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EL “QUÉ HACER” DE LA IZQUIERDA (17 junio, 2015)

Continúo lo escrito en la entrada anterior.

Ganar elecciones: ¿para qué?


Si se da a los partidos políticos un carácter instrumental, hay que tener claro el fin al que sirven de instrumento. La pregunta a la hora de concurrir a unas elecciones debe ser: conseguir votos ¿para qué?

En primer lugar parece razonable que las metas que se proponen, incluso aunque difíciles, sean accesibles (al menos contando con el apoyo activo de una mayoría).

Para un partido de izquierdas hay una meta final, por ahora inalcanzable y que por tanto no cabe proponer, pero que ha de servir como punto de referencia para metas de menos alcance. Esa meta última es una sociedad racional y justa, donde las personas sean ejemplares del tipo que hace posible la democracia, el descrito por Marx cuando habló del “hombre nuevo”.

Tal meta es por ahora inalcanzable porque ese tipo de persona tiene pocos ejemplares y la tarea de generalizarlo no es de un día para otro, ni siquiera de una generación para otra. Hay por tanto que fijarse metas intermedias y otras próximas, inaplazables, pero concebidas todas como estaciones en la ruta hacia la meta final (y por tanto hay que poder argumentar en qué medida acercan). Entre las inaplazables está la de socorrer de inmediato a los que están sufriendo la crisis desde la pobreza. Está luego la de deshacer las reformas contra la población que ha venido perpetrando la derecha. Se impone una contrarreforma laboral y otra educativa, una reforma fiscal, la recuperación de servicios públicos privatizados y medidas que democraticen la vida política. Y a partir de aquí ir avanzando todo cuanto se pueda hacia una distribución más equitativa de la riqueza social.

Pero todo ello tendrá corto recorrido si no se acomete la tarea principal, la de dar unos primeros pasos en el proceso de transformación de la población.

El enemigo natural


Y es que hay que tener claro que una política progresista encontrará dos enemigos: el natural y el inducido.
El enemigo natural es la élite económica y las élites conservadoras que trabajan a su servicio (mediática, intelectual, funcionarial y política), convertido en una fuerza formidable y despiadada en parte por la desaparición del contrapoder que era la URSS y en parte por la claudicación de la izquierda.

La socialdemocracia se ha derechizado por diversas razones: pérdida de autonomía por su endeudamiento con la banca; incapacidad de resistir el chantaje al que se han lanzado los mercados; miedo a perder electores sometidos a la impresionante presión de los medios de comunicación privados; e interés de dirigentes comprados mediante privilegios, puertas giratorias, sobornos, etc. (vean, por ejemplo, la riqueza conseguida por el promotor de la tercera vía, Tony Blair, o lo bien que le van las puertas giratorias a González). Por razones en parte semejantes los partidos eurocomunistas han girado a su derecha para jugar un papel socialdemócrata con poco éxito: han perdido una gran parte de afiliados y votantes.
En todo caso la desvirtuación de estos partidos les ha impedido liderar con éxito la lucha por el mantenimiento y expansión de los derechos de la mayoría. Y así, libres las manos, la derecha europea lleva años recuperando lo que había tenido que ceder, el dinero con que se financia eso que llamamos Estado del Bienestar.

Pero la izquierda no sólo tiene que enfrentarse a la enorme fuerza de ese enemigo natural. Como se comprueba en las sucesivas elecciones, su propuesta choca también con la voluntad de muchos que, perteneciendo a la mayoría perjudicada, votan a los representantes de la minoría que los perjudica. Y es que el poder económico no se engaña respecto a sus intereses, pero mucha gente de abajo sí. Pues aunque cada persona tiene una idea acerca de sus intereses, no todos los intereses subjetivos están asentados en razones objetivas.

La batalla ideológica


Llegamos así a una cuestión crucial de la que la izquierda integrada en el sistema se ha venido despreocupando en las discusiones teóricas y en los programas electorales. Me refiero a su actividad en el espacio semántico. Ha creído que la batalla contra la derecha es electoral, ignorando que es sobre todo ideológica. No ha sabido entregar a la población, en forma comprensible, el conocimiento necesario para que se libere de los valores e ideas que la derecha ha venido inculcando sin descanso. O seguramente más exacto: no se ha atrevido. Y así le ha ido.

