acostumbradas. Yates y automóviles lujosos, jets privados, palacios, grandes cotos de caza, latifundios y fincas de recreo fueron pasando al uso público. De manera que no costó mucho la medida complementaria de poner un límite sensato a la riqueza privada. Se eligió la cifra de 400 millones de yuanes como patrimonio máximo (más o menos el equivalente de 50 millones de euros).

El nuevo reparto de la riqueza permitió que todas las personas tuvieran lo necesario para una vida digna, así que todas empezaron a vivir dignamente. La mayor racionalidad y justicia del orden social eliminó a los marginados con el efecto de que iban desapareciendo los irresponsables. La delincuencia disminuyó a un ritmo que sorprendió sobre todo a quienes pensaban que el hombre es malo por naturaleza. Distribuida la riqueza mundial con equidad, desapareció la avaricia genocida y el odio mutuo, y no había ya motivos para matarse. Así que en poco tiempo habían desaparecido las guerras, el terrorismo y las tensiones prebélicas. Todos los países, y no sólo los que tenían armas nucleares, procedieron a desarmarse y se inició una etapa de paz hasta entonces desconocida. Esto contribuyó a fuera formándose una razón benévola en los jóvenes de la tierra.

Con los recursos liberados se completó por fin el proyecto de una educación excelente: escuela laica y pública para todos, calcada del modelo previamente experimentado por la izquierda, con un periodo de educación básica tan largo como para que todos puedan recibir un fondo de conocimientos de alto nivel en ciencia natural y social, matemáticas e informática, lenguaje musical y destrezas artísticas. Hasta cierto punto se puede decir que media población del mundo quedó dedicada, de una forma u otra, a la educación de la otra media.

Un duro trabajo inicial

Se entendió que la vivienda comprende el entorno urbano (el paisaje urbano que lleva a ella, el que se divisa desde ella), y por eso una gran actividad colectiva tuvo inicialmente como finalidad destruir los sórdidos entornos urbanos heredados y construir otros nuevos. Se conservaron, como monumentos históricos que recordaban la pasada barbarie, algunas ciudades dormitorio, algunas urbanizaciones costeras y algunos cruces laberínticos de autopistas.

El paso definitivo: eliminación de la propiedad privada

A partir de este punto la experiencia fue apoyando la idea de que, como bien había apreciado Rousseau, casi todos los males que se han dado en las sociedades históricas nacen del derecho de propiedad.

Fue inevitable que cogiera fuerza la propuesta de eliminar ese derecho a cambio de que todo el mundo recibiera bienes de la mejor calidad según sus necesidades. Hubo entonces que escuchar los gritos desgarradores de los que afirmaban que el derecho de propiedad es un derecho humano inviolable. Pero se argumentó que sólo es inviolable el derecho que todo el mundo tiene a que nadie allane su morada y a que se respete el uso de lo que posee legítimamente (derecho que estaba asegurado).
Contra la revolucionaria medida se argumentaba también que no había recursos en la tierra para dar a todas las personas gratuitamente todo lo que apetecieran. A lo que se añadía que la propiedad debe ser un premio, una ventaja a la que llegar con esfuerzo y mérito. Si a todos se les da todo lo que quieran por el mero hecho de nacer, se convertirán en vagos e irresponsables que no moverán un dedo.

Este argumento también resultó falso: había recursos disponibles (en mucha más abundancia que cuando se malgastaban) y nadie se dio a la vagancia, entre otras cosas porque el trabajo que correspondía a cada cual era cada vez menor.

Bien pronto, a la vista de las ventajas, nadie se interesaba por la propiedad de las cosas sino por su disfrute. A nadie le ataban sus propiedades y allí donde iba a pasar un tiempo, fuera de trabajo o de vacaciones, recibía una vivienda confortable con todo el equipamiento deseable. Nadie era dueño de una cámara de cine profesional, una cepilladora eléctrica o un automóvil, pero si necesitaba algo de esto lo pedía desde el teléfono y se lo llevaban a casa en unos minutos desde un almacén municipal. Si algo se averiaba era sustituido y la reparación corría a cargo de la comunidad. De esta forma con menor producción se conseguía mejor disfrute, con la ventaja de que nadie sufría por roturas y reparaciones, o porque lo que compró quedara rebasado por nuevas tecnologías.

