¿Recuerdan aquella cantinela de refundar el capitalismo, que siempre surgió en los momentos álgidos de las crisis y siempre quedó en nada?
Metidos de lleno en la resaca de los papeles de Panamá y en la noria de procesamientos por corrupción, son de maravillar algunos datos de fonotecas y hemerotecas. Ahí tenemos a esos dignos prohombres afirmando solemnemente que pagar los impuestos es una obligación moral mientras defraudaban en secreto, y aquí los tenemos afirmando, con la misma vehemencia, que ellos no han defraudado ni un euro. Entretanto el ministro de Hacienda nos ofende con una propaganda obscena sobre la obligación de pagar los impuestos (incluido ese impuesto criminal que se denomina IVA) dirigida a la moral de las clases medias y bajas.
Todo el que guíe sus preferencias por la razón y por la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno ha de ser, pienso yo, radicalmente anticapitalista. Pero no voy ahora a manifestarme como tal, sino a proponer un modo sencillo de, sin abandonar el capitalismo, salir del lodazal a que nos ha llevado la política neoliberal.
Son muchos los políticos, instituciones y gobiernos que afirman estar muy preocupados por la corrupción, la creciente desigualdad, la violencia. Tienen fácil eliminar todo eso si quieren. Bastan las decisiones elementales que siguen.
Cinco medidas de ámbito mundial
1. Eliminación de todos los billetes (no sólo los de 500 euros o 100 dólares), convirtiendo en electrónicos ingresos y pagos, imputables todos ellos a una única cuenta corriente de cada persona física o jurídica (sometida dicha cuenta a secreto salvo decisión judicial).
2. Nacionalización de las Bolsas, de las empresas llamadas sistémicas (esas a las que no se puede dejar caer porque se derrumbaría la economía entera, como las financieras) y de las que prestan servicios esenciales para la comunidad (como las energéticas, las farmacéuticas y las de comunicaciones).
3. Prohibición de sociedades mercantiles carentes de actividad mercantil (sociedades pantalla), de paraísos fiscales, del dumping fiscal y laboral y de la especulación bursátil.
4. Ingreso personal mínimo de 2.000 euros mensuales (sea como salario, beneficios o renta social compensatoria) y máximo de 20.000. Límite a la riqueza privada (fijable, digamos, entre 5 y 10 millones de euros).
5. Medios públicos de comunicación socialmente controlados, con libre acceso de las distintas opciones políticas e ideologías.
Las incalculables ventajas
1. Se podría dedicar a la educación un mínimo del 20% del PIB con el capital liberado de manos privadas.
2. Se podría dedicar otra parte suficiente a resarcir a los países pobres por los enormes perjuicios que les ha causado la colonización (la antigua y la presente).
3. Al no contar con los medios que la hacen posible, desaparecería la corrupción (1,75 billones de euros en el mundo según el FMI).
4. El control ideológico a través de los medios de comunicación privados quedaría en parte compensado por la libertad de expresión de los medios públicos.
5. Podría haber democracia por fin, porque el poder económico privado no tendría entidad suficiente para controlar en la sombra al poder político.
6. Habría pasado a la historia una gran parte de la delincuencia y de la violencia que ahora padecemos.
En definitiva, con estas medidas el mundo que dejaríamos a nuestros descendientes seguiría siendo capitalista, pero por fin habitable para todos.
Argumentos en contra
Los conservadores dados a razonar (los pocos que no se limitan a la descalificación) opondrían a ese programa los siguientes argumentos:
1º: Tales medidas de refundación hundirían la economía del país por la represalia de los mercados.
2º: Además serían nocivas porque es el egoísmo (el afán de beneficios) el que promueve riqueza y desarrollo, y ese egoísmo quedaría sin alicientes.
3º: Esas medidas serían un atentado a la libertad.
La réplica al primer argumento es que, aunque es cierto que ese programa no se puede adoptar en un solo país, no cabría represalia de los llamados “mercados” si se decidiera en la ONU para el mundo entero. Bastaría que la tan invocada globalización no fuera, como es hoy, un espacio mundial selvático para beneficio de los económicamente fuertes, sino un mundo ordenado por leyes racionales y justas.
En cuanto al segundo argumento, no es cierto que sólo el afán de dinero mueva al humano, pero aun aceptándolo ¿acaso no serían suficiente aliciente unos ingresos de hasta 20.000 euros mensuales y un patrimonio de 5 a 10 millones para aquellos emprendedores que se mueven sólo por el afán de lucro? Lo cierto es que la economía mejoraría profundamente, al tener toda la población una mayor capacitación intelectual, mayor sensibilidad para no agredir al medio con producciones prescindibles, y mejor disposición y salud.