Hay que partir de una idea que choca con el saber común y que se debería enseñar en las escuelas: que las personas no nacen, sino que se fabrican. La gente no es como es por nacimiento, sino por cómo ha sido fabricada socialmente. La sociedad es, antes que nada, una ingente fábrica de personas en los espacios biológico y cultural: se engendran niños y estos se hacen personas al aprender la lengua de su grupo, que no es sólo capacidad para decir y entender expresiones. La lengua materna es sobre todo un sistema de conexiones cerebrales entre las palabras por una parte, y las percepciones, afectos y acciones por otra. El aprendizaje va haciendo que palabras como libertad, democracia, dictadura, riqueza, pobreza, éxito, fracaso, placer, dolor, deber…, junto a calificaciones como posible, probable e imposible, causa y efecto, bueno y malo, verdadero y falso, peligroso e inofensivo, premio y castigo, y sus derivadas, vayan relacionándose en cada mente con otras muchas expresiones, experiencias y situaciones, sean vividas o imaginarias, y configurando así la subjetividad de las personas: su alma.

En las sociedades elitistas la minoría dominante controla la fábrica de esas conexiones mediante planes de estudio, medios de comunicación y un ejército de comunicadores, publicitarios y expertos cargados de títulos. Y la población inerme, colocada día tras día, a lo largo de toda su vida, delante de televisores, radios, púlpitos y periódicos, es incapaz de captar la mentira por debajo de las tonalidades dignas, severas, impresionantes, de la legión de embusteros.

El resultado de la desigual batalla ideológica (porque la izquierda no ha comparecido) ha sido la consolidación, en una gran parte de la población, de una ideología en la que prosperan “ideas fuerza” elementales, pero muy efectivas: el comunismo es algo siniestro; el capitalismo no tiene alternativa; es el único sistema compatible con la libertad y la democracia, y el único que crea riqueza; crear riqueza es el paso previo para luego repartirla; los enemigos del capitalismo pretenden volver al estalinismo (dictadura sangrienta) y a la ineficacia económica (colas, racionamiento), y propugnan unas políticas que volverán a hundir al país en la crisis; de ella estamos saliendo gracias a las inteligentes políticas de la derecha; los modelos de la izquierda son Cuba, Venezuela o Corea del Norte; lo más deseable es el dinero; subir impuestos es malo, bajar impuestos es bueno; el Estado debe reducirse y no interferir con la libertad individual; lo público funciona peor que lo privado… Etcétera.

Los charlatanes adalides de la derecha están capacitados para decir todo esto sin que se les mueva un músculo de la cara.

A su lado hay otros más dignos, que critican el aumento de la desigualdad y el deterioro de la democracia, pero sin condenar la causa: el capitalismo. Parecen movidos por una impecable tensión ética, pero son los más peligrosos, porque son los más fiables. También ellos están dedicados a la mentira persistente, y no porque no digan algunas verdades, que las dicen, sino porque, al no abordar la verdad básica, pierden el contexto y sus verdades dejan de serlo.

El efecto de la ideología conservadora es promover en la población ignorancia, egoísmo y miedo, que actúan entrelazados y reforzándose.

Dado que una mayoría que supiera lo suficiente no se dejaría dominar y explotar con engaño, la ignorancia es imprescindible para que el sistema elitista subsista. La ignorancia se relaciona con el miedo porque hace percibir peligros allí donde los señalan “los que saben”. El egoísmo es con mucha frecuencia producto del miedo (a perder lo que se tiene, o a que te lo arrebaten otros, o a no conseguir lo que se desea) y resulta funcional como obstáculo a movimientos sociales solidarios que podrían desembocar en una política popular.

La tarea básica de la izquierda


Por ello muchos de los que votan a los conservadores no son necesariamente personas sin sentimientos de empatía y solidaridad. Pueden ser benévolos y altruistas en su medio privado, y también lo serían en el público si supieran lo suficiente, porque entonces no se dejarían seducir o asustar con mentiras.

Así que, dada la implacable oposición del enemigo natural a toda política razonable, una tarea de la izquierda, la básica, de la que dependen otras que se pueda proponer, es la lucha contra la ignorancia y el miedo que hace que muchos sean enemigos cuando por sus intereses objetivos deberían ser aliados. Sobre todo teniendo en cuenta que van a ser muy necesarios como aliados.

Esto no se puede conseguir de la noche a la mañana, pero desde el primer día hay que recuperar algo del mucho tiempo perdido. Si llega al poder una nueva izquierda tiene varias vías por las que avanzar:

Una es la pedagogía en que consiste el ejercicio del poder político si es honrado y valiente, y además transparente, consistiendo esto último sobre todo en mostrar las dificultades y oposiciones que encontrarán a cada paso las decisiones que no gusten al capital, por racionales y justas que sean. Seguro que los griegos han aprendido más sobre el sistema político mundial en estos últimos meses que durante siglos.
Otra vía es la mejora del sistema educativo, incorporando a él en primer plano los conocimientos que tienen que ver con el individuo, la sociedad y su relación. ¿Cómo es posible que nuestros jóvenes salgan de la educación obligatoria sin noticia de los argumentos de la izquierda (los de la derecha son el aire que se respira) acerca de la economía de mercado y del sistema capitalista que sobre ella se sustenta, e ignorando las formas en que el sistema social afecta a la psicología individual?