Cada cual tenía derecho a un equipamiento de ropa y calzado anual, que elegía de un catálogo elaborado por diseñadores sensatos, y la ropa y el calzado se fabricaban bajo pedido. Si alguien quería vestir de otra forma pedía materiales para fabricar su propia ropa o la de otros. De la misma manera, podía pedir los ingredientes para hacer un banquete en caso de fiestas o festejos, pero lo normal es que se eligiera cada mañana el menú de comida y cena en un comedor público, en la seguridad de que excelentes cocineros utilizaban buenos ingredientes. Había desaparecido el antiguo miedo al engaño una vez que nadie tiene motivación para dar gato por liebre al consumidor.

Eran ahora los ciudadanos, no el mercado ni los gobernantes, quienes decidían las necesidades a satisfacer, en qué forma y con qué límites. Naturalmente, los recursos se empleaban prioritariamente para que toda la población mundial tuviera resuelto correctamente (a un nivel que el progreso de la tecnología iba elevando) la alimentación, el vestido, la vivienda, la salud y el ocio, y para que todos los niños recibieran una educación tan buena como es concebible. Satisfechas estas necesidades primarias de todos a un mismo nivel, se hacía posible ir satisfaciendo necesidades secundarias (y hasta caprichos si parecía razonable), pero de forma que nadie quedara excluido de la satisfacción de niveles previos cuando se iniciaba la producción en un nivel más prescindible.

Llegada la economía a este punto en el que nada se puede comprar o vender, han desaparecido el dinero, las cuentas bancarias, los paquetes de acciones. ¡Se vive muy tranquilamente!

Ahorro

Pese a que se produce para que todos los habitantes de la tierra tengan cubiertas sus necesidades al más alto nivel de calidad, la producción de mercancías ha disminuido con gran intensidad. Ello se debe a lo siguiente:

a) Las mercancías no se diseñan con obsolescencia programada, sino para durar ilimitadamente e ir acogiendo los progresos tecnológicos.

b) Los objetos no están subempleados, como cuando alguien compra algo y luego apenas lo utiliza, sino que se usan por unos y otros hasta su deterioro definitivo. Por ello hacen falta menos productos y dan mejor servicio.

c) Al desaparecer el peligro de guerras se han dejado de producir buques, submarinos y aviones de combate, tanques, misiles, municiones y demás armamentos, cerrándose el enorme sumidero por el que se venían perdiendo innumerables recursos y esfuerzos.

d) Han dejado de tener demanda los mil productos ideados para el cuerpo de las mujeres, una vez que ellas rechazan el mito del “bello sexo” con que se las había embaucado, desdeñan presentarse como objetos eróticos permanentes, y optan por presentarse como ciudadanas (salvo en los momentos dedicados al sexo). Digamos de paso que abjurar del mito del “bello sexo” ha aumentado en todas la belleza, pues ahora no la fían a pinturas, vestidos, adornos, joyas, escotes, transparencias y tacones, sino al reflejo de la inteligencia, el sentido del humor, la cordialidad y la serenidad de ánimo en gestos y movimientos.

e) Al haber sido sustituida la publicidad por una información objetiva, disponible en la red, sobre los distintos productos y sus propiedades, han desaparecido innumerables necesidades inducidas. La maquinaria económica no vive ya de satisfacer un consumo sin causa y siempre creciente. Por ejemplo, aunque el automóvil es un dron multiusos, ha descendido drásticamente su producción porque sólo se usa excepcionalmente. Puesto que todo el mundo solicita una vivienda cerca del lugar de su trabajo, los desplazamientos obligatorios suelen ser a pie o en bicicleta. Eso tiene muchas ventajas. Nadie se ve privado de un automóvil cuando lo necesita y con él circula por espacios poco transitados. Las calles de ciudades y pueblos están libres de coches aparcados.

f) Se hace bajo pedido una gran parte de la producción (ropa, calzado, muebles), así que sólo se produce lo que se va a utilizar.

g) Por todo ello la demanda de energía y de recursos naturales ha caído en picado y el alivio medioambiental ha sido impresionante.