Cierto que la minoría de arriba perdería la libertad del potentado no sometido a restricciones, pero todos los demás ganarían la libertad que dan unos ingresos razonables, una educación de alta calidad, seguridad laboral, un ambiente pacífico y favorable a la cooperación, y unos medios de comunicación no dependientes de la voluntad de sus dueños.
Los argumentos en contra son, pues, sólo un pretexto de quienes han venido legislando y gobernando el mundo como testaferros controlados (a través de los medios de comunicación, las deudas de sus partidos, etc.) y bien remunerados (puertas giratorias y otras formas de corrupción). Sirvan de ejemplo los socialdemócratas retirados Tony Blair y Felipe González.
Lo posible imposible
Tratándose de un programa perfectamente hacedero, está claro que no se realiza porque va contra los intereses de la élite económica y ella lo impide.
Si el mero intento de una tímida política favorable a la mayoría encuentra en seguida una reacción desproporcionada de “los de arriba”, ¿imaginan lo que haría la oligarquía económico-financiera del mundo (y a su cabeza la americana, a la que algunos llaman “el partido de Wall Street”) si se intentara reducir patrimonios de decenas de miles de millones de dólares a sólo 5 o 10 millones? Recuerden que la ideología dominante, la que ellos mismos promueven, identifica sus intereses con democracia y libertad, a cuyo servicio están, entre otras fuerzas, los medios de comunicación privados importantes, ríos de dinero para financiar ataques y en última instancia el ejército de Estados Unidos. Basta mirar alrededor para encontrarse con el bloqueo económico a Cuba, el escarmiento a Grecia y los golpes de Estado blandos que se están intentando en Venezuela y Brasil, por no citar los golpes sangrientos que se han dado cada vez que los blandos no bastaron.
La natural precaución de la izquierda
Es entonces natural que la izquierda no integre en sus programas electorales medidas como las antes enumeradas, porque sabe de sobra que no las podría cumplir.
Más difícil de explicar es que ni siquiera se atreva a proponer algunas de estas medidas, las más fuertes, para su discusión en foros y medios de comunicación, primer paso para que la gente vaya comprendiendo la necesidad de adoptarlas.
Hemos de tener en cuenta sin embargo que, aún quedándose más cortos, los políticos de izquierda no se libran de la descalificación sumaria como peligrosos radicales y antisistema, y del desprecio como demagogos y populistas.
Está claro que estas descalificaciones son muy burdas: no son peligrosos quienes sólo buscan que el sistema real se aproxime al proclamado (que incluye democracia, respeto a los derechos humanos, libertad de expresión, bienestar general); por el contrario los peligrosos son quienes defienden el sistema corrompido, antidemocrático e injusto que padecemos. Pero en los medios de comunicación no son estos, sino aquellos, los presentados como un peligro público. Tiene por otra parte gracia que, si se entiende el populismo como hacer promesas que gustan a la gente pero que no se pueden cumplir, la única razón de que no se puedan cumplir es que lo impiden los mismos que acusan de populismo.
Pero aunque estas descalificaciones sean cínicas, hacen su efecto en una parte considerable de los votantes. Y ese efecto es el que temen los partidos de izquierda.
Qué puede hacer un partido decente si llega al gobierno
Sólo podrá cumplir sus moderadas promesas si tiene suficiente respaldo social para doblegar la resistencia de los de arriba, y le será por eso necesario ir paso a paso, conociendo la dificultad del camino.
Lo importante, hay que insistir en ello, es que, al tiempo que se adoptan las necesarias medidas socialdemócratas para mejorar la situación de los de abajo, y aquellas otras que vayan abriendo camino a la democracia, se incida en tres espacios no bien atendidos por la izquierda: la educación, la comunicación y la creación de vínculos internacionales. Antes de acometer en el futuro empresas más audaces hay que transformar la mentalidad de los pueblos y establecer redes de colaboración y resistencia entre países. Para ello es necesario contar con medios de comunicación que disputen el control ideológico a los privados ahora dominantes.
Lo que además se debe exigir a un partido decente y no controlado es que hable claro cada vez que no pueda hacer lo que prometió. El recurso a la explicación verdadera es la mejor arma pedagógica para conseguir un pueblo más consciente de lo que está ocurriendo y por tanto más cómplice con una actividad socialmente transformadora. Aparte de que la verdad en boca de un jefe de gobierno sería una gran sorpresa para la gente, porque nunca la ha conocido.