Finalmente, hay que disponer de medios de comunicación que no pertenezcan al capital y que puedan contrarrestar el demoledor efecto de los medios privados.

Esta es tarea que la izquierda no ha sabido acometer, pese a contar con la fuerza que proporciona la verdad cuando se sabe exponer. Últimamente La Tuerka ha ido en esta línea, y ha tenido su efecto, pero claro, es muy poco respecto a lo que hace falta. Encontramos también análisis interesantes en alguna prensa y actividad cultural, como las de Unificación Comunista de España, pero de escasa difusión y lastradas por el carácter partidario.

Si se consigue el poder es mucho más lo que se puede hacer en la imprescindible necesidad de equilibrar el espacio ideológico, hasta ahora prácticamente monopolizado por la derecha. Hay que facilitar que llegue a todas partes la voz de comunicadores y expertos progresistas que sepan reivindicar con los mejores argumentos, frente al ejército conservador, tres ideas: que las llamadas democracias son en realidad plutocracias que dominan y explotan (y por cuya irracionalidad e injusticia todos somos perjudicados en aspectos básicos, no sólo económicos); que cabe remedio a todo esto, pero no, como ha creído la socialdemocracia, sin alterar la lógica del capitalismo; y que para alterar esa lógica hay que poner un límite razonable a la riqueza privada. Si la gente va oyendo estas ideas y las muy buenas razones que las sustentan se habrá ganado mucho. En otro caso todo seguirá igual o muy parecido.

Un partido realmente nuevo debe ser apartidista


Que entren en liza las sanas ideas de la izquierda no quiere decir que se adoctrine imponiéndolas e impidiendo la defensa de las contrarias. Para esta tarea estorba todo lo que sea partidismo, o catecismo, o argumentario elaborado para el día a día. Hay que dejar paso a la capacidad de arriesgar, a la inteligencia libre y crítica, al afán de aprender de muchos, a la capacidad de enseñar de quien la tenga, a fin de que se provoque la emergencia de esos fondos de sentido común y bonhomía que en muchos permanecen encerrados en el espacio privado y sin influencia en sus preferencias políticas. Un partido aceptable no puede ser una fuente de dogmas, sino un receptor de discusiones y propuestas, y un expositor de ideas, dificultades y alternativas para nuevas discusiones y propuestas. De forma que, cuando el partido actúe, cuente con el apoyo comprometido de los muchos que han tenido algo que ver en la toma de decisiones.
Y esto se debe conseguir con una organización flexible. Aunque en algún momento parezca que se pierde eficacia si se cede en la rigidez vertical, en realidad se gana si miramos hacia adelante. Generosidad e inteligencia son dos cualidades que deberían distinguir a los dirigentes.

Una nota de estilo


En esta y en la entrada anterior he hablado de embusteros y sinvergüenzas. Por más que uno intente ser objetivo, apelar a razones y eludir las descalificaciones y las frases ofensivas, hay cosas a las que debemos llamar por su nombre. Por ejemplo, a la minoría controladora del capital hay que llamarla dominadora y explotadora, puesto que domina y explota, Marx está más vivo que nunca. Llamar criminal a la derecha neoliberal que hoy domina el mundo es redundante si conocemos su programa. Esa derecha es un consorcio de criminales descarados. Pues ¿de qué otra manera podemos llamar a quienes, disponiendo de gran parte de la riqueza mundial, imponen decisiones económicas que les benefician, pero que causan grandes sufrimientos y acortamiento de la vida a millones de personas (por caída en la pobreza, inseguridad, desatención sanitaria, desnutrición, angustia, suicidios) y daños irreversibles a los muchos niños que viven en hogares sin recursos?

Es lamentable tener que utilizar ciertos adjetivos, pero los impone el simple afán descriptivo. Vean ahí a los del Fondo Monetario Internacional (del que, no lo olvidemos, fue director gerente el delincuente Rato), alabando la política de Rajoy, sin tener para nada en cuenta los millones de personas a los que esa política ha arrojado a la pobreza, a los que ha privado de derechos laborales elementales y por tanto de su dignidad y seguridad, y a los que ha recortado prestaciones sanitarias y educativas. Los representantes de esa institución se pasean por el mundo como personajes, cuando deberían estar perseguidos por la justicia y encarcelados. Sin ir más lejos por sus últimas recomendaciones a España: que se abarate aún más el despido, que se suba el IVA de los bienes de primera necesidad y que aumenten los recortes en educación y sanidad. ¿Se le ha ocurrido al FMI recomendar que se aumenten los impuestos a los ricos? Pues claro que no. Y hay gente que da mucho valor a sus felicitaciones, cuando deberían llenar de sonrojo, porque, viniendo de donde vienen, son prueba de que se va por el peor camino.

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