Ha disminuido la cantidad de trabajo necesario

Una novedad sorprendente de esta sociedad comunista es que la mayor parte de las profesiones antiguas ha desaparecido, lo que quiere decir que no eran necesarias salvo como efectos del derecho de propiedad. 

Al establecerse la paz mundial desaparecieron los ejércitos y todas las profesiones y trabajos con ellos relacionados. Al ser imposible el robo, la estafa y la corrupción, el servicio de policía careció de función. Las emergencias que previamente movilizaban a policías y ejércitos se resuelven con la colaboración de voluntarios. La abolición de la propiedad ha acabado con casi todos los litigios y con servicios, instituciones y profesiones que absorbían mucho trabajo colectivo. Se ha reducido al mínimo la legislación, porque el incontenible afán legislador del mundo antiguo acumulaba disposiciones en innumerables direcciones que partían todas ellas del concepto de propiedad, directa o indirectamente. 

Ahora es conocida por todos la escasa y simple legislación vigente y resulta ociosa la existencia de profesionales del derecho. Por falta de función no hay tampoco judicatura, sino que las diferencias se resuelven por los interesados y, si no es posible, por el dictamen de hombres buenos. Han desaparecido las oficinas, los burócratas, los representantes, los publicistas, los escaparatistas, los anunciantes.

Al desaparecer el derecho de propiedad desaparecieron los medios de comunicación privados, de forma que ninguna persona o grupo tenía ya más poder que otros para fabricar opinión según sus intereses. Esos medios públicos fueron perdiendo interés a favor de las redes, en las que todo emisor se identifica y responde de sus palabras e imágenes, así que han ido desapareciendo periodistas, editorialistas, intelectuales y tertulianos. Todos los adultos son intelectuales y todos disponen de medios para comunicar noticias y defender las ideas a que han llegado mediante la reflexión, el estudio y la discusión con los otros. Todos pueden ejercer el antiguo periodismo de investigación.

¡Y no hay paro!

La diferencia más inesperada con el mundo capitalista es que la drástica reducción del trabajo necesario no lanza al paro a una parte de la población, sino que se traduce en menos horas de trabajo para todos. Por tanto no hay necesidad de nuevas producciones para crear, al precio que sea, puestos de trabajo.

 Eliminadas las necesidades derivadas de métodos publicitarios y las contrarias a intereses generales básicos, sólo aumenta la producción cuando hay que satisfacer necesidades legítimas. Una vez decidido qué hay que producir, el trabajo se reparte equitativamente entre las personas capaces.

Nadie se jubila salvo por incapacidad para todo tipo de actividad. Las pocas horas semanales que cada cual tiene que dedicar al trabajo se van adaptando a sus condiciones. Algunos limitan su contribución a sacar de paseo a un perro, o a cuidar de unos rosales. En cualquier momento puede uno tomarse las vacaciones que desee siempre que durante el año haga su pequeña contribución laboral (o la haga otro por él en régimen de reciprocidad).

La globalización y la revolución científico-técnica se utilizan en beneficio colectivo y así resulta posible que cada cual elija qué trabajo quiere realizar el trimestre siguiente y dónde le gustaría vivir el año próximo, y la eficiente tecnología informática concilia los intereses de unos y otros en forma muchas veces interactiva, proponiendo alternativas viables cuando el deseo no puede ser satisfecho. Si alguien quiere permanecer en el mismo lugar puede hacerlo, pero en general sólo optan por ello quienes se encuentran faltos de vigor por enfermedad o vejez. Los demás gustan de conocer sitios y tareas diferentes, que obligan a formas de vida diferentes, y cualquiera tiene amigos en muchas partes, o los hace en seguida. A ello ayuda la disminución de la sospecha y del miedo al otro, y la semejanza de intereses y capacidades. De manera que no hacen falta en ese mundo las redes sociales que producían amistad virtual, hay muchos y ricos cursos de amistad real al alcance de cualquiera en su mucho tiempo libre.

