Los alumnos solían sorprenderse cuando les decía que la publicidad y las loterías son imprescindibles para la estabilidad del capitalismo. Lo de la publicidad pase, pero ¿las loterías?
La publicidad
Sin publicidad no se podrían fabricar “necesidades innecesarias” que requieren producciones innecesarias. Es una forma de malgastar trabajo humano y recursos escasos, y hacer más insoportable la presión sobre el medio, pero el sistema económico capitalista está concebido de manera que hay que aumentar la producción incesantemente para que la maquinaria no se gripe. Y para eso sirve la publicidad.
Tiene además una función educativa, que realiza con más eficacia que la escuela: ofrecer modelos para que la población, al plegarse a ellos, quede sentimentalmente adaptada al capitalismo.
Incansable, la publicidad sacraliza las minucias y promueve el desinterés por lo principal. Establece el consumo como medida del valor personal. Es además una fuente de machismo (declarado y oculto). Chantajea a los padres con el deseo de los hijos, y deja muy claro que una cosa es ser niño y otra cosa ser niña. Los anuncios de juguetes anticipan el mundo de las revistas de modas y del corazón, el mundo de maquillajes y cosméticas. Hay publicidad para mujeres y publicidad para hombres. Compárenlas. Nos obligan a chapotear en una charca de belleza y elegancia falsas y consiguen que muchos y muchas las tomen por verdaderas. La publicidad de perfumes y de automóviles es el paradigma: sonrojante exhibición de glamour que culmina en susurro de voz extranjera.
Esa publicidad incesante, convertida en un medio ambiente estúpido, pero no por eso menos brutal, reclamando su papel principal al que todos los demás deben supeditarse, ejerciendo su derecho a irrumpir en medio de cualquier mensaje, a desvirtuarlo, a trivializarlo…, demuestra su éxito como anestesia del intelecto colectivo. En otro caso la población no soportaría tamaño desmán. El “¡Ya está bien!” gritado al unísono por millones de ciudadanos se oiría en Marte. Pero no, todo el mundo (partidos de izquierda incluidos) en silenciosa aquiescencia.
Este pilar del capitalismo conecta con el otro, con las loterías, mediante un estrecho lazo: la publicidad de las loterías y los juegos.
Las loterías
Imagínense qué ocurriría si millones de personas que no pueden acceder al gran consumo publicitado supieran que no tienen esperanza.
La tensión en el país subiría de manera pavorosa.
Pero, ah!, no se preocupen: aquí están las loterías, que prometen la riqueza a cualquiera, a todo el que se gaste unos euros en un décimo. Todos podemos ser millonarios, tú también, así que llena de ilusión tu vida. Si no es en este sorteo será en el próximo, si no este año, al año que viene.
Y la vida sigue. Porque pasado el año que viene, llegará el siguiente.
La importancia que las loterías tienen para el Sistema se aprecia en ese interminable programa que cada año irrumpe en televisiones y radios para mostrarnos el ritual previo a los sorteos de Navidad y del Niño, y los números premiados, y a quiénes “han agraciado” y de qué ciudad y provincia, y cómo están de contentos, y a qué piensan dedicar el dinero, y lo satisfecho que está el vendedor aunque él no jugara nada…
“Atrévete a ser Millonario”. “Tú también puedes ser millonario”. “¡Cuidado, que toca!”. “El premio es para los que insisten”. Pero no. Muchos millones de crédulos vienen insistiendo inútilmente. Desde el punto de vista estadístico la probabilidad de que toque el gordo es despreciable. Ahí siguen, permanentes, los millones de españoles que viven en la pobreza extrema, o en la pobreza, o haciendo cálculos y sacrificios para llegar a final de mes.
“Abandona toda esperanza” se podría inscribir en la frente de cada nacido de pobres en nuestro país. Y se podría añadir: “salvo que luches por ella”. Pero ¿quién le ayudará a luchar por ella? ¿Algún partido de una izquierda titubeante?
La publicidad que promete suerte forma parte de la mentira universal. De ella emergen los rostros sufrientes como muda protesta. Y, claro, pasamos de largo. A ver si nos toca. ¡Madre mía, lo que podré comprar!