Facilita mucho las cosas el hecho de que ya no hay naciones y que todos los individuos son cosmopolitas, no tienen otra patria que la tierra misma. No hay africanos, europeos o asiáticos, sino personas que viven y trabajan en un momento dado en África, Asia o Europa. El sitio en que se nació no es para ellos especialmente significativo, porque todos tienen experiencias infantiles ligadas a sitios diferentes. Hay una lengua común para la tierra entera, el esperanto, felizmente resucitado como medio para una comunicación equitativa entre personas de lenguas distintas.

Al fin democracia directa

Marx había previsto la posibilidad de que el pueblo ejerciera algún tipo de control directo sobre los que mandan, sin ninguna mediación de las instituciones, pero no explicó claramente cómo sería ello posible. Por impulso de la gente progresista, que iba creciendo en número, el problema se fue solucionando de una manera gradual. La democracia directa, ejercida por personas bien informadas, fue ganando espacio a la delegación, ventaja de la sociedad en red que no había sido aprovechada en la vieja época de la mundialización capitalista. La tecnología hacía posible que se tomaran con celeridad decisiones y que pudieran ser revisadas con agilidad a la vista de efectos imprevistos. El nivel cognitivo de la población permitía que la discusión democrática de cada medida produjera los mejores resultados.

Ahora los temas a debate, lo mismo que las propuestas, se plantean en la red por quien lo tenga a bien (generalmente un grupo que ha discutido el asunto), pasan a ser objeto de debate si obtienen suficiente apoyo y las decisiones se toman por los interesados cuando, habiéndose cruzado los diferentes argumentos, todos han conseguido información suficiente. El comité de turno elige la hora de la votación: cada cual pulsa un botón en su ordenador y el resultado se conoce al momento.

De manera que en este mundo ha empezado a ser viable una democracia a la que se puede llamar por fin sustantiva y global: sin medios de comunicación privados que fabriquen opinión afín a los intereses de sus dueños, sin influencia de poderes económicos en la sombra, y con ciudadanos (no algunos de ellos, sino prácticamente todos) capaces de procesar la información pertinente (científica, económica y social) y partícipes del control colectivo sobre esta información. Adiestrados además en la oratoria (a ninguno de ellos le asusta hablar en público). El Estado no es ya una burocracia depositaria del poder político al servicio del poder económico, sino que ha terminado siendo un organismo mundial encargado de la mera gestión de las decisiones tomadas por la colectividad mundial. Sus funcionarios son rotatorios, temporales (sólo cuatro años a lo largo de la vida) y elegidos por sorteo.

Igualdad de derechos, no uniformidad

Cuando antes de llegar a la igualdad social se hablaba de ella como proyecto, los conservadores alegaron que el igualitarismo acaba con la diversidad humana y con la riqueza que esa diversidad comporta. Todos iguales, uniformados, esa fue la caricatura que se hacía a cada paso.

Pero cuando se ha llegado por fin a la sociedad igualitaria no ha quedado eliminada la diversidad. Han sido todos igualados en algo, pero no iguales en todo. Ha desaparecido la diversidad que consiste en que unos nacen en un barrio pobre y otros en una urbanización de lujo, y todas las diversidades que de ésta se derivan. Pero persisten otras. No todos tienen la misma salud, y aunque el atractivo corporal de todos ha aumentado (y no sólo a causa de la tecnología genética, sino por el concurso de la inteligencia, el buen gusto y el humor que reflejan los rostros, y también por la influencia que en el resto del cuerpo tiene la alimentación sana y el deporte), ese atractivo no está repartido igualitariamente, ni tampoco la suerte. Los hay que sufren accidentes y quedan lisiados, los hay que no gustan tanto como quisieran, los hay que padecen enfermedades incurables. Tampoco está repartido igualitariamente el acceso a la excelencia en las distintas actividades, ni la distribución de aficiones e intereses. No todos cantan con voz igualmente bella y potente, aunque todos tienen educada la voz, no todo pianista llega a la altura de Richter ni todo violinista a la de Oistrakh. Por lo demás, dada la igualdad educativa de alto nivel, lo que suele ocurrir en esa sociedad es de mayor creatividad, riqueza y variedad que lo que ocurría en las sociedades elitistas, donde tanto la uniformidad de las masas como la uniformidad de las élites llegaba a ser extrema.

Se había alegado también que la igualdad es imposible en una sociedad desarrollada, con compleja división del trabajo, puesto que esa sociedad requiere especializaciones y éstas conducen inevitablemente a la estratificación social: unos sabiendo y otros sin saber, unos arriba y otros abajo, siguiendo una regla que da el control social directa o indirectamente a las esferas superiores del sistema educativo: una minoría de jóvenes a la universidad y una mayoría al trabajo, directamente o pasando por la FP.

Es cierto que la “persona nueva”, por muy pluridimensional que sea, no puede ser especialista en todo. Alec Nove había argüido, contra la previsión de Marx, que es poco probable que todos puedan turnarse en la tarea de planificar la economía en el intermedio de conducir camiones y empastar dientes: los planificadores tienen que especializarse y lo mismo los dentistas. Y la especialización siempre ha conducido a una estratificación social, problema que la Revolución Cultural china intentó resolver sin éxito.

Pero se ha podido comprobar que la especialización no tiene como efecto necesario legitimar las desigualdades propias de la estratificación social. Todas las personas pasan por la universidad, cuya enseñanza integra la práctica manual e intelectual. Es normal que a un especialista en física teórica le apetezca ser un buen mecánico o un buen ebanista, además de un buen músico. Cada cual puede actuar ocasionalmente como especialista en aquella rama del conocimiento que conoce a fondo y además la preparación tecnológica y la ayuda de la IA permite de manera creciente pasar de una especialidad a otra dentro de un campo de materias afines. Hay para cada asunto más especialistas de los necesarios y ello no es un problema, pues cada especialista trabaja poco en su especialidad y es fácil que le apetezca ser a temporadas agricultor, jardinero o controlador de una máquina barredora de calles.

Ateísmo y sentido de la vida

Inicialmente no se tomó ninguna medida contra las religiones, salvo la de limitar su presencia pública y eliminar subvenciones y privilegios. En los colegios se enseñaba una historia de las religiones que fue eliminando la idea antes muy compartida de que la religión propia es la única verdadera y todas las demás enemigas de la Verdad y el Bien. Luego, poco a poco, han ido disminuyendo sacerdotes y fieles y se han ido percibiendo los rituales religiosos como residuos de tiempos de barbarie. Los ateos no parecen echar de menos la existencia de un dios para dotar de sentido a la vida, lo extraen de la cooperación amistosa en un ambiente de conocimientos y valores compartidos, justa reciprocidad y amplias posibilidades para los placeres de la amistad y el sexo, la investigación, el juego y el arte. La educación en un realismo valeroso y en una amistosa cooperación con los otros proporciona a estas personas un remedio honesto a los infortunios. Cuando muere alguien querido no es ya un cura quien consuela con el mito de una vida eterna, sino la creencia de que el muerto permanece en el recuerdo de los que siguen vivos y en los efectos que produjo en ellos. El número de personas que elijen el momento y la forma de su muerte ha ido aumentando entre los que llegan a la edad en que, mermadas las facultades, la vida va dejando de ser apetecible.

Un lamento al regreso

¡Oh mundo tranquilo, fraternal y fértil! ¡Tras vivir en él con el pensamiento es duro volver! ¡Tan al alcance de la mano y tan distante